Hollows

"No Te Sorprendas Cuando Nadie Quiera Ir Contigo Al Camino Que Llamas La Vida"

Tras el largo día de trabajo pronto comenzó a presentarse la noche en el cielo diurno con claros matices de naranja tenue y una capa azulada que tapaba a estos. No suelo ser una persona que disfrute del día, pero tampoco soy un fanático de la vida nocturna. Y mucho menos por estas calles, después de lo sucedido en la morgue no creo que me entren ganas de quedarme mucho tiempo al descubierto. Antes de ir a casa me decidí ir un rato a despejarme al bar de siempre, está cerca de casa sí que me da igual si llego un poco tarde.

El ambiente tan enredado y agitado de la mañana se había convertido en algo totalmente contradictorio. Las tiendas y puestos comerciales habían sido rápidamente envainados y no se sentía la presencia de ningún ser vivo en toda la calle. Al final de la calle donde se encontraba el bar nacía con bastante notabilidad el Rio Vögel, una de las masas de agua fluviales más grandes de todo el continente, tanto que a veces con la niebla no se puede divisar el extremo de la otra orilla, solo mas luces amarillentas de las farolas viejas de cobre y hierro y, como no, los edificios y rascacielos de cristal llenos de esa energía eléctrica tan preciada.

—¿Sigues aquí? —pregunté, al ver a Hans bebiendo a solas un vaso de coñac de cobre a la orilla de los asientos de los escaparates que daban al asfalto. 

Este giró la cabeza con lentitud y clavó la mirada en mi

—El bar siempre será casa del borracho, del que coquetea y de los sin-sueños —respondió con un tono desganado pero ciertamente tranquilizador.

Me acerqué a la silla que tenía enfrente de él y me senté, estirando lo máximo posible mis piernas hasta que mis patas tocasen la madera de la silla de Hans.

—Tú siempre tan poético y sin un duro que gastar —le respondí.

—No me gusta trabajar, eso es solo para la gente válida —me replicó.

Le fruncí el ceño y apoye mis brazos en la mesa mientras curvaba mi espalda.

—Oye... Eres un cánido, no entiendo como no has logrado salir de aquí. Sabes que a los de tu especie los tienen en un pedestal —le dije.

Hans se bebió su coñac de una y apartó su mirada penetrante a la ventana de cristal. Parecía totalmente indiferente con mis respuestas pero algo en su manera de tragarse el coñac y de oír como corría por su garganta me hizo pensar que quizás le haya tocado cierta fibra sensible que habría estado mejor sin ser rozada.

—No me va la vida en la ciudad, y aquí tampoco. Pero prefiero estar con unos linces y felinos malolientes que con unos chuchos mimados e ingenuos —dijo con su famoso tono pedante.

—¿Yo huelo? —le pregunté.

Me devolvió la mirada, esta vez con una sonrisa pícara.

—¿Acaso te gusta que los perros te huelan? Vaya, no me esperaba que fueses de "esas" personas —respondió con una risa asfixiante.

Eché mi cabeza para atrás avergonzado por la pregunta.

—¡Eso no vale! No juegues con esas cosas, podría empezar a levantar cotilleos que es mejor dejar en tierra—le reproché.

El cánido se levantó y caminó hasta una pila de vasos limpios para remojar el vaso usado. En aquel momento eché un vistazo rápido al bar y me di cuenta que no había ningún alma mas en el recinto, ni siquiera Kayla.

—¿Cómo es que estás solo? —le pregunté.

—¿Te refieres al bar o a mi vida? —respondió desde la barra del bar mientras fregaba su vaso.

—Te diría solo el bar, pero ahora me acabas de levantar dudas —clamé.

—A lo primero te puedo decir que Kayla siempre me deja llaves de repuesto para entrar en el bar y vigilárselo por la noche, a cambio ella me deja tomar un poco de ese coñac de cobre tan suculento y jodidamente pecador... Es un vicio —dijo seguido de un respiro hondo.

Solté una pequeña risa.

—Recuérdame un día de estos revisar tu hígado, tiene que estar apestando a óxido.

—No hace falta, recuerda que los perros olemos muy bien y te puedo decir con total confianza que eres un aguafiestas Henry, déjame disfrutar mis vicios en paz —dijo con un tono parecido al de un anciano.

Este se acercó a mi y se agachó a nivel de mi cabeza.

—¿Cómo ha ido tu día? Hueles raro, eso significa que has conseguido trabajo en un lugar nuevo —me preguntó cambiando de tema.

—Y que lo digas, ahora trabajo en la morgue local, el edificio está extrañamente administrado y para colmo mi jefe es un labrador medio racista —le respondí.

Hans se quedó con cara pensativa durante un momento.

—Labrador... ¡vaya! —exclamó después de unos segundos.

—¿Qué ocurre? —pregunté— ¿Le conoces?

—Podría ser, es el único labrador en este sitio, ya de por si los de su raza son extremadamente raros, se dice que vienen de una meseta muy lejos de nuestro continente. Si es la persona que creo que es entonces agárrate bien los pantalones, a este tipo le gusta jugar duro —me explicó con total claridad.

—Ya he tenido el placer de conocer su trato especial, el tipo me echó una bronca cerca de una camilla y me presionó con mucha fuerza —le conté.

—¿Qué hiciste para cabrearlo?

Entonces me di cuenta que comencé a hablar demasiado, no podía contar así como tal lo ocurrido allí,  menos aún las noticias que el jefe me dio. Debo de tener mas precaución.

—Nada, discutimos sobre que herramientas utilizar en un procedimiento y se molestó —solté con rapidez para no intentar indagar mucho más en el tema.

Procedí a levantarme de la mesa y me remangué la ropa.

—Nos vemos mañana por la noche si quieres, algo me dice que estaré trabajando hasta muy tarde estos próximos días —dije con un tono mas animado mientras le daba la mano a Hans.

Hans correspondió mi gesto con un apretón de manos firme y se encendió uno de sus cigarros finos, probablemente de las cosas con más valor que tiene consigo y que lleva a todas partes.

—Eres un hijo puta con suerte —me dijo.

—No, soy un hijo puta con estudios —le respondí con una sonrisa—. Nos vemos Hans.

Me acerqué a la puerta y justo cuando me fui a ir sentí la mano de Hans sosteniendo la parte baja de mi gabardina. 

—¿Hans, pasa algo? —giré mi cabeza para verle mejor.

La cara de Hans indicaba inseguridad, sus cejas ligeramente fruncidas y bajas me hacían sospechar cierta preocupación o malestar en su cabeza.

—Nada... —se dio una ligera pausa para tomar aire—. Solo quería decirte que me alegro que hayas vuelto a este sitio tan hediondo —explicó seguido de una risita por lo bajo.

Me tomé un segundo para observar detenidamente su rostro sin que este se diese cuenta que lo estaba analizando.

—Yo también me alegro de haberte encontrado aquí Hans, como en los viejos tiempos —le di unas palmaditas en el hombro y me dispuse a dejar el local con cierta prisa ya que la noche empezaba a espesar bastante el ambiente.

Dejé el calor del bar para reasentarme de nuevo en las frías y húmedas calles empedradas, esta vez no cometería el error de caminar por ahí a altas horas de la noche como si estuviéramos en verano. Me crucé de brazos para conservar el calor de mi cuerpo y ayudado por la tenue luz artificial que salía de los escaparates del bar miré al suelo y comencé a caminar con cierta prisa. Aquella noche todo parecía más tranquilo, y sinceramente... ¡no sabía si eso era mejor o peor! Desde que he llegado aquí todo se siente pesado, es como si una presencia pícara estuviese montada sobre mi cogote y me obligase a llevarla a caballito, no suelo ser de la gente supersticiosa pero eso no me quita el derecho de sentirme tenso cada vez que me paseo por estas calles. Llegando ya a la puerta de nuestra casa pude observar que las luces estaban encendidas y una extraña pero nostálgica melodía se podía escuchar desde fuera. Cogí la llave de mis alforjas y casi instantáneamente al abrir la pesada puerta de madera todo el interior de mi hocico se vio invadido por un olor a pastel de carne picante con cayena que me hizo la boca agua, literalmente hablando, mi boca se lleno de tanta saliva que tuve que escupir antes de entrar. Antes de anunciar mi llegada fisgoneé un poco por la entrada para saber de donde venía la música y justo al doblar la esquina para ir al salón vi a mis dos abuelos abrazados mientras bailaban lentamente "La Vie Est Comme Le Riz" al ritmo del fonógrafo. Incluso a su edad se siguen queriendo como el primer día, uno llega a creer que los casamientos son por dinero, por poder e incluso por conveniencia, pero yo lo único que observo al ver a mis abuelos es la forma mas pura de un amor eterno, un amor que incluso en la recta final de la vida y tras años largos de oxidación se mantiene tan inocente y limpio como el amor de dos jóvenes rebeldes que luchan por poder amarse sin miedo a la aleatoriedad injusta de la vida. Decidí dejarlos en paz con sus ritos amorosos mientras yo, con total silencio, colgaba mi ropa de calle en la percha del recibidor.

Subí por las escaleras con mucho cuidado de no pisar una tabla que rechinase por mi presencia y me dirigí al ostentoso cuarto de baño para prepararme una sesión de relajación plena y pura sin las influencias del mundo exterior. Por suerte el agua había sido reemplazada esta tarde y la caldera que calentaba el agua junto a la bañera funcionaba a la perfección. Sin pensármelo dos veces abrí el cajón de los jabones y saqué un poco de sosa perfumada para aprovechar al máximo el agua caliente. Tan solo bastaba con unos pocos gramos para que la sala entera oliese a lavanda. Me quité la ropa, estiré un poco mi cuerpo y poco a poco fui adentrándome en las aguas perfumadas ¿Conocéis esa sensación escalofriante cuando tu cuerpo gélido entra en contacto con agua tibia y esta parece haber sido sacada de un volcán en plena faena? Pues yo estuve disfrutando de dicha sensación por dos minutos enteros hasta que mi cuerpo se acostumbró al agua, era casi como si miles de demonios hubiesen salido de mi cuerpo y se hubiesen ahogado entre la lavanda.

—Sí... —solté por mi voz un gemido bastante profundo de placer—. Solo yo, el agua y un silencio sepulcral.

Cerré mis ojos para disfrutar todo lo posible y con un gran suspiro me quedé inerte, con mi cabeza echada para atrás, mis pensamientos fuera de mi cabeza y solo con el crepitar suave de la caldera haciéndome cosquillas en las orejas.

—¿Disfrutas? 

Una voz grave pero reconocible interrumpió mi deseado descanso. Cuando abrí los ojos sobresaltado y me llevé mis manos a la entrepierna observé justo al lado de la ventana, al fondo del baño y con la ayuda de la luz lunar el cuerpo de aquel labrador, mi jefe.

—¿Qué haces aquí? —pregunté muy confuso y sorprendido.

El labrador siguió adelante haciendo caso omiso de mi pregunta y se sentó en el bordillo de la bañera. Había cierta fuerza en su mirada, casi como si de sus propios ojos el infierno en persona estuviese escupiendo ascuas ardiendo sobre su iris amarillento.

—Quiero algo de ti, pero no te va a gustar —dijo con una sonrisa pícara y lunática.

—Permíteme decirte que algo así no me extraña, por algo estás en mi casa sin permiso de nadie... por favor vete o gritaré. Mis abuelos saldrán a buscar ayuda.

—¡Oh! Pero... —pausó durante unos segundos mientras se acercaba poco a poco a mi cara— ¿Cómo puede uno gritar sin aire en su garganta?

Justo cuando esas palabras salieron de su boca pude observar como sus colmillos cánidos aparentaban ser más grandes y afilados de lo normal. Tuve un segundo de dudas sobre que hacer pero sin ninguna otra opción que cotejar y con su mandíbula tan cerca de mi solo pude ayudarme de mis patas para intentar darle una patada y salir lo mas rápido posible de allí. Justo cuando estuve a punto de asestarle el golpe agarró con una rapidez sorprendente mis dos patas con sus enormes manos y las mantuvo bien encerradas en sus palmas bajo el agua.

—No eres muy listo que digamos —dijo el labrador.

Fue entonces cuando ayudado por su fuerte mandíbula agarró mi cuello entre sus colmillos y comenzó a hacer una fuerza antinatural, mis gritos se ahogaron dentro de mi esófago ya que no tenían orificio por donde salir. Estaba solo frente a un asesino que no solo intentaba, sino que también era capaz de romper mi cuello en cualquier momento. No podía hacer nada, cerré mis ojos y recé para que pasase rápido

Desperté sobresaltado, agarrando mi cuello con fuerza a la vez que tragaba aire con ansias de llenar mis pulmones de oxígeno. Miré alrededor y todo estaba tranquilo, hasta la música de fondo que habían puesto mis abuelos había cesado por completo.

—Joder... —respiré—. Una pesadilla en medio de un baño, lo que me faltaba —me dije mientras sonreía felizmente, aliviado de que se tratara solo de una pesadilla—. Mi cuello sigue de una pieza—me llevé las manos para comprobar mi garganta, por suerte no había nada.

El baño había sido tan relajante que caí dormido y presa de una pesadilla de lo mas morbosa. Tengo que despitar mi mente de una forma u otra, no puedo tener a ese perro todo el día en mi cabeza, aunque confieso que hay algo maldito en su forma de ser y hablar que no me hace despegar su imagen de mi mente... Quizás el maldito sea yo.

Decidí no darle mas vueltas al asunto y me vestí con mi pijama de noche tras acicalar un poco mi pelaje y echarme un poco de talco. Bajé en plena oscuridad, al parecer mis abuelos habían apagado las luces y ya se habían ido a dormir. Una nota que colgaba del marco que daba a la cocina captó mi atención, con una letra bien adornada se podía leer: "Henry, te dejamos un trozo de pastel de carne en el horno, recuerda comer bien has adelgazado demasiado".

En eso le daré la razón, desde que entré a las filas algunos años atrás he estado adelgazando como un comediante sin casa, el estrés hace estragos en el cuerpo. Me serví el último trozo de pastel y me dispuse a comer, estaba igual de bueno que hace años, cuando era joven este podría haber sido mi plato favorito... y seguramente lo siga siendo, el picante de la cayena sigue siendo mi debilidad pecaminosa.

—Menudo día —me dije a mi mismo mientras lavaba el plato en la cubeta de agua.

Tras el largo día bajé a mi pequeño edén personal en el sótano y finalmente descansé mi cuerpo en aquella cama polvorienta ¿Por qué bañarme si todo esta lleno de polvo y me ensuciaré igual? Supongo que para no acumular... Pero eso ya no importa, ahora lo que más deseo es cerrar mis ojos y caer dormido de inmediato, olvidar todo este día de locos y pasar al siguiente preparado para lo que sea... Eso espero al menos.

A la mañana siguiente...

Desperté, extrañamente con un cuerpo mas vigorizados y con ganas de comerme el mundo. Pocas veces me siento así, sobretodo en un lugar como este, es casi como si me hubiesen inyectado una dosis de felicidad ¿Acaso puede un buen sueño reconfortar tanto a la gente como yo?

Rápidamente me vestí, lo mismo de siempre, pero esta vez con un sombrero de bombín pequeño, que vean los de fuera que no soy un vulgar obrero de calle.

Al salir del sótano saludé a mis abuelos que aun desayunaban y me uní para hacerles un poco de compañía antes de irme a trabajar.

—Se te nota distinto —dijo mi abuelo extrañado.

—Hoy me siento como un niño otra vez, no sé porque —dije con un tono optimista, diría que incluso molesto de lo positivo que era.

—Estarás enamorado, estas en la edad para ello —comentó mi abuela dandole un mordisco a su panecillo con mantequilla.

Al escuchar su comentario el desayuno casi se me atora en la garganta, parecía como si sus palabras me hubiesen maldecido en un instante.

—Lleva en esa edad desde hace años, el chico todavía no ha encontrado a la adecuada —dijo mi abuelo seguido de una risa—. Ya estás tardando, quiero bisnietos.

—Habrá que esperar... —dije sonriendo falsamente.

Madre mía, si supiesen que es lo que realmente me gusta... mejor que vivan en la ignorancia.

Tras un rato charlando con ellos me dispuse a irme derechito al trabajo, esta vez nada de Hans o Kayla, solo trabajo para ayudar a la familia que me queda aquí. Mientras paseaba por las calles de siempre divisé una aglomeración bastante grande cerca de uno de los muelles que daban al río, había gente de toda clase tapando la calle entera. Ayudado por una farola me levanté unos centímetros del suelo y observé el escenario desde arriba, al parecer habian encontrado un cadáver en el río, bastante reciente además. Uno de los policias hablaba con mi jefe, que se encontraba en medio de la escena probablemente preparándose para llevar el cuerpo al depósito. Este giró su cabeza a mi dirección y me divisó, fue extraño, casi como si ya supiese que estaba ahí. Me hizo unas señas para que viniese a él con urgencia y así mismo hice.

Se me hacía raro verlo despues de aquello que soñé, no me sentía cómodo pero tampoco estaba aterrado de él.

—Hola lince, tienes que ayudarme con esto —dijo con su tono despreocupado.

—Lo supuse al verle jefe —respondí.

—Supones bien lince —suspiró—. Coge la camilla de emergencias de aquel carro motorizado, le llevaremos juntos a la morgue.

No sabía que teniamos carro para eso, en la guerra mientras tuvieses dos piernas para transportar heridos podías ser médico. Cogí con prisas la camilla de tela y la despeglé en el suelo, donde con la ayuda de dos policías colocamos encima al pobre desgraciado y lo trajimos a la parte trasera del carro, tapamos con una manta su cuerpo para desviar las miradas cotillonas.

—Suerte que estabas aquí, ahora ya sabes que hacer cuando llegues al depósito —dijo el labrador.

—Querrá decir cuando "lleguemos" —contesté—. Además no sé conducir trastos así.

El labrador echó de su boca uno de sus suspiros tan destacados y me miró fijamente.

—Claro que no sabes, eres un lince, que tonto por mi parte.

El labrador se despidió de los policías cánidos y se subió conmigo al carro con cierta molestia. Al prender el carro una enorme bola de humo negro emanó de atras, la maquina necesitaba alguna que otra revisión en toda regla, pero funcionaba que es lo importante. Estuvimos un buen rato conduciendo por las calles sin decirnos palabra alguna, mi jefe no es mucho de hablar cuando no es necesario al parecer... o quizás solo hacía falta romper un poco el hielo.

—¿Todo bien?

Menudo entrante le acabo de meter para empezar una conversación.

—¿Por qué no lo iba a estar? —respondió indiferente sin nisiquiera girar su cabeza para verme.

—Ya, claro... —respondí acompañado de una cara roja como un tómate.

Tierra trágame, intentar hablar con este cacho de carne es como hablarle a un general.

No decidí darle muchas vueltas y cerré mi boca, mejor conservar el aliento con esta clase de gente, me límite a mirar distraído a los edificios de la ciudad central y ya está. Es increíble como somos capaces de construir semejantes rascacielos tan brillantes como esos y no seamos capaces de juntarnos todos como un mismo pueblo... Supongo que el deseo de tocar los cielos solo será otorgado a aquellos lo suficientemente listos y crueles para caminar sobre otros, siempre es así.

Llegando ya a la entrada de la morgue vi que dimos un giro inesperado a una callejuela estrecha por donde casi no pasaba el carro, parece ser que la planificación urbana no era muy importante en este lado del gueto.

—Llegamos, prepara al cadáver para meterlo por la puerta trasera —me dijo bajándose del carro por la parte trasera, ya que a los lados teníamos muros que nos cortaban el paso—. Cuidado con pisar al tipo, ya me pasó una vez —anunció.

Me di la vuelta en el propio asiento y con cuidado caminé sobre la parte de atrás hasta bajar de un salto al suelo. Mi jefe estaba buscando la llave de la puerta trasera mientras que yo preparaba una vea más la camilla de tela para llevarlo dentro lo más pronto posible, no quiero que las moscas hagan acto de presencia. Llevamos juntos la camilla adentro del edificio, al parecer esta puerta trasera daba directamente con el depósito, donde guardábamos los cadáveres en unas pilas de acero y latón aisladas hasta que los de la funeraria viniesen a buscarlos, según las políticas del depósito si en un periodo de dos meses no tenían noticias sobre la funeraria o los familiares los cadáveres pasaban a ser parte del depósito... No sé exactamente a que se referían con eso ¿Acaso nos tocaría a nosotros enterrarlos en una fosa común?

—Hora de la muerte: aproximadamente las 5 de la mañana —dijo el labrador de repente, alejando los pensamientos que me nublaban la mente con dudas.

—¿Cómo estás tan seguro? Ni siquiera lo hemos empezado a examinar —pregunté con un tono de fascinación.

El labrador carraspeó ligeramente su garganta y se puso en posición para hablar.

—Los cadáveres en el agua suelen descomponerse a una velocidad vertiginosa, más aún si lo han tirado en estas aguas tan sucias. Sin embargo, a este pobre diablo todavía no le ha llegado el rigor mortis —cogió uno de sus dedos y comenzó a mover sus articulaciones—. ¿Ves? A este pobre muchacho le llegó su hora hace solo unas horas, como son las 7 de la mañana supongo que moriría en medio de la noche. Lo que no logro entender es como llego al agua, no parece pescador por su ropa.

Miré detenidamente los ropajes embarrados del felino que se hallaba muerto ante mi y pude darme cuenta de que su chaleco era de una tela bien definida y trabajada, desde luego no era alguien de por aquí. En su cuello el pelaje parecía haber sido presionado con fuerza, casi como si lo hubiesen ahorcado o similar.

—Señor... —señalé las marcas del cuello.

Este se mantuvo en silencio mientras que con unos guantes de cuero movía el cuello del felino para inspeccionar la marca mejor.

—Hay rastros de poliéster... Lo han ahorcado —abrió su boca ayudado de un palillo de madera—. En efecto, su lengua parece más hinchada de lo normal y el interior de la garganta parece bastante irritado.

¿Otro asesinato? No recordaba tantas barbaridades por parte del gueto desde que la Estirpe de Abraham vino y convirtió el barrio en el gueto que conocemos hoy, y de eso hace más de 20 años. El jefe y yo seguimos con el trabajo de siempre, no quise darle muchas vueltas a este asesinado dado lo violento que se me puso ayer con el otro pobre diablo, simplemente me acostumbré a acatar sus órdenes, limpiar el desastre sanitario que teníamos en la sala de exploración e inspección de cadáveres y como decía mi madre: San Se Acabó. Absolutamente nada más. Al menos así fue hasta que mi jefe tocó la puerta del depósito para anunciar su presencia mientras yo estaba fregando el suelo de rodillas con un cepillo de cerdas duras.

—Oye, ya casi es mediodía, come un poco para no desfallecer con todo lo que tienes que hacer —dejó un sándwich de mantequilla de girasol con confitura de arándanos encima de una mesilla al lado de la puerta—. Yo me tengo que ocupar de unas cosas dentro de la oficina de empleo —se rascó su hocico—, así que te quedarás solo hoy limpiando y trasladando los cadáveres a los carros funerarios que vengan, no me molestes para ninguna tontería.

—Gracias jefe —le dije agradeciendo su gesto tan cordial.

Este gruñó levemente sin abrir su boca.

—Llámame señor Hollows... —dijo con cierta rapidez.

Este cerró la puerta sin decir nada más y se alejó con pasos apresurados.

—Señor Hollows... —repetí en voz baja—. Que rápido a asomado la cabeza el conejo —me dije con cierto tono burlón.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top