La trampa
Era media tarde en Daír. Había amanecido con el cielo nublado y todo indicaba que se mantendría así durante todo el día. Soplaba un fuerte viento norte que levantaba el polvo y las hojas acumuladas en el suelo, obligando a los transeúntes a cubrirse los ojos mientras caminaban.
Sócrates se dirigía a pie hacia una de las calles de la periferia de la ciudad. Aunque era de avanzada edad su andar acostumbraba a ser firme y ligero, distinto del perezoso peregrinaje con el que surcaba el centro de la ciudad aquel día. Esta vez iba cabizbajo, absorto en sus pensamientos. El esfuerzo por hacerse con el Papiro de Lothamar había resultado baldío, el intento de robo había sido un rotundo fracaso. La cuenta se había saldado con la friolera de siete muertos, alguno de ellos perteneciente a las filas de los Alisios. Sócrates estaba consternado por lo sucedido, conocía personalmente a los valientes que habían tratado en vano de hacerse con la llave de la libertad para los Gárgol.
No obstante aquel hecho había empujado a Vándor a hacer su movimiento. Estaba claro que este sabía lo que poseía entre manos y era consciente de la importancia que tenía para los Gárgol. O mejor dicho para el Gárgol, ya que Vándor desconocía la existencia de Atlas.
Como de costumbre, Gílam y Atlas habían salido durante la noche anterior y se habían desplazado a una zona rocosa con la esperanza de localizar pistas sobre algún posible compañero que también hubiese despertado. Su búsqueda había obtenido un inesperado fruto. Habían sobrevolado un enorme monolito de paredes casi verticales dos noches antes, incluso descansaron y comieron un poco sentados sobre la cima, y entonces nada les había llamado la atención. En cambio ahora se podía ver el rostro de un Gárgol, dibujado y pintado sobre la gran roca. En medio de esta alguien había clavado una larga varilla de hierro, de cuyo extremo superior partía un largo cordel que ondeaba al capricho del viento. Al final del cordel y concienzudamente atado, había un papel envuelto en una funda de plástico transparente.
Tras cerciorarse de que ningún alma humana moraba los alrededores, Gílam se hizo con el objeto en una rápida pasada. Extrajo el papel de la funda y lo abrió, pero lo escrito en él era ininteligible para los Gárgol. Así pues, decidió que lo mejor sería entregárselo a Sócrates.
El anciano Alisio continuó caminando a través de la ciudad hasta que se internó en una barriada compuesta de casas aparentemente construidas sin seguir un orden espacial específico. Atravesó un par de tortuosos callejones y se detuvo ante una antigua librería. Miró a los lados, comprobó que nadie lo veía y entró. La mujer que había tras el mostrador le recibió con una amable sonrisa.
- ¡Buf, cómo sopla el viento ahí fuera! - Dijo Sócrates mientras se quitaba el sombrero y la bufanda con la que se había tapado la parte inferior de la cara.
- Hola, Sócrates. – respondió la mujer que quitaba el polvo a un viejo ejemplar de la Eneida – Puedes pasar, no hay nadie más.
- Gracias, Manda.
Sócrates avanzó hacia el fondo de la tienda, cuyas paredes estaban decoradas con estantes repletos de libros. Dobló una esquina y saludó a dos fornidos hombres que simulaban estar buscando un libro. Los jóvenes devolvieron el saludo a Sócrates y apartaron parte de la alfombra que cubría el pasillo de lado a lado. Después desencajaron un tablón y tiraron del asa que había escondida debajo, haciendo que se abriese una trampilla que daba a una larga hilera de escalones en forma de caracol. Sócrates descendió con seguridad hasta el refugio subterráneo, situado a más de veinte metros de profundidad. Allí buscó a Raquel y la encontró sentada ante el fuego bajo, leyendo unos manuscritos con interés y acompañada por tres jóvenes Alisios que hablaban perfectamente su idioma.
- ¡Vaya, vaya, vaya...! – dijo Sócrates mirando hacia el cuarteto con los brazos cruzados.
Los jóvenes lo miraron con una pícara sonrisa y corrieron a saludarlo.
- ¡Venga, id a jugar a otro lado, gamberros, ya os daré yo! – continuó el anciano.
- Déjales, me estaba divirtiendo con ellos. – rogó Raquel.
- Más bien ellos se divertían contigo. ¿Verdad que te han hecho leer textos escritos en Alisio antiguo? – preguntó Sócrates.
- Sí, querían que leyese algunas partes que no entendían bien y…- dijo Raquel justo antes de darse cuenta de lo que sucedía.
- Hablan y escriben el Alisio a la perfección. – dijo Sócrates sin poder contener la risa – Solo querían que tú leyeses los textos para reírse del acento con el que pronuncias la mayoría de las palabras.
- Serán… ¡y yo que creía estar enseñándoles algo!
Después se sentaron en la mesa y Sócrates extrajo del bolsillo de su chaqueta el papel que Gílam le había entregado la noche anterior. Se lo enseñó a Raquel, quien lo leyó con atención.
- ¿Sólomon Vándor quiere reunirse con el Gárgol y con una representación de los Alisios?
- Eso parece. – respondió Sócrates – Los números que están escritos debajo deben ser coordenadas.
Mientras Sócrates buscaba en un mapa el lugar indicado en la nota, Raquel continuó leyendo el texto escrito a máquina.
- Quiere poca gente, y asegura que también él llevará a un pequeño grupo de acompañantes. – dijo.
- Sabe que el Gárgol lo vigilará desde los cielos antes de acercarse, pero pediré a Gílam y Atlas que aseguren previamente la zona. Solo por si acaso, aunque creo que la lección quedó suficientemente clara la noche en la que intentaron cazar a Gílam.- respondió Sócrates, y tras permanecer pensativo durante unos segundos continuó – Tengo una idea mejor, he de hablar con Madín. Ve preparándote Raquel, nos acompañarás.
Raquel tenía unas ganas locas de salir al exterior tras haber permanecido tantos días en el refugio de los Alisios, pero el dar un paseo para ir a ver a Vándor no era precisamente el tipo de salida que más ilusión le hacía.
- Pero…yo…- inquirió, aunque no sirvió de nada pues Sócrates salía ya por la puerta.
Cuando faltaba poco más de hora y media para el anochecer, dos soldados Khúnar vigilaban desde lo alto de una loma el lugar que Vándor les había indicado. Jugaban a los dados cuando uno de ellos miró a lo lejos y entrecerró los ojos para enfocar lo que se veía a la distancia. Algo viajaba a toda velocidad a través del llano que tenían ante sí haciendo que una estela de polvo se levantase a su paso. Un caballo y su jinete cruzaban la llanura acercándose al punto de reunión. Cuando se disponía a pasar sobre él clavó una lanza en el suelo y siguió su veloz galope hasta desaparecer en el horizonte.
Los Khúnar montaron en el todo terreno con el que habían llegado a la zona y descendieron hacia el llano. Allí recogieron la lanza, que llevaba un papel enrollado sobre su base, sujeto por un cordón. Uno de los hombres lo cortó con una navaja y desenrolló el papel. En él solamente había escritos unos números, las coordenadas de otro lugar que se encontraba a unos treinta kilómetros de distancia, a juzgar por un mapa de la zona.
- ¡Hay que avisar a Vándor! – dijo uno de los hombres con preocupación, y se dirigió hacia el coche – ¡Vamos, monta! ¡No tenemos mucho tiempo!
Dos horas después, un coche sin luces recorría el bosque a través de una estrecha pista casi cerrada por la maleza. Sócrates, Raquel y Madín viajaban en él bajo la atenta mirada de Gílam y Atlas, quienes planeaban a gran altura. Detuvieron el coche en un lugar donde la frondosidad de los árboles evitaba la casi total entrada de luz y se dirigieron a pie hacia el cercano lugar donde Sólomon Vándor les esperaba impaciente desde hacía más de un cuarto de hora. Caminaron durante tres cuartos de hora más a través de una estrecha senda hasta que llegaron al borde de unas tierras de cultivo de cereal en barbecho.
A unos trescientos metros, en el centro de una extensa zona despejada de árboles, cuatro hombres esperaban de pie ante un coche con las luces dadas. Sócrates y Madín se cubrieron la cara con unos sombreros Thiodáin y siguieron su marcha junto a Raquel hasta que llegaron al encuentro de los Khúnar. Allí vieron que un quinto hombre se encontraba unos metros por detrás, apoyado en la puerta del coche. Vándor dio varios pasos acercándose hacia Sócrates cuando Gílam aterrizó al lado del Alisio. Los Khúnar se sobresaltaron, aunque Vándor continuó acercándose sin vacilar.
- Como veréis, - dijo el Khúnar – he cumplido con lo prometido. No hay más hombres escondidos en los alrededores, como el Gárgol habrá podido comprobar. – miró a Gílam y continuó – Visto de cerca es aún más impresionante, aunque no esperaba menos tras haber visto las estatuas en Jamna II. Buenas noches, profesora Öster.
- Siento no compartir el sentimiento, Sr. Vándor. – respondió Raquel con expresión de asco. Al fin y al cabo, era aquel hombre el responsable de la muerte de sus amigos aunque no hubiera sido su autor material.
- ¿Qué es lo que deseas? – dijo Sócrates sin entrar en el juego de Vándor.
- Quieres que vayamos al grano, ¿no? Está bien, os he reunido para ofreceros un trato, bien a los Alisios o bien al Gárgol. ¿Él comprende lo que digo?
- Yo traduciré. – dijo escuetamente Sócrates, obligando al Khúnar a que siguiese exponiendo su parte del trato.
Vándor expresó una incómoda sonrisa y continuó hablando:
- Dile al Gárgol que si acepta que tanto él como el resto de los suyos permanezcan bajo mi tutela y promete cumplir mis órdenes le entregaré lo que vuestros desafortunados compañeros buscaban en el edificio gubernamental. Si no acepta, podría verme obligado a tomar una decisión que ni a mí ni a vosotros nos gustaría. No me quedaría otro remedio que destruir el papiro, ya que, ¿de qué me serviría si no soy capaz de utilizarlo? Sus amigos estarían condenados a permanecer petrificados el resto de su existencia, y yo dedicaría todos mis esfuerzos a su captura. De esa manera solo tendré a uno de ellos, pero será más que suficiente.
Vándor elevó las cejas sin apartar la mirada de Sócrates, y luego añadió:
- Yo tengo el papiro que puede dar la libertad a sus compañeros, por tanto soy el que establece las reglas del juego. Yo soy el juez y vosotros los acusados.
Sócrates tradujo palabra por palabra lo que Vándor había dicho. La expresión de Gílam no cambió un ápice.
- Jamás nos entregará el papiro, - dijo el Gárgol a Sócrates en Alisio – es su único medio de control hacia mí. ¿Qué le hace pensar que una vez lo tenga en mis manos no le retorceré el pescuezo? Lo utilizará para que siga obedeciéndole, bajo la amenaza de destruirlo. Ahora traduce literalmente lo que voy a decir, Sócrates.
Después volvió la mirada hacia Vándor y continuó.
- Quizá no comprendas la magnitud del hecho de que el Papiro de Lothamar esté en tu poder, Khúnar, y te sientes confiado creyendo haber tomado ventaja en esta carrera. Desde el mismo momento en el que te hiciste con el papiro, tu vida quedó íntimamente ligada a su destino. La única razón por la cual tus hombres y tú esquivareis a la muerte esta noche es que conocéis su localización. Si el papiro se perdiese o sufriese daño alguno vuestras almas carecerían del más mínimo interés para mí, y créeme, poseer el papiro sin saber utilizar su poder y sin haber conseguido dormir a todos los Gárgol es una gran, gran desventaja. Yo soy el halcón y vosotros las palomas.
Sócrates tradujo con todo detalle lo que Gílam había dicho. Inicialmente tampoco Vándor cambió de expresión, pero sus piernas temblaron ligeramente cuando miró a Gílam y vio cómo este lo observaba con los ojos muy abiertos y dejando ver sus enormes y afilados colmillos. No era una sensación muy agradable la de sentirse presa de un Gárgol. Vándor se sobrepuso a duras penas y volvió a hablar, esta vez con voz temblorosa.
- ¿Y si tú y yo hacemos un trato, Alisio? Tarde o temprano terminaré capturando a este ser, y si evitáis interponeros en mi camino seré benevolente con vosotros. Prometo no tomar represalias contra vuestra gente. Incluso podríamos llegar a una colaboración más íntima si me ayudáis a controlarlo, pedid lo que queráis.
Sócrates miró al oscuro suelo antes de responder a Vándor. Después sentenció con contundencia:
- Hace más de dos milenios un trato similar fue ofrecido a un sabio rey Gárgol. Lo rechazó sin dudarlo un instante y decidió seguir al lado de sus amigos Alisios. Mi respuesta es hoy igual a la suya entonces. Nos toca saldar la deuda que tenemos pendiente con ellos, y los protegeremos con nuestra vida si es necesario.
- Creí que seríais más inteligentes, viejo. – respondió Vándor malhumorado – Pensadlo bien, si os oponéis a mí vuestro fin se encuentra cercano.
Vándor retrocedió hacia el coche junto a los otros tres hombres. El quinto Khúnar, aquel que se había mantenido al margen durante la conversación, abrió la puerta para que Vándor entrase mientras miraba a Raquel con su único ojo sano. La luz que cayó sobre el terreno a través de un pequeño claro abierto entre las nubes permitió que esta lo reconociera, se trataba de uno de los asaltantes que disparó contra su equipo de arqueólogos aquella fatídica mañana hace ya más de diez días.
Krámer entró al coche tras Vándor y el vehículo retrocedió, giró y avanzó perdiéndose en la oscuridad.
Raquel se tambaleó y solo los fuertes brazos de Gílam evitaron que cayese al suelo. Con la ayuda del Gárgol, recuperó el equilibrio y respiró hondo varias veces. Se sintió más aliviada aún cuando Atlas, que los había vigilado en todo momento, tomó tierra a su lado.
- ¿Qué te sucede, Raquel? – preguntó Madín.
- Ese…ese hombre, el de la cicatriz en la cara…- respondió Raquel hecha un manojo de nervios – Es el que nos disparó cuando viajábamos de Jamna II a Daír.
El dolor por la reciente pérdida de sus amigos no se había disipado aún, y en aquellos momentos se acrecentó hasta casi alcanzar el nivel del primero de los días en los que tuvo que asimilar su muerte.
- Richard, Charlie, los chicos…y Calvin…- sollozó Raquel sin poder contener las lágrimas.
- Krámer. – dijo Sócrates sin mostrar un atisbo de sorpresa – Imaginaba que había tomado parte. Es el cabecilla de los sicarios de Vándor, un ser cruel y sanguinario que no se detiene ni ante la mayor de las atrocidades.
- Ojalá algún día tope con la horma de su zapato. – dijo Raquel mientras se secaba los ojos con un pañuelo – Si por lo menos hubiésemos podido defendernos, Calvin no hubiese dejado que nos cogieran tan fácilmente.
Se abrochó la chaqueta para protegerse del viento y se dirigieron hacia el lugar donde habían ocultado el coche.
A varios Kilómetros de distancia, el coche ocupado por los Khúnar circulaba ya por una pista ancha camino a Daír. El asiento de atrás era compartido por dos de los guardaespaldas de Vándor y por Dick Krámer.
- ¿Lo has hecho, Krámer? – preguntó Vándor desde el asiento del copiloto.
Krámer extrajo una lámpara de Wood de una caja que iba tras los cabezales. Los Khúnar la miraron extrañados.
- Es una lámpara de luz ultravioleta. – explicó Krámer al tiempo que pulsaba el botón de encendido. Tanto el suelo como los asientos y la parte baja de las puertas brillaron con un intenso color verde fosforescente ante el asombro de los guardaespaldas. Su ropa brillaba tanto o más que la tapicería del coche – Tuve el tiempo justo para cubrir el suelo con polvo de fluoresceína humedecido antes de que anocheciera. Casi no pude hacerlo al cambiar los Alisios el punto de reunión. También dejé caer una buena cantidad de polvo para que el viento lo esparciera sobre todos vosotros desde unas cajas que he acoplado a las puertas del coche. He repartido más de trescientas lámparas entre los hombres, rastrearemos el camino por el que se han marchado los Alisios, peinaremos cada calle de Daír y los poblados de alrededor y durante la noche buscaremos en el bosque. Solo necesitamos algo de la suerte que se nos ha negado hasta ahora.
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