Los acontecimientos se precipitan. Parte 2

El avión que portaba a los miembros de la Comisión de Ancianos aterrizó sin problemas a las 3:58 de la madrugada en el aeropuerto de Daír. Este había sido tomado por personal de seguridad del propio aeropuerto y por los agentes que estaban bajo el mando de Dajín Názar.

-         No sé cómo se les ocurre viajar a estas horas. – dijo un agente de seguridad a Názar, que se encontraba a pie de pista esperando para recibir personalmente a los ancianos Khúnar – Ni siquiera las cigarras cantan a estas horas.

-         Es cuando menos gente hay en el aeropuerto. – respondió Názar tirando el cigarrillo al suelo y pisándolo con el pie – No se fían de nadie, y menos en una ciudad en la que la proporción de Ushitas es tan alta como en Daír.

El avión se detuvo cerca de la terminal y los operarios del aeropuerto colocaron la escalera para que los pasajeros pudieran bajar.

Názar comenzó a acercarse hacia el avión cuando una gran explosión hizo saltar los cristales de las ventanas de uno de los pisos de la torre de control. Las alarmas comenzaron a sonar y Názar, simulando a la perfección un estado de sorpresa y estupefacción, mandó a sus hombres rodear el avión. Varios vehículos militares, de donde salieron decenas de soldados, lo protegieron en cuestión de segundos.

Názar cojeó hacia el avión cubierto por algunos de sus hombres y ascendió a toda prisa las escaleras. El soldado que guardaba la entrada le dejó pasar y entró al interior. Allí, una treintena de elegantes Khúnar vestidos con los ropajes clásicos de su etnia esperaba una explicación. Nada más ver entrar a Názar, el anciano que ostentaba el cargo de portavoz se irguió y se dirigió a él.

-         ¿Puede alguien decirnos qué ocurre aquí? ¿Y ese estruendo? ¡Aquí no estamos seguros! ¿Porqué no se nos permite desembarcar?

-         Lo siento, pero por ahora no nos es posible. – respondió Názar simulando un sentimiento de duda – Debemos estar completamente seguros de que no correrán ningún peligro al bajar del avión, hemos de descartar la existencia de más explosivos e incluso la posibilidad de que algún francotirador se encuentre oculto en el interior de las instalaciones de la terminal.

-         Exigiremos una explicación por escrito al propio Vándor, hacía tiempo que no ocurría algo así. El orden que imperaba en esta región se le está yendo de las manos. – dijo el portavoz volviendo a ocupar su asiento entre airados gestos de desacuerdo.

Názar trató en vano de calmar los ánimos de los crispados ancianos, entre quienes solo el reparto de algo de comida y bebida por parte de dos bellas azafatas de vuelo pareció surtir efecto.

-         Les prometo que en breve podrán desembarcar y serán dirigidos a unas cómodas estancias en un lujoso hotel donde podrán tomar descanso. – insistió Názar al ver que la calma parecía volver a reinar entre los pasajeros. – Mientras, me ocuparé de que no les falte absolutamente de nada. Pueden pedir lo que sea, yo mismo se lo haré llegar desde la terminal si es que no lo tenemos en la despensa del avión.

Sin más dilación, Názar salió del avión y ordenó a uno de sus hombres que se hiciese cargo de la situación. Registrar la terminal del aeropuerto metro por metro llevaría a los servicios de seguridad un buen número de horas y seguro que los ancianos, tras una noche tan larga como ajetreada, decidirían descansar durante el día en las lujosas instalaciones del hotel que Vándor había reservado al completo para ellos.

Salió del recinto y montó en su vehículo mirando al reloj con nerviosismo, arrancó el motor y tomó camino a Alisa. Allí le necesitarían más que en aeropuerto, donde Názar había colocado dos cargas explosivas más que lógicamente no estaban preparadas para estallar.

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