El fin de una era. Parte 4

Gílam y Atlas sobrevolaron bosques, ríos, lagos, praderas y montañas antes de divisar los ampliamente iluminados restos de Alisa. Tomaron altura para evitar ser detectados por los focos que alumbraban el cielo y constataron la presencia de multitud de hombres armados que protegían el montículo bajo el cual se encontraba la ciudadela.

Quedaba poco para el amanecer y no había un segundo que perder. Sobrevolaron la ciudad y cruzaron la Torres de Tevunant pasando por en medio de los escarpados picos. Conocían otra vía de entrada, los dos la habían utilizado unas noches antes.

Cuando se encontraban sobre el lago Odei, plegaron las alas y cayeron en picado entrando profundamente en sus gélidas aguas. Allí se encontraba el pasadizo que solo los Gárgol o un experimentado buceador podrían usar para acceder al interior de la ciudadela. Una vez cruzado el umbral de la oscura apertura que se extendía en el fondo de un lateral del lago, solo unos pocos metros los separarían de la galería sin inundar que los conduciría a Alisa a través de las cavernas.

Poco antes de llegar a la superficie, los Gárgol vieron que la gruta se encontraba iluminada. Atlas esperó en el fondo mientras Gílam asomaba parte de la cabeza. Después el Gárgol se dejó hundir y señaló el número de hombres que guardaban la entrada.

Cinco Khúnar reposaban plácidamente alrededor de una hoguera con sus armas apoyadas contra la pared, creyéndose privilegiados porque el lugar que les había sido asignado para vigilar debía ser el último por el cual alguien podría entrar al palacio enterrado. ¿Quién sabía a qué profundidad terminaba el oscuro pozo que había unos metros más atrás? El camino desde el palacio hasta el pozo estaba concienzudamente empedrado, y creyeron que probablemente se había utilizado para acarrear reservas de agua fresca a la ciudad. Nada más lejos de la realidad. Una explosión de agua hizo que sus corazones saltasen. Antes de que pudieran reaccionar, dos Gárgol atravesaron la cortina de agua que se había elevado atacándolos con rápida eficacia.

Los Gárgol caminaron con sigilo y tan rápido como la precaución les permitía a través de la gruta sin encontrar más resistencia. Cuando llegaron al final, donde una losa los separaba de la planta baja de la ciudadela, Atlas se miró las manos.

-         Hay que correr, Gílam. – dijo el Gárgol – Siento que el amanecer está muy cercano.

-         Miraré si hay guardas en el pasillo, y arrancaré las máquinas espía si es que las encuentro. Después subiremos directamente al salón del trono. No hay tiempo que perder.

Gílam escuchó las voces de varios guardas en ambos lados del pasillo. Escogió el lado derecho y cedió a los hombres de la izquierda a Atlas.

La losa dejaba suficiente espacio para que los dos Gárgol pudieran salir a toda velocidad y sorprender a los guardas, y así lo hicieron. En pocos segundos, ocho hombres yacían tumbados sobre la losa de color verde oscuro.

No encontraron cámaras en el pasillo, pero al asomarse a la siguiente galería vieron que había dos de ellas. Una enfocaba el lugar por donde los Gárgol debían seguir su camino.

-         Hay que destruir…- comenzó a decir Gílam, cuando vio que Atlas se acercaba con un enorme pedrusco en la mano – ¿Crees que le darás?

-         ¿Cuánto quieres apostar? – respondió Atlas desafiante, antes de asomar parcialmente su cuerpo y destrozar la cámara con un certero lanzamiento.

Después los Gárgol salieron al pasillo. En una de las paredes había esculpidos unos orificios que continuaban en orden hacia el techo, que sobre ellos describía una apertura por la cual se podía escalar hasta lo alto de la ciudadela sin tener que asomarse a ningún otro espacio abierto.

Sólomon Vándor preparaba la evacuación de las estatuas del resto de Gárgol del salón del trono. Varios de sus hombres preparaban los gatos y algunas cuñas que utilizarían para elevar las estatuas antes de montarlas sobre unas plataformas provistas de rodamientos. Después las ocultarían en alguna recóndita estancia junto a los restos de Marduk y con algo de suerte podrían desviar la atención de los Ancianos hacia otro lado.

Había llevado consigo el cilindro que contenía la pequeña figura de un Gárgol y el Papiro de Lothamar, y trataba en vano de descifrar alguno de los caracteres que estaban escritos en él cuando un guardia, sobresaltado, bajó a trompicones las escaleras de la tarima donde se había encontrado la momia de Marduk.

-         ¡Señor, señor! – gritó el guarda con la respiración entrecortada – ¡Es una de las cámaras del nivel inferior, señor, ha dejado de funcionar!

-         ¿Has tratado de comunicarte con los guardas que vigilan ese nivel? – preguntó Vándor no pudiendo evitar que la noticia le inquietase.

-         Sí, señor, y nadie ha respondido a la radio…

Vándor comenzó a plegar el Papiro de Lothamar con cara de preocupación.

-         Está aquí. – dijo – Krámer ha fallado.

Después corrió y llamó a los centinelas para ordenarles que reunieran al máximo número posible de hombres en torno a la puerta, pero los guardas fueron abatidos por sendas dagas que surcaron el aire antes de que pudiesen terciar palabra alguna.

Vándor observó la escena con terror, se giró rápidamente buscando el detonador que había al final del cable que venía desde la puerta de la estancia  y vio que estaba en el suelo, a menos de dos metros de donde se encontraba. Se tiró al suelo cogiéndolo mientras oía unos pesados pasos que se acercaban a una velocidad de vértigo hacia la puerta, y accionó la palanca.

La pequeña carga de dinamita que había sido situada bajo las columnas de la puerta hizo explosión justo cuando Gílam y Atlas la atravesaban, haciendo que parte del muro y del techo se derrumbaran. Vándor vio cómo la onda expansiva lanzaba a Gílam por los aires, haciendo que chocara primero contra una columna y después contra la pared, dejándolo totalmente aturdido.

La tenue luz del amanecer invadió el comienzo de la estancia penetrando entre la densa nube de polvo que se había levantado. Entonces Vándor observó atónito cómo no era solo la luz la que atravesaba la nube, pues la figura de otro Gárgol surgió del centro de la polvareda y se acercaba a toda velocidad mirando fijamente al papiro que el Khúnar sostenía en su mano.

Vándor, recostado en el suelo entre trozos de madera ardientes que provenían de los andamiajes que los Khúnar habían hecho levantar a los lados de la puerta, lanzó instintivamente el papiro sobre una humeante llama que había en un lado desviando así la trayectoria del Gárgol.

Atlas, cuyos músculos comenzaban a tensarse por la llegada del amanecer, saltó hacia delante cogiendo el papiro justo cuando caía sobre la llama. Antes de convertirse en piedra pudo ver con desesperada impotencia cómo su brazo, totalmente rígido, sostenía el papiro que estaba siendo ya pasto de las llamas.

-         ¡Dos! – gritó Vándor entre una risa floja – ¡Son dos!

Y miró con satisfacción al cada vez más azulado cielo que filtraba su luz a través del boquete abierto en el techo del palacio.

-         ¡Con dos Túgmot me es suficiente! – rió – ¿Para qué arriesgarme a tratar de controlar a casi seis decenas de ellos cuando casi no puedo atrapar a dos de esos poderosos dioses alados? ¡Al diablo con el maldito papiro!

En aquel justo momento Názar entró en la estancia por entre los pedruscos que el derrumbe del muro había dejado y miró horrorizado al Gárgol que sostenía un humeante pedazo de ceniza en su mano extendida. Se acercó a Vándor y le ayudó a levantarse con cara de consternación.

-         No te preocupes Názar, todo ha salido bien…- trató Vándor de tranquilizar a su fiel lugarteniente.

Miró en el interior del cilindro metálico donde había estado el papiro, extrañado porque la pequeña figura de un Túgmot había dejado de chocar contra las paredes, lo abrió y solo un montón de polvo negro cayó al suelo. Después se irguió y se sentó al lado de la estatua de Gróndel, mientras Názar se mantenía en pie a su lado.

-         ¡Ahí detrás hay otro, amigo, eran dos! – dijo señalando al montón de piedras tras las cuales Gílam, quien a juicio de Vándor debía estar petrificado al igual que su compañero, se hallaba casi recuperado del terrible impacto.

El Gárgol había visto arder al Papiro de Lothamar en la mano de Atlas, y lamentó  haber sido alcanzado por la explosión. De no haber sido por ello se hubiese hecho con el papiro y no le hubiese costado mucho acabar con los Khúnar y ocultarse hasta el siguiente anochecer.

Ahora todo estaba perdido, después de haberlo tenido tan cerca de sus manos. Se recostó y miró atentamente al mural que mostraba la pared que tenía enfrente. En él podía verse a sí mismo sosteniendo a Erin, aún infante, sobre sus hombros, mientras Atlas permanecía a su lado. Nada diferente de lo que había visto días atrás… ¿O quizá sí?

En el grabado policromado para el cual ambos Gárgol habían posado hacía ya más de dos milenios, los dos portaban los anillos que Gróndel les había entregado como premio tras haber superado su periodo de aprendizaje y entrenamiento, anillos que sólo ellos dos entre los Gárgol portaban.  Pero a diferencia de los anillos que tanto Gílam como Atlas portaban en la actualidad, la piedra que coronaba  ambos objetos en el mural de la pared había sido pintada en un color blanco nacarado.

Gílam sacó su mano del montón de piedras sueltas en el que se encontraba enterrada, miró a la oscura pieza de piedra que portaba su anillo, y los recuerdos ocultos en los más recónditos lugares de su mente comenzaron a pasar ante sus ojos como si los estuviera reviviendo en aquel mismo instante.

Recordó que no había sido tan sencillo obtener los anillos cuando Gróndel dio por terminado su aprendizaje. El maestro aseguró que los anillos, de los que las leyendas decían que portaban dos de las auténticas escamas del propio Tevunant, no les pertenecerían hasta que no consiguiesen arrebatárselos de su mano. Diez noches fue el tiempo que tardaron Gílam y Atlas en capturar a Gróndel y obligarle a que abriese su mano, solo para constatar que los anillos no se encontraban ahí. El maestro rió a carcajadas ante la incomprensión de sus alumnos. Después abrió el pequeño bolsillo plano que llevaba su ancho cinturón de cuero y extrajo los trofeos que los jóvenes Gárgol habían ganado justamente.

-         A veces las cosas no son lo que parecen, mis buenos aprendices. Incluso vuestros propios ojos pueden llegar a engañaros. Los he tenido en este mismo bolsillo durante las últimas noches, en las que habéis creído a pies juntillas que los portaba en la mano que tenía permanentemente cerrada.

Después introdujo uno de los anillos en el dedo corazón de la mano derecha de cada uno de los aliviados Gárgol.

Tratando de extraer las pocas fuerzas que el amanecer no había conseguido robarle aún,  Gílam recordó también las últimas vivencias que compartió con su maestro poco antes de que el hechizo del Papiro de Lothamar apresase a los Gárgol por más de dos mil años.

Názar vio cómo de entre los escombros surgía el segundo de los Gárgol, apoyaba sus pies en la pared y tomaba impulso dirigiéndose directamente al lugar donde él mismo se encontraba junto a Vándor.

El color del ser alado que se acercaba a la velocidad de un tren de carga a plena máquina fue cambiando a un tono marronaceo mientras extendía la mano hacia Názar. Después el peso venció a Gílam, a quien la inercia hizo cubrir a rastras los últimos metros. Su mano quedó a escasos centímetros de la cadera del asustado lugarteniente de Vándor, quien dio un paso atrás y se asustó más aún al chocar contra la estatua de Gróndel.

Vándor celebró su victoria con una sonora carcajada, mientras Názar encendía un cigarrillo con las manos más que temblorosas.

-         Te has librado por poco, ¿eh Názar? – rió Vándor – ¡Te podía haber atravesado las tripas con esa enorme mano!

Názar asintió sin mediar palabra mientras aspiraba otra bocanada de humo.

Solo entonces, con los Gárgol convertidos en rígida y dura roca, el resto de los Khúnar que había en el salón del trono se atrevió a acercarse.

-         ¡Vamos, espabilad! – gritó Vándor con júbilo – ¡ Hay mucho trabajo que hacer aún!

Después comenzó a organizar las tareas de cada uno de sus hombres con una alegría nada habitual en él.

-         Había preparado una jaula para cuando lo capturásemos en la pequeña estancia que hay bajo la tarima, ahora veo que habrá que acomodar a un nuevo Túgmot en sus aposentos.

-         Las jaulas no aguantarán cuando despierten, señor. – opinó uno de los Khúnar.

-         Lo harán cuando conectemos la electricidad a los barrotes, vaya si lo harán. – respondió Vándor demostrando que esta vez lo tenía todo bien atado – Aún así, cinco hombres los vigilarán durante toda la noche armados con fusiles de dardos. He mandado cargar el triple de dosis de sedante que usó el estúpido de Krámer en cada uno de sus proyectiles. No podrán escapar. Yo me encargaré de nuestros dos nuevos aliados, Názar, y después acudiré a recibir a la Comisión de Ancianos a Daír. Mientras, montad los raíles para transportar a los otros Túgmot al otro lado del pasillo. Luego haced lo que queráis con ellos, ya no los necesito.

-         Sí, señor Vándor. – respondió Názar, quien aún no se había quitado el susto de encima.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top