Alisa, ciudad de hombres y Gárgol. Parte 3
Amaneció en pocas horas. Gílam se retiró a la atalaya de la ciudadela de Alisa junto a los demás Gárgol y Gásar partió hacia Iriana junto a su séquito, formado por más de cuatrocientos jinetes.
Tras despedirse de él, Erin se dirigió a la ciudadela a través del laberinto de calles. Cientos de personas se dedicaban a limpiarlas y prepararlas para el último día de fiesta. Cada hombre, mujer y niño que se cruzaba en su camino lo saludaba con reverencia, saludo que Erin agradecía asintiendo con la cabeza.
Estaba preocupado, la existencia de todo aquello que amaba pendía de un hilo. Siempre que algo le turbaba se tocaba la barbilla con su mano izquierda. Una antigua cicatriz surcaba su mentón, recuerdo de accidente que sufrió siendo niño. Su padre le castigó por no haber ayudado a su madre a llevar las tinajas de leche al lavadero, y tuvo que quedarse en casa durante el largo día mientras Góntar y el resto de sus amigos jugaban en el bosque. A media tarde ató varias cuerdas y se descolgó desde la ventana del tercer piso, donde se encontraba su habitación. Comenzó a bajar, y cuando se encontraba a la altura del segundo piso, varias palomas asustadas remontaron el vuelo desde la cornisa de un gran ventanal. Una de ellas chocó de frente contra su cara y Erin, sobresaltado, soltó la cuerda. No recordaba más. Una vez recuperado, su madre le contó que estuvo a punto de perder la vida. Se había fracturado la mandíbula, el codo y dos costillas. Desde aquel día, cuando la preocupación lo atenazaba apartando al resto de pensamientos, sentía unas agudas punzadas en el mentón, como si una avispa lo estuviese mordiendo continuamente.
Cuando llegó a la plaza del mercado, vio a varios hombres de la guardia de Alisa sentados ante una mesa tomando leche con infusión de hierbas. Al verlo, los hombres se levantaron y formaron ante él. Su capitán se acercó y Erin alargó el brazo para que este lo tomase. Se agarraron mutuamente el antebrazo y el hombre, con la mirada clavada en los ojos de Erin dijo:
- Haram, Erin, regente de Alisa. Como capitán de la guardia de Alisa, y en representación de todos y cada uno de mis hombres, quiero que sepas que te seguiremos a cualquier lado que decidas ir y ante cualquiera que sea el enemigo que amenaza a nuestra tierra y nuestros allegados.
- Gracias, amigo. – respondió Erin emocionado, y apretó con fuerza el antebrazo de aquel hombre – No esperaba menos de todos vosotros. ¿Os sobra algo de bebida para unos cuántos hombres más? Estoy sediento y supongo que mi guardia personal no tendrá ningún inconveniente en compartir su tiempo con unos amigos.
Erin disfrutaba de la compañía de sus hombres. Se sentía arropado por ellos y eso le daba fuerzas ante la responsabilidad que suponía el puesto que tenía.
A su vez, los ciudadanos de Alisa se sentían orgullosos de su regente, a quien consideraban justo, valeroso e inteligente.
Permaneció un buen rato junto a aquellos hombres y después se dirigió a sus aposentos. No había visto a Maia, su esposa, durante toda la noche y tenía ganas de hablar con ella. Era una mujer serena y paciente que con su voz conseguía que Erin se relajase cuando se encontraba tenso.
Al llegar a la alcoba escuchó la suave voz de Maia entonando una antigua canción popular que contaba la historia de una mujer que despedía a su marido, quien embarcaba hacia tierras lejanas en busca de fortuna. Cantaba mientras amamantaba a Enea, la pequeña que había nacido durante la primavera del año anterior. Se acercó a ellas y las besó a ambas.
- ¿Qué tal lo pasasteis ayer? – preguntó Erin mientras acariciaba la cabeza ya cubierta con un suave pelo de Enea.
- Bien, cenamos en casa de Góntar junto a sus padres. Lémik y Órador se apuntaron al postre y después fuimos al mercado, pero Enea estaba cansada y tuve que volver pronto. La verdad es que Egira y sus hermanas me acompañaron y hemos cotorreado hasta que casi ha amanecido, estoy que me caigo de sueño, creo que en cuanto Enea termine y se duerma yo también iré a la cama. ¿Tiene usted algo que hacer, alteza?
- Mmmm... Me temo que tendré que posponer mis compromisos gubernamentales, tengo cita con una bella dama que espera mi llegada en sus aposentos...
- Aior ha salido temprano, Atlas les hizo un par de encargos a él y a sus amigos, creo que con toda la intención de que nos dejase solos, pero primero lávate y ponte algo más cómodo que ese horrendo jubón de lino.
Las horas pasaron a toda prisa. A media tarde, Erin se levantó de la cama y besó a Maia en el moflete, quien le contestó con un suave quejido. Se vistió y pasó por casa de Góntar a recogerlo. Este salió con unas ojeras que indicaban lo bien que se lo había pasado la noche anterior.
- Vino. – dijo mientras salía – Solo pronunciar la palabra me produce ardor de estómago. Y lo peor es que siempre pienso lo mismo, “la siguiente vez beberé menos”, cuando sé perfectamente que no lo haré.
- Ya no tenemos dieciséis primaveras. Antes nos hubiésemos ido a los jardines a pegarnos con los hijos del herrero, ahora en cambio no soportaríamos ni el sonido estridente que salía de la flauta del menor de los hermanos. ¿Recuerdas cuando se la rompiste y tuvimos que correr para que el mastodonte de su hermano no nos pillara?
Pasaban por delante de la herrería mientras hablaban, sin darse cuenta de que el jovenzuelo que trataba de sacar alguna nota medianamente afinada de aquella flauta hace más de diez primaveras se había convertido en el fornido herrero que había heredado el puesto de su padre con el paso de los años.
- ¡Eh, vosotros! – gritó desde el interior de la herrería – Si habláis de mí, más vale que os vayáis los dos solos y os peguéis hasta dejaros los ojos como manzanas, a mí me duele demasiado la cabeza!
- Pues no tienes el mejor oficio para un día de resaca. – respondió Góntar, y los tres comenzaron a reír.
Pronto anochecería y acudieron a la biblioteca. Debían preparar planos y demás papiros
antes de cenar con los Gárgol. Después subieron los anchos escalones que conducían a la parte superior de la ciudadela, constituida por una atalaya en cuyo extremo había una edificación trapezoidal donde descansaban los Gárgol durante el día, petrificados.
Esperaron pacientemente hasta la puesta del sol contemplando el maravilloso paisaje que se divisaba desde allí.
Hacía tiempo que la luna se divisaba en lo alto, y cuando los últimos rayos del sol dejaron de brillar sobre las montañas, la pesada puerta de bronce del edificio se abrió para dejar salir a los Gárgol. El primero en salir era siempre Odnumel, seguido de su hijo Ocatras, Gróndel, Gílam y Órador. Tras ellos, otras seis decenas de imponentes seres alados saltaron el vacío desde la atalaya y remontaron el vuelo en distintas direcciones separados en grupos de nueve o diez individuos.
- Buenas noches, caballeros. – Odnumel se acercó a los dos hombres – He despertado con hambre, espero que no falte de comer en la biblioteca.
- No te preocupes, Odnumel, todo está listo ahí abajo. He encargado que preparen carne de ave estofada con miel y frutos secos, ¿vamos?
Cenaron copiosamente y se reunieron entorno a una mesa circular donde Erin y Góntar habían desplegado diversos planos. Los estudiaron de manera meticulosa mientras Erin aportaba todos los datos que había conseguido recopilar en los últimos días acerca del ejército de Marduk.
- Creo que todos somos conscientes del tamaño del ejército al que nos enfrentaremos. Por lo que sabemos, al menos 150.000 hombres dirigidos por el general Mukán, uno de los hombres fuertes de Marduk, se apostarán en pocos días ante los muros de Alisa si consiguen atravesar Thanis, cosa que no dudo harán. – señaló una larga corredera al este de las Montañas de los Gigantes – Partirán de Thanis y seguirán avanzando hacia el sur, atravesarán las montañas a través del paso de Éndor para dirigirse después hacia nuestra ciudad, a no ser que los detengamos antes.
El primero en hablar fue Góntar:
- Podríamos detenerlos en el desfiladero de Éndor, atacando la línea frontal y reteniendo al resto de las tropas detrás. En algunos lugares el paso es angosto y un ataque sorpresa sería fácil de efectuar. Durante la noche los Gárgol les obligarían a retroceder.
Gílam avanzó hacia la mesa y se apoyó sobre el plano:
- Podríamos evitar su paso, sí, seria factible, ¿pero qué obtendríamos con eso? No debemos olvidar que el grueso del ejército de Marduk avanza hacia Arcas e Iriana. Debemos contemplar una más que posible derrota de nuestros aliados del Este, y si eso sucediera Alisa sería atacada por los dos flancos. Nuestro ejército no podría hacer frente a semejante campaña.
Erin volvió a tomar la palabra. Hacía días que había decidido el modo de enfrentarse a Mukán si conseguía el apoyo en el Este de Gásar y Arón de Arcas.
- Necesitamos una gran victoria. El ejército de Mukán debe ser inutilizado. Gílam tiene razón, Góntar, nuestro esfuerzo no habrá servido para nada si en el Este nuestros aliados fracasan. Nos veríamos obligados a retroceder a Alisa perseguidos por Mukán y con Marduk avanzando desde el Este.
- Estáis en lo cierto. – dijo Góntar asumiendo su error – ¿Pero cómo esperas que nos enfrentemos a Mukán en campo abierto? ¡Su número de combatientes triplica al nuestro!
Odnumel, que había permanecido callado hasta entonces, se acercó a la mesa junto a Gróndel:
- Acabas de pronunciar las palabras clave, querido Góntar. No nos enfrentaremos a Mukán en campo abierto, si no me equivoco.
- Continúa Erin, creo adivinar tus intenciones. – dijo Gróndel interesado.
- Efectivamente. – siguió Erin – Debemos partir en breve y alcanzar el desfiladero de Éndor antes que ellos, pero no evitaremos su paso por el mismo. Esperaremos a que salgan de él, la llanura que se abre ante la entrada es lo suficientemente amplia como para desplegar un ejército de unos 40 ó 50.000 hombres, pero el tamaño del ejército al que nos enfrentaremos es demasiado amplio como para que el terreno permita su completo despliegue. Cuando la mayor parte haya salido a la llanura, tendrán que avanzar para permitir la salida del resto. Eso hará que se alejen de los acantilados y quedarán lejos del alcance de los arqueros que con toda seguridad coparán los bordes del precipicio en ambos lados del desfiladero. Aún así, no seremos nosotros los que ataquemos. Tres guarniciones de honderos avanzarán hacia ellos y castigarán su frente, obligándoles a atacar y alejarse de sus arqueros. Lucharemos en una estrecha llanura, lejos de la amenaza de sus flechas.
He recopilado bastante información acerca de su manera de combatir. Su estrategia se basa en la aplastante superioridad numérica de sus tropas, desestabilizan las líneas enemigas mediante un gran número de carros de combate apoyados por la caballería ligera y después envían a la infantería contra la maltrecha línea defensiva de su oponente. Mucho me temo que nuestro viejo amigo Aranos de Thanis será el siguiente en admirar el poder ofensivo de Mukán, cuya técnica es muy efectiva contra un ejército ligero, pero lo pasarán mal ante nuestras pesadas falanges si no son capaces de englobarlas y atacar sus flancos.
- El cálculo horario es perfecto. – dijo Gróndel gratamente sorprendido por el valor que el plan de Erin destilaba – Nadie sería tan estúpido como para hacer pasar a su ejército por Éndor durante la noche. Comenzarán a moverse al amanecer, y no cruzarán el paso antes de media tarde. Tus tropas deben mantenerlos a raya hasta el anochecer.
Odnumel sacó una daga de su cinto y la clavó en el mapa, justo a la entrada del desfiladero de Éndor:
- Lo demás será cosa nuestra.
Tras la reunión, Gílam y Erin decidieron dar un paseo a través de la llanura. Bajaron las escaleras hasta la planta baja de la fortaleza y salieron al exterior, donde se toparon con una decena de jóvenes que armados con palos que simulaban espadas, arcos y picas se batían en un enfervorizado combate. Gritaban emocionados mientras se perseguían unos a otros, golpeándose y simulando que eran heridos o muertos. Cuando vieron a Gílam y a Erin corrieron hacia ellos, siendo Aior el primero en llegar.
- ¡Hola Gílam! – dijo jadeando – ¿Verdad que mi padre y tú vais a marchar junto al ejército de Alisa y vais a matar a un montón de gente mala que quiere quedarse con nuestra casa y nuestros caballos? ¡Mis amigos no se lo creen!
Otro de los niños se adelantó y preguntó ansioso:
- ¿Y traeréis algún malo vivo para que le lancemos piedras y le peguemos con varas de avellano?
Gílam se agachó ante ellos poniéndose de cuclillas y los chicos se acercaron a él.
- Vaya, vaya, vaya. – habló mirándoles con expresión seria – Así que os estáis entrenando para matar malos, ¿no es así?
- Claro que sí, hoy me ha tocado a mí ser el capitán de los buenos y les hemos dado una soberana paliza a los malos. – respondió Aior alardeando de su victoria ficticia.
- Cuando seamos mayores como vosotros iremos a matar malos de verdad. – dijo otro de los muchachos con entusiasmo – ¡Los sacaremos de sus casas y los cogeremos prisioneros!
Gílam se volvió a incorporar y se puso de nuevo junto a Erin, a quien sacaba más de dos palmos de altura.
- Me parece que tienes que conversar un rato con estos traviesillos, Erin. Te esperaré en las caballerizas, iré preparando a Tempestad. – guiñó el ojo y se alejó caminando tranquilamente.
- De acuerdo, Gílam, iré dentro de un rato. Voy a contarles una historia de héroes y de guerras a estos jovenzuelos.
La algarabía estalló entre los muchachos, quienes se sentaron en círculo junto a Erin.
- ¿Conocéis la historia de Oldo el fuerte y Sen el granjero?
- ¡Nooooo! – gritaron al unísono los niños.
- Bien, entonces os la contaré. Oldo y Sen eran dos valientes jóvenes que vivían en dos reinos diferentes separados por un río. Un día, el rey de uno de los reinos decidió que un poblado al otro lado del río le pertenecía por derecho propio y lo tomó por las armas. Al día siguiente, un emisario del reino atacado llegó a palacio con una declaración de guerra escrita en un papiro y sellada por el rey.
Oldo era hijo de un acaudalado comerciante. Era el más fuerte de su barrio, matón y arrogante. Al enterarse de que el ejército estaba reclutando soldados no dudó en tomar las viejas armas de su padre y en alistarse como voluntario, desoyendo los consejos de sus progenitores.
Sen era un humilde granjero que vivía en el reino que fue atacado. Fue reclutado por la fuerza y tuvo que abandonar a su familia y sus tierras para marchar a la guerra.
El ansiado día legó para Oldo, se enfrentaría en combate al despreciable enemigo. La batalla duró varios días. En ellos Oldo eliminó a multitud de enemigos, lo cual, de manera extraña para él, no lo colmaba de satisfacción. Soñaba por las noches con aquellos a los que había quitado la vida, los gritos de horror que se sucedían durante la batalla se negaban a abandonarlo por muy fuerte que se tapase los oídos. Un día, conversando con otro soldado, le preguntó porqué debía odiar a toda aquella gente. “Porque son nuestros enemigos”, fue la simple respuesta que recibió.
Sen luchó en la misma batalla, aunque no tuvo que enfrentarse a Oldo. También tuvo que matar a muchos, pero lo hacía con el único propósito de seguir vivo. Cada vez que quitaba la vida a un hombre, Sen sentía el dolor como si le hubieran clavado una daga a él mismo. Aquellos a los que se enfrentaba eran iguales a él, tenían una familia que los amaba y rezaba porque volviesen sanos y salvos a su lado. Al igual que él, se veían obligados a luchar por la vanidad de un rey que ni siquiera se dignaba a luchar junto a sus hombres por su honor.
El último día de batalla, Oldo perdió un ojo y le tuvieron que amputar un brazo que se le estaba pudriendo. Después le quemaron el muñón con un hierro candente. Jamás olvidaría el pestilente olor que manaba de su brazo herido.
De vuelta a casa, tanto Sen como Oldo sufrieron de frío, hambre y cansancio. Los zapatos casi no tenían suelas y les dolían los pies. Robaban ropa a los muertos para poder cubrirse.
Cuando llegó a su casa, Oldo se encontró con una ciudad totalmente derruida. Había sido tomada tras un largo asedio y había ardido hasta la última casa. Las calles estaban repletas de mendigos. No había comida para todos y en su estado Oldo se las tenía que arreglar con las migajas de los demás. Sus padres se habían marchado y no había nadie que le pudiese ayudar. Con el paso de los días, las calles comenzaron a llenarse da cadáveres. Varios carros surcaban la ciudad de un lado a otro recogiendo los muertos que muchas veces encontraban medio comidos por las ratas. El agua dejó de ser potable cuando el río se llenó de cuerpos sin vida y las plagas diezmaron la población. Las pesadillas siguieron acompañando a Oldo cada noche hasta que un amanecer, cansado de la vida que llevaba, decidió saltar al río desde un puente. No sabía nadar. Lo último que pensó fue: “ojalá nunca hubiera ido a la guerra”.
También Sen llegó a su casa. ¿Sabéis lo que encontró? Campos de cultivo quemados y su granja, un vergel hace no mucho tiempo, convertido en un lugar inhóspito en el que solo habitaban las alimañas. Delante de su casa, en lo que había sido un bello jardín, tres grandes túmulos indicaban que sus padres y su esposa habían sido enterrados allí. Al lado del de su esposa, otro pequeño túmulo sobresalía entre la hierba. Un pequeño niño había nacido durante su ausencia, un niño que jamás tuvo la oportunidad de crecer y jugar junto a sus amigos como hacéis vosotros ahora. Sen tuvo más suerte que Oldo, ya que logró reconstruir su granja junto a un amigo. Lo que jamás pudo volver a reconstruir fue su familia. – para entonces varios de los jóvenes muchachos habían empezado a sollozar. Incluso Aior, quien se había mostrado bravucón apenas unos minutos antes, se secaba las lágrimas con las mangas de su camisa – Recordad esta historia. Quizá cuando seáis mayores tendréis que ir a la guerra, pero no será alegría ni felicidad lo que allí encontraréis, sino muerte y desolación.
Erin se levanto y se encaminó a las caballerizas, donde Gílam había preparado a Tempestad. Erin salió a galope a través de la puerta Este mientras Gílam lo vigilaba desde el aire. Pasó por entre las cuatro torres del exterior y surcó la llanura adentrándose en los caminos que atravesaban el bosque en dirección a las Torres de Tevunant.
Llegó a las faldas de las mismas y bajó de Tempestad. Gílam aterrizó a su lado
- ¿Y si dejas que Tempestad paste un rato mientras tú y yo damos una vuelta?
- Hace mucho que no me llevas, ¿crees que podrás? – respondió Erin bromeando.
- No lo sé, dicen las malas lenguas que desde que te casaste estás un poco bajo de forma y que la carne se te acumula en la cintura!
- ¿Ah, sí? Subamos corriendo la ladera a ver si eres capaz de llegar antes que yo!
Por supuesto, Erin era consciente de que le sería totalmente imposible ascender al collado antes que Gílam, ya que no solo se trataba de un Gárgol sino que además era el más rápido entre ellos. Aún así, subió la ladera a gran velocidad. Cuando llegó encontró a Gílam tumbado y desperezándose.
- Vaya, por fin has llegado, ya me estaba durmiendo, aunque debo admitir que no está mal para ser un humano.
Erin se sentó a su lado jadeando.
- ¡Haces trampa, te impulsas con las alas, de lo contrario no me ganarías ni aunque me atases un pie al otro!
- ¿Estás listo o necesitas tomar más aire?
- Listo.
Se levantaron y caminaron hasta una cornisa de roca donde el viento soplaba con gran fuerza. Erin se puso ante Gílam y este unió los cinturones de ambos mediante una cincha de cuero. Después lo agarró de los brazos y se lanzó al vacío. Cayó en picado durante unos metros y remontó el vuelo hacia el lago Odei. Gílam lo sobrevoló y giró de nuevo al llegar al final, descendiendo a ras del agua para que Erin la pudiese tocar con sus manos. Surcaron la superficie del lago a gran velocidad levantando una estela de agua tras su paso. Una amplia sonrisa se dibujaba en la cara de ambos mientras Gílam volvía a ascender y realizaba varias piruetas.
- ¡De niño me pedías que fuera más rápido! – gritó Gílam.
- ¡De niño no era consciente del castañazo que me podría dar si no calculases bien al pasar cerca de la pared de las torres! ¡Además, creo que el color rojo no les sentaría muy bien!
Gílam realizó tres tirabuzones y Erin comenzó a reír a carcajadas. Descendieron antes de que Erin comenzara a enfriarse y se situaron en un saliente que describía una de las paredes de las torres, desde el cual había una magnífica vista de Alisa, llena de luces de colores que iluminaban cada callejón de una ciudad que celebraba el último día del calendario festivo. Observaron la ciudad durante unos minutos hasta que Gílam rompió el silencio.
- Debes prometerme una cosa, Erin.
- Depende de lo que sea.
- Esta vez no hay lugar para la negociación, amigo mío. Es el deseo de Odnumel lo que debo transmitirte, y también el mío propio.
- ¿Y bien?
- En el caso de que Alisa sea asediada por Marduk, y si la ciudadela cae durante el día, prométeme que la abandonarás junto a tu familia a través de los túneles.
Erin se quedó pensativo durante unos instantes, tras los cuáles, con la vista clavada en su hogar dijo:
- Si se diese tal caso, mi familia escapará a través de los túneles con el resto de la población. Por lo que a mí respecta, defenderé la atalaya hasta derramar la última gota de sangre que quede en mi interior. No me pidas que prometa algo que no seré capaz de cumplir.
Erin siguió mirando hacia Alisa con el semblante serio. Gílam también tenía la mirada fija en su hogar, pero sonreía.
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