El nudo se aprieta
Raquel despertó con la primera luz del amanecer. Se desperezó, se puso las zapatillas y cubrió la cama con el saco de dormir. Salió fuera, donde encontró a Calvin y a Richard sentados en el capó del coche con sendas tazas de café.
- Vamos, bella durmiente, solo faltáis Norman y tú. Tienes café recién hecho en la tienda de reunión. Desayuna tranquila mientras Richard y yo atamos las cajas a la baca del coche.
- Buenos días, chicos. – respondió Raquel mientras bostezaba – Por cierto, ¿se puede saber quién demonios se ha pasado toda la noche pegando golpecitos en el poste de colgar la ropa? ¡Todavía oigo ese ruido en algún recóndito lugar de mi mente!
- Mmmm... Ha sido uno de nosotros tres, - contestó Richard, quien había terminado el café y cargaba tabaco en su pipa – y no somos ni tú ni yo. ¿Más pistas? Es testarudo y apenas duerme. Calvin se ha pasado toda la noche dando vueltas y lanzando mi cuchillo contra el poste.
- No podía dormir, Richard. De todas maneras, tus ronquidos amortiguaban el ruido que podía hacer yo. Espero que jamás nos persiga nadie a los dos juntos durante la noche pues nos localizarían a kilómetros.
- Yo no ronco, solo respiro un poco fuerte.
- No, no roncas, ruges. A ti en la sabana no se te acercarían ni las hienas.
- ¿Ves? De ti no dejarían ni los huesos del oído.
Raquel se fue hacia la tienda, sonriendo mientras oía a Richard y a Calvin. Siempre andaban igual, metiéndose el uno con el otro, pero siempre iban juntos a cualquier lado. Si el día del juicio final uno fuese condenado a ir al infierno y al otro se le otorgase el honor de ir al cielo, es seguro que este último preferiría rechazar el premio y correr tras el primero antes que subir solo.
Recordaba el día en que Richard y Calvin comenzaron a discutir en un bar a altas horas de la noche. Habían ido a cenar los tres juntos y después de unas copas decidieron tomar la última en el siguiente bar, donde se pusieron a discutir sobre el itinerario de los siguientes días. En un arrebato de ira, Richard cogió la jarra de cerveza de Calvin y la lanzó hacia un lado, con la mala suerte de que esta fue a parar a la mesa de billar donde cuatro tipos enormes jugaban su partida. Richard se apresuró en ir hacia ellos a pedir disculpas consciente de lo que había hecho, mientras Calvin reía observándolo.
El tipo que se encontraba más cerca de Richard lo agarró de las solapas y lo lanzó por los aires sobre otra mesa que había al lado. Cuando se disponía a agarrarlo de nuevo para propinarle un puñetazo alguien le cogió el hombro por detrás. Raquel todavía recordaba la voz grave de Calvin balbuceando las tres únicas palabras que podía en ese momento:
- Las gagao, golega.
- ¿Qué dices, tío? ¿Es que quieres que te parta el cráneo a ti también, eh?
- Digo que la has cagado, colega. – repitió Calvin tratando de pronunciar mejor.
El resultado fue desastroso, Calvin y Richard salían juntos del bar, agarrados y maltrechos, cantando estúpidas canciones de adolescentes mientras Raquel pagaba los desperfectos al propietario con el poco dinero que le quedaba antes de que los cuatro gigantones se recuperasen y decidieran ir a buscarlos.
Recogieron todas sus cosas tras el desayuno y montaron en el coche. Había sitio para los ocho en los dos vehículos de los que disponían, por lo que salieron hacia Daír.
Raquel no pudo evitar mirar atrás, no sabía cuándo iba a poder volver a aquel lugar y sentía una gran angustia por el hecho de pensar que quizá jamás les permitirían seguir excavando allí.
Calvin conducía suavemente a través del camino que recorría el cañón de Arenes, antes de que este se abriese a la extensa llanura donde manadas de caballos salvajes pacían sin preocuparse por los avatares de la humanidad. Después de la llanura volvieron a entrar en un angosto valle donde el sol no entraba excepto a medio día, cuando radiaba desde lo más alto. La única parte soleada era la parte alta de la ladera izquierda, por donde discurría una pista paralela a la carretera.
Calvin vio brillar algo al final del valle, en su parte más alta, y una nube de polvo comenzó a ascender desde la parte posterior de la pista.
- Algo no va bien, Raquel, alguien nos sigue. – dijo Calvin preocupado.
- Mierda, serán los guardas, aún no habrán instalado el control. – respondió Raquel.
- No, no lo creo, han hecho señales desde el otro lado. Voy a acelerar, haz señales a los chicos para que no nos pierdan la pista, es posible que se trate de ladrones de caminos y tenemos que salir del valle antes de que nos den caza.
- ¡Vamos Calvin, pisa el acelerador! - dijo Richard con la voz temblorosa desde el asiento de atrás - ¡Hay que llegar antes que ellos a donde las dos pistas se unen!
- ¡Agarraos, hay bastantes baches en este camino!
Calvin aceleró todo lo que pudo, que era menos de lo que a él le hubiese gustado, pero corría el riesgo de salirse del camino si corría más.
- ¿Nos siguen los chicos con el otro coche, Raquel?
- ¡Sí, no te preocupes, parece que a Charlie se le da bien el volante!
Recorrieron el valle a toda velocidad. Cerca del final las dos pistas se acercaban y pudieron ver perfectamente a sus perseguidores: Cuatro hombres en un todo terreno. El copiloto, un hombre tuerto y con cara de pocos amigos, bajó la ventanilla y dejó asomar la punta de un rifle, con el que comenzó a disparar.
El mal estado del firme de la carretera y los constantes baches hacían que fuese muy difícil para un tirador acertar en el blanco.
Uno de los disparos rompió la luna trasera del coche. Richard y Marwán gritaron y Calvin aceleró a fondo. Llegaron al cruce de las pistas poco antes de que lo hiciese el coche desde el que ahora disparaban dos hombres.
Los coches conducidos por Calvin y Charlie entraron en una zona más abierta esperando encontrar allí a los guardas, pero no había nadie más. Unos metros más adelante, y bajando a toda prisa a través de la ladera, Calvin divisó un segundo coche. Aceleró todo lo que pudo pero aquel vehículo llegó a la pista antes de ellos pudieran pasar. No hubo más opción que frenar en seco y cruzar el coche. El vehículo conducido por Charlie paró justo antes de chocar con el de sus compañeros.
Delante, un coche del que salían cuatro hombres armados. Detrás, exactamente lo mismo. A la izquierda, una empinada ladera llena de maleza. Y a la derecha, aproximadamente cincuenta metros de bosque que iban justamente a parar a un barranco de unos treinta metros de caída.
- ¡Rápido, corred, no nos cogerán a todos! – dijo Calvin mientras abría su puerta – ¡Salid!
En el coche de atrás, los chicos salían corriendo hacia cualquier lado. Raquel abrió su puerta y se abalanzó hacia los árboles por entre los disparos. Miró hacia atrás un momento y vio cómo Norman, que corría por la ladera, era abatido por los disparos de uno de aquellos hombres. Otros dos corrían tras ella disparando. Estaba muy asustada pero conseguía avanzar a trompicones. Cada vez que miraba hacia atrás veía cómo aquellos hombres se acercaban cada vez más, incluso pudo ver la sonrisa de aquel que le seguía más de cerca. Corrió cuanto pudo pero llegó un momento en el que las piernas no le dieron más de sí y cayó de bruces en los matorrales. Se giró y vio al primero de sus perseguidores abalanzándose sobre ella. Levantó el pie instintivamente y con el tacón de la bota acertó en plena boca de aquel hombre, que cayó de espaldas al suelo. Se levantó y siguió corriendo, esta vez subió hacia el camino y siguió adelante hasta que vio lo peor: una camioneta estaba parada en mitad del camino, y al menos diez hombres armados bajaban de ella.
Paró de correr y cayó de rodillas, se agarró la cara sollozando, y se giró. Vio al hombre que la había perseguido salir de entre los matorrales con un machete en la mano. Pero lejos de envalentonarse, aquel tipo se quedó quieto, boquiabierto, y un segundo después era acribillado a balazos por los hombres de la camioneta.
Cuatro de los hombres se internaron en el bosque, y cuatro más siguieron por la carretera. Los dos restantes se quedaron apostados junto a Raquel, apuntando hacia el frente.
Los disparos se sucedieron en los siguientes minutos, que a Raquel se le hicieron eternos. Pensó en Calvin, en Richard, en los muchachos, la cabeza le daba vuelcos y comenzó a vomitar. No sabía quiénes eran sus salvadores ni lo que querían de ella. Cayó de espaldas al suelo y vio el sol antes de perder la consciencia.
Se despertó desorientada, estaba tendida en una cama, se incorporó para levantarse y volvió a sentir náuseas.
“¡Calvin! ¡Richard!...¡los muchachos!...no, están vivos, tienen que estarlo... ¿dónde estoy? No reconozco esto...”
Miró desconcertada a su alrededor, estaba en una gran estancia de muros de piedra, sin una ventana por la que mirar y tratar de averiguar dónde se encontraba.
La habitación estaba ricamente decorada con alfombras y tapices de vivos colores. En las paredes laterales había un gran número de estanterías llenas de piezas extraídas en alguna excavación, o como pensó Raquel, “robadas o compradas en el mercado negro”.
Se levantó de la cama y se acercó a las estanterías de su izquierda. Había piezas de una belleza incomparable, como el asta de toro totalmente labrada con dibujos que representaban la caza del mismo. A su lado se podían ver infinidad de collares, pulseras, tobilleras, pendientes y anillos, algunos de ellos de oro, otros de plata, muchos de ellos con incrustaciones de jade y lapislázuli, o incluso de rubíes y esmeraldas. En la estantería inferior había multitud de puñales de hoja curva con los manubrios hechos de hueso y madera, en los que se podían ver breves inscripciones ininteligibles para ella.
El resto de estanterías de ese lado estaba lleno de piezas de alfarería. Alguno de los útiles había sido reconstruido totalmente, y muchos conservaban aún su colorido original.
Decidió guardarse uno de los puñales sujeto al cinturón, y lo tapó sacándose la camisa. Mientras lo hacía reparó en uno de los collares de una estantería de más a la derecha, estaba hecho de oro y la figura que pendía de él era una réplica exacta del grabado de las dos alas que había visto bajo el montículo dos noches atrás. Avanzó hacia ese lado y vio el busto de un varón esculpido en piedra caliza. Tras él, colgados en la pared, había una espada y un escudo de tal tamaño que le hizo pensar que habrían servido únicamente como elemento ornamental a su antiguo dueño. Bajo el busto vio un gran jarrón pintado, se agachó para verlo de cerca y en su parte delantera pudo reconocer a varios de los seres alados dibujados en color ocre. Algunos volaban mientras otros luchaban sobre tierra contra algo parecido a un pez espada gigante.
Al otro lado de la estancia había más estanterías, también llenas de objetos, y bajo ellas se podía encontrar una gran cantidad de piedras labradas.
Pero lo que más llamó su atención era un pequeño montón de hojas manuscritas que había en una vidriera. Se acercó y vio que estaba escrito en idioma Khúnar antiguo. Comenzó a leer la página que era visible desde el exterior aproximadamente desde su mitad:
“...muchos cayeron aquel día, tanto fieles como contrarios a Marduk. Deseábamos que aquello terminase antes de que el sol se ocultara y la oscuridad se cerniese de nuevo sobre nosotros, los hombres temían a lo oscuro y sus órdenes eran de no retroceder...”
Y siguió más abajo:
“...vencimos al miedo con el resonar de las trompas de la caballería y avanzamos. Eran roca, fría y rugosa roca igual a la de los muros de la fortaleza...”
El ruido que produjo la cerradura de la gruesa puerta de madera que daba al pasillo exterior la sobresaltó. Se giró y permaneció quieta, de pie, expectante.
La puerta se abrió y un hombre joven, ataviado con una túnica negra y un grueso cinturón de cuero del que colgaba la funda de una pistola, entró en la habitación seguido de una segunda persona. Raquel la miró boquiabierta, pues reconoció en ella al anciano que había encontrado en su tienda el día anterior.
El anciano ordenó al joven que cerrase la puerta y saludó a Raquel con amabilidad.
- Buenos días, señorita Öster. Madín oyó un ruido en su habitación y supusimos que habría recobrado la consciencia. Siéntese, por favor, y no se asuste, no le haremos ningún daño. Como ve, soy un débil anciano y Madín no le hará nada excepto si usted trata de atacarme o de escapar. Como también verá no la hemos atado y la hemos dejado sola en una habitación llena de armas. Por cierto, no necesitará la daga que falta en la estantería y que posiblemente lleve escondida en algún lugar bajo su ropa.
Raquel comprendió que era absurdo resistirse, y que si aquellos hombres la quisieran muerta no estaría hablando con ellos en esos instantes. Sacó el puñal de debajo de su camisa y lo dejó encima del escritorio ante el que se encontraba. Se sentó sobre él y sintió que los brazos y las piernas le temblaban.
El anciano se sentó a unos metros de ella en una silla de madera mientras el hombre joven permanecía ante la puerta con los brazos cruzados, sin perderla de vista un solo instante.
- Mi... mis amigos, qué les ha sucedido... por favor, ¿dónde están mis amigos? – preguntó Raquel con la voz temblorosa que el miedo a la respuesta que iba a recibir y el miedo a lo que su propio futuro le iba a deparar colaboraban en crear.
El anciano miró hacia el suelo durante unos segundos, irguió la cabeza y mirándola a los ojos respondió:
- Lo siento, no llegamos a tiempo, la información llegó tarde. No creímos que serían atacados durante el viaje. Solo usted sobrevivió, el resto fue tiroteado o cayó por el precipicio.
Raquel se sentó en el suelo, cruzó los brazos por delante de las rodillas y comenzó a llorar con la cabeza metida entre las piernas.
- No... mis amigos... - levantó la cabeza y miró de nuevo al anciano - ¿Porqué nos hacen esto? ¿Qué está sucediendo en este país de locos? Cinco jóvenes estudiantes con toda una vida por delante, Richard, Calvin,... eran como mi familia... ¿entiende, maldito sea?
Volvió a meter la cabeza entre las piernas y siguió llorando, susurrando los nombres de sus amigos. Oyó crujir la silla del anciano y cómo este se acercaba hasta quedarse ante ella.
- Vamos, levántese señorita Öster, aquí estará segura y podrá recuperarse. – habló el anciano con voz suave y tono casi de súplica.
Raquel alzó la vista y vio al anciano tendiéndole la mano para ayudarla.
- ¿Recuperarme? – dijo esta vez más enfadada – Usted no entiende nada, eran mis amigos, yo los quería, ¿y dice usted “recuperarme”? Quién es usted y qué es lo que hago yo aquí maldito...
No pudo seguir chillando al anciano, a quien las lágrimas le recorrían las arrugadas mejillas.
- Créame que la entiendo, Marwán era mi sobrino. Vamos, venga conmigo, ha de comer algo. Mientras tanto hablaremos, responderé a todas sus preguntas a su debido tiempo.
Raquel tomó la mano del anciano y se levantó. Este se dirigió hacia la puerta, abierta ya por Madín, y salieron al pasillo para encaminarse hacia otra estancia más grande.
En el corto trayecto entre las habitaciones Raquel no soltó la mano de aquel hombre, su suave y cálido tacto y el tener a alguien a quien aferrarse hacían que su desasosiego se diluyera aunque fuera solo levemente. No conocía a aquel hombre ni entendía la razón por la que estaba allí con él, pero su mirada transmitía serenidad y afecto.
Cuando llegaron a la puerta de la estancia, el anciano señaló con la mano abierta e invitó a Raquel a pasar en primer lugar. Era mucho más grande que la habitación donde había despertado. Al igual que en aquella, largos tapices colgaban de las paredes adornados con motivos florales, aves cinegéticas y figuras geométricas. Se trataba del mismo modo de una estancia sin ventanas. Al fondo había un gran fuego bajo sobre el cual ascendía una larga chimenea de piedra. En el centro, a unos dos metros de altura, pendía un gran escudo de bronce en el cual se distinguía la figura de las dos alas.
Se sentaron al extremo de una larga mesa de madera, cerca del calor del fuego. La temperatura era fresca ahí dentro aunque el tiempo fuese caluroso.
En poco tiempo, varias personas comenzaron a traer fruta fresca, dátiles, frutos secos y tortas de harina tostadas a la mesa. Todos ellos saludaron educadamente a Raquel y al anciano, aunque a ella le dedicaban una dulce sonrisa antes de irse.
- ¿Agua, vino, néctar de frutas? Pide lo que más te guste, te lo traerán siempre que lo tengamos. – señaló el anciano mientras tomaba un dátil en su mano.
- Agua, gracias. – respondió Raquel con agradecimiento – Perdone, no quisiera ser maleducada, pero me gustaría saber... no lo sé, quiénes son ustedes, porqué me trajeron aquí, y después...- miró hacia la chimenea, donde estaba colgado el escudo.
- No se preocupe, la comprendo perfectamente. Tenemos mucho de qué hablar, y me parece justo que sea yo quien comience a resolver sus dudas. Me llaman Sócrates, y aunque lo que va a oír a continuación le parezca inverosímil, en poco tiempo le demostraré que lo que digo es cierto y que a nuestro lado no tiene que temer por su seguridad. Lo primero que debe saber es que los hombres que les atacaron no eran simples asaltantes de caminos, sino hombres de Sólomon Vándor.
- ¿Vándor? – respondió Raquel estupefacta.
- En efecto. Señorita Öster, usted no es capaz de valorar objetivamente la importancia de su hallazgo. Nadie debe saber lo que hay allí debajo, y Vándor consideró que la mejor manera de conseguirlo es cerrando la boca de aquellos que saben demasiado, entre los que por supuesto se encontraban usted y los miembros de su equipo.
- ¿Y dónde encajan ustedes en este asunto?
- El puzzle es más complejo de lo que usted cree. Nuestra intención, tras el fallido contacto que tuvimos en su tienda, era contactar con ustedes una vez se hubiesen instalado en Daír, pero recibimos cierta información acerca de lo que iba a suceder por el camino.
Vándor ordenó retirar los controles de todo el trayecto aquel día para que sus cazadores tuviesen vía libre para realizar su cacería. Enviamos a varios de nuestros hombres y llegamos justo a tiempo de salvar aunque sea a uno de ustedes.
Raquel sintió de nuevo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, y se los secó con la manga de la camisa.
- Siento de veras lo de sus compañeros. Mis hombres trataron de salvarlos, pero era demasiado tarde. Cazamos a los hombres de Vándor, excepto a dos que consiguieron huir. También nosotros perdimos a tres amigos, aparte de mi sobrino Marwán. Pero ahora que la veo aquí, a salvo, sé que su espíritu estará orgulloso del sacrificio que realizó al conseguir entrar en su equipo y exponerse a tal peligro.
- Era un buen muchacho, trabajador y siempre dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario, lo siento.
- Su pérdida me ha causado un gran dolor, oraremos por su espíritu y por el de sus amigos esta noche para ayudarles a localizar la senda de la paz y a caminar por ella hasta la luz eterna. Bien, ahora viene la parte más difícil de explicar.
El anciano se secó las lágrimas y tomó un sorbo de vino, miró a Raquel y se remangó la camisa para enseñarle el dibujo que llevaba tatuado en el antebrazo: dos alas, parecidas a las de un murciélago, las mismas que vio en Jamna II y veía ahora en el escudo de la chimenea.
- Pertenecemos a la antigua estirpe de los Alisios, y llevamos siglos ocultando nuestra verdadera identidad. Hubo una vez en que los Alisios adquirimos un compromiso, hemos tratado de cumplirlo durante más de tres milenios, y cuando la luz de nuestra esperanza estaba a punto de agotarse una nueva llama ha hecho que esta reviva. Pero no sabemos cómo, y por eso la necesitamos.
- Vaya, Alisios... se supone que desaparecieron hace unos 2500 años bajo el yugo de los Khúnar. Si de verdad son ustedes quienes dicen podrán explicarme algo acerca de lo que vi en Jamna II. – Raquel pensó en las fotos que había revelado gracias a que Charlie había escondido el carrete, pero se dio cuenta de que estaban en el equipaje que llevaban en el coche – Tengo... bueno, tenía algo entre mis cosas, pero supongo que lo perdí todo.
Sócrates sacó un sobre del bolsillo de su toga. Era el sobre donde Raquel había guardado las fotografías, las sacó y las dejó sobre la mesa.
- Quizá se refiera a esto.
- Las recuperaron, bien. – dijo Raquel sin mucho entusiasmo. Le recordaban demasiado a sus compañeros, a la satisfacción que sintieron al saber que no se habían perdido, y ahora todos ellos habían perdido su vida por ellas o por lo que representaban.
Raquel cogió una de las fotos donde se veía una columna y la dejó ante el anciano.
- Maravilloso, es parte de la historia de nuestro pueblo. Desgraciadamente para nosotros, gran parte de ese conocimiento se perdió tras la invasión de los Khúnar.
- ¿Puede leerlo en su integridad? Ni siquiera Richard podía...
- Oh, por supuesto, se empieza de abajo y se lee dando círculos en espiral hacia arriba. Pena que la otra cara de la columna no salga en la fotografía. Los grabados de la pared pertenecen a grandes hechos en nuestra historia, no sé por dónde comenzar...
- Puede empezar por explicarme quiénes son estos tipos. – dijo Raquel, que sostenía en sus manos varias fotos que había obtenido de los seres alados – Y puede seguir hablando de la momia de esta foto, por ejemplo.
- Bien. – respondió Sócrates – Veo que es directa. Lo seré yo también. Esa momia es de quien sospecha, no se equivoca.
- ¿De Marduk? ¿Y qué hace ahí dentro? Esa construcción fue enterrada bajo toneladas de tierra, supongo que él la escogió como sepultura.
- No exactamente. Verá, no es mucha la información que tenemos sobre aquellos tiempos. ¿Recuerda los manuscritos de la habitación? Fueron encontrados en una sepultura Khúnar del siglo IV antes de cristo que pertenecía a la familia de uno de los lugartenientes de Marduk. En ellos se cuenta el final del enfrentamiento entre los Khúnar y los Alisios y lo que sucedió después. Lo que sucedió antes del final se basa en meras especulaciones.
Sabemos que la guerra contra los Alisios fue muy cruenta, y que estos causaron múltiples bajas en las filas de los Khúnar antes de ser derrotados. Tras la victoria, las disidencias existentes entre los diferentes grupos que componían el ejército Khúnar se acentuaron. Según esos manuscritos Marduk no cumplió con su compromiso de reparto de tierras, ni con su promesa de licenciar a sus ejércitos aliados.
Hasta la guerra contra los Alisios, las poderosas tropas de Marduk ejercían un gran poder disuasorio frente al resto de unidades aliadas, pero el debilitamiento sufrido por su ejército durante la última campaña pudo hacer de acicate para que los aliados se uniesen entre ellos y decidiesen un cambio de poder. Incluso alguno de los lugartenientes más cercanos a Marduk pudo haber unido a la causa de los aliados a una cuantiosa parte de las tropas mejor preparadas y más veteranas, cansadas ya de vagar por la inmensidad del continente enfrentándose una y otra vez a nuevos enemigos.
Marduk había conquistado un gran territorio, y la mayoría de las veces saqueaba y derruía hasta los cimientos los asentamientos más importantes, se le resistieran o no, únicamente para estar seguro de que a medida que avanzaba ningún peligro acechase por la retaguardia.
Muchos de los hombres que formaban su ejército eran hombres libres o esclavos provenientes de esos lugares que no habían tenido más remedio que unirse a él para seguir con vida. Algunos habían visto arder sus casas con sus mujeres y sus hijos en el interior, habían visto caer los muros de aquella ciudad donde habían pasado la mayor parte de su vida.
- Vaya, o sea que lo que conocíamos de Marduk queda corroborado por esos escritos, se tuvo que enfrentar a sus propios hombres y perdió esa última batalla.
- Eso parece, la última página que se conserva habla sobre cómo Marduk consiguió huir con unos pocos de sus hombres y se ocultó en las montañas. Su consejera, Vedira, fue muerta por los aliados y su ejército destruido. Sabemos también por esos escritos que, antes de ser traicionado, Marduk mandó sepultar el último bastión de los Alisios con su más preciado bien en su interior. Parece que ha localizado usted algo que llevábamos siglos buscando, y la aparición de Marduk en su interior es algo tan desconcertante para nosotros como para usted.
- ¿Y cómo es que siendo descendientes de una estirpe Alisia no supieron localizar antes ese bastión?
- Noto cierta incredulidad en usted, y no la culpo por ello. Pronto entenderá algunas cosas que rondan por su cabeza y para las cuáles no tiene explicación, como por ejemplo el porqué de las representaciones a tamaño natural de seres alados que doblan en tamaño a un hombre fuerte.
El conocimiento es algo fugaz si no perduran las fuentes que lo guardan. Los supervivientes del bando de los Alisios tuvieron que migrar lejos de Jamna II. Todos ellos hubiesen sabido localizarlo con los ojos cerrados aunque los hubiese dejado usted a varios kilómetros, pero, ¿y sus hijos? ¿Y los hijos de sus hijos? Puede que algunos de ellos conservasen mapas y escritos como reliquias, pero las historias contadas por sus padres tendrían cada vez más de leyenda que de historia, y las leyendas tendrían más de cuento que de leyenda.
Los escritos tienen la mala costumbre de arder en los incendios y perderse en las inundaciones. ¿Qué queda entonces para testimoniar a favor de hechos que ocurrieron en la realidad? Solo la fe, señorita, la fe en que ciertos hechos ocurrieron y en que aún estamos a tiempo de recuperar lo que casi perdimos.
Era difícil creer que aquel hombre mintiese, puede que realmente aquella gente fuese descendiente de los Alisios y lo único que quisiesen fuera recuperar sus raíces, enterradas en el fango del olvido. De todas maneras, no tenía nada que perder escuchándolo. La habían librado de una muerte segura, y era más entretenido estar donde estaba que encerrada en una habitación.
- Bien, supongamos que lo que dice es cierto. Entonces, ¿qué hacen aquí dentro? ¿Cuánto tiempo llevan ocultos aquí?
- Verá, hemos vivido en el exilio durante más de dos mil años. Nuestra gente tuvo que huir y crear un nuevo hogar en nuevas tierras. Pero aún con el paso de los años, incluso con el paso de los siglos, unos pocos siguieron creyendo, siguieron hablando nuestra lengua y siguieron conservando nuestros juramentos. Hace casi tres siglos, cinco de aquellos que nunca perdieron la fe volvieron a Daír. Lógicamente, esta no tenía nada que ver con el pequeño poblado que había existido durante el reinado de los Alisios, del que las canciones populares dan bellas descripciones.
Aquellos cinco hombres volvieron con la esperanza de localizar un emplazamiento Alisio descrito en una de esas canciones, aquella que de forma inalterada deben memorizar todos los miembros de nuestro clan.
La canción describe lugares de singular belleza de nuestra patria anterior, pero con el paso del tiempo muchos de ellos habían cambiado totalmente su fisonomía. Donde antes hubo bosques ahora había campos de cultivo, donde hubo rocas ahora se extraía piedra para la construcción de una ciudad en expansión, los ríos habían cambiado su curso y los valles se habían ensanchado.
Dos de los hombres murieron por enfermedad, y otro de ellos perdió el brazo en una escaramuza frente a bandidos que bajaban a la ciudad a incautarse de bienes ajenos.
Tras siete años de búsqueda incesante, localizaron a un granjero que decía conocer un lugar en el que había ciertas inscripciones grabadas a la entrada de una oquedad en la roca que se comunicaba con una larga chimenea natural, totalmente vertical y de paredes lisa como los cuernos de un buey, tal como describía uno de los versos de la canción. Construyeron una larga escala con cuerda y varas de duro fresno, y bajaron a través de la oquedad alumbrados por antorchas.
A unos veinte metros de profundidad, la oquedad describía una forma sinuosa que la devolvía a la horizontalidad y se hacía tan alta como para que un hombre pudiese caminar totalmente erguido. Al fondo, los restos de un grueso portón de madera precedían a una edificación subterránea, construida en una enorme galería natural.
El anciano se había levantado de su silla y caminó hacia una puerta que se encontraba al otro lado de la estancia mientras seguía contando su, a juicio de Raquel, delirante historia.
- Venga, señorita Öster, acompáñeme, me duelen las piernas al andar si me quedo sentado durante largo tiempo.
Raquel se levantó, cogió un puñado de dátiles y se dirigió hacia el anciano, que la esperaba ante la puerta. Después caminaron varios metros a través del pasillo y se detuvieron ante otra estancia.
- Dicen que una de las salas de ese lugar conserva aún grandes estalactitas, y que caen a un pequeño lago desde una altura de unos ocho o diez metros... Un maravilloso lugar donde el silencio y la paz invitan a la meditación.
Abrió la pesada puerta y entró en la oscura habitación que había tras ella. Raquel lo siguió y esperó, al ver que el anciano buscaba a tientas el interruptor de la luz.
Hacía frío y el eco de las pisadas sonaba a varios metros de distancia. Oyó el sonido que una gota de agua produce al caer en una cantidad de agua mayor justo antes de que el anciano encendiera la luz. Dos grandes focos iluminaron aquel lugar en el que un lago de unos quince metros de diámetro y verdes aguas bañaba la base de enormes estalactitas que se apoyaban sobre la pared de la galería. Eran de color blanco nacarado y formaban numerosas plataformas de las que pendían más estalactitas de diferentes tamaños. Parecían hechas de blanda arcilla y daba la sensación de que caían hacia el agua como si estuviesen siendo bañadas con nata líquida desde la parte superior.
El anciano se quedó en silencio, contemplando aquello que solo las hábiles y delicadas manos de la naturaleza podían llegar a esculpir durante miles de años de arduo trabajo.
- Los Gárgol construyeron este lugar, - dijo Sócrates casi susurrando, sin quebrar la paz que inspiraba el lugar donde se encontraban – sus seres alados, pero decidieron dejar intacto este rincón, creían que este era el lugar donde Tevunant, su creador, acudía cuando necesitaba tomar reposo y meditar.
- Gárgol. ¿Así les llaman ustedes? ¿Qué son, dioses?
- No, no son dioses, al igual que a nosotros a ellos también les tocó caminar sobre la tierra, respirar, comer y dormir. Y también sufrir.
- Y ellos construyeron este lugar, igual que fue Poseidón el que construyó los gruesos muros de Troya mientras Apolo tocaba la lira y Zeus miraba desde lo alto del Olimpo, supongo. Vuestra cultura posee una rica mitología.
El anciano no respondió. Seguía de pie frente a las estalactitas, contemplando aquello que cada día de su vida había contemplado y jamás se cansaba de ver. Sonrió mientras las miraba, giró la cabeza hacia Raquel y su semblante se tornó serio.
- Los Alisios hemos buscado nuestra ciudad de origen durante siglos. Las canciones hablaban acerca del esplendor de la ciudad que se erguía a los pies de las Torres de Tevunant, pero Jamnagar es un país con una historia muy antigua y las ruinas de poblados y torreones se encuentran por doquier. Y pensar que hemos estado equivocados durante todo este tiempo... ¡Las Torres de Tevunant no son otra cosa que los Picos Gemelos!
Ahora debe contarme lo que ocurrió allí dentro hace dos noches, el tiempo se nos echa encima y no podemos demorarnos más. Pronto anochecerá en el exterior.
Volvieron a entrar en la estancia donde varias personas, entre las que se encontraba Madín, esperaban sentadas en la mesa. Se sentaron, todos miraron a Raquel expectantes, y esta no sabía muy bien qué hacer. Nada extraordinario, aparte del hallazgo en sí, había sucedido. Comenzó a contar cómo localizaron la entrada, y relató a groso modo el camino hasta la puerta del gran salón. Sócrates acarició dulcemente su mano, y le pidió que tratase de no olvidar detalle alguno.
Raquel hizo un verdadero esfuerzo para tratar de no olvidar nada de lo sucedido. Habló sin que nadie de los que se sentaban la interrumpiese, todos escuchaban atentamente lo que ella iba narrando, y nadie pareció sorprenderse por nada de lo que dijo hasta que llegó cerca del final de su estancia en el interior del montículo. Cuando comenzó a hablar sobre el cilindro de cobre que extrajo de debajo de las manos de Marduk y de lo que encontró en su interior, aquellas personas comenzaron a hablar entre ellas en voz baja, gesticulando nerviosamente. Raquel calló y miró a Sócrates, quien miraba a su vez a la mesa acariciándose la barbilla.
- Madunar vata diván Vedira. – dijo la mujer que se sentaba ante Raquel dirigiéndose a Sócrates.
En anciano miró a Raquel y preguntó:
- ¿Había algún tipo de inscripción en el exterior del cilindro?
- No, no, solo en el interior, en el papiro que envolvía la pequeña figura de piedra que se asemejaba a uno de esos... Gárgol. Es una pena que Richard no esté aquí, él memorizó algunos de los símbolos y... y creo que copió aquellos que consiguió recordar en un papel, eran diferentes a cualquier escritura que yo haya visto antes. Supongo que lo debió guardar entre sus papeles.
Sócrates sonrió satisfecho.
- Recuperamos todo el material que llevaban en los dos coches. Sé que puede ser duro para usted pero le pediría por favor que buscase ese papel entre las cosas de su compañero, es muy importante para nosotros, la acompañaré a la habitación donde hemos dejado sus cosas.
Se levantaron de la mesa, donde los demás seguían hablando entre ellos en idioma Alisio. Sócrates y Raquel salieron de la estancia seguidos por Madín, quien guardaba unos metros de distancia respecto a ellos. Caminaron a través de un largo pasillo cuyas paredes estaban construidas en piedra caliza de forma perfectamente rectangular, estaba bien iluminado mediante múltiples lámparas y las paredes habían sido decoradas mediante jarrones, bustos, tapices y cuadros que retrataban bellos paisajes.
Raquel caminaba tras el anciano que acababa de conocer aquel mismo día, y lo único que sabía de aquel hombre era lo que él mismo había contado. Su mente, que normalmente trataba de mantener tan ordenada como sus archivos, se asemejaba más a un extenso océano de dudas que a estos últimos.
“Demasiados acontecimientos para un solo día”, pensó, “demasiadas dudas que resolver. Date tiempo y tranquilízate, así no conseguirás nada más que ponerte aún más nerviosa”
Tras pasar por al lado de varias puertas cerradas, Sócrates se plantó ante una de ellas y la abrió. Dentro, sobre una mesa de madera, estaban las cajas y mochilas que habían sido trasladadas allí esa misma mañana.
Raquel se acercó a ellas y comenzó a abrirlas para identificar al propietario de cada una. Sintió cómo el nudo que tenía en la garganta se cerraba cada vez más, haciendo que casi le cortase la respiración. Apartó la mochila que había pertenecido a Charlie para acercar la caja que había detrás, y se sintió culpable de su muerte. Ella lo había llevado allí con la mejor de las intenciones, nunca pudo imaginar lo que iba a suceder ni las terribles consecuencias que el hallazgo iba a tener, pero la muerte de aquel joven le parecía una pesada losa con la que debería cargar durante largo tiempo.
Abrió la caja y encontró la letra de Calvin en la primera de las hojas que la ocupaban. Cerró los ojos y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para contener las lágrimas. Calvin. Recordaba a la perfección el día en que lo conoció, él fue a recogerla al aeropuerto de Frankfurt, donde debía tomar juntos el avión que les llevaría a Estambul. Raquel caminaba lentamente a través del largo corredor del aeropuerto, llevaba una mochila en la espalda y dos pesadas maletas con las que a duras penas podía moverse. Un hombre alto se acercaba mirándola fijamente desde el otro extremo del corredor. Cuando estuvo cerca sonrió y se dirigió a ella:
- Tú debes ser Raquel, si no me equivoco.
- ¿El Doctor Moss?
- Efectivamente. El profesor Álbert nos advirtió acerca de tus maletas, y nos pidió que el más grande de nosotros viniese a recogerte. – respondió Calvin en tono jocoso – Vamos, deja que te ayude.
Calvin se puso la mochila en la espalda y cogió una maleta con cada mano. Caminaba con ellas como si estuvieran llenas de plumas.
A Raquel le gustó desde el primer momento, y con el tiempo llegó a creer que quizá también ella le gustase a Calvin, pero entre ellos jamás llegó a haber nada más que una profunda amistad. Trabajaron muchas veces en el mismo equipo, y quizá el miedo a crear conflictos dentro del mismo la había disuadido de siquiera insinuar lo que sentía por él.
Ahora se encontraba delante de sus pertenencias, y lo único que quedaba de él era el imborrable recuerdo que había grabado en su mente. Contuvo los sollozos y cerró la caja. Siguió buscando entre los documentos de la caja que había pertenecido a Richard pero seguía sin localizar el papel en el que este había garabateado algunos de los misteriosos símbolos.
Abrió distintas cajas y extrajo ropas de Richard de una de ellas. Una chaqueta polvorienta cayó al suelo, Raquel la recogió y comenzó a hurgar en los bolsillos. Se sentía como una ladrona, pero debía buscar ese papel. Estaba desconcertada y necesitaba respuestas. Al parecer, el anciano se las proporcionaría a cambio de que ella le proporcionase toda la información con la que contaba.
Miró hacia atrás y vio a Sócrates y Madín, quienes no la perdían de vista. Aún no confiaba plenamente en ellos, ¿y si después de que les diera lo que necesitaban hacían con ella lo mismo que los hombres de Vándor habían hecho con sus compañeros? Y si era esa su intención, ¿porqué la trataban con tanta educación y delicadeza? Al fin y al cabo, ella había visto cómo disparaban al hombre que la persiguió entre los árboles, podían haberla dejado morir y coger sus cosas después.
Aquel cúmulo de sensaciones le producía un gran malestar, y sintió la necesidad de seguir hablando con alguien para aliviarlo. El anciano tenía la extraña cualidad de conseguirlo.
- Dice usted que estamos bajo tierra, - dijo dirigiéndose a Sócrates – y que este es un lugar que muy pocos conocen.
- Así es, solo unos pocos de nosotros son capaces de localizar este lugar. – contestó amablemente el anciano.
- Y el humo de la chimenea, ¿por dónde sale? ¿Y por dónde salen ustedes si la única conexión con el exterior es el túnel vertical del que ha hablado antes?
Sócrates sonrió y dijo algo a Madín que Raquel no logró entender. Madín sonrió a su vez.
- Quiere usted saberlo todo demasiado pronto, trataré de saciar su curiosidad en la medida en que pueda. Verá, Daíria creció mucho en los últimos dos siglos, lo que antes era pradera y verde bosque es ahora el termitero que usted conoce. Hoy en día hay un edificio sobre nosotros. Supongo que se habrá fijado en la escalera ascendente que hay a media altura del pasillo, comunica con una trampilla en la superficie. Respecto al humo del fuego bajo, también es expulsado a través de la chimenea de dicho edificio.
Sé que desea salir de este lugar, que no confía en nosotros, y que cree que pertenecemos a algún tipo de secta fundamentalista con no muy buenas intenciones. Le aseguro que con nosotros estará a salvo, y en pocos días entenderá qué sucede. Por el momento no la puedo dejar salir, es peligroso para usted y para nosotros, y si existiese el mínimo riesgo de que nos delatara o que descubriese la existencia de este lugar a alguien ajeno a nuestra comunidad no tendría más remedio que, muy a mi pesar, pedir a Madín que acabase con tal amenaza lo antes posible.
- Pero tengo que salir, ir a la Facultad de Historia, necesito telefonear al profesor Álbert, yo no puedo quedarme aquí. Les agradezco que salvase mi vida pero he de irme...
Dejó de hablar al darse cuenta de que lo que decía carecía del más mínimo sentido, no la dejarían escapar de ninguna de las maneras, la existencia de aquella gente podía depender de ello, y viendo el aspecto de Madín creía al pie de la letra lo que el anciano dijo respecto a lo de acabar con la amenaza.
Se puso de cuclillas y siguió rebuscando en los bolsillos de la chaqueta de Richard tras secarse las lágrimas. Sócrates se acercó y se agachó junto a ella, la cogió de las manos y comenzó a hablar en tono suave, mirándola a los ojos:
- No debes temer a nada, nadie quiere hacerte daño aquí, solo te pido que tengas paciencia y en poco tiempo serás tú misma la que no desee apartarse de nuestro lado. Ahí fuera eres muy vulnerable, no pasarás desapercibida, y el primer lugar donde te buscarán será en la Facultad de Historia. Aquí dentro eres libre de ir a donde quieras, puedes comer y beber cuando quieras, y leer los documentos que desees.
Raquel dejó de llorar. Sócrates le cedió un pañuelo para que se sonase y siguió buscando el papel de Richard.
- ¿Y si nos encuentran aquí? ¿Y si alguien revela mi paradero? ¿Es que nunca han cogido a alguno de vosotros?
- Los Khúnar conocen nuestra existencia, pero no nos consideran peligrosos. Somos pocos y no nos metemos en sus asuntos. Solo Vándor nos da la debida importancia, se nos ha adelantado y sabe que trataremos de desbaratar sus planes, planes que ni siquiera la Asamblea de Ancianos de los Khúnar conoce. Muchos de nosotros han sido perseguidos, y algunos cayeron, pero jamás revelaron la localización de este lugar, ni ante el sufrimiento de la más larga y dolorosa de las torturas. Respecto a la estructura de este lugar, no crea que nos encontramos en una ratonera. Hay más salidas y estas son totalmente seguras, créame.
En ese momento Raquel localizó un papel doblado en el bolsillo interior de la chaqueta. Lo sacó, y cuando lo abrió vio que se trataba de lo que buscaba. Se lo dio al anciano y este se lo agradeció asintiendo con la cabeza.
- ¿Qué es? – preguntó Raquel intrigada.
- No lo sé, no entiendo estos símbolos, son más antiguos que el comienzo de nuestra historia. Quizá alguien más viejo que yo sepa descifrarlo. Ahora he de irme, Madín le ayudará en todo lo que necesite, no dude en pedirle cualquier cosa. Nos veremos mañana, que tenga una buena noche.
Sócrates se levantó y se marchó apresuradamente. Raquel volvió a dejar la chaqueta sobre la mesa. Cuando se giró, vio que solo Madín esperaba en la puerta. Se sentía fatigada, tenía ganas de acostarse.
- Supongo que no hablarás mi idioma. – dijo sin albergar mucha esperanza de que Madín la entendiese – Me gustaría ir a dormir, estoy cansada.
Para su sorpresa, Madín asintió e hizo un gesto indicándole que lo siguiera. La llevó a la habitación donde había despertado durante el día. Había comida y bebida al lado de la cama y Raquel comió algo antes de acostarse.
Madín cerró la puerta pero esta vez no lo hizo con llave, lo cual fue suficiente para que Raquel se sintiese más tranquila ya que podría salir cuando quisiera.
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