Cierra los Ojos - Septiembre de 1899

—¿Te pongo otra? —preguntó Kayla con la botella de ron ya preparada

—Venga... —afirmé, presentando mi vaso vacío por tercera vez.

De todos los días de mi vida como trabajador, creo que hoy ha sido una jornada de lo más caótica. Aún sabiendo que tendría mañana por fin un día libre de todo aquel estrés, me seguía ardiendo las carnes el saber que todavía teníamos mucho trabajo que ocupar mi jefe y yo, mayormente yo, claro está, él siempre está ocupado con la oficina de empleo y cuando no está ahí está en el piso de arriba clasificando documentos y no sé que más. Seguramente solo sean excusas para no tener que acompañarme en los procedimientos, pero siendo solo uno en aquella morgue agradecería enormemente un poco de su apoyo cuando llegan los cadáveres en fila india. No hace mucho un carro de la guardia nos trajo cinco cuerpos seguidos de un lugar donde, supuestamente, se atiborraban de polvo dorado hasta cubrir sus hocicos enteros con esa droga tan llamativa. 

Era algo de hecho muy normal, en el gueto había decenas de balnearios dorados, un nombre de lo más cantoso que utilizaban los drogadictos para referirse a esos sitios donde inhalaban el polvo dorado como si fuese oxígeno, y claro está que también era el típico lugar donde después de unas noches de juerga encontraban los cuerpos fallecidos de esos indeseables, claramente afectados por la sobredosis.

Incluso pasados dos meses aquí no termino de acostumbrarme a esta ciudad. Cada día había una nueva sorpresa desagradable que me dejaban los pelos de punta, ayer mismo escuché por la noche a uno de esos enfermos posesos que se pasean las calles de noche como almas en pena. El muy desgraciado no paraba de lanzar chillidos de lo más guturales, tampoco había nadie que se acercase a él, de hecho... creo que ningún valiente podría. La enfermedad que les afecta seguramente sea potencialmente contagiosa al tacto, al menos es la impresión que dan cuando veo sus pellejos medio colgando de sus débiles y consumidos cuerpos. Algunos incluso ya les han puesto nombre: revenants. 

Creo que el nombre viene de una criatura antigua la cual nacía de cadáveres y consumía la carne de los vivos cuando la noche se hallaba sin Luna. Admitiré que es un nombre bastante acertado, pero me da una pena inmensa que se les estén tratando así. Por ahora a los desafortunados con esa enfermedad no les queda otra que sufrir entre gritos mientras ese patógeno extraño y vil consume sus cerebros y los asesina poco a poco.

—No me los puedo quitar de la cabeza... —dije pensando en todos esos fallecidos que habían pasado ante mis ojos.

—No te mentiré... Tienes un trabajo de mierda —dijo Kayla mientras servías a otros clientes en la barra.

—Creo que "de mierda" es una expresión que se queda corta —respondí dándole un sorbo al ron.

Kayla se volvió a acercar y dio un golpe en la madera lacada de la barra.

—Henry, recomponte. Eres de los pocos médicos que se ocupan de nuestros problemas en este sector. Lo último que queremos es que dimitas y nos dejes a todos colgando y con las calles llenas de muertos —explicó Kayla con vigor, casi como si tratase de animarme a su forma.

—¡Pero si ya están llenas de cadáveres! —repliqué.

Kayla frunció el ceño y guardó el ron.

—Se acabó, no mas ron. Estoy hasta la almeja de que no reconozcas el trabajo que haces, puede que no seas un cirujano dentro de una ciudad lujosa y brillante, al menos ahora no. Pero eres alguien que nos está ayudando a llevar los malos tiempos con más facilidad, y aunque no lo creas, tus análisis y... —se quedó un momento pensando la palabra—. Cosas de la morgue que estás haciendo han ayudado mucho a la policía a encontrarse con asesinos y traficantes de polvo —Kayla dio un suspiro profundo—. Henry, eres un engranaje entre muchos otros pero sin ti nadie más funcionaría, recuérdalo.

De algún modo aquella felina tan querida de mi infancia lograba siempre sacarme una sonrisa interna y animarme en los peores momentos con los monólogos más campesinos que jamás he oído. Tendría que pasar mas tiempo con ella, es una mujer que, además de llevar un negocio, se preocupa y siempre encuentra tiempo para sus compañeros.

—Gracias Kayla, necesitaba eso —le dije, sincerándome lo mejor posible a través de mi tono.

—No irás a enamorarte ¿no? —dijo muy extrañada.

Un silencio incómodo inundó el ambiente entre nosotros dos, a pesar incluso de que el pub estaba a rebosar de gente.

—No... —dije titubeando—. Kayla... Te veo más como una hermana ¿sabes? —contesté, extrañado por aquella pregunta tan repentina.

—Entonces me alegra saber no habrá incesto entre nosotros —dijo entre risas.

Kayla es muy famosa por su humor incómodo y oscuro a ratos.

—Cierra la boca anda... —le dije, llevándome la palma de la mano a la frente—. Puede que Hans piense lo contrario... —le anuncié.

Esta se quedó congelada por unos segundos y reanudó con ciertos titubeos su movimiento.

—Estas quedándote conmigo... ¿Hans? —preguntó con un tono un tanto interesante, como si se sorprendiese de haberlo preguntado.

La miré con interés, mientras acariciaba mi corta perilla de intelectual.

—¿Acaso sabes algo que yo no sepa? —pregunté, haciendo que a esta se le cayese la cara de la vergüenza.

Kayla finalmente se acercó a mi con sigilo e hizo un gesto con sus dedos para que aproximase mi oreja a ella.

—Ya me lo ha pedido —susurró.

Mis sentidos se avisparon al oírla ¡Pues claro que Hans ya había intentado algo con ella! Por algo a ese granuja le apasionan tanto las felinas, ahora todo cobra sentido.

—Vaya con el coyote... —expresé con sorpresa.

—Como le cuentes algo de esto te destripo como una estrella de mar —dijo agarrando un cuchillo para untar—. Aún sigo pensando en su propuesta... —explicó con cierta culpabilidad en su tono de voz.

Era raro verla así, aunque conociendo a Hans entiendo sus dudas, puede llegar a ser un tipo demasiado especial.

—Tómate tu tiempo, no tiene sentido apresurar nada —le aconsejé con cautela.

Disfruté de la compañía con algunos otros clientes, casi todos vecinos de mis abuelos y pescadores del rio Vögel. Todos ellos me hablaban sobre las nuevas normas impuestas por la oligarquía religiosa que mandaba sobre todos nosotros. Al parecer han implementado una guardia nueva, venida directamente de la Iglesia para controlar mejor la ola de crímenes y muertos aquí en el gueto, y no van a reparar en gastos, por lo que se habla estos tipos están armados con revólveres y revestidos con mallas de acero y parches de cuero. Parece ser que por fin la Estirpe de Abraham ha visto el potencial de un pueblo descontrolado y han optado por ser cautos, por una vez. Veremos que tal se desenfunda toda esta situación. 

Dado que la noche comenzaba a hacer acto de presencia con más rapidez cerca del invierno tuve que terminarme la última ronda pronto y salir de allí directo a casa. Los inviernos en este lugar son extremadamente fríos, y eso que estamos al lado del mar, donde se supone que tendría que hacer calor. Aunque como digo siempre: lo cortés lo quita lo valiente. A pesar de que el invierno es duro, este mismo da a la ciudad un aspecto acogedor cuando la suave nieve cae sobre los techos y las carreteras, quizás es molesto caminar sobre ella cuando se convierte en hielo, pero es un espectáculo digno de ver. Además de que las castañas asadas que venden en la calle durante las temporadas frías son costumbres deliciosas, ya estoy deseando echarme unas cuantas a la boca. Pero todo esto vendrá más adelante, por ahora tenemos que acostumbrarnos a la pesada lluvia de otoño y a las alcantarillas tupidas por hojas tostadas y ceniza de las chimeneas.

Justo cuando doblé la esquina de la panadería, aquella por la que he pasado cientos de veces para llegar a casa, me choqué con alguien bastante grande. En un arrebato de confusión, miré a la cara del individuo con los ojos bizcos, solo para encontrarme al señor Hollows mirándome con sorpresa.

—Señor Hollows... —dije con serenidad.

Sus ojos volvieron a clavarse en mi por la decimoquinta vez esta semana, parecía alguien a quien le debiese dinero, aunque ese algo misterioso en sus ojos me seguía creando dudas en el alma. Cada vez que los observo solo puedo notar algo... primitivo dentro de mi, como una especie de miedo interno al que no puedo responder porque no reconozco en absoluto.

—Henry, me alegra verte —dijo proyectando una leve sonrisa.

¿Se alegra? Últimamente no nos hemos hablado mucho, me sorprende que ahora me venga con esas...

—¿Vives cerca? —dijo el labrador antes de que pudiese decir algo más.

—Prácticamente al lado, señor —contesté—. En la Calle de las Cortinas de Humo —expliqué con precisión.

Este no cambiaba en absoluto su expresión facial, a veces parecía un fantasma con la poca cantidad de variedad facial que tiene.

—Famosa calle, he escuchado sobre ella en relatos populares —dijo apoyándose contra el muro de la panadería—. Relatos bastante perturbadores —puntualizó. 

Se cuenta desde hace décadas que varios asesinatos tuvieron lugar en esa calle, cada quien tiene su versión de la historia, pero se sabe que los crímenes fueron perpetrados por un felino con quizás demasiada curiosidad en la disección y anatomía de sus vecinos y víctimas noctámbulas. Pero es solo eso, una historia popular, seguro que la realidad es mucho más sencilla y aburrida.

—Usted lo ha dicho, señor Hollows —contesté con mi tono de niño bueno.

—¿No ha ido al club? —preguntó Hollows tras una larga pausa.

¡El club! La verdad es que con el trabajo y con la experiencia que tuve al visitar semejante lugar no se me había ocurrido volver. Aún sigo teniendo la tarjeta en mi bolsillo, ahora con mi sangre reseca y de color muy oscuro. En ella se podía leer: propiedad de Club Miembros Carmesí, donde satisfacemos aquello que su cuerpo desee. Por alguna razón hacían mucho énfasis en el "su cuerpo", casi como si estuviesen hablando de un burdel, pero dudo mucho que fuese eso. Todo parecía demasiado refinado para tratarse de algo así. En la tarjeta también se encontraba mi nombre, color de pelaje y tipo de ojos, seguramente para identificar con mayor facilidad a sus miembros.

—No, hemos estado muy ocupados, y personalmente suelo ir mas al pub de Kayla, me siento mas cómodo —dije con total sinceridad.

El labrador asintió con la cabeza.

—Debo admitir que no es un lugar muy adecuado para alguien como tú, pero aseguro también que siendo miembro nadie debería hacerle daño alguno —explicó el labrador—. Debo también añadir que muchos miembros regulares han estado preguntando sobre usted, ha sido la comidilla de los cotilleos por mucho tiempo —dijo entre risas gentiles—. Nunca antes habían visto un lince tan... peculiarmente dotado —dijo, pensando muy bien en sus palabras.

—Bueno... Es toda una sorpresa, se lo aseguro —dije ruborizado.

¿Hablaban bien de mí? No se me ocurría el porque de aquello... De seguro tienen mejores médicos e ingenieros con los que hablar de sus riquezas ¿Acaso les parezco algo gracioso?

—¿Le apetecería acompañarme para unas copas? —dijo con soltura.

—No podría señor Hollows, acabo de salir de unas rondas bastante intensas y no creo que pueda mas —le expliqué—. Además, mis abuelos esperan en casa —añadí avergonzado.

—Venga, aunque solo sea para contar sus batallitas —replicó el labrador con cierto cariño—. Será rápido y le acompañaré a casa si quiere —añadió.

¡Otra vez con los ojitos de los cojones! Este hombre va a acabar con mi cordura, esos malditos ojos me emboban cada vez que intento hablar cara a cara con él. Es como si de repente alguien me agarrase y empezase a amenazarme con matarme. Pero no puedo resistirme a ellos, menos aún a su propia persona. Necesito borrar de mi mente estos sentimientos lujuriosos y fantasiosos tan antinaturales lo antes posible, voy a acabar hundiendo mi vida si sigo así...

—¿Y bien? —preguntó Hollows, añadiendo presión a mis pensamientos.

Suspiré, le miré una última vez a los ojos, y sonreí.

—Lo siento señor Hollows, me encantaría pero... —pausé mi conversación un momento para apartar mi mirada de sus malditos ojos—. Tengo ha mis abuelos en casa y seguro que se preocuparían si no vuelvo temprano.

Dicho esto el labrador pareció atenuar su intensidad en esos globos oculares de los cuales estaba tan enamorado y dio un paso para atrás. Parecía que su aura hubiese cambiado de repente.

—Lo respeto y entiendo —dijo el labrador apartando su cuerpo de la pared—. En ese caso nos veremos pronto —exclamó, despidiéndose con cierta elegancia.

Me despedí y pronto nuestros caminos se separaron, tan pronto como cuando nos saludamos los dos ya estábamos de vuelta a nuestros caminos de siempre. Era extraño, no se suelen ver a gente de su clase por estos lares tan húmedos y abandonados ¿acaso vivía cerca de aqui? Eso es muy improbable. Con la cantidad de tormentas mentales que ya afloraban en mi cabeza me decidí por acallar mi pensamientos e ir directo a casa. Por el camino noté como la niebla se hacía más y más espesa con cada paso, llegó hasta el punto de tapar incluso la luz distante de las farolas ancladas a las paredes de los negocios y edificios del puerto, todo parecía oscurecerse con un matiz de grises y blancos muy difuminados

—Las famosas cortinas de humo —me dije mientras miraba al suelo para no pisar ningún bache.

Ya llegado a casa y habiendo colocado mi gabardina en el perchero de siempre me dirigí al salón para descansar mis piernas. Allí se encontraban mis dos abuelos, sentados cada uno en sus sillones individuales con sus manos agarradas con firmeza.

—Llegas algo tarde ¿ha pasado algo? —preguntó mi abuelo con el periódico de hoy en mano.

—Nada especial, lo de siempre en el bar de Kayla —dije sentando mi cansado cuerpo en el sofá, cerca de la chimenea de carbón.

Mi abuela, quien estaba leyendo un libro al lado de mi abuelo, bajó con decisión su pieza de lectura para mirarme fijamente.

—Henry Berwick, es usted un borracho —replicó mi abuela con un tono de disgusto.

—Abuela, ya sabes que mi nombre con apellido es algo que no se menciona en esta casa —le recordé, con cierto tono indiferente para no mostrarme demasiado molesto, aunque desde lo más profundo me doliera.

Odio ese maldito apellido.

—Hazle caso a tu abuela, no estés todas las tardes yendo al bar a desahogarte —explicó mi abuelo para calmar el ambiente—. Acabarás como otro sucio borrachuzo de la calle.

No estaba teniendo la mejor semana, parece como si todo el mundo mandase sobre mi como un niño pequeño al que hay que regañar. Aún con todo, me aguanté las ganas de decir algo y me tragué mi orgullo.

—Ya, claro —dije en seco—. Tenéis razón.

Sin esperar otra respuesta me dirigí a paso desplomado hasta el fogón de madera, donde me esperaba una cazuela de verduras con patatas cocidas. Hacía tiempo que no veía tanta variedad de alimentos en una misma olla, parecía como si las cosas por fin hayan empezado a ir bien por aquí.

—Las compré en la tienda de distribución —dijo mi abuela apareciendo desde una esquina, como si hubiese escuchado mis pensamientos—. El dinero que has puesto sobre nuestra mesa nos ha ayudado mucho a seguir adelante.

—Lo mío no es nada comparado a lo que el abuelo y tú hacéis para mantener esta casa —le dije, observando sus manos tan curtidas de tanto trabajar en la sastrería.

Mi abuela, quien parecía haberse relajado un poco, se sentó enfrente mía y puso sus manos sobre la mesa.

—Estas manos han visto mas sufrimiento y trabajo que el que tenemos ahora, no te preocupes por nosotros. Tu abuelo y yo hemos sido luchadores desde que tenemos recuerdo sobre nuestro pasado —explicó mi abuela, tratando de animarme—. Muchos se han ido, otros pocos se han quedado desde que la Estirpe de Abraham aterrizó con su impía fuerza en nuestra nación... Pero ninguno, salvo tú, ha vuelto a apoyar a sus familiares y amigos.

Me quedé en silencio, sopesando sus palabras.

—El hecho de venir aquí ya ha sido razón suficiente para ponerte en un pedestal, hijo mío, has sacrificado una vida plena para estar con nosotros... —dijo mi abuela, con cierto sentimiento de culpa en su voz.

—Desde que murió madre me he prometido no volver dejar a solas a nadie de mi familia, nunca más. No dejaré que os pudráis en solitario en este agujero —le dije, acariciando sus manos—. De un modo u otro acabaré sacándonos de aquí, conseguiré una visa para vosotros y huiremos a Greenwich, fuera de este imperio de malnacidos —expliqué con asertividad.

Mi abuela se levantó y besó mi frente con cariño al escuchar mis palabras.

—Necesitarás suerte, muchacho —dijo, por última vez, antes de volver al salón donde le esperaba mi abuelo.

¿Y qué si necesito suerte? Seguiré haciendo todo lo posible para sacarnos de aquí. Seguro que puedo acudir a algún administrador de fronteras infeliz que me pueda hacer el papeleo, estamos demasiado cerca de la frontera con Greenwich para rendirnos ahora. Solo necesitamos un maldito visado y unos billetes para coger un tren, sobrepasar la sierra de montañas al sur de aquí y listo, tendremos vía libre a una vida sin restricciones y sin cultos autoritarios.

Tras haberme comido el plato de verduras entre pensamientos imposibles me arreglé para dormir una vez más en aquel sótano tan dejado y olvidado. Hoy parecía que la noche iba a ser corta, no tendría problemas en caer dormido con rapidez, ni siquiera mis pesadillas se interpondrán entre mi y un buen sueño. Acicalé por un rato mi pelaje enfrente de un viejo tocador que se encontraba al lado de mi cama y por fin, después de una semana desastrosa, descansé mi molido cuerpo en la cama, la cual con cada noche me parecía más y más suave. Pero incluso en los momentos de mayor tranquilidad, algo en mi vida siempre tenía que pasar...

Desde la esquina derecha de mi habitación una extraña figura irreconocible empezó a emerger de la penumbra, gracias a los pequeños tragaluces que daban a la calle pude observar como la figura cada vez se acercaba más a mi, como si de un fantasma levitante de tratase. Mi consciencia, a pesar de la imagen tan desconcertante, decidió no ponerme en alerta bajo ningún concepto. Era casi como si, instantáneamente, me hubiese acostumbrado a la visita sin aviso de esa figura incorpórea.

—¿Quién eres? —dije con la voz cansada.

La figura respondió parándose a los pies de mi cama y sentándose al borde de ella.

—Esta situación me suena... —dije con un ritmo de voz suave y callado.

—Eso es porque he vuelto, una vez más —dijo aquella sombra, mostrándose sin vergüenza frente a la luz que emanaba de una de esas pequeñas ventanas.

La figura acabó siendo Hollows, con una sonrisa lupina clavada en su rostro y contrastada con aquellos ojos, que una vez más, como en aquel sueño; iluminaban su iris con un brillo ardiente.

—Te odio... —le dije con la voz cansada—. Sal de mi cabeza.

Este se recostó sobre mi inmóvil cuerpo, cubriéndome entero y emanando calor a mi pelaje.

—Sé que no me odias —dijo aquel Hollows surrealista con sus colmillos tan grandes, que hicieron apartar mi mirada hacia la pared.

—Te equivocas, eres una manifestación muy tóxica de mis deseos tan inmorales —le respondí, con mi mirada apartada.

Hollows agarró con suavidad mi cuello y lo acarició.

—¿Qué hay de malo en amar a un hombre? Restringir tu identidad es malo para tu desarrollo —dijo la manifestación de Hollows con una voz carismática.

—Yo no te amo, solo te deseo de formas que no son naturales —le contesté—. Déjame en paz.

—Amar también entra en el ámbito físico, lince —dijo pasando sus largas garras por mi sensible cuello—. No te cierres a lo natural de verdad: los deseos.

Nada de mi parecía responder a todo esta situación. Su peso contra mi, la manera en la que me dominaba con sus palabras... Sus ojos.

—Sabes que no puedo desearte como una mujer hace con otro hombre, es peligroso —le expliqué, tratando de esconder mis ronroneos.

—En ese caso deseémonos en secreto, nadie puede ver a través de nuestra privacidad —dijo Hollows, arrimándose más a mi—. Además, acabas de decir que me deseas.

Razón no le faltaba, Hollows es la primera persona por la que siento algo tan intenso y casi sobrenatural. Solo pienso en estar junto a él. Siento la salvación dentro de su ser, a pesar de su atmosfera tan siniestra y extraña. 

—¿Qué quieres? —pregunté, finalmente rendido ante sus palabras.

—Solo cierra los ojos, y deja que todo pase.

Casi de forma instantánea, mi cuello se vio invadido por unos colmillos de tamaño titánico que penetraron en mi pelaje e hicieron una incisión en mis venas.

—Cierra esos ojos tan bonitos —repitió Hollows, acercando su lengua hacia los nuevos orificios de mi cuello, de donde brotaba con fuerza una ría de sangre lo suficientemente liquida para ser confundida con el vino,

Suspiré y cerré mis ojos, sintiendo por última vez su húmedo hocico lamiendo la sangre que nacía de mi.

—Eres un buen chico —dijo Hollows con sus labios caninos cubiertos de ese liquido carmesí con olor a metal.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top