Un Recuerdo Enemigo de la Paz
No conseguí dormir bien aquella noche, las heridas frescas de mi cuerpo no paraban de provocarme molestias, me bebí toda la jarra de agua al lado de mi mesilla y aún así sentía como si todo un desierto se hallase dentro de mi garganta, me levanté una infinidad de veces para cambiar las sábanas por unas nuevas del armario, ya que mi cuerpo no paraba de sudar. Creo que he pillado una infección de lo más fea. Me levanté por última vez, esta vez para no volver a la cama, y corrí con cuidado las vendas nuevas de mis heridas a la luz natural del día que se colaba por los ventanales de la habitación. No parecían infectadas como tal, tampoco olían extraño... quitando el olor a aquel cuero viejo del látigo todo parecía correcto. Poco después de hacerme ese rápido y descuidado chequeo la puerta de la habitación se abrió, ofreciéndome una clara imagen de la figura del alumno de Hollows.
—Siento no haber llamado antes, pensaba que aún estaba acostado -dijo, apartando la mirada de mi cuerpo desnudo cubierto de vendas, las cuales estaban siendo tan comunes en mi que casi parecían una extensión extra de mi propio cuerpo.
-No te preocupes, creo que desde lo de ayer ya tengo la suficiente confianza para andar desnudo en esta casa —dije, acompañado de una risa sarcástica para tratar de aligerar el ambiente—. ¿Hollows me necesita para algo?
El pastor sonrió y me devolvió la mirada con más confianza.
-Hollows se encuentra en la cúpula botánica del patio interior, está dirigiendo ciertos experimentos sobre aquellas extrañas criaturas que encontraron en el acueducto de la ciudad —anunció—. Le vendría bien que lo visitases, por lo menos solo un rato.
—¿Tenéis un patio interior? -pregunté.
—Así es, la hacienda es mas grande de lo que cree —exclamó con interés—. Dado que solo ha explorado el ala norte es normal su confusión.
Aquel perro de oscuro pelaje alzó su brazo, señalando el pasillo de fuera.
—Acompáñame, te mostraré el camino.
Movido por el interés en las investigaciones de Hollows abandoné la habitación, no sin antes vestirme con un albornoz de seda, y seguí al perro de nuevo por tales pasillos largos y sobrecargados de decoraciones. Llegados al vestíbulo principal el pupilo de Hollows abrió una puerta bajo el espacio cerrado de las escaleras que daba a una pequeña sala cuadricular con una puerta extra acristalada, de donde se colaba la brillante luz diurna. Al parecer hoy tendríamos un día extrañamente soleado, para ser casi invierno es toda una maravilla.
—No te acerques mucho a las plantas y flores del jardín, Hollow tiene miedo de que la gente las estropee o las pisen —dijo el perro mientras pasaba la llave por aquella puerta bellamente acristalada con colores rojizos y boscosos.
—No me sorprende viniendo de él, es muy perfeccionista—contesté.
—Trata de mostrarte ameno, hoy está un poco más sensible que otros días... —me advirtió.
Asentí con duda, Hollows no suele ser una persona muy cooperante cuando está de mal humor, pero es lo que hay. Solo deseaba entrar ahí y ver los avances que había hecho hasta ahora. Cuando el pastor terminó de girar el pomo de la puerta, con extraña decisión, la luz de aquel día que anteriormente se filtraba en formas y colores antinaturales por los vidrios se convirtió en puros rayos solares que acariciaban nuestro pelaje con delicadeza y, cierto calor sofocante. Mis ojos y retinas felinas tardaron en acostumbrarse a aquellos cegadores destellos, que una vez desvanecidos, dejaron ver a mis ojos un patio interior de belleza indescriptible cerrado por las propias paredes grises de la hacienda. Varios caminos de adoquines planos se hallaban incrustados en un césped de lo más verde, todos aparentaban salir de varias puertas de vidrio, como la mía, en distintos puntos de los cuatro muros gruesos que rodeaban el jardín, y tal cuales, todos parecían desembocar en el mismo lugar: un invernadero de cobre oxidado y ventanas oscuras, de las cuales se reflejaba la luz diurna y cegaba con ganas. Alrededor de los senderos muchos jardines, separados con vallas bajas, florecían. Desde flores locales hasta arbustos y arboles de lo más exóticos, todo era un popurrí de colores y olores casi mareante, pero hipnótico y bello bajo su propia existencia.
—Ahora entiendo... —me dije a mi mismo, recorriendo con cuidado uno de los caminos y recordando las palabras del pastor.
"Como de otro mundo", esa sería la descripción perfecta para semejante sitio, y no solo por las decoraciones florales y su amplia diversidad; el clima de hoy era extremadamente raro, que salgan los rayos de nuestra estrella a acariciarnos la piel en plena época de nubes es una bendición, desde luego.
Delante de mi por fin se hallaba la puerta del invernadero, una especie de puerta de vidrio menos tintado y por el cual se podía apreciar mejor el interior. Allí se encontraba Hollows, erguido delante de una mesa casi llena con material de laboratorio y lo que parecían ser unos tarros de cristal con especímenes parecidos al que encontramos hace ya unos días. Di unos pequeños golpes con mi uña en el cristal de la puerta, tras unos intentos conseguí captar la atención del labrador, que ya me estaba haciendo una señal con la mano para que entrase.
—¿Por qué será que cuando siempre te veo llevas un albornoz puesto? —dijo el labrador, serio y concentrado en su trabajo.
Reí al escuchar su saludo tan directo.
—De una manera u otra siempre termino con mi ropa hecha añicos —respondí con un tono bromista.
Hollows resopló y siguió a lo suyo en la mesa, mientras, aproveché para dar un vistazo al interior del lugar. La luz natural que recibíamos era casi completamente filtrada por los cristales tintados de negro, no diría que adentro estuviese oscuro, pero desde luego era un sitio sombrío, aunque podía aprovechar para descansar los ojos de tanta luz, no estoy acostumbrado a los días soleados, ni por muy bonitos que sean. Habían unos armarios de jardinería que contenían unas plantas rarísimas en fila, como una especie de pequeños tallos, por los cuales brotaban otros mucho más pequeños de casi el mismo color y de estos mismos unas pequeñas hojas parecidas a las que se encontraban en las plantas de cocaína, muy comunes en las selvas del sur. Por lo que parece este sitio era un laboratorio de lo más clandestino, no diría que estuviese sucio, pero desde luego era un lugar extrañísimo para todo lo que se puede llegar a hacer.
—Le diré a Dereck que te prepare unas prendas nuevas, seguro que le sobrará tela en la sastrería —dijo, apartándome con suavidad para guardar unas probetas en un armario donde me encontraba.
—Así que tu pupilo se llama Dereck... —dije.
Hollows me miró, con su pose seria tan propia de él.
—No le gusta que la gente sepa su nombre, le trae malos recuerdos, aunque le haya dicho miles de veces que solo es un nombre, que no significa nada; no me hace caso —respondió Hollows.
—Para ti no, pero para él es como un catalizador de tiempos pasados los cuales no quie-... —paré de hablar, al notar la cara de indiferencia que me regalaba Hollows.
Hubo un pequeño silencio incómodo, el cual intenté aprovechar para cambiar de tema casi al instante.
—Esta hacienda es enorme, ¿antes decías algo de una sastrería? —pregunté— ¿Cómo es que tienes dinero para mantener algo así?
Hollows se pausó durante un segundo, parecía estar pensando en una respuesta cauta, aunque dicha pausa ya le delatase.
—Soy un médico que acabó por los azares del destino siendo también un empleador en una oficina y como extra: un tanatopractor en el mismo sitio —respondió—. Pero eso es solo entre los mortales, lince. Un sitio como este no es grande por mi ego, ni por mis ganas de compensar algo que me falta...
—¿Entonces? -interrumpí.
Hollows se acercó a mi, y volvió a utilizar una de sus tácticas tan invasivas para acorralarme en la esquina del invernadero.
—Eres un tipo muy curioso, ¿no? —susurró.
Me escurrí con sutileza bajo sus brazos para evitar cualquier situación más incómoda, lo cual pensándolo más adelante solo hizo empeorar el clima entre nosotros.
—¿Sabes qué? No me importa —solté de inmediato, con un tono tranquilo—. Ya lo he visto todo, solo será cuestión de ser lo suficientemente fantasioso para averiguar que te traes entre manos bajo estos techos.
El labrador soltó una carcajada notable, que hizo retumbar mi pelaje.
—Si supieras... —dijo en un volumen bajo y casi intimidante.
Suspiré, pensando en todo el lío de ideas y sospechas que estaban a punto de nacer bajo el manto de mi extensa imaginación. Sin pensarlo mucho más, me acerqué a uno de los tarros de cristal y examiné a aquellas extrañas criaturas de reojo, parecía que Hollows ya las había estado diseccionando y guardando en algún tipo de líquido parecido al formaldehído. Encima de la mesa se encontraban numerosas herramientas de cirugía, sucias sobre unos paños de algodón.
—La investigación va bien, aunque... —Hollows se quedó con las palabras en la punta de su lengua, sus ojos parecían hallarse en otro lugar.
—¿Qué ocurre?
—Tengo miedo... —contestó, con decisión— Sea lo que sea no es algo de este mundo, su estructura y biología es simplemente antinatural.
Examiné unas pequeñas raices que se encontraban en la mesa, dentro de un cuenco metálico, su aspecto era muy parecido al de bronquios recién extraídos de los pulmones de alguien.
—Eso es lo que provoca todo lo que hemos visto —dijo Hollows al notar mi interés en aquella mata sangrienta—. Por lo que he visto, consiguen adherirse a distintos órganos del cuerpo utilizando esas raíces.
—¿Así consiguen alimentarse del anfitrión? —pregunté, sin quitarle ojo a las delgadas raíces.
Hollows sacó un cigarrillo de su chaleco a rayas y se acercó a mi. Allí mismo, encendió dicho cigarro en su boca y me lo puso entre los labios.
—Lince listo... —soltó.
Agarré el cigarrillo entre mis dedos y le di una calada fuerte, dejando que por fin de tanto tiempo al fin pudiese tener un momento de paz. Es malo, sí, ¿pero que placer terrenal no lo es con el tiempo?
—Dices que estos insectos son... —paré un momento para aclarar mi garganta reseca— Imposibles de existir.
—No hay ningún ser en el mundo con semejantes características, no es tan descabellado decirlo —dijo el labrador, tratando de mantener su compostura.
Razón tenía, nunca se habia visto algo así, puede que seamos los primeros en descubrir una nueva rama de especies parasitarias, pero incluso así... ¿Por qué Hollows tiene miedo?
—No me has contado todo, ¿verdad? —pregunté.
Hollows me miró, tratando de tranquilizarme con la mirada.
—Parecen haber sido creados para un propósito mayor, este no es cualquier parásito... —dijo con un tono aplanado— Esto es una arma, Henry. Un diseño cruel, de alguien que quiere algo más de lo que el propio poder neropýr puede concederle.
Si la arrogancia de los neropýres no fuese suficiente: ahora también tenemos a un villano.
—No tiene sentido, tenéis recursos para sobrevivir entre las sombras y más ¡No entiendo a que viene todo esto de el querer más poder! —exclamé.
Al terminar de decir aquello sentí la mano de Hollows sobre mi hombro. La forma en la que me tenía agarrado irradiaba mucha seguridad y cierta mala sensación.
—Sea quien sea ha comprendido el verdadero poder que tiene entre manos, y ya no se conformará con sobrevivir —explicó Hollows.
—¿Crees que está solo?
Hollows me volvió a mirar, deseoso de saber más sobre todo este asunto.
—Si él o ella han llegado a la conclusión, entonces temo que otros le sigan como una manada.
De vuelta a mi nueva realidad, de vuelta a mi vida que, cada vez, lo único que hace es enredarse más. Aún me parecía ciertamente improbable que algo así acabase por extenderse por el mundo entero, pero viendo como va todo hoy en día creo que hasta se le podrán pedir peras a los olmos.
—Bueno, se acabó entonces... —me dije, con una mueca indiferente.
Hollows soltó un pequeño gemido de curiosidad tras notar mi reacción.
—Enhorabuena por vuestra especie, vais a pasar a ser nuestros amos —dije, con un tono irónico.
—¡Oh!... Lo hemos sido siempre, pero desde las sombras —dijo un Hollows sin problemas ni tapujos en su voz—. Pero esto de sumir al mundo bajo nuestras patas es un error, sobretodo con lo fanfarrones y soberbios que son algunos de mis compañeros.
No pude evitar reírme ante su sinceridad, sus palabras me hicieron recordar aquel club tan extraño del gueto.
—Han habido dictadores a lo largo de nuestra historia mucho más grandes que todos estos brabucones, hazme caso —dijo Hollows, recogiendo las herramientas de la mesa y metiéndolas en un fregadero para limpiarlas—. Pero me da miedo, no sé de lo capaces que serán con esto.
Hollows parecía derrotado, no enfadado o decepcionado, simplemente derrotado.
—¿Tanto te preocupa? —pregunté.
Hollows pareció ofenderse ante mi pregunta.
—Soy un monstruo, Henry. Pero no quiero ver nuestro mundo arder —exclamó con cierta decepción sobre mi persona.
Me sentí mal, no pretendía que él mismo se llamase de tal forma. Pronto ya estaba saliendo del invernadero y haciéndome señas para abandonarlo yo también. Una vez fuera cerró con llave.
—Voy a escribir una carta a algunos compañeros de confianza sobre todo esto. Debemos actuar ya —dijo—. Aprovecha y pídele a Dereck el desayuno... y de paso ropa nueva, pareces un bailarín exótico.
—Extraño que lo primero que se te venga a la cabeza es "bailarín" cuando me ves así —le contesté.
—No te pases de listo, anda —dijo Hollowsun poco molesto y sonrojado mientras se daba la vuelta para volver a entrar.
Proyecté una sonrisa al verle tan indefenso de esa manera. A veces incluso los depredadores grandes tienen puntos flojos, por lo que se ve. Es tan suave en momentos así, me gusta, pero no debería ilusionarme.
—Oye Hollows... —dije, captando su atención.
Este se paró y me observó con detenimiento sin decir nada. Justo lo tenía en el sitio perfecto para pedirle un poco de tiempo junto amistoso después, pero antes de que pudiese decir algo más una enorme migraña invadió mi cabeza, haciéndome caer al suelo sobre mis nalgas.
—¡Hey! ¿Qué pasa? —preguntó Hollows, yendo a socorrerme.
Varias imagenes de lo pasado ayer azotaron mi mente como una especie de recuerdo doloroso, por un segundo parecía como si me hubiese teletransportado de nuevo al cruel juego de Zoila.
—¿¡Por qué me pasa de nuevo?! —grité, al recrear en mi mente el crudo dolor de aquella experiencia.
Hollows intentó acallarme, pero parecía como si mi espalda estuviera ardiendo en un mar de escozor, no era nada agradable.
—Es el Neverium, Henry, no dejes que él te diga quien eres... —dijo Hollows, susurrando sus palabras a mi oído.
Mis llantos prosiguieron, pero de alguna forma la presencia brillante de Hollows convertía mis recuerdos en solo eso, recuerdos y nada más. Aquella mañana su pelaje rubio relucía de verdad, como una enorme luz reconfortante y robusta.
—Que me dejen en paz... —dije, sollozando mientras Hollows conseguía calmarme con caricias detrás de mis orejas.
—Lo harán, mientras, me quedaré contigo todo lo posible.
Y así fue, no sabía cómo ni el porque, pero a Hollows le cambiaba por completo la actitud cada vez que pasaba por algo malo. Quizás por un instinto o un sentimiento, pero algo le provocaba salirse por completo de su actitud fría para pasar a ser alguien cariñoso y jovial. Pasamos bastante tiempo echados en el césped de aquel maravilloso patio, con mi cabeza apoyada en las piernas cruzadas de Hollows y sus afiladas uñas rascando con delicadeza el pelaje de mi cabeza. No sé a donde nos dirigiamos con algo así, pero nos gustaba, solo eramos dos personas disfrutando del momento... nada más.
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