Alisa, ciudad de hombres y Gárgol. Parte 4
Tres días después, el ejército de Alisa se apostaba al lado opuesto de la llanura donde se abría el paso de Éndor. A los dos lados de la llanura, las dos empinadas laderas cubiertas de bosque resultaban impracticables para la batalla.
Al frente, a unos cinco estadios de distancia se divisaban las paredes verticales que formaban la entrada al desfiladero. Sobre ellas habían empezado a tomar posiciones los arqueros que formaban la avanzadilla del ejército comandado por Mukán, quien a estas alturas estaría prevenido acerca de la presencia del ejército de Alisa al otro lado de la llanura.
Los restos de dos antiguos torreones de defensa a la entrada del desfiladero fueron testigos de la llegada de las primeras tropas de infantería ligera de Mukán. Vestían túnicas oscuras de piel que llegaban hasta encima de la rodilla y llevaban botas de cuero hasta media caña. Del grueso cinto de cuero colgaba una espada larga. Con una mano sujetaban una pica de cuatro o cinco codos de longitud y portaban un escudo de mimbre en el otro brazo. La única pieza de bronce en su vestimenta era un casco redondo en cuya parte superior sobresalían cuatro puntas que simulaban las garras de un oso.
Tras ellos salieron casi tres centenares de hombres más, el primero de los cuáles portaba el estandarte de Marduk, la cabeza de un oso con las fauces abiertas.
Hacía al menos una hora que el ejército de Alisa había formado, aunque los hombres permanecían sentados y los jinetes no montaban aún sus cabalgaduras. En total se podían contar unos 15.000 soldados de infantería pesada que formaban la disciplinada falange. Esta estaba formada por múltiples facciones de 16 columnas de 16 hombres de profundidad. Cada hombre portaba un escudo circular de madera cubierto por una plancha de bronce en la parte anterior. Este escudo iba unido al antebrazo izquierdo mediante dos bridas de cuero, por lo que el soldado tenía las dos manos libres para poder sujetar una pica de cuatro o cinco metros llamada sarisa, que sobresalía menos de medio metro por la parte posterior del hombre que la portaba y llevaba un contrapeso en el extremo para que pudiera ser llevada con facilidad. Los hombres de las cuatro líneas frontales de la falange apuntaban hacia el frente con su sarisa y los de las líneas posteriores iban subiéndolas gradualmente, dando a la falange el aspecto de un gran erizo y protegiendo a los hombres del impacto de piedras o flechas.
El atuendo de estos soldados se completaba con un casco de bronce, una coraza de varias capas de lino y unas grebas de bronce que llegaban a cubrir la rodilla. En el cinto portaban una espada por si el combate cuerpo a cuerpo se hacía inevitable.
Frente a la falange, formando la primera línea, 2.500 honderos serían los encargados de ser los primeros en castigar al enemigo arrojando bolas de plomo del tamaño de huevos de gallina a más de un estadio de distancia.
Los flancos de la falange, único lado por el que el enemigo podría romper fácilmente las organizadas líneas de hombres, estaban cubiertas por la caballería pesada y la infantería ligera. La caballería pesada usaba caballos de más de 800 kilogramos de peso, y 3.500 de ellos formaban a cada lado de la falange. Tras ellos, 10.000 soldados de infantería ligera se encargaban de cubrir los espacios vacíos.
A la derecha de toda la formación, Erin comandaba la caballería ligera, la más móvil y veloz de las partes que formaban el ejército. En total, 3.000 caballos de 450 ó 500 kilos estaban dispuestos a viajar rápidamente al lugar de la batalla donde más necesarios eran.
Erin había escogido una coraza de lino para la ocasión, más ligera y flexible que la coraza de hierro o de bronce. Portaba un casco que cubría la cabeza, nuca y partes laterales de la cara, y que estaba coronado por una cresta longitudinal realizada con crin de caballo negra. Grabadas en su escudo, las Torres de Tevunant ascendían hacia el cielo que surcaba un fiero dragón que escupía fuego por la boca y los ollares.
Góntar prefirió la negra coraza de hierro adornada con hebras de oro que había pertenecido a su padre. Era más pesada que la coraza de Erin, pero Góntar suplía esa desventaja con su desmesurada corpulencia. A él le correspondía dirigir la falange.
A media tarde, según había previsto Erin, casi la totalidad del ejército Khúnar había salido a la llanura. El mismo Mukán ordenaba las líneas para el combate. Decenas de miles de hombres formaban en perfecto orden tras una línea de carros de combate. A los lados, miles de jinetes esperaban la orden de ataque.
Erin espoleó a Tempestad y pasó por delante de toda la línea que formaba el ejército de Alisa portando el estandarte que llevaba el mismo dibujo que su escudo. A su paso, los hombres hacían rugir a sus gargantas.
Al otro lado de la llanura, un comandante de caballería se acercó a Mukán, quien sonreía con satisfacción montado sobre su carro de combate.
- ¿Es este el poderoso ejército de Alisa? Nuestra llegada ha debido provocar una grave epidemia de disentería, a juzgar por el minúsculo tamaño de sus tropas. ¿Qué debo hacer, gran Mukán?
- Déjales que tomen la iniciativa. Destrozaremos sus falanges con los carros de combate. Una vez desestabilizada su línea tu caballería los barrerá igual que hace el viento con la hojarasca. La infantería se encargará de la carroña restante.
Erin llegó a la posición de Góntar y bajó de su caballo para darle las últimas órdenes.
- Son casi cuatro hombres por cada uno de nosotros, Erin, el primer choque de líneas será muy duro. – admitió Góntar.
- ¿Cuatro a uno? Más vale que actúes rápido o quizá te queden solo tres, yo no pienso parar tras el cuarto enemigo abatido.
- Ni siquiera ahora pierdes el ánimo, compañero. Espero que al amanecer me cuentes otra de tus tonterías.
- Venceremos, Góntar. Mira a nuestros hombres, puedo leer su valor en sus miradas y las ganas de combatir en la tensión de cada uno de los músculos de su cuerpo.
- No temo por nuestros hombres, ni siquiera por mí mismo. Temo por ti, no te metas allí de donde no puedas salir.
- ¿Porqué no, si sé que vendrás a sacarme?
Los dos Alisios se agarraron el antebrazo mutuamente y después Erin volvió a montar sobre Tempestad para dirigirse al frente de la caballería ligera. Desde allí ordenó avanzar a los honderos. Estos se adelantaron hasta el lugar de donde podrían crear una lluvia de bolas de plomo sobre el enemigo sin ser alcanzados por las flechas de sus arqueros y esperaron la orden de Erin. Cuando este alzó el estandarte, comenzaron a disparar con sus hondas de cuero.
El enemigo jamás creyó que desde aquella distancia alguien pudiese hacer llegar proyectil alguno sobre él. Los hombres se cubrieron con los escudos pero los ovalados artefactos atravesaban muchos de ellos casi sin dificultad, desgarrando la carne de los soldados que los portaban.
Viendo lo que sucedía, Mukán adelantó sus planes y ordenó el avance de los carros de combate, tirados por dos pesados caballos y desde los que tres hombres lanzarían picas al enemigo.
Los honderos de Alisa retrocedieron a toda velocidad hacia su falange, que ya había comenzado a moverse. Las cuatro líneas frontales se separaron del resto avanzando a una mayor velocidad. Su presencia evitaba que los aurigas de los carros de combate que se acercaban a gran velocidad vieran lo que sucedía en el espacio que había quedado entre líneas. Allí, cientos de hombres portaban rampas de madera de unos dos codos de altura que colocaban en diferentes líneas.
Los honderos se abrieron hacia los laterales, conscientes de que no eran el objetivo principal de los carros, aunque muchos cayeron bajo sus ruedas cubiertas de afiladas cuchillas que salían hacia los laterales.
Cuando los temibles carros de combate iban a alcanzar a la falange, esta abrió sus líneas minimizando los daños sufridos. Los aurigas de los carros, tras rebasar las primeras líneas, encontraron el espacio vacío donde cientos de rampas hicieron volcar a la mayoría de los carros. Muchos de los que no cayeron tuvieron que reducir su velocidad, convirtiéndose en presa fácil para las sarisas del erizo. La infantería ligera, penetrando por los costados, se encargó de los soldados de los carros volcados y de aquellos que se habían detenido para tratar de dar la vuelta.
Para entonces, y viendo el desastroso resultado de su primera acción, Mukán había enviado a su caballería contra la falange. Esta última avanzó rebasando las rampas de madera y se reorganizó rápidamente para hacer frente al inminente choque, algo que no llegó a suceder pues la caballería pesada de Alisa creó una línea de defensa que consiguió frenar a la numerosa pero ligera caballería Khúnar.
La falange, situada a un estadio escaso tras la línea de caballería, formó en cuña a la orden de Góntar y avanzó tan rápido como pudo. Delante de ella, la caballería de Alisa comenzaba a ceder ante la aplastante superioridad numérica de la caballería ligera Khúnar.
Cuando el pico de la cuña que formaba la falange se acercó, la caballería de Alisa comenzó a retirarse hacia los lados aprovechando el hueco que dejaba dicha formación en cuña. Las sarisas penetraron en la estacionada caballería Khúnar como hacen las olas del mar en un castillo de arena construido en la orilla misma.
Mukán observó sorprendido cómo de los bosques laterales miles de hombres salían gritando y atacaban la retaguardia de su caballería.
La caballería y la infantería ligera de Alisa empujaban a sus adversarios hacia el centro de la llanura, donde las sarisas de la falange que avanzaba hacia ellos los diezmaba sin piedad.
Alisa aguantaba el primer envite y había logrado que el atardecer estuviera más cerca.
Erin observó desde la retaguardia el movimiento de las numerosas tropas de reserva de Mukán. Se reorganizaban para cambiar de estrategia. Quedaba más de una hora para la caída del sol y no había que dejar que el enemigo tomase la iniciativa. Erin cedió el estandarte a uno de sus compañeros y avanzó unos metros. Llamó a varios jinetes que portaban largas tubas de metal e hizo que se pusieran a su lado. Seguidamente sacó la espada de su funda y alzándola en lo alto habló a sus hombres de esta manera:
- ¡Vamos, jinetes de Alisa, vayamos a aporrear las puertas del infierno y veamos si el demonio es tan fiero como dicen!
Salió a galope hacia el campo de batalla. A su lado las tubas resonaron en son de combate. Tras él, el ensordecedor ruido de miles de jinetes aullando como lobos y rugiendo como leones.
Al sonido de las tubas, la parte central de la falange abrió sus líneas para dejar paso a los jinetes, que arrasaron a la infantería que Mukán había enviado en ayuda de su maltrecha primera línea.
Desde donde se encontraba, el general de los Khúnar no era capaz de creer lo que sus ojos veían, y tuvo que frotárselos varias veces antes de poder constatar que la caballería enemiga avanzaba a galope tendido hacia su posición, el corazón mismo de su ejército.
Los caballos Alisios avanzaron entre la lluvia de flechas y chocaron contra la línea de defensa Khúnar. Allí se entabló una lucha encarnizada. El propio Mukán bajó de su carro y pidió que se le trajera su caballo de combate para incorporarse a la batalla. Tomó la mayor parte de jinetes que quedaba en su ejército y avanzó hacia la posición de Erin, quien a su vez avanzaba con decisión hacia su oponente seguido por sus hombres.
Góntar cedió el mando de la falange a su segundo y corrió como loco a intentar coger un caballo. Un hombre le acercó un caballo ligero cuyo jinete había caído.
- ¡Ese no, desgraciado! – gritó mientras buscaba alrededor – ¿Acaso quieres que su barriga toque el suelo cuando me suba? ¡Es él quien tiene que cargar conmigo, y no al revés!
Otro hombre le acercó un robusto caballo tordo que fácilmente alcanzaría los 900 kilos. Góntar gritó con satisfacción y subió en él con agilidad. Miró hacia la posición de Erin y vio cómo poco a poco estaba siendo rodeado por los jinetes de Mukán.
- ¡Tubas, tubas! – gritó furioso – Tocad carga de caballería! ¡Dadme tiempo, dioses, ese hombre es el alma de nuestra ciudad!
Salió a galope tendido seguido por varios cientos de jinetes e hizo que su grupo se dividiese atacando a los jinetes que se situaban en los flancos del grupo comandado por Erin.
Mukán era consciente de que la falange Alisia, cada vez más cerca de su posición, volvería a hacer mella en sus líneas. Decidió retrasar la posición de sus tropas y acercarse a la base de los acantilados. Sobre ellos, cientos de arqueros esperaban a que las tropas de Alisa se acercasen.
Pero lejos de hacer tal cosa, Erin retrasó también sus líneas. El sol estaba a punto de ponerse y permitió que sus tropas, que habían luchado con valor, descansaran durante unos minutos. La figura de un gigantón se acercaba a él a paso ligero. Góntar parecía aún más grande vestido con su armadura y realmente enfadado.
- ¡Eres un loco! ¡Nos has puesto a todos en peligro! - llegó al lado de Erin y lo abrazó de la misma manera en la que lo haría un oso – Un día de estos harás que te maten!
- ¡Como no dejes de apretarme lo harás tú, grandullón! Vamos, aprovechemos el descanso para tomar un poco de aguamiel, no tendremos mucho tiempo hasta que el combate se reanude. El Cilindro de Rávenor comenzará pronto a sonar y esta vez atacaremos con todas nuestras fuerzas.
En la parte posterior del ejército, los hombres destaparon un enorme cilindro de bronce que pendía de dos gruesas sogas en lo alto de un carro tirado por seis caballos. Se trataba de un cilindro hueco de unos siete codos de longitud y dos de diámetro. Su superficie se encontraba ricamente decorada con motivos culturales Gárgol excepto en la zona central. A los dos lados del cilindro, dos corpulentos hombres preparaban las mazas con las que lo golpearían en esa zona lisa y de pared más gruesa.
Con los últimos rayos del sol bañando la llanura, los hombres comenzaron a golpear el cilindro de manera rítmica, el uno tras el otro.
El ejército de Alisa comenzó a formar de nuevo en perfecto orden, con la falange en el centro y sus flancos cubiertos por la caballería y la infantería.
Mukán desplegó varias líneas de arqueros ante sus tropas y ordenó a miles de ellos escalar el acantilado para prevenir un ataque frontal de las tropas de Alisa. La única manera que tenía de vencer este combate era perforar la falange y atacarla por la retaguardia, o bien eliminar la cobertura en uno de sus flancos.
Muy cerca del lugar, seis decenas de temibles guerreros alados habían abandonado las grutas que ocuparon durante el día y se congregaron en un claro del bosque. Los Gárgol yacían de pie en torno a su rey. El sonido metálico del Cilindro de Rávenor inundaba el valle y se distinguía perfectamente desde su posición.
Odnumel extrajo a Orlon, la espada que envainaban los reyes Gárgol desde tiempos inmemorables, forjada más de cien veces por el propio rey que la empuñaba, y la sostuvo en alto mientras comenzaba a recitar la Canción de Tevunant. Todos los Gárgol sin excepción la recitaban al unísono en los momentos previos a cualquier batalla:
Despierta, Tevunant, tú que descansas en el sueño eterno
Exhala tu aliento sobre nuestros corazones para darles valor ante el enemigo
Baña nuestros brazos con tu fuego para darles vigor en la batalla
A cambio te ofrecemos nuestras almas,
si es tu deseo reclamarlas esta noche a tu regazo
¡Honor, valor, sangre y fuego!
Alzaron en alto sus armas y emitieron un rugido ronco que surcó el valle hasta alcanzar a las tropas de Mukán. Sus hombres se estremecieron. El propio Mukán tuvo que galopar por el frente de sus tropas alzando el estandarte de Marduk para infundirles valor. La falange Alisia había comenzado a avanzar al ritmo del sonido del cilindro, por lo que alzó el brazo para que sus arqueros se preparasen para la descarga de flechas. Alzó la vista hacia el borde del acantilado cuando se comenzaron a escuchar tremendos gritos que provenían del mismo. Los hombres caían al precipicio por docenas.
El panorama era desolador para los hombres que se habían apostado en lo alto, enormes seres provistos de pesadas armas y corazas de hierro aterrizaban entre sus filas causando bajas a una velocidad pasmosa. La velocidad a la que se movían y la fuerza que empleaban hacían que los hombres tuviesen la absoluta certeza de que se enfrentaban al ejército del mismísimo señor de las tinieblas.
Los Gárgol tenían la costumbre de actuar en pequeños equipos que sembraban el miedo y la confusión allí donde hacían aparición.
Órador aterrizó entre un grupo de hombres que habían desenvainado sus espadas al ver a cuatro Gárgol tomando tierra a medio estadio de distancia y que trataban de organizarse para realizar un ataque conjunto. Ensartó al primero que trató de atacarle en el pincho que llevaba en el centro de su escudo e hizo volar al segundo mediante un golpe asestado con su pesada hacha de combate de doble filo. Un tercer hombre saltó sobre él y quedo clavado en los cuernos del casco del Gárgol, quien se zafó de la ligera carga con una sacudida de cabeza y cuello. A su lado aterrizaron Lémik, Kan y Skólem, quienes se abrían paso entre los hombres de Mukán a base de mandobles de espada.
Odnumel había teñido el filo de Orlon con la sangre de más de veinte enemigos en apenas minuto y medio cubierto por Gróndel, Érlik y Rédner, constituyendo el grupo de Gárgol con más experiencia. Sus espadas de hierro templado cortaban los escudos de mimbre y bronce como si de papiro se tratasen, y las picas y espadas de aquellos que trataban de interponerse en su camino no parecían más fuertes que juncos o paja.
Al otro lado del paso de Éndor, el enemigo caía ante Atlas, Amos y Sitas comandados por Gílam. Atlas alzó una roca de más de cincuenta kilos y la lanzó con fuerza abriendo un canal entre un grupo de unos sesenta hombres que avanzaba hacia ellos. Aprovechando la desorganización, Gílam entró entre ellos despedazándolos con su espada.
A unos pocos metros, un hombre lanzó una pica contra Ocatras, quien la cogió en el aire y la envió de vuelta hacia su propietario. La pica lo atravesó e hizo lo mismo con el hombre que estaba tras él. Atian, Belos y Solmos completaban el grupo de Gárgol más jóvenes e impetuosos.
Varios grupos más de Gárgol abrían grandes huecos entre las sorprendidas tropas de hombres de lo alto del acantilado.
Mientras, los miles de hombres que escalaban la pared camino a la cima no tenían por delante un futuro mucho más claro. Varios Gárgol aparecieron de la oscuridad del cielo y los hacían caer al vacío realizando pasadas cerca de la pared. Ascendían utilizando la fuerte corriente como medio y volvían a caer en picado empujando a cuantos hombres se topaban en su camino.
Mukán no veía bien lo que sucedía en su retaguardia pero la orden de descarga de saetas que ahora señalaba mediante una antorcha no era cumplida. La falange se encontraba cada vez más cerca y decidió atacar con todas sus fuerzas. Montado sobre su caballo de combate, dirigió el avance hacia el ala izquierda de la línea de combate Alisia, donde Góntar coordinaba la acción de la falange y la infantería ligera.
Al otro lado, la caballería atacaba el flanco cubierto por los hombres de Erin. La caballería pesada Alisia trató de hacer de muro de contención y alivió en parte el choque frontal contra el enjambre de caballos de los Khúnar. Erin ordenó que sonasen las tubas y atacó con todas sus fuerzas para tratar de empujar de nuevo al enemigo hacia el centro de la llanura, donde este encontraría las temibles púas de la falange.
En el lado opuesto, donde Mukán había iniciado el ataque personalmente, las cosas no iban tan bien para los Alisios. Los Khúnar habían rebasado la línea formada por la caballería de Alisa y se enfrentaban a la ágil infantería ligera.
Góntar ordenó a las últimas líneas de la falange en ese lado que abandonasen las sarisas y se dirigiesen junto a él a cubrir el flanco que tanto peligro corría. La infantería Khúnar había acudido en masa a aquel lado y empujaba a la infantería de Alisa, quien a pesar de la inferioridad numérica luchaba con tenacidad y hacía sudar sangre al enemigo por cada metro conquistado. Góntar llegó al frente seguido por mil hombres y consiguió frenar el avance de los Khúnar. Un lugarteniente se acercó a él y le sugirió que ordenase a las tubas pedir ayuda al flanco de Erin. Trescientos jinetes viajaron veloces por detrás de la falange a apoyar a Góntar y consiguieron estabilizar la línea definitivamente, aunque no estaba claro durante cuánto tiempo aguantarían.
Mukán espoleaba a sus soldados, quienes viendo el valor y arrojo de su general atacaban con saña a los hombres de Góntar. Este se adelantó y abatió a varios hombres, llamando la atención de Mukán.
Góntar avanzaba junto a varios hombres cuando vio a un jinete galopar directamente hacia él con una pesada pica lista para ser lanzada. Mukán envió la pica directamente hacia el cuerpo de Góntar a gran velocidad. Pocos hombres tenían la suficiente fuerza como para portar un escudo de hierro durante largo tiempo en un campo de batalla, pero Góntar era uno de ellos. La pica, cuya cabeza era de bronce, asomó por detrás de su escudo y se quedó a escasos centímetros de su torso. Góntar sonrió con satisfacción y golpeó con su espada las extremidades anteriores del caballo que ya casi se encontraba encima de él tras esquivar el mandoble de su jinete, quien cayó estrepitosamente junto a su montura.
Mukán se levantó y se acercó a Góntar armado con porra y escudo. Los dos hombres, que probablemente eran los de mayor corpulencia de cada uno de los bandos, establecieron un duelo titánico. Góntar había tenido que cambiar su escudo por otro de bronce que tomó del suelo, el cual quedó destrozado rápidamente bajo los golpes de la porra de su oponente. Retrocedió unos pasos, arrojó el maltrecho escudo y la espada y extrajo el hacha de combate que portaba en su espalda, unida a su coraza mediante cinchas de cuero que se soltaban a la altura del pecho y del estómago. Mukán aceptó el desafío y se deshizo del escudo. Se enfrentaron mediante todo tipo de golpes, usando sus armas, puños, antebrazos, codos y rodillas. Ninguno de los hombres que había a su alrededor se atrevió a interferir en el duelo y lucharon durante más de un cuarto de hora. Al final, Mukán desplazó su porra de un lado a otro para tratar de acertar en el costado de Góntar. Este lo esquivó y con un movimiento circular clavó el filo de su hacha en el hombro de aquel noble enemigo. El corte profundizó hasta la mitad de su pecho e hizo que la sangre saliese expulsada por su boca manchando el casco y la armadura de Góntar. Exhausto por el esfuerzo, varios hombres locos de alegría lo acompañaron a la retaguardia.
Los hombres de Mukán retrocedieron en primera instancia al ver caer a su líder, pero pronto fueron azuzados de nuevo por su segundo al mando, quien recuperó el cuerpo de Mukán de manos de los hombres de Alisa y tomó las riendas del ataque.
Mientras, Erin conseguía a duras penas empujar a sus oponentes hacia las púas de la falange. Un nuevo llamamiento de ayuda llegó desde el otro lado, pero no eran muchos los hombres de los que podía desprenderse sin dejar su frente desprotegido. La visión de multitud de sombras surcando el aire lo tranquilizó. Los Gárgol habían finalizado su trabajo en lo alto del acantilado y se disponían a efectuar su entrada en el campo de batalla en el que se había convertido la llanura.
Atlas y Gílam fueron los primeros en caer sobre los Khúnar. Su mera presencia les hizo retroceder, pero detrás de ellos habían tomado tierra Odnumel, Gróndel, Érlik, Rédner, Amos y Sitas. Ocatras y Órador atacaron la retaguardia junto a sus equipos y en pocos minutos todos los Gárgol acudieron a la zona donde la integridad de la línea de defensa corría mayor peligro. Abrieron huecos en aquellos lugares donde los hombres estaban más cansados, y entre quince de ellos formaron una improvisada primera línea de falange con sarisas de cinco metros con la que barrían literalmente al enemigo donde más concentrado se encontraba.
Incluso Góntar, algo más recuperado, volvió a la primera línea de combate cuando vio llegar a los Gárgol.
Para esas alturas, miles de Khúnar huían a través del paso de Éndor, hombres que sin un guía que los liderase difícilmente volverían a formar un ejército que quisiese enfrentarse de nuevo a Alisa.
El Cilindro de Rávenor dejó de sonar y la alegría se hizo dueña del ejército de Alisa. Miles de gargantas coreaban sones de victoria a la vez.
Erin corrió a felicitar a sus hombres. Bajó de su montura y se internó entre ellos, quienes lo cogieron en brazos y lo lanzaron por los aires varias veces. Cuando llegó al otro lado de la llanura, encontró a los Gárgol y a los hombres ayudando a los heridos. No veía a Góntar, miró hacia todos los lados y por fin lo vio sentado junto a Gílam y Atlas. Estaba hecho unos zorros pero estaba vivo y la alegría estaba patente en el gesto de su cara. Corrió a sentarse junto a sus amigos, que ya se disputaban el honor de ser aquel que había realizado la mayor de las gestas.
- ¡Yo maté por lo menos a diez de una pedrada!- decía Atlas.
- ¡Eso no es nada, - contestó Ocatras – Belos y yo lanzamos un caballo muerto desde lo alto del acantilado y cayeron por lo menos el doble!
- ¡Vosotros jugáis con ventaja, - protestaba uno de los soldados de Alisa – nosotros arrebatamos a los Khúnar el cuerpo de su jefe y dimos muerte a su segundo!
Entonces Odnumel hizo aparición por detrás del grupo de hombres que descansaban junto a Gróndel y Órador.
- Ninguno de vosotros merece mayor consideración que un hombre en esta noche.- dijo mirando a los Gárgol, y mirando a los hombres prosiguió- Habéis luchado como nunca antes había visto luchar a los hombres, y sin duda hoy debemos hacer referencia al valor mostrado por uno de vosotros.- se dirigió a Góntar y le ayudó a levantarse.- Tengo un regalo para tí.- continuó, y le entregó la porra de combate de Mukán.
Góntar la irguió sobre su cabeza y todos, Gárgol y hombres, vitorearon su nombre sin cesar.
El ejército de Alisa descansó durante esa noche. Al amanecer, los heridos fueron cargados en multitud de carros de madera cubiertos por toldos de tela e iniciaron su marcha protegidos entre las ordenadas líneas de la falange. A su retaguardia, una gran columna de humo ascendía hacia el cielo oscureciendo la llanura en la que la noche anterior Alisa había derrotado al ejército de Mukán. La causante era la gran pira funeraria mediante la cual los hombres de Alisa homenajeaban a sus caídos.
Cabalgando frente a sus tropas, Erin los dirigía de vuelta a casa. A su izquierda, sobre los picos más altos de la cordillera montañosa, varias almenaras ardían en llamas. Erin las miró con semblante serio y ordenó acelerar el paso. El significado de aquella señal encogió el corazón de cada uno de los hombres que formaban el victorioso ejército. Iriana y Arcas habían sido derrotadas por Marduk al Este, en La Llanura de Las Águilas.
- Escribe una señal para Odnumel, Góntar.- dijo Erin a su amigo con voz amarga- Deben alcanzar Alisa lo antes posible y prepararla para el asedio. Nosotros llegaremos en tres días. En cuanto a Marduk, tardará al menos cinco o seis días más.
Góntar asintió con la cabeza, giró su caballo y retrocedió hasta llegar a la par de un carro que portaba centenares de piedras blancas con forma rectangular. El carro se alejó de la línea que formaba el ejército y se detuvo en un rellano. Varios hombres comenzaron a ordenar las piedras en el suelo para formar una figura visible desde el aire.
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