Neverium
Allí me encontraba de nuevo, otra vez. Idénticamente igual a aquellas noches empañadas de mi infancia, en las que me quedaba totalmente ensimismado, con mis ojos mirando todo lo que el exterior, al otro lado de la ventana, podía ofrecerme. No había hecho demasiado desde que desperté, dediqué todo mi tiempo de luz solar en pasearme por los pasillos, atenderme la herida, leerme unos cuantos libros de ergología de la cultura leudant, y poco más. El pupilo de Hollows vino hace poco y me trajo ropa nueva, esperaba encontrarme con mi ropa de siempre, sobre todo mi querida gabardina, pero no se me dio respuesta sobre su paradero. Sin embargo, tampoco me puedo quejar de aquellas prendas que el pastor netopýr me otorgó. Un chaleco dorado de vestir, una camisa remangada de color vino, unos pantalones de seda negros que me llegaban un poco más arriba de mis talones y, para rematar, una nueva gabardina enteramente hecha de un cuero muy flexible.
Mientras seguía centrado en mis profundos pensamientos unos estoicos golpes en la puerta de mi dormitorio me alertaron.
—¿Quién es? —pregunté con firmeza, alterado por el ruido.
—El pastor sin nombre —dijo la voz de aquel amistoso cánido.
Tras darle permiso para entrar, la puerta se abrió con mera lentitud, como si estuviese teniendo cuidado a invadir mi espacio. Asomó su cabeza velluda de perro y me clavó el alma con esos ojos tan extraños, como buen netopýr.
—Nunca me acostumbraré a sus ojos —le anuncié—. Parecen dos vacíos que me miran.
—Siento que mi presencia le perturbe, solo vine a anunciarle que la cena está preparada. Solo tiene que ir al comedor de antes, Hollows estará esperándolo —dijo el pastor, inclinándose en señal de respeto.
—Gracias, ya bajo... —dije, seguido de un suspiro de derrota.
Antes de salir, me aproximé a la tina de agua al lado de mi cama y me lavé la cara. Todo el estrés por el que había pasado ya me estaba esculpiendo ciertas imperfecciones en la cara, no es que me importara, pero tampoco es para dejarlo pasar como tal cosa. Tras salir de mi cuarto un calor bastante hogareño me abrazó, cuando bajé las escaleras descubrí la razón. Al parecer la entrada había sido dotada con un hueco muy poco profundo, donde se podían colocar piezas de madera y encenderlas para inundar de calor la mansión entera. Allí estaba el pastor, removiendo las ascuas vibrantes que chapoteaban con chispas cegadoras entre las maderas encendidas.
—¿No es una molestia limpiar todo después? —le pregunté.
—Me da igual, solo con ver esta preciosidad encendida vale la pena limpiar todo el vestíbulo —dijo el cánido—. Si me disculpas, tengo que abrir las ventanas para que salga el humo. Hollows te espera —dijo, apuntando a las puertas entreabiertas que daban al comedor de antes.
No tenía ningunas ganas de entrar allí, pero un olor semejantemente delicioso no paraba de engatusarme. El invierno siempre me ha dado hambre, si cocinan tan bien dentro de esta casa, siempre me tendrán hipnotizado lo que dure la estación.
Me acerqué a las puertas, que ya se encontraban medio-abiertas, y las empujé con suavidad, dejándome un claro vistazo de la mesa decorada con velas y ciertos manteles, simples pero elegantes.
—Bienvenido, toma asiento, por favor —dijo Hollows, en el extremo de siempre, esta vez con una especie de pequeño biombo sobre la mesa que tapaba su plato.
No dije ningún comentario sobre aquello y me limité a sentarme en mi espacio, justo enfrente de él, separados por varios metros de mesa. Justo enfrente de mi se hallaba un plato recubierto por una campana de acero que mantenía caliente la comida, cuando la retiré una nube de vapor me saludó, cegándome por unos segundos. Cuando el humo ya se había asentado en el aire observé un plato de pechuga de pollo bastante grande, adornado con unas hierbas largas y cubierto de una salsa de pimienta negra que hacía cosquillear mi nariz.
—Tú pupilo cocina demasiado bien, para ser alumno de un chupasangre —mencioné.
Hollows parecía confundido.
—Mi pupilo se ocupa de mi comida, pero la de los invitados la hago yo —contestó Hollows.
No sabía si eso era cierto, ¿cómo podría saber alguien como él el sabor de un plato tan suculento? A no ser que...
—Siento lo del biombo, mi dieta puede ser un poco... repugnante, a los ojos de aquellos que no son como yo —contestó Hollows, agachando su cabeza por debajo del biombo y llevándose un bocado de lo que fuese aquello a sus fauces.
Incluso tomándose la molestia de taparse, podía aún escuchar como aquello que intentaba masticar con soltura se hacía añicos y se desgarraba entre sus dientes de titanio. Era como si algo crudo, y aún vivo, estuviese tardando en morir dentro de su boca.
—Pensaba que solo tomabas sangre —le dije.
Hollows tragó, dejando una pausa corta para tomar aire.
—Solo cuando se trata de gente viva, y aunque sea placentero, no me ayuda en absoluto —contestó.
—¿Entonces? —pregunté.
—Henry ¿Por qué crees que trabajo en una morgue? —contestó el labrador.
Mi estómago se cerró un poco, pensando en como algunos de esos cadáveres que atendí terminaron en el interior de una bestia como él.
—No cazas, por lo que veo.
—Ya no, no hay necesidad cuando lo puedo hacer de forma discreta y "moral" —dijo el cánido, recalcando la moralidad en su frase.
Aún un poco inquieto por mi interés en saber más de su especie, tomé un bocado de mi pechuga, la cual se encontraba tiernamente suave y disfrutable. Puede que, hasta cierto punto, el calor empezase a provocarme ronroneos.
—¿Está bueno? No sé si la salsa de pimienta se hace así —dijo Hollows, tratando de mantener su compostura firme.
Le hice una mueca de satisfacción, no podía hacerme el difícil, el plato estaba buenísimo.
—Te ha salido genial —dije, tras tragar—. ¿Cómo es que sabes cocinar?
—Tengo libros de cocina para cuando vienen mortales, mientras siga las instrucciones todo parece ir bien. Al menos contigo ha sido así.
Debo admitir que me hizo gracia imaginarme a Hollows vestido como un metre de cocina, no es de los típicos hombres que verías sosteniendo una espátula en su mano.
—Oye, lince... —exclamó Hollows.
—¿Sí? —contesté.
—Sé que las cosas tienen que estar dándote vueltas ahora mismo, y quiero que te lo tomes despacio. Te prometo que no habrán mas conversaciones intensas como las de este mediodía —explicó el perro.
—Te lo agradezco, olvidémonos ya de eso —le sugerí.
Tras su pequeño comentario seguimos hablando de su especie y de como funcionaba la biología tan sobrenatural de los netopýres. Hollows me contó como sus fluidos bucales estaban embadurnados con un agente alucinógeno muy calmante, aquello combinado con sus frases tan eróticas hacían que la toxina se transportara por mi cuerpo con total facilidad. Los inmortales como él basan su vida en alimentarse de la carne viva o recientemente muerta, aunque Hollows sea grande, es de hecho de los netopýres más débiles, ya que no se alimenta de presas vivas, sino de restos sin el potencial de convertirlo en una maquina de matar... es algo humilde por su parte. Si un netopýr no se alimenta por un largo periodo de tiempo, puede llegar a perder el control y transformarse en una bestia salvaje, con el objetivo de alimentarse de cualquiera que se le interponga en su camino, amigo o enemigo.
—¿Qué me dices de aquellas pastillas? —le pregunté.
—No me quiero pasar muchos días seguidos robándole la carne a los cadáveres, las pastillas me ayudan a controlar a mi bestia, sin ellas estaría comiendo todo el rato. Me sorprende que los que no las tomen sigan en el anonimato, es difícil controlar el hambre —explicó Hollows, tomando otro mordisco sanguinolento de su plato.
Aún siendo criaturas viles, Hollows parecía el más dócil y gentil, no me quiero ver cara a cara con lo que se consideraría él más feroz de su raza.
—Eres diferente... —le dije—. Me refiero a tu forma de hablar, de alguna manera consigues hipnotizar a la gente.
Hollows rio, como si hubiese dicho una locura.
—Conjeturas, no tengo poder directo sobre la gente, para eso están los políticos.
Le reí la broma, pensando en todos aquellos momentos en los que me sentí invadido por la llama de sus ojos.
Mientras charlábamos, mi opinión sobre él mejoró aún mas. Veremos cuanto dura esta nueva etapa de amistad.
—Señor Hollows, tiene un mensaje del consejo —dijo el perro pastor, entrando con prisas al comedor.
Hollows agarró una carta cuidadosamente doblada y la leyó por un buen rato, manteniéndose con un rostro serio e incambiable.
—Bien, gracias Dereck —dijo el labrador, levantándose de su asiento—. Henry, siento pedírtelo, pero tienes que acompañarme.
Hollows se acercó a mi, mientras se limpiaba el hocico con una servilleta y me ofreció su mano.
—¿Qué ocurre? —pregunté, cansado de que me ordenasen.
—El consejo netopýr ha llamado a mi puerta, y quieren vernos inmediatamente. Yo no les haría esperar demasiado... Saben que estás aquí, ya no podemos ocultarte.
¿También tienen un consejo? Esto se pone peor por momentos...
Con una prisa enloquecedora Hollows preparó a las afueras de la mansión un carruaje, equipado con dos caballos bastante recios y una diligencia cubierta por un techo de tela lo suficientemente resistente para el clima húmedo.
—Vigila la casa —le dijo Hollows a su pupilo, él cual asintió con la cabeza mientras cerraba las voluminosas puertas principales con llave.
Hollows abrió la puerta de la diligencia y me invitó a entrar. Por dentro parecía simple, aunque es mucho mejor que andar con un carro mecanizado que suelta humo a mansalva.
—Solo será ir y venir, estoy seguro que no pasará nada —mencionó Hollows, mientras se colocaba en el asiento del conductor para arrear a los fornidos caballos.
En pocos segundos la diligencia ya había empezado a rodar. Me sentía como alguien sumamente importante aquí atrás, como si fuese directo a una reunión diplomática importantísima... Una pena que dicha diplomacia sea solo de depredadores.
—Hollows, ¿qué ponía la carta? —le pregunté.
Hollows mantuvo su silencio un rato, pensando muy bien en las palabras que iban a salir de su hocico.
—Solo quieren vernos, saben del incidente de las cloacas —contestó.
—¿Me he metido en un lío? —le pregunté.
Hollows calló otra vez.
—Mira, lince... Ya veremos lo que pasará, pero quiero que sepas que estaré pendiente de ti —anunció Hollows, intentando calmarme con su forma tan especial de hablar.
Durante el viaje mantuve la compostura, no quería aparecer invadido por el terror y el desconocimiento de mi propio destino delante de esas criaturas. Solo podía pensar en lo que haría una vez que todo se calmara y, "volviese a la normalidad". Me va a costar vivir como antes, sobre todo después de aprender tanto sobre este mundo... me hace preguntarme si hay aún más cosas que desconocemos, quizás criaturas aún peores... O quizá seres que son capaces de doblar la realidad a voluntad. Para mi, ya todo en este universo era posible, y la ciencia como tal no me iba a salvar de una vida de pesares y dudas existenciales.
A una distancia considerablemente recorrida, el largo paisaje gélido de la tundra se transformaba en campos de calabazas, rías de agricultores y senderos de adoquines. A lo lejos, los rascacielos de la capital ya comenzaban a iluminarse con intensidad, llenaban el cielo con una luz artificial que hacía visibles aquellas nubes grises ocultas por la penumbra del cielo nocturno. Visto de una manera figurada, parecían velas en medio de habitaciones oscuras, que incluso con su ambición tan potente de alumbrar sus alrededores, fallaban estrepitosamente por los brazos de la oscuridad.
Pronto, aquellos paisajes campestres cambiaron por paisajes urbanos. Tras una avenida un tanto abandonada, habíamos pasado de estar en la flaqueza de la naturaleza, a estar en la modernidad de una urbe desarrollada, con cables eléctricos que recorrían las iluminadas calles, tiendas que incluso a estas horas de la noche estaban abiertas, y rezumaban con clientela frecuente; edificios titánicos, artistas callejeros... No me cabía en la cabeza la grandeza que se prendía frente a mis ojos.
—¿Precioso, verdad? —preguntó Hollows.
Puede que todo estuviese construido sobre unos cimientos políticos extremistas, pero debo admitir que cuando se trata de arquitectura urbana, los cánidos son los mejores.
—Hay un montón de gente, de todas las especies —dije, observando con cautela.
Había desde cánidos de todas las razas hasta reptiles, como lagartos del Este y dracónidos de escamas brillantes. Un montón de especies juntas, y ninguna de ellas felina...
Tras recorrer metros y metros de carretera la diligencia paró frente a una especie de garaje, justo al lado de una preciosa calle decorada con plantas y árboles en la carretera. Aún estando en un lugar concurrido, esta carretera parecía bastante desierta comparada con otras.
—Ahora mantén la calma, intenta no perder los estribos ahí dentro... —me dijo Hollows, antes de meter la diligencia dentro de aquel extraño lugar.
Me recliné sobre mi asiento, intentando buscar algo de confort. Por la inclinación del carro, pude percibir que estábamos bajando por un túnel, bastante largo por lo que se podía notar. Relativamente pronto, aquellos ruidos y sonidos de ciudad eran refrenados por la ausencia de eco, el túnel estaba de alguna manera insonorizado.
—¿Ves algo? —pregunté, al notar que la oscuridad nos rodeaba.
—Confía... —se limitó a decir Hollows—. Acabamos de llegar —dijo unos segundos después, parando por completo la diligencia.
Solo con la luz de los faroles de aceite atados al techo de la diligencia, pude ver que nos encontrábamos en una especie de sala enorme, con un techo alejado de nosotros y unos enormes engranajes industriales pegados a la pared. Por un momento, pensé que desde la oscuridad nos emboscaría una manada de netopýres hambrientos, pero una vez más, mis conjeturas se quedaban cortas...
En un sobresalto provocado por el ruido, mi cuerpo se asustó al comprobar que aquellos enormes engranajes empezaron a rodar por una pista dentada pegada a la mismísima pared. No estábamos en una sala, estábamos en una plataforma que poco a poco nos hacía descender a una profundidad mucho más alarmante.
—Esto es increíble... —dije, anonadado por la grandeza de aquella maravilla propia de un arquitecto de otro mundo.
—Deja que veas la entrada... —susurró Hollows.
Pasado un minuto entero, nos vimos alumbrados por una luz parpadeante venida de un espacio bajo tierra. Tan pronto como nos alumbró, pude ver que se trataba de una cueva subterránea de un tamaño titánico, con sus grietosas paredes de piedra iluminadas por una enorme lampara de araña que emitía una luz reconfortante, aún misteriosa.
Cuando la plataforma paró, un pequeño puente se elevó desde las profundidades para conectar la plataforma con una entrada ominosa. Todo esto se encontraba bajo nuestras patas, escondido entre la gravilla y piedra ¿Qué otros misterios guarda nuestra capital?
Hollows llevó el carro por el puente, cerca de la entrada, una especie de guardias patrullaban el lugar en busca de amenazas. Estaban revestidos con placas de acero y cascos que les tapaban los rostros, y aún así, pude notar como sus ojos me seguían el paso.
—Baja, te acompañaré adentro —dijo Hollows, abriéndome la puerta y ofreciendo su mano.
—No creo que sea el momento... —dije, hablando sobre la manera en que me ofrecía su mano.
—Créeme, es el momento. Será mas fácil si me haces caso... —dijo Hollows, tomando mi mano con delicadeza y llevándome del brazo, como si estuviésemos unidos.
Junto a Hollows me sentía mucho más cómodo, a pesar de lo que le dije, me sentía completamente acogido bajo su protección.
Pasamos por aquel portón de apariencia ominosa, una gran sensación, como el miedo entremezclado con la curiosidad, se apoderó de mi frágil cuerpo. En dicho momento, solo esperaba que todo saliese acorde a lo que me dijo Hollows: solo ir y venir. Caminando por un largo laberinto de pasillos, decorados con una arquitectura fundida con la piedra natural de la cueva, llegamos a las afueras de una sala enorme, por la cual se podían escuchar a numerosas personas hablando y discutiendo entre ellas con fuerza. Con timidez, casi me negué a entrar, pero los suaves empujones de Hollows me convencían sin remedio alguno de mi entrada a aquel lugar. Tan pronto como puse mi pata allí dentro, entendí que estábamos en una especie de tribunal, las voces callaron gradualmente, mientras las miradas de numerosos netopýres me juzgaban, sin ton ni son, el alma por completo.
Justo enfrente se encontraba un estrado muy elevado del suelo de mosaicos oscuros, dando a conocer a tres individuos: una zorra, vestida de blanco; una hiena macho, vestida de rojo; y por último... ¿un jaguar?
¿Había felinos netopýres también?
—Que los acusados se posicionen en el centro de nuestro símbolo —dijo la hiena, sentada en el centro del estrado.
Con ayuda de Hollows, mi cuerpo se dirigió automáticamente al centro de la sala, en la que se encontraba, decorado en medio del suelo con mosaicos brillantes, un círculo perfecto con un emblema que representaba la capital del imperio... Nuestra bandera.
—Tranquilo, estaré aquí —susurro Hollows a mi oído, como si todo estuviese yendo de perlas.
A mi alrededor, otros estrados con audiencia nos rodeaban, mirándonos desde la altura con caras de disgusto.
—Henry, aún no conocemos su apellido, pero sí conocemos la razón por la que te encuentras aquí, ante nosotros y ante la mirada de nuestro creador —dijo la zorra vestida de blanco.
No dije nada, esperé a que todo se desenvolviese con soltura, si tenía algo que decir, más tarde llegaría el momento.
—Los acusados, Henry y Hollows Klaussënberg, han sido acusados la pasada noche por, Zoila De Iberia, bajo el crimen de dañar injustificadamente a uno de los nuestros. Hollows Klaussënberg es, así mismo, acusado también de tratar con mortales en asuntos privados de nuestra especie, haciendo peligrar nuestra forma de vida y secretismo, que mantiene vivo al consejo —explicó el jaguar, quien vestido de negro, levantó la voz con claridad.
¿Daños injustificados?
—Perdone... —dije con inseguridad.
Algunas voces comenzaron a brotar de los alrededores.
—¡Silencio! Se le otorgará el momento de habla cuando se lo pidan —gritó la hiena—. Por favor, hagan pasar al demandante.
Justo detrás de mi, vi a aquello que en ese momento me hubiese gustado evitar: Zoila.
Este tenía su pelaje cobrizo quemado por la mayoría del cuerpo, dejando ver en ciertas partes su pellejo oscuro y en otras un pelaje mas negro de lo normal.
—Hollows... —dije con voz temblorosa, mientras agarraba el brazo de él.
—No te preocupes, recuerda, estamos en terreno neutro... —me tranquilizó Hollows.
Zoila pasó a mi lado, dedicándome una sonrisa de psicópata.
—Te lo advertí... —me susurró Zoila.
Este se colocó a mi lado, separado por varios metros.
—Hace tres noches, Zoila fue asediado en su guarida por nada más y nada menos que Hollows y su sirviente mortal. Según el demandante, el ataque fue completamente indiscriminado, el acta de tratado de paz entre miembros figura claramente que esto se trata de un acto ilegal, que podría ser castigado con el encierro del netopýr y el sacrificio de su mortal —narró el jaguar, mientras leía las actas de una especie de pergamino.
—¿Algo que decir? —preguntó la hiena.
Hollows dio un paso adelante y se preparó para hablar.
—Sus excelencias, mi mortal y yo no estábamos a la caza de nadie, nuestro encuentro fue puramente fortuito —pronunció Hollows con confianza y tranquilidad—, el primero que decidió atacar fue Zoila, podéis ver aquí, por la herida de mi compañero, que fue su frágil cuerpo quien recibió el ataque...
—¡¡Alto ahí!! No hay nada de indiscriminado en atacar a un mortal, nuestros miembros están en su derecho de cazar, siempre y cuando sea lo suficientemente sigiloso para llevarlo con soltura —protestó Zoila.
Una vez más, la sala se lleno de murmullos, que pronto fueron acallados con el sonido de una campana que duró segundos.
—Lo sería, si el mortal no fuese... —Hollows se paró un segundo para mirarme— propiedad mía.
Me moría de la vergüenza, no podía soportar semejante humillación, incluso si fuese para salvarme el pellejo.
—No cabe en el registro de esclavos el nombre de Henry, explíquese —dijo la zorra.
—Su nombre no está presente porque ese mismo día pasó a ser mi propiedad. Quise llevarlo a las alcantarillas por cierta investigación que teníamos juntos, pero no caí en la cuenta de que se trataba de la guarida de uno de los nuestros —dijo Hollows—. Debo añadir también que se avisó a Zoila, pero su sed de sangre era demasiado intensa para atender a razones, él mismo fue él responsable de mi herida —contó, enseñando las vendas de su cabeza.
Los jueces parecían estar argumentando entre ellos, intentando decidir el siguiente movimiento.
—¿Qué clase de propiedad es exactamente su... lince? —preguntó el jaguar.
—¿Él? —preguntó, observándome de arriba a abajo.
Hollows parecía estar dudando de su siguiente frase, pero tras unos segundos de sopesarlo, parece que por fin se decidió.
—Es solo un científico, un hombre de ciencias que me ayuda en proyectos... Nada más.
Hollows mantuvo su imagen en todo momento, incluso cuando aquellos subidos en el estrado le observaban con ojos crueles, él no se echó para atrás. Uno de los jueces, el jaguar en concreto, anduvo analizando ciertos papeles y pergaminos que en su mesa se encontraban; parecía estar buscando alguna contradicción en ese dichoso código netopýr para pillar un anzuelo contra Hollows. Tras unos largos minutos que se convirtieron en horas bajo mi perspectiva, la hiena de el medio hizo tocar aquella campana gigantesca del estrado y se levantó, haciéndose notar entre todos los demás.
—¿Qué proyecto tenían entre manos? ¿Qué buscaban encontrar bajo los acueductos del gueto?
Hollows carraspeó de nuevo, preparado para todo.
—La enfermedad que convierte a los mortales en revenants, su excelencia. Vimos indicios que podrían ayudarnos a entender más sobre dicha aflicción —dijo Hollows, proyectando con fuerza su masculina voz—. Sé que a ojos del consejo, un netopýr no debería entrometerse en los asuntos mortales; pero si no ayudamos a los que consideramos nuestro ganado, nos veremos afectados dentro de poco por el insuficiente suministro de alimentos.
Todos parecieron calmarse, por fin, después de tanto tiempo parecieron darse cuenta de lo peligroso que podría llegar a ser aquella enfermedad.
—Sus excelencias, la enfermedad es sin duda alguna de origen parasitario, pero no cualquier parásito. Mis estudios han dado poco a poco sus frutos, y he terminado teorizando que lo que tenemos entre nosotros es un intento de vasallaje. Alguien, con los suficientes recursos, ha creado una abominación para controlar al pueblo de Janet's Harbour.
Los murmuros se avivaron de nuevo, dejando un ambiente de lo más mareante en medio de la sala.
—¡Orden!... —chilló la zorra—. Señor Hollows, ¿está sugiriendo que alguien del consejo está intentando apoderarse del control de la capital?
—Sí, su excelencia... Aunque no tengo claro si es alguien de este consejo, o un ataque extranjero por parte de otro grupo. Pero nuestro estilo de vida peligra con creces.
En ese momento observé como Hollows sacaba de sus alforjas un frasco. En el se encontraba aquel parásito que nos encontramos en las alcantarillas, nadando entre la sangre que dicho envase contenía. Todos parecían haberse quedado boquiabiertos.
—Esto es a lo que nos enfrentamos, sus excelencias —dije, tratando de alzar mi voz.
—¡Esto es ridículo! Estamos aquí por mi caso, no por un pequeño bichejo —volvió a protestar Zoila, acercándose a mi.
—¡¡Quédese en su sitio!! Si vuelve a interrumpir la sesión nos ocuparemos de usted—ordenó la hiena con fuerza—. Señor Hollows, controle a su lince.
Hollows me dio una mirada de aviso, diciéndome con cero palabras lo que pasaría si alzase mi voz una vez más.
Unos minutos de deliberación más tarde, los tres jueces parecieron levantarse, decididos a hablar.
—Dada las nuevas circunstancias, y las pruebas expuestas, revocaremos parcialmente la denuncia hacia Hollows y Henry. Sin embargo, el señor Hollows tiene aún la obligación de hacer pasar a su esclavo en propiedad por el Neverium, ya que permitió que este dañase la integridad de un miembro importante del consejo—dijo la hiena, dando un golpe a la campana—. La ceremonia entrará en vigor en la sala de castigos. Vea esta sentencia como una advertencia, la próxima vez no seremos tan benevolentes con su propiedad.
Miré a Hollows, confundido por todo aquello.
—¿Qué es eso del Neverium? —le pregunté, mientras la sala se empezaba a vaciar poco a poco.
—Lo siento, Henry... —dijo, dejando que unos guardias me agarrasen de los brazos y me llevaran con ellos.
—¡¿Qué está pasando?! —pregunté, con terror en mi voz— ¡HOLLOWS!
Mis chillidos no parecieron dar resultado. Mientras los guardias me llevaban a rastras, lejos de Hollows, este miraba al suelo; tratando de no hacer contacto visual conmigo. El miedo se apoderó velozmente de mi cuerpo, solo veía como me arrastraban por un nuevo pasillo, iluminado por lamparas de aceite y cruelmente decorado con maderas viejas y un suelo de lo más rugoso.
—Por favor, solo decidme a donde me lleváis... —dije entre lágrimas de preocupación.
Los guardias hicieron caso omiso, tras llevarme a rastras por aquel lugar tan frío acabamos llegando a una habitación de lo más pestilente; con un suelo manchado en capas profundas de sangre, paredes equipadas con grilletes, y justo en su centro, una barra gruesa de hierro oxidado que atravesaba el techo y su suelo de forma vertical.
—Quítale la ropa —dijo uno de los guardias.
Su compañero, de aspecto duro, comenzó violentamente a rasgar mi ropa nueva, dejando varias partes de mi cuerpo descubiertas a la humedad hedionda de esa cripta tortuosa. Pronto, se me quitó de toda aquella ropa que tanto me gustaba, dejándome desnudo al completo, solo cubierto por las vendas de mi hombro y talón.
—Quieto, solo serán unos segundos —ordenó el guardia, apartando mis manos que trataban de ocultar mi miembro y atándolas con fuerza a la barra de hierro.
—¡Yo no he hecho nada malo, solo me defendí! —les dije, humillado por la situación.
—Reserva tus fuerzas para el demandante, las necesitarás —dijo el guardia, terminando por atar mis patas también y dejándome inmovilizado, con mi cara frente al gran poste oxidado.
—Pasa, tienes varios minutos para hacer lo tuyo...
Aún sin ver lo que pasaba a mis espaldas, pude notar como la puerta se cerraba y me dejaban a solas con alguien, solo acompañado por la estática de mis oídos y el sonido de los pasos de alguien.
—¿Hollows? —pregunté, temblando de ansiedad.
—No...
Reconocía esa voz... era la de Zoila.
—Por favor, déjame... No quise hacerte daño —le imploré—. Diles que solo me defendía, nada más.
—Tus leyes no sirven aquí abajo, basura —pronunció Zoila, acariciando mi cintura con sus garras puntiagudas.
Aquel lobo era un psicópata que disfrutaba con mi sufrimiento, y para colmo ahora tenía el permiso para hacer lo que quisiese conmigo.
—No queríamos hacerte nada, tú atacaste primero a Hollows —dije, enfadado por la injusticia que estaba apunto de perpetrarse.
Noté como el lobo sonreía, sus manos seguían acariciando mi dolido cuerpo.
—No me extraña que Hollows quiera protegerte, eres un espécimen interesante —dijo, toqueteando el pelaje de mis orejas—, aunque solo seas un juguete para él...
Zoila se alejó, sus pasos me anunciaban que se había acercado a una de las paredes de la sala.
—Por favor, solo dime que es todo esto... Dime al menos si me matarás —le pedí.
Zoila estalló en unas carcajadas suaves, mientras volvía a acercarse a mi espalda.
—Debo decir que me gustaría, pero todo a quedado en un simple castigo y ya está —anunció el lobo—. Me tendré que conformar con no pasarme demasiado.
Empecé a entrar en pánico, aunque fuese lo suficientemente habilidoso con mis piernas estas se encontraban paralizadas por las cuerdas. Lo único que pude hacer es aguantar con resistencia lo que me vendría.
—Trata de no contenerte, quiero oír tus gritos —dijo el lobo.
Tras unos segundos de silencio, el sonido de algo moviéndose con rapidez me alertó. Aún tensando la espalda lo suficiente, lo sentí con plena conciencia... Un látigo había aterrizado con fuerza en toda la superficie de mi espalda, haciéndome apretar los parpados por el dolor. Se podría describir como un picor intenso que dejaba sus alrededores con la carne hirviendo.
—Tranquilo, no te aburrirás conmigo —dijo Zoila, asestando otro latigazo a mi espalda—. No me moveré de aquí...
Golpe tras golpe el dolor se hacía más y más intenso. Los gemidos ya no ayudaban a atrasar la llegada del dolor, los gritos que pronto proyecté con sufrimiento tampoco. Me encontraba en una espiral constante de dolor y leve recuperación, que se volvía a interrumpir por los fuertes latigazos en mi espalda, piernas y nalgas. Tan pronto cuando empecé a marearme por el aire expulsado con mis gritos, me di cuenta que mis piernas se habían cubierto de sangre, aquel liquido rojizo cálido provenía de los cortes provocados por los golpes de Zoila. La fuerza y barbaridad era tal, que sus latigazos habían empezado a cortar mi carne y arrancar el pelaje de mi cuerpo. Muy pronto, el frío de la sala comenzó a cubrir la carne viva de mis heridas, haciendo que mi cuerpo flaqueara por el trauma provocado.
Estaba en mi momento más humillante, ser castigado de aquella forma, sin ni siquiera una señal que anunciase el fin de esa pesadilla, me hacía sentir abandonado. Presa del destino y deseos de otros.
—¿Te he agotado ya? —pregunto Zoila, al ver que mis gritos cesaron con rapidez—, no me digas que te has acostumbrado al sufrimiento físico...
Zoila trataba de captar mi atención, pero yo ya había dejado de moverme hace tiempo, solo podía aceptar el castigo que aquellos jueces me habían inculcado.
—¿Qué le ha pasado a mi vida? —dije, sin esperar respuesta alguna.
Mi cordura terminó también por rendirse, pronto, lo único que salía de mi eran sollozos, lágrimas en fila y sangre a borbotones. No me veía capaz de hacer más, solo llorar por miedo a mi futuro, y miedo a saber como estaban mis abuelos en ese momento. Llorar había sido parte de mi vida por mucho tiempo, pero esta vez era algo diferente, no lloraba por alguien, no lloraba por mi... Lloraba por incomprensión, por no saber en que mundo había acabado.
Zoila paró por un momento, parece que de alguna manera se encontraba confuso por mi comportamiento, sin saber que decir o hacer.
—¿No querías sufrimiento? ¡Aquí lo tienes! —le grité, con mis últimas fuerzas—. Hártate con él y atragántate.
Todo me importaba ya muy poco, pasase lo que pasase, sabía que mi vida no iba a ser la misma. He sido torturado toda mi vida por toda clase de dolores, ahora es mi momento de mirar al sufrimiento a la cara y bailar con él lo que me queda de vida.
Caí otra vez rendido, con mis últimos suspiros conscientes aprovechados en un vistazo rápido, a aquel responsable de mi tortuosa noche. Allí estaba ese lobo de pelaje rojizo, mirándome con unos ojos que nunca había presenciado, como si hubiese captado con ellos mismos algo que nunca tuvo que haber visto.
Mi consciencia se va, y con ella también lo hace mi cordura.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top