Gustos Singulares [+18]

ANTES DE SEGUIR, QUIERO AVISAR QUE EN ESTE EPISODIO SE HAN ESCRITO FUERTES ESCENAS SEXUALES DE ALTO CALIBRE, FETICHE INCLUÍDO, AVISADO/A QUEDAS


Tenemos más que la propia voluntad para excedernos con nuestros objetivos, somos los primeros en vernos al espejo y pensar: ¿podría haber hecho algo más? Sigo pensando en todo aquello que Zoila me dijo, por momentos sus palabras me llegan como chasquidos de dedos a la cabeza. Esa noche estuve muy ocupado pensando en lo de Hollows y yo como para darme cuenta de la gravedad del asunto que se cernía sobre todos nosotros. He sido muy egoísta todo este tiempo, desde el momento que descubrí la identidad de aquellos que nos acechan desde las sombras he tratado de vivirlo como un lunes más, una simple maquinaria de la mala fortuna que me tocaba aguantar, pero ahora me doy cuenta que el mundo entero ha cambiado para todos, y para siempre... quizás sea mejor admitir que el mundo había cambiado mucho más antes de que yo hubiese dado mi primer respiro. Y una vez más, estaba apunto de cambiar otra vez, siempre y cuando la persona detrás de todo lo ocurrido se saliera con la suya.

—Hollows... —le dije, llamando su atención al sentir sus manos grandes recorriendo mi espalda.

Desde la mascarada no hablamos mucho de nuestro encontronazo con el líder de El Consejo. Habían pasado semanas y tampoco teníamos noticia alguna de Zoila, lo cual agradezco. Recuerdo la cara de Hollows al contarle sobre la intrusión de Zoila en mi dormitorio, podría habérsela enmarcado en yeso para usarla de gárgola. Todo este tiempo lo hemos aprovechado para investigar acerca de los parásitos, Hollows cree poder ser capaz de sintetizar alguna especie de gas para acabar con los nidos de estas criaturas, una bombona con un gas así podría limpiar alcantarillados enteros y reducir las infecciones en el gueto.

—¿Qué ves con esos ojos grises tan grandes? —respondió Hollows mientras me agarraba de la cintura y me rodeaba con su palpitante cuerpo.

Levanté mi vista del microscopio e intenté observar su rostro, pero su torso no me lo permitía.

—Fibras carnosas de tus parásitos favoritos, nada más —le contesté tratando de mantener la compostura y concentración en mi trabajo.

—Que romántico, no sabía que el genio de mi ayudante fuera tan pecantemente versado en el fino arte del carisma —volvió a interrumpir el labrador, esta vez atrayendo su agarre a un punto más privado de las curvas de mi cuerpo y susurrando sus palabras estratégicamente con su hocico bien cerca de mis orejas.

—Sabes perfectamente que soy algo más que tu "ayudante" —le recordé, con un tono despreocupado—, recuerda lo que dicen de nosotros por ahí.

Hollows suspiró con cansancio.

—No me lo recuerdes, todos hablan sobre nosotros como si fuésemos los primeros en tener algo así... —dijo Hollows, sorprendentemente sonrojado.

Le eché una mirada rápida, curioso por lo que acababa de decir.

—¿Algo así? —le pregunté, repitiendo sus palabras.

Hollows siguió acariciándome como si no hubiese pasado nada, parecía aprovechar muy bien nuestro momento de privacidad en medio del invernadero.

—Somos algo, ¿no? —dijo Hollows, seguido de un pequeño beso en mi mejilla.

—El hecho de que me lo preguntes ofende —contesté, dándome la vuelta y enfrentándome con él cara a cara—, perro bobo —le dije, dando un pequeño golpe a su nariz negra.

Hollows rió con dulzura, desde que dejamos todo claro entre nosotros de una vez y por todas había empezado a comportarse con más suavidad de lo habitual, acompañado algunas veces con sus brotes de rarezas, claro está. Debo admitir que no es el mejor momento para comportarse así, pero con todo lo que está pasando uno no puede evitar encontrar la paz y tranquilidad en la ignorancia y los ratos como este; sí, el mundo puede acabar mañana para todos, pero no dejaré que eso me impida disfrutar de momentos así, que tanto añoraba en mi vida. Aunque si me pongo a pensarlo de verdad, es raro encontrar sentimientos pasados que se asemejen a lo que estas semanas he sentido con Hollows. He sentido el calor de mi familia, el consuelo de mis amigos, el fulgor de la justicia bien servida... pero nunca la descolocada pasión del deseo y el amor. Si soy alguien en quien se deba confiar para el mañana, que se sepa que malas cosas vendrán a causa de los pocos límites que tienen mis sentimientos, soy alguien, para bien o para mal, que aún experimenta con lo bueno de la vida, y por muy egoísta que puedan ser mis deseos no quiero dejarlo ir, no quiero dejar ir a todo lo que conseguido, menos a todo lo que mis seres queridos me han otorgado. Llevó un cuarto de mi vida vivida, y por fin vuelvo a sentirme feliz, sin importar los peligros que me rodean y el daño que me han hecho, no estoy preparado para dejarlo ir.

—Henry —dijo Hollows—, ¿estás bien?

Hollows notó que ciertos pensamiento se inmiscuían en mi, notó con la verdad de mis ojos que algo pasaba conmigo, ¿cómo podría hacerle ver lo que yo sentía en ese momento?, ¿cómo, desde mi voz hasta su ser, podría hacerle saber que agradecía cada milésima de segundo que pasaba a mi lado? Suelo ser alguien de muchas palabras, pero en aquel momento tan intrínseco de nuestra relación mi carismática labia había conocido por primera vez la ausencia de palabras. Sólo podía invadir el espacio escaso entre nosotros con un beso, pero incluso eso me pareció demasiado trivial e injusto para los sentimientos que en aquel momento alojaron mi mente sin soltura. Aprovechando la ausencia de mi abrigo comencé a desabrochar mi camisa de algodón, dejando espacio para escurrir la tela suavemente y mostrar sin vergüenza alguna el pelaje vivo de mis hombros.

—Quiero que sepas que no solo eres alguien a quien he conocido. Eres más, pero no soy capaz de hacértelo ver con sinceridad —dije, doblando ligeramente mi cuello para enseñar la capacidad de confianza que tenía frente a Hollows—, puede que siga sin ser nada, no lo sé con certeza; por eso quiero que bebas de mí y tú mismo me lo digas.

Hollows se apartó un paso, el olor y el vistazo rápido de mi cuello seguramente le provocaba ciertas dudas en su ética forma de llevar estas cosas a su ritmo.

—Henry, no tienes que... —intentó decir Hollows.

—No se trata de tener que hacer, se trata de querer hacerlo —le interrumpí, sabiendo que se negaría por un momento a beber de mí—. Vamos, Hollows; ya lo habías hecho otras veces —le dije, tratándole de hacerle recordar aquella noche en mi cuarto de baño.

Me agarró con una docilidad afirmante, como si estuviese comunicándose a través de sus propios movimientos. Me miró con cierto atisbo de una yuxtaposición entre tristeza y curiosidad, me dolía que interpretase mi regalo como algo de lo que avergonzarse, pero le amo, y no quiero que se piense que le veo como un monstruo.

 —Sé lo que piensas, y no es verdad Hollows... —le dije, impidiendo que su naturaleza pensativa lo encerrase entre pensamientos negativos.

—Henry, sabes que esto sellaría las cosas entre nosotros ¿no? —preguntó Hollows, acariciando mis palmas para encontrar consuelo bajo el calor de mi cuerpo—, me he comportado como el amo de un esclavo todo este tiempo, por culpa de la naturaleza de mi ser estás encerrado conmigo ¿Soy enserio alguien que merezca ser amado, no como un espécimen cruel de la oscuridad, sino como un individuo que puede también llegar a amar por el simple hecho de amar? —formuló Hollows, con una sinceridad más que dañina para él.

Escucharle hablar de esa manera sobre él fue algo que despertó un instinto nuevo en mí. Sus palabras hicieron que de alguna forma quisiera protegerlo de todo lo que este cruel mundo aún está por ofrecernos, fue, quizás, la primera vez que observaba a Hollows como mi familia, y no solo como una alma más en mi vida. Sin más dilación, el amor que sentía por él hizo acto de presencia; lo cual literalmente me empujó a saltar sobre su torso y abrazarlo con fuerza.

—No volverás a sentirte así, enserio... —le recité, hundiendo mi cara en su amplio pelaje— Hoy quiero que formalicemos de una vez las cosas, amor mío.

Noté como Hollows sonreía, su cola manifestaba un movimiento lo suficientemente eufórico y notable como para poder notar su vibración desde donde yo estaba.

—Gracias lince, nadie nunca se había dirigido a mí con tal sinceridad —anunció Hollows con alegría—. Oye, si vamos a formalizar las cosas quiero que sepas que estoy más que preparado, pero preferiría que "hablásemos" de esto en mi habitación.

A Hollows se le había cambiado incluso el tono de voz, seguramente acaba de echar al lastre un peso enorme que lleva arrastrando desde hace mucho por mi presencia. Llevamos explorando los sentimientos de cada uno desde hace semanas, ya va siendo hora de acabar con la incesante duda. Así que sin más dilación, y con una clara sonrisa pícara en mi rostro, dejé los instrumentos del laboratorio a buen recaudo y me dispuse a salir del invernadero.

—Ahora que lo pienso, nunca he estado en tu dormitorio —le comenté a Hollows, mientras este cerraba con llave el invernadero.

Hollows se acercó a mí y posó su enorme brazo sobre mis hombros. Mientras caminábamos, este pensaba en las palabras adecuadas para su respuesta.

—Supongo que he estado reservándote lo mejor para este día —dijo con unos suaves susurros que se infiltraron con dulzura en mis orejas.

—¿Lo mejor? No seas tan engreído, mi habitación no está del todo mal —bromeé, tratando de despertar otra de esas sonrisas tan tiernas de mi labrador favorito.

—Estoy deseando ver tu cara cuando lleguemos —dijo Hollows acompañado de una risa.

Caminamos abrazados por los pasillos de la decorada hacienda hasta llegar a una puerta de lo más robusta. Estaba fabricada con una madera dura, casi como el acero, y pintada con un barniz rojizo oscuro muy penetrante. Cuando Hollows la abrió un brillo de colores cálidos nos envolvió por completo, al igual que un extraño aroma embriagador, algo que creaba en mi cabeza recuerdos muy nítidos a la casa de mis abuelos, algo así como el olor de sábanas de algodón lavadas recién secadas al brillo del día. Cuando mis ojos se pudieron acostumbrar al brillo tan saturado del dormitorio pude observar con detenimiento el interior. Había de todo: una enorme cama matrimonial cubierta de extensas sabanas de color beige y burdeos, ventanales vestidos con cortinas rojas por donde pasaba la luz filtrada del día, una lámpara de techo cuyas bombillas estaban cubiertas con extraños mosaicos de cristal oscuro; incluso una zona equipada con altas estanterías de libros, dos sillones individuales bien mullidos y una gran chimenea con una extraña inscripción sobre el mármol que rodeaba su propio agujero para la leña.

—Miedo me da preguntarte de donde sacas el dinero para la hacienda... —le dije, anonadado al ver todo aquel show de colores rojizos, cristales y pura majadería millonaria—¿Por qué hay tanto rojo? —acabé preguntándole, al ver tan poca variedad de colores en la arquitectura de todo el solar.

Hollows se acercó a la chimenea y la prendió con unos leños los cuales ya estaban a medio quemar.

—Cuando tienes a tu disposición una morgue entera en tiempos como los que corren, toda muerte es un dineral para ti —explicó, teniendo en cuenta el peso de sus palabras—. Bueno, eso y... que la población netopýr  a veces me compra la carne para no llamar la atención con tanto asesinato —dijo, teniendo en cuenta, otra vez más, sus palabras.

Llegados hasta aquí malo sería decir algo, por muy asqueroso que me parezca es algo normal en la vida de Hollows, al menos no es él quien acaba con esas personas.

—Lo entiendo, ya que estamos siendo sinceros, yo también he acabado embolsando cierto dinero que no debía haber recibido durante la guerra. Ser médico en el frente te abre muchas oportunidades, sobretodo si decides vender morfina a ambos bandos —le confesé.

—¿Ambos bandos?, ¿le vendías suministros médicos a nuestras propias tropas? —preguntó mientras acomodaba la cama y preparaba unas copas cerca de la chimenea.

—Dale las gracias a nuestro gobierno, que limitó el uso de medicamentos cuando la gente más lo necesitaba. Es normal que cientos de ellos viniesen a mí en busca de ayuda con sus pocos ahorros en mano —contesté, sentándome a los pies de la cama mientras los recuerdos me hacían papilla el ánimo.

Hollows se acercó a mí y me ofreció una copa de vino, la cual agarré sin pensarlo dos veces. Este se sentó a mi lado y con su mano desocupada acarició mi mejilla. No dijo absolutamente nada, pero la sutileza de sus movimientos me tranquilizaba y me hacía olvidar todos aquellos recuerdos revividos. Cuando el silencio fue lo suficientemente largo, Hollows se acercó con lentitud y posó sus labios en los mios.

—Ambos hemos pasado por mucho, pero eso ya no importa —dijo Hollows al separarse de mí—. Al menos tú les diste oportunidad a aquellos que fueron espabilados como para saltarse las reglas, debes de tener cojones grandes para ignorar las reglas de los legionarios.

—No estaba en las filas de La Legión, ellos vinieron después... —le dije.

Hollows inclinó su cabeza levemente y me miró con sorpresa.

—No me digas que... —Hollows intentó hablar, pero paré antes de que dijese algo más.

—Solo éramos carne de cañón, no se molestaron ni en poner nombre a las divisiones, solo nos mandaban a defender y esperar a que nos asaltaran. Toda la gloria se la llevaban las legiones una vez llegaban al lugar —le expliqué, dando un sorbo al vino—. Cuando ya la tierra estaba lo suficientemente bombardeada por la artillería enemiga y los cuerpos lo suficientemente descompuestos por el calor y el barro ellos venían, sacaban unas fotos para la propaganda, fusilaban algún que otro prisionero y se marchaban a casa con sus familias, y no te olvides de la medalla. Todos con putas medallas de plata en los uniformes sin manchar.

—Nunca creí las tonterías de La Legión —dijo Hollows con sinceridad—, vendían las campañas militares como una experiencia enriquecedora, como un acto heroico para nuestro imperio que a veces terminaba en sacrificio... Pero nunca llegué a ver más de cien cadáveres de legionarios en la morgue, solo venían los de uniforme azul oscuro.

Reí por un momento, desde luego eso era mucho mejor que llorar hasta este punto. Recordaba con exactitud los uniformes de largos abrigos azules que nos dieron al principio de nuestra campaña, no conocí a nadie que lo llevase azul por mucho tiempo, tan pronto como nuestras patas se hundían en el fango de la batalla, nuestros uniformes se cubrían de ese color tan característico y sucio de la batalla. Aunque al final, estar cubierto de barro ayudó a algunos, ese color tan llamativo era un maldito reclamo para los francotiradores.

—¿Cuándo llegaste a comprender la injusticia del gobierno a los míos, Hollows? —le pregunté con mucha curiosidad, teniendo en cuenta el comportamiento que no hace tantos meses él tenía frente a mí.

Hollows me miró con seriedad y me hizo una seña con los ojos, de alguna forma él sabía perfectamente cuál iba a ser mi respuesta.

—No te voy a mentir Henry, no he sido una buena persona —dijo Hollows con total sinceridad—. He tenido en la cabeza la idea de cerrar mi corazón frente a aquellos que no afectan mi vida en absoluto, especialmente los felinos como tú. Pero desde que me topé contigo en aquel bar mis sentimientos comenzaron a cambiar... y no solo por tí.

Sus palabras rezumaban con pura sinceridad, sé que no es fácil llegar a conclusiones así. Aceptarte tal y cómo eres, incluyendo aquello que te ha llegado a definir en el pasado es algo valiente, no todos están a salvo de su propia vergüenza.

—Bueno, no solo has conseguido cambiar para bien. También has ganado otra cosa muy interesante —le dije, dejando mi copa de vino a un lado para centrarme en él.

Hollows observó como posaba tranquilo delante de él.

—¿El qué? —preguntó de la forma más inocente posible mientras me miraba con detenimiento.

Le dediqué una sonrisa lupina y comencé a desabrochar mi camisa, dejando al descubierto mi pelaje variopinto. Este cambió su rostro lo más rápido posible, lo suficiente cómo para comenzar a dedicar la conversación a algo más provocador.

—Tendrás que averiguarlo por ti mismo, yo ya te he ayudado con la prenda de arriba —le dije, acercándome a él y tirando del cuello de su camisa.

Hollows arqueó las cejas y me mostró su rostro cubierto de deseo y lujuria, podía ver desde lejos que llevaba tiempo pensando en esta misma situación, que de alguna forma esperaba verme así de entregado hacia él, y no, ahora mismo no dudaba en absoluto en entregarme en alma y cuerpo a él. No tardó mucho en empezar a desabrochar su camisa mientras yo aún masajeaba con ansias los muslos de sus piernas, cuando pudo terminar yo ya me encontraba desvistiendo mis partes bajas y revelando por completo mi cuerpo desnudo.

—Premio... —expresó Hollows al verme tal y como me trajeron al mundo.

Me abalancé suavemente sobre él, haciendo que todo su cuerpo cayese con cuidado sobre la cómoda cama. Allí mismo continué, besando con lengua el interior de su boca mientras dejaba que nuestras lenguas explorasen con libertad, tanto el calor de mis mejillas como el suyo generaba un ambiente embriagador y cálido que no hacía más que unirnos más. Cuando estuve el tiempo suficiente encima de Hollows este no aguantó más, sus instintos sobrenaturales tomaron el control de la situación, y con fuerza y dominancia, agarró ambas de mis muñecas y giró sobre si mismo, convirtiéndose ahora en el que dominaba sobre la cama. Ni una palabra salió de él, sin embargo, unos ojos tan brillantes como los suyos comenzaron a atenuarse, convirtiéndose casi en dos grandes esferas oscuras; su aliento caía sobre mí, lo cual calentaba mi pequeño torso comparado con el suyo. Este siguió con nuestro juego de manera un poco más intensa, besando con muchas ganas los labios de mi boca, hasta que él mismo se cansó de la textura de estos y continuó bajando con lentitud, de los labios hasta mi cuello. Allí fue donde todo cambió de ritmo, puesto que me encontré de cara con un Hollows libre, un Hollows que demostraba su amor y deseo a base de besos, lametones y pequeños mordiscos a mi cuello.

—Perdona... Es que ahora mismo te me haces irresistible —dijo Hollows, susurrando entre jadeos.

Callé sus titubeos posando mi dedo entre sus labios, y de ahí le volví a dar la confianza para que supiera que no pasaba nada por no contenerse.

—Demuéstrame quien eres —le dije, bajando mis manos por su torso hasta llegar a sus pantalones, los cuales empecé a bajar con suavidad.

Hollows entendió el mensaje, y él mismo terminó por quitar de en medio sus prendas inferiores. Ahora estábamos como iguales frente a nuestro amor, sin límites o prendas que separen el tacto de nuestros cuerpos desnudos. Con mis piernas levantadas y dobladas en el ángulo correcto, su miembro se chocaba constantemente con el mío, generando con la fricción unos deseos irrefrenables de seguir. Hollows se colocó en posición, y cuando ya estuvo listo para empezar me lanzó una mirada rápida, la cual respondí asintiendo con la cabeza. Tan pronto como le dí la señal, una enorme sensación se adentro en mi cuerpo. Su miembro había entrado en mí, y con lentitud pero determinación se abría paso. No pude evitar soltar ciertos gemidos, en el pasado habría pensado que los gemidos son algo muy banal y cliché de lo que se habla cuando se tiene sexo, pero nunca me imaginé que sería yo el que se pusiera a emitir semejantes sonidos. Cada segundo que pasaba Hollows lo aprovechaba para intensificar sus embestidas, cuando me fui a dar cuenta, estábamos moviendo con fuerza el colchón de plumas, tanto como una barcaza en medio de una torreosa tormenta, no me quejo, pero no podía evitar sentirme impresionado por su fuerza. 

—No pares —le dije, mientras sentía como comenzábamos a llegar al clímax juntos.

Justo cuando dije aquellas palabras, Hollows se volvió a acercar a mi cuello el cual, de un mordisco suave, lento y casi, me atrevería a decir, sensual, perforó sin dificultad, llegando a inundar muy poco a poco los bordes de sus labios hasta que estos desbordaron pequeñas cantidades de sangre sobre las mantas y mi pelaje. No me moví en absoluto, aparte de las embestidas que Hollows me estaba dando sin pausa no moví ni un músculo, simplemente dejé que éste se alimentara de mí. Por el ritmo y sonido de mi sangre recorriendo su esofago pude suponer que encontraba verdaderamente exquisita la sangre que recién brotaba sin parar de mí, aquello no me molestaba en absoluto, ¿quién lo diría?, un lince como yo, que ha estado tanto tiempo armando jaleo por cánidos como él, ahora se encuentra bajo el encanto de uno muy especial, y que no para de succionar las gotas de sangre como si de un elixir se tratase.

—Gracias por esto... —jadeó Hollows entre sorbos, mientras dejaba pausas para respirar.

Cuando por fin noté que su miembro comenzaba a palpitar con fuerza, el orgasmo llegó a mi por sorpresa, provocándome fuertes escalofríos de patas a cabeza que terminaron por sellar el acto final de nuestro encuentro. Hollows había acabado, no solo de beber de mí, sino también de literalmente llenarme con todo el amor posible, el cual podía sentir como algo muy cálido e invasivo que recorría mi interior.

—Perdona por mancharte —le dije acompañado de una pequeña risa, al ver que había eyaculado sobre su pelaje abdominal.

—No hace falta que lo digas —contestó Hollows mientras jadeaba—, yo acabo de rellenarte como un bollo.

Ambos reímos la experiencia, había sido una tarde perfecta y aún quedaba sitio para más. Hollows había manchado los alrededores de sus fauces con mi sangre, lo cual de forma no irónica lo convertía en un netopýr bastante más llamativo y deseable, o quizás eso solo es cosa mía... seguramente lo sea teniendo en cuenta la naturaleza del asunto.

—El sexo no ha sido lo único bueno —dijo Hollows, acariciando mi barbilla con caballerosidad.

Le dí un pequeño beso en sus labios, y aproveché el momento para probar algo de mi sangre.

—No sé, no está mal pero tampoco es para volverse loco —bromeé, mientras hablábamos de mi sangre.

Hollows gruñió de forma romántica, y se volvió a abalanzar sobre mi cuello, esta vez para hacerme cosquillas con su lengua y provocarme aún más gemidos. Sus ganas de seguir eran incomparables, en aquel momento se convirtió en una criatura incansable, que por encima de todo lo único que pedía era seguir y seguir.

—¿Qué tal si me dejas descansar un poco y seguimos después? —le dije, agotado pero satisfecho con su último acto.

Hollows me dedicó otra sonrisa y se deslizó por mi cuerpo hasta volver a incorporarse, esta vez a los pies de la cama. Este se tomó la libertad de agarrar mis piernas y colocarlas sobre su regazo, donde comenzó a masajear mis patas y almohadillas.

—¿Necesita el príncipe que le masajee sus cansadas almohadillas? —preguntó Hollows con elegancia.

Le miré con una mueca lo suficientemente provocativa mientras me mordía los labios. Parecía que a Hollows no le cesaban las ganas.

—Si me prometes dejarme descansar media hora te dejaré masajearlas —le dije, descansando mi cabeza sobre aquellas almohadas suaves.

Hollows asintió, y con una risa un poco diabólica acercó una de mis patas a su rostro y comenzó a lamer las almohadillas de esta. Cuando me fui a dar cuenta de que su lengua estaba recorriendo con calidez la planta de mis patas ya era demasiado tarde, la había dejado cubierta entera con su saliva.

—Eres todo un perro extraño, señor Hollows —le dije, observando como no paraba de lamer con una sonrisa bien puesta en su rostro, se podría decir que lo estaba disfrutando—. Y más extraño soy yo, que te dejo salirte con la tuya —le dije, empujando mi pata a sus labios y permitiéndole hacer lo que quisiese con ella.

Somos una pareja extraña, eso seguro, pero no estoy aquí para sentirme mal por lo que Hollows y yo hacemos en lo privado. Ya había pasado la fase de la vergüenza hace mucho, si esto es lo que hace feliz a Hollows, que así sea. Cerré los ojos mientras mi amado seguía a lo suyo ahí abajo y caí dormido, esperando a despertar un día más sobre los brazos de aquel cánido tan noble y fuerte.

Lo amo con toda mi vida, hoy me ha quedado claro. 

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