La calma y la tempestad. Parte 6

Erin conversaba con algunos de sus hombres en torno a una hoguera en la plaza del mercado cuando un soldado Iriano se acercó y le informó de que Gásar había despertado. Subió a toda prisa a la ciudadela y se dirigió a los aposentos donde descansaba el general de los Irianos.

Gásar estaba sentado, apoyado contra el respaldo de la cama. Tenía mejor color pero el sudor seguía recorriendo su frente. Maia estaba sentada a su lado junto al soldado que había cuidado de Gásar día y noche, quien se alegró cuando vio entrar a Erin.

Los dos comandantes se saludaron efusivamente y Erin pudo comprobar que la mano de Gásar no estaba tan caliente como lo había estado durante el día. Maia le había administrado una medicación hecha a base de sauce blanco y ulmaria que había hecho bajar a la fiebre y había mitigado en parte su dolor.

-         Si no llega a ser por mis hombres no hubiese podido llegar hasta aquí, Erin. También he de agradecer a los Gárgol que nos echasen una mano frente a los Khúnar que nos persiguieron.

-         Me alegro de que estés aquí con nosotros, - respondió Erin – tienes mejor cara que cuando llegaste.

Gásar sonrió y puso la mano sobre el abdomen tratando de disimular un gesto de dolor.

-         Soy perfectamente consciente de la gravedad de mi estado, - dijo sin vacilar – he visto muchas heridas como esta y conozco el resultado de las mismas.

Erin no pudo evitar apartar la mirada durante unos segundos.

-         Tenéis que hacerme un favor más.- siguió hablando Gásar – No quiero morir postrado en una cama rodeado de individuos llorosos. Creo que Maia y el maestro Gróndel podrán hacer algo al respecto.

Maia miró a Erin y este asintió con la cabeza.

-         Quizá tenga algo que pueda ayudarte.- dijo Maia a Gásar- Puedo administrarte un brebaje que ahuyentará tu dolor durante un tiempo pero debes saber que tiene ciertos riesgos.

-         No tengo nada que perder. Sigue, tu melodiosa voz hará que los riesgos se diluyan entre las ventajas.

-         Tu consciencia sobre el peligro se verá obnubilada. Es arriesgado dejarse llevar por la euforia que este brebaje desencadena en el que lo toma. Sigue al más prudente de tus hombres y no hagas nada de lo que él no haría, ¿vale?

-         Lo prometo. – respondió Gásar – No me separaré de mi guardia personal.

-         Nosotros cuidaremos de él.- dijo acto seguido el hombre que acompañaba a Gásar.

Tras unos minutos más de conversación Erin y Maia se dirigieron hacia sus aposentos. En ellos, Aior esperaba con impaciencia la llegada de sus padres.

Saltó sobre Erin en cuanto este atravesó la puerta y se los llevó a los dos hacia la mesa de la alcoba.

-         Vaya, - dijo Maia simulando una actitud de sorpresa- ¿nos has preparado tú solo la cena o también te ha ayudado Enea?

-         ¡No! – contestó Aior riendo – ¡la han traído los sirvientes, pero yo he puesto la mesa y he servido la comida!

Después de cenar Erin llevó a Aior a la cama, ya que este casi se había dormido apoyado sobre la mesa. Cuando se disponía a cubrir a su hijo con la sábana, este se giró y preguntó:

-         ¿Tendremos que pelear mis amigos y yo? Nos dan un poco de miedo esos Khúnar…

Erin sonrió y le acarició el pelo.

-         No, no os preocupéis por eso, saldréis de la ciudad antes de que los Khúnar entren en ella. Los Alisios necesitarán a muchachos fuertes como tus amigos y tú para construir un nuevo hogar.

-         ¿Y tú, Gílam, Atlas, Góntar…? – sollozó Aior.

-         Nos cuidaremos los unos a los otros.- contestó Erin tratando de disimular la verdad, y cambió totalmente de tema - Respecto a tu misión, ¿has ordenado subir la ración de comida a los caballos como te dije?

Aior era joven pero se daba perfecta cuenta de lo que sucedería en Alisa en los siguientes días y de que el destino de su padre y sus amigos era incierto. Aún así, hizo de tripas corazón y siguió el hilo de la conversación.

-         Sí, hemos ido subiendo la ración poco a poco en estos últimos días para que no tuvieran mal de vientre. También dije que dieran una medida de avena más a los caballos pesados.

Se recostó, miró hacia la puerta con cara de pillo y dijo en voz baja:

-         No se lo digas a mamá pero he cogido un montón de manzanas y se las he dado a Tempestad, ¡le encantan!

-         Eres un bribonzuelo, jovencito. Ahora duerme, es tarde.

Erin salió de la habitación bostezando y vio a Maia tejiendo un tapiz en un lado de la alcoba.

-         ¿Trabajando a estas horas? ¿Es que no tienes sueño? Llevas unas cuantas noches sin descansar como es debido.

-         No tengo mucho sueño, aunque estoy cansada. El nerviosismo evita que duerma toda la noche de un tirón. No sé cómo te las arreglas tú, has dormido como un lirón durante todos estos días. ¿Es que no estás asustado?

-         Estoy inquieto, tanto como cualquier hombre, mujer o niño de esta ciudad, pero la necesidad me ha enseñado a apartar esa sensación a un rincón de la mente para poder descansar como es debido. A partir del amanecer tendré que dirigir a mis hombres durante largas horas, y desfallecer es un lujo que no puedo permitirme. Si yo cayese la moral de nuestras tropas sufriría un severo varapalo, y el haber dormido bien durante estos días puede marcar esa pequeña diferencia que te empuja al precipicio o que asienta tus pies sobre el suelo. Ahora, ¿me acompañas a la cama o prefieres quedarte a tejer un rato más? Estaré despierto durante un rato…

-         Entonces creo que seguiré mañana.- Maia se acercó a Erin, lo cogió de la mano y lo llevó a su estancia.                 

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