Hans Bauer

"El Amor Que Nunca Me Diste, Te Lo Devuelvo a Pecho Descubierto"



Las campanas, las campanas de la Calle Rodríguez se podían oír retumbar a lo lejos. La niebla no dejaba maravillar a mis ojos con la imagen de la Iglesia Santa Ana y sus dos voluminosos campanarios de mármol. Puede que sea lo único de valor que haya en esta parte tan abandonada del barrio, me extraña que sigan sonando y que los habitantes no hayan robado las campanas, pero supongo que incluso en las partes mas cloacales de la ciudad sus habitantes pueden llegar a tener cierto respeto a aquello que aman y han jurado respetar como modo de vida. Me sorprende que el poder de La Estirpe de Abraham llegue hasta aquí, pero ahora que lo pienso tiene sentido, como crueles oligarcas hay que mantener a los que tienen mas probabilidad de rebelarse bajo la bota y yugo... Pero estoy seguro que cualquier otro dictador no dejaría morir a su pueblo de esta manera, los han habido mas carismáticos que estos tipos.


Siguiendo la carretera principal por la cual había empezado a caminar desde hace ya un buen rato giré a la izquierda justo en la esquina de una panadería que extrañamente me resultaba familiar, no recuerdo mucho de cuando vivía aquí pero se me viene a la cabeza el olor a pan recién hecho y... ¡creo que también el olor de una refinería de cerveza! Una pena que todos esos olores se hayan esfumado para dar paso a este nauseabundo regustillo a calle mojada y hojas de otoño podridas en el suelo, incluso en el campo ganadero donde vivía antes olía mucho mejor. Me metí por el callejón que daba pasó a la famosísima calle de mi niñez.


—Por fin, la Calle de las Cortinas de Humo —me dije a mi mismo mientras cruzaba entre los diminutos portales de las casas—¿Cómo no olvidarme de esta choza?


Paré frente a una puerta de color rojo vino muy oscuro, esta resaltaba un poco más sobre las otras, sobre todo por su aldaba decorada de cobre, la cual utilicé para dar unos ligeros toques a la puerta de madera. Esperé expectante durante unos segundos, hasta que por fin pude oír esos pasos tan familiares desde afuera, esos pasos que añoraba desde que me fui de este lugar y que he estado deseando escuchar estos últimos días.


La puerta se abrió lentamente, como si la abriesen con cierta precaución de encontrarse con alguien peligroso o no deseable en ese momento. De repente lo que empezó siendo un callejón oscuro tenuemente iluminado por mi lámpara de aceite, olvidado de la mano de Dios, se convirtió en un sitio tiernamente iluminado con unos matices amarillos acogedores que calentaban el cuerpo de cualquiera que estuviese cerca. La puerta se abrió por completo para darme el increíble vistazo de mi dulce abuela Aurora, que me observaba con ciertos ojos dudosos adornados con esas gafas tan pequeñas que tenía.


—Henry, ¿eres tú? —dijo con cierto temblor en la voz, con pintas de estar a punto de engendrar una cascada inmensa de lágrimas.


—Abuela... —exclamé  suavemente, ocultando mis ganas de llorar.


Ahí estaba, como siempre había estado, con su pelo negro recogido en un moño enorme, su pose firme, sus sorprendentemente lujosos vestidos de faja que le hacían ver tremendamente joven y como no, su tan característico collar de perlas azuladas.


—¡Henry, por fin estás aquí! No sabes la cantidad de tiempo que he estado sin dormir, llevo esperando despierta desde que recibí tu carta, hijito mío —dijo sorprendida, acercándose a mis brazos para darme uno de sus abrazos tan cálidos y familiares—. Por las medallas de tu bisabuelo, que grande estás, mis manos ni siquiera llegan a tu cuello —dijo, trayendo un poco de su humor a la conversación.


—¡O quizás tu te has hecho pequeña! —contesté, siguiéndole el juego.


—¿Dónde coño está mi nieto? —dijo una ronca pero firme voz que se acercaba con pasos arrastrados.


Podría reconocer esa forma de hablar en cualquier parte, pero no pensaba que fuese a escucharla una vez más llegado aquí.


—¿Abuelo Nikolas? —dije al ver su agachada silueta a lo lejos apoyada por un robusto bastón de caoba.


—Nos has tenido todos estos días bien despiertos renacuajo, o mejor dicho Sapo, que grande estás ya cabrón —exclamó mi abuelo con esa educación tan buena que ha tenido desde siempre.


—Pasa adentro, te he preparado un baño y ya tienes todo listo en el sótano —dijo mi abuela, tirándome del brazo para entrar lo más rápido posible.


—Abuela, no hacía falta, te has tomado unos detalles demasiado considerados. Aunque no le diría que no a un baño en esa bañera tan grande que tienes, sobre todo después de lo de hoy —dije rehuyendo mi memoria para no acordarme de aquella imagen tan perturbadora de la señora de antes.


—No seas tan modesto, teníamos ganas de verte por aquí —dijo mi abuelo con cierto tono cariñoso.


—Hemos estado deseando verte desde que nos enteramos sobre lo de tu madre en Annesburg, la llevamos en el corazón desde entonces —dijo apenada.


Apoyé mis manos en sus sensibles hombros en señal de apoyo.


—No se pudo hacer nada, pero me he prometido empezar de nuevo aquí y ayudaros en lo máximo posible, no me os quiero imaginar solos en este sitio, si lo de mi madre ya fue bastante horrible estando acompañada... Me aterra pensar que os pase a vosotros —dije terminando con un gran suspiro para alejar todas mis penas de mis pensamientos.


—Siempre has sido alguien compresivo, estamos orgullosos —dijo mi abuela, siendo abrazada por mi abuelo quien asentía con la cabeza en todo lo que decía ella.


—No pensemos mucho en eso ahora, disfrutemos de el tiempo que vamos a estar juntos y que le den por culo al futuro —celebró mi abuelo con su vocabulario tan caballeroso—. Ahora ve arriba, tómate un baño y prepárate para apagar las luces que ya es muy tarde.


—Espero que hayas comido en el barco —dijo mi abuela mientras me observaba subiendo por las escaleras chirriantes de madera.


—Claro abuela, no te preocupes —dije apresurándome para darme ese baño y por fin quitarme de una vez toda esta mugrosa sensación de mi pelaje y patas. 


Todo estaba tal y como lo recordaba, incluso no han cambiado los oscuros paneles de madera de las paredes, cada vez que pisaba el suelo la casa chillaba con esos chirridos tan incómodos de los típicos tablones de madera baratos sin clavar bien. En todo caso era la casa de mis abuelos, nuestra casa y me sentía completamente a gusto con lo que se me ofrecía aquí dentro, puede que sea antigua pero eso le añade un poco mas de carisma a su aura. Mientras me paseaba por el pasillo superior observando muy detenidamente los cuadros con paisajes costales tan solitarios y nublosos no paraba de rondarme en la cabeza como de rápido había cambiado Janet's Harbor y que tan fría se había vuelto. Incluso en su pasado tan gris como villa solitaria de pescadores se podía respirar un aire de tranquilidad y paz, ahora lo único que me entra por el hocico es el olor de las alcantarillas y corrupción de la gran ciudad que tenemos justo enfrente de nuestra antigua villa, con sus enormes rascacielos de hierro y cristal haciéndonos más sombra de la que ya disfrutábamos. Que potencial de la ingeniería tan poco bien gastado.


Sin despistarme más con aquellos cuadros de tonos fríos que acompañaban mis pensamientos más autocompasivos opté por apresurarme al cuarto de baño, que para mi sorpresa había sido remodelado. Se podía notar que mis abuelos se gastaron casi todo sus ahorros para darse ciertos caprichos dentro de casa, la diferencia de madera roñosa a azulejos de arcilla levemente rojizos era muy incandescente, como si hubiese pasado por un portal que me había trasladado a otra dimensión. Todo detalle le daba al baño un aspecto ligeramente lujoso que no esperaba ver, las cortinas de seda negra, los porosos azulejos de arcilla, los muebles de madera oscura y, como no, la guinda en el pastel; la bañera, que había pasado de ser una cubeta de madera a ser un enorme recipiente ovalado de mármol blanco que provocaba un gran contraste brillante entre tanta decoración oscura. Todo esto finiquitado con apliques de velas encendidas en las paredes y las plantas tan queridas de mi abuelo colgadas del techo con jarrones de mimbre color sepia.


—No me lo puedo creer, parece una selva —me dije a mi mismo mientras me desabrochaba el guardapolvos largo y sucio.


No esperé mas, me quité toda mi ropa y dejé al descubierto todo mi pelaje oscuro castaño y ligeramente atigrado para unos pocos segundos después entrar en la bañera con suavidad, quería notar como el agua caliente cubría poco a poco mis piernas, seguidas de mis glúteos y así hasta mi torso. Y que buena idea fue, noté como si un espíritu frío y oscuro saliese de mi cuerpo y encontrase la salida por mis orejas, de repente una gran sensación térmica entró en mi cuerpo, entre mis pelos, y un gran suspiro fue lo último que dejé salir de mi cuerpo.


Me recosté amenamente en la bañera, así la parte de arriba de mi torso se hundiría en esa agua tan cálida y cristalina. Cerré mis ojos y por un momento parecía estar aislado del mundo, por un momento La Estirpe de Abraham dejó de existir... Por un momento mis problemas desaparecieron.


Allí yací una buena hora, restregando mi cuerpo con una esponja recién sacada de las costas y quitándome el hollín y mugre de mis patas, si hubiese sabido que las calles iban a estar así de sucias me habría traído mis botas de cuero. No me gusta la sensación de tener mis patas tapadas, sobre todo porque los linces las tenemos extremadamente grandes y hay pocos fabricantes que los hagan de nuestra talla exacta, pero prefiero eso a cubrir mis almohadillas de suciedad y vete a saber que más, me hielo solo al imaginarlo... me repugna.


Después de un muy buen merecido baño de bienvenida me equipé con una blusa para dormir de tela y mis cómodos pantalones de algodón. Menos mal que se me ocurrió equiparme de buena ropa antes de salir, aquí no se consigue muy buena ropa, y a veces ni siquiera un sastre competente, hace mucho que se fueron de este meollo. Con todo listo para una larga sesión de sueño me dispuse a entrar en mi dormitorio tan oscuro pero extrañamente acogedor para tratarse de un sótano en una casa tan antigua y decaída. Una pequeña y delgada ventana cerca del techo me daba una vista clara de la famosísima calle, la niebla mezclada con la anaranjada luz de los postes creaba un rayo de luz artificial que cruzaba gran parte del sótano y rebotaba contra el espejo de un antiguo tocador que mis abuelos guardaban aquí, haciendo así que la luz crease reflejos y patrones irregulares anaranjados por toda la habitación. Por suerte no se notaba polvo en el ambiente, si hay algo por lo que hay que reconocer a mi abuela es en su gran habilidad para dejar las superficies mas limpias que una patena, es una mujer muy perfeccionista.


Me senté al pie de aquella cama de patas tan delgadas y suspiré durante unos largos minutos para menguar mis pensamientos y que estos me dejasen conciliar mi sueño. Casa vez me cuesta más pero al menos me sigue funcionando, a los pocos minutos ya estaba con mi cabeza apoyada por una buena almohada de plumas y con mi cuerpo cubierto por unas mantas de finas telas de algodón, esta tenía una etiqueta en el extremo de la esquina que ponía "Industrias Merryweather & Son"  no me sonaba de nada, estas sábanas y mantas eran totalmente nuevas a mi parecer. Era ya muy tarde, y todas esas meras preguntas solo resonaban en mi cabeza e interrumpían mi sueño, cerré mis ojos y dejé mi consciencia tranquila con el silencio y las distantes bocinas de los barcos pesqueros aproximándose al puerto.



"Los Amigos Que Dejaste Atrás se Quedaron Atrás Porque Confiaron en Ti"

A la mañana siguiente...

 Dado que eran ya las nueve de la mañana segun lo que marcaba mi reloj de bolsillo, me dispuse a levantarme, asear mi cara en el cueco de porcelana con agua fresca de la pasada noche y rápidamente vestirme con mi ropa de calle, parecía haber salido el sol así que prescindí de mi guardapolvos y pensé en llevar solo mi camisa de botones blanca con esos tirantes de cuero tan viejos que aún no había cambiado, son resistentes pero que me mate un rayo si alguien me dice que son elegantes o cómodos, sentía como si el mismismo diablo me jalara por la espalda.


—¿A dónde vas tan indecente? —exclamó mi abuela al verme con ropa tan ligera.


—Antigua... —respondí con humor.


—Eres doctor y te vistes como un carbonero, ¿qué pensaran los vecinos? —volvió a reclamarme, con esa voz de vieja chillona tan aguda que se le formaba al alterarse.


—Pensarán que no soy de esos doctores estirados y que camino con el pueblo, no sobre él —dije con un tono calmo y un poquito elitista, de forma sarcástica claro.


—Hablas igual que esa gente moderna del bar Mintza, ten cuidado con lo que dices por ahí en plena calle muchacho, las farolas tienen oídos —dijo firme pero flaqueando por cierta preocupación.


Me acerqué a ella y le puse mi mano en el hombro.


—Gracias abuela, tienes razón... tendré cuidado —le dije para dejarla tranquila —¿Mintza... sigue vivo? —pregunté para cambiar de tema.


Mi abuela suspiró


—No, el viejo Mintza nos dejó hace un tiempo, era el mejor amigo de tu abuelo y hermano en todo el barrio, cuando murió todos fuimos a su funeral. Fue algo precioso, —me explicó mi abuela con un tono optimista para no dejarse invadir por los malos recuerdos —el bar lo lleva ahora su nieta Kayla.


Ese nombre me hizo recordar bastantes cosas de mi infancia. Kayla era esa vecina con la que salía a jugar todas las trades acompañados de varios niños más... que inocentes éramos, me alegro de guardar estos recuerdos a pesar de todo lo que está pasando.


—Kayla... Tengo que ir a saludarla —dije hablando a la nada.


—Ve a verla, estará ahora mismo en el bar de su abuelo trabajando —me dijo animándome a salir —. Pero nada de política en la calle —me respondió de sopetón.


—Claro abuela, nos vemos para el mediodía —dije mientras salía de la casa con cierta prisa.


No esperaba ponerme tan nervioso de repente por escuchar su nombre de nuevo, pensar que varias de las personas que conocí siguen aquí y que sus vidas no han cambiado mucho me pone triste, aunque por otra parte me alivia saber que no soy exactamente el nuevito por estas calles, a pesar de que todo a cambiado de una forma exponencial sigo reservando a mis amigos del pasado... bueno, eso está por ver, no sé si me reconocerá aunque recuerdo bastante bien su peculiar cuello atigrado, le daba bastante carácter para ser una niña que siempre vestían con vestiditos casi de muñeca.


Las calles se veían mucho mas bulliciosas de día, sobre todo con este tiempo tan soleado. La niebla se había disipado por completo y de lejos se podían ver aún mas de cerca los grandes edificios de hierro y vidrio que cubrían todo el centro de la ciudad, las calles estaban llenas de personas comprando y vendiendo en los puestos de carretera e incluso había cierto personaje tocando el violín cerca de los muelles. Este barrio tiene casi una personalidad cambiante cuando todos los elementos entran en armonía. Caminé unos metros mas al salir de la calle de la casa de mis abuelos, hice unos cuantos giros a unas esquinas et voilà, ya estaba en la entrada del famoso bar Mintza, desde afuera se podía oir un piano bastante desafinando tocando una melodía bastante folk de la zona. Crucé la puerta de madera clara y vidrio verduzco y un olor a cerveza recién abierta invadió mi nariz, todos los trabajadores del muelle y algunos con ropas elegantes estaban haciendo pellas en su trabajo y habían entrado a tomarse unas pintas con sus compañeros, sí, definitivamente estamos en Janet's Harbour donde se bebe a plena hora de la mañana y se trabaja después. Y no solo eso, algunos ya estaban lo suficientemente achispados para ponerse a bailar y cantar como los borrachos y borrachas que son... no les puedo culpar.


—Una botella de whiskey, por favor —ordené a la tabernera, que por las pintas que llevaba y sus marcas en el cuello podía reconocer que era Kayla.


—Que ronde la botellita caballero —me dijo sirviéndome rápidamente la botella en la barra.


—Gracias Kayla —dije, esperando a que se diese la vuelta y actuase sorprendida.


—¿Perdona?, pensaba que ya le había pagado lo de este mes a tu jefe, gilipollas —exclamó de forma violenta.


—Yo... —me quedé sin palabras al no saber que estaba pasando y menos aún no saber que contestar


Kayla me dio un repaso con sus ojos verdosos y su expresión facial cambió por completo, a algo así como "la he cagado" y "ostias es él".


—Henry... Eres tú... —dijo sorprendida — ¡Has vuelto! —gritó con energía, haciendo que todos en el bar volteasen sus cabezas.


Dejó de atender y fue a darme un abrazo fuera de la barra, parecía como si su pariente mas querido hubiese vuelto de la guerra, no me esperaba esta reacción de ella, pero tampoco me quejo la verdad. Podía sentir la calidez de su pelaje contra el mío y eso me calmaba.


—Perdona por esa introducción tan penosa, pensé que eras otra persona, normalmente la gente que sabe mi nombre sin haber venido a mi bar antes suelen ser cobradores molestos.


—Suerte que no te pillé con la botella en mano —bromeé.


—Soy mas de soltarme con los nudillos, lo sabes —dijo correspondiendo a mis bromas.


Estuvimos un tiempo pegados hasta que por fin decidimos que ya era lo suficientemente incomodo y además, el público seguía mirando. La expresión de felicidad no se borraba de su cara, eso si que nada podía denegárselo, nunca había visto a alguien tan alegre por mi regreso, se siente bien.


—¡El puto Henry, el lince de iberia! —gritó un coyote vestido con una bufanda larga y ropa bastante pesada para el clima que había.


Al principio no sabía de quien se trataba pero luego de que mis ojos se encontraron con esas perlas de oro tan bellas que tenía por globos oculares supe quien era ese chillón.


—¡Hans Bauer, el ladrón de caballos! —exclamé, acercándome a él y estrechando mi mano con confianza y compañerismo.


Otro mas que no se aguantaba solo con un apretón, se abalanzó contra mi con toda esa ropa andrajosa y me dio incluso un abrazo mas fuerte y asfixiante que el de Kayla. Todo el polvo de su gabardina me vino a la cara, obligándome a poner una cara de asco bastante tensada.

—¿A dónde vas con esas ropas tan gordas? Hace calor —dije.


—Créeme cuando te digo que el clima aquí es un pinchaespaldas, sales de verano y llegas a casa empapado y con una hipotermia horrible, nunca des nada por sentado en esta ciudad hermano —dijo el coyote con un tono bastante eufórico.


Hans, otro de mis amigos de la infancia y famoso en el barrio por robar un burro pensando que era un caballo, una leyenda en toda regla desde luego.  











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