8-La maldición:
—Todo comenzó después de leerlo —dijo Laura, limpiándose las lágrimas que mojaban su rostro pálido—. No sé por qué, tampoco cómo... Quizá tuviera una especia de... de maldición.
—Aún no me has dicho qué decía —le recordó Sabrina con curiosidad.
—Es un poco confuso de explicar. Imagínate que fue escrito por una niña. Al principio no comprendí su significado real y pensé... pensé que todo aquello era... era su delirio. Su enfermedad mental empezó muy temprano —dijo Laura un poco culpable por no haber tomado nada de ello en serio.
—¿Y dónde está ese diario? ¿Puedes leérmelo?
—¡No! No puedes leerlo, nadie puede... o si no...—Se detuvo, sin completar la idea. Luego agregó—: Además, no lo traje conmigo. A último momento, mientras hacía el bolso, mamá no me dejó sola ni un minuto. Tuve que dejarlo escondido en esa habitación. Está debajo del sillón donde dormía.
—Está bien, entonces cuéntame —dijo Sabrina.
—Comienza con tonterías de niño... Decía cosas como: fui con mamá y papá al parque, otra vez al zoológico donde le llamó mucho la atención un mono, no sé por qué... y una o dos al circo, allí conoció a uno de los payasos y le regaló un caramelo. Una pelea con una amiguita que no recuerdo el nombre. Eran cosas como esas, normales en una nena de su edad —comenzó diciendo Laura, mientras se encogía de hombros. Después continuó, cambiando el tono—. Luego pasa a detallar la feria que había llegado por esa época y que la hacían los gitanos para recaudar dinero. Era divertida e iba todo el pueblo, allí se vendían toda clase de cosas y los niños disfrutaban de algunos juegos... Mamá siempre les tuvo miedo a los gitanos y ahora sé por qué, la abuela les tenía prohibido deambular sola por la calle a ella y a su hermana, porque decía que estos raptaban a los niños y se los llevaban lejos. Para mí sólo eran cuentos para que los niños durmieran la siesta, como "el viejo de la bolsa" que se lleva a los niños.
—Supersticiones —dijo la joven y asintió con la cabeza. Conocía el cuento, su madre la había asustado con él cuando era una cría y vivían en las afueras de la ciudad. También conocía la reputación que culturalmente tenían los gitanos, de todos modos, no creía en ella. Era un grupo cerrado y pacífico que por lo general no molestaba a nadie. Sin embargo los prejuicios de la gente aún persistían, incluso en la misma ciudad, y eran rechazados.
—Sí, pero les metieron tanto miedo que terminaron creyendo todo... o eso pensé al principio.
—¿Quieres decir que sí se llevaban a los niños? —se sorprendió Sabrina.
—No, en realidad no lo sé. Creo que simplemente la gente del pueblo les tenía miedo porque eran diferentes a ellos y muy cerrados, no compartían con nadie que no perteneciera a su grupo. De todos modos, mi tía tenía sus razones para tenerles miedo...
Sabrina la miró con el ceño fruncido. ¿Le habían hecho algo a la niña?
—En el diario, tía Brisa relataba un hecho extraño que la asustó mucho. Un día se escapó de casa y se puso a jugar bajo los parrales que tenía una vecina que vivía en frente de casa. Su hermana, mi mamá, no quiso seguirla porque temía que mi abuela se enojara y se quedó en la casa. Entonces escribió que mientras corría, lejos de la calle y de las ventanas de cualquier casa, comenzó a sentirse observada. Luego apareció una anciana. Así lo describe, como una aparición.
—¿Un fantasma?
—Sí, pero dudo que haya sido un fantasma. La mujer debe haber estado escondida en algún sitio. La cuestión es que la tomó con fuerza del brazo y le dijo que era muy bonita. Mi tía se asustó, ¡pobre niña! Supongo que creyó que se la iba a llevar y comenzó a gritar. Escribió que la mujer se enojó mucho y le dijo que tenía siete días para escapar o entregar un sacrificio. Luego la soltó. Tía Brisa vio cómo la mujer se convertía en una serpiente y la empezaba a perseguir, corrió; sin embargo antes de salir del campo, la mordió en la pierna. Gritó tanto que mi abuela salió de la casa y fue a buscarla. Allí la encontró, pero ya la bruja se había ido y no había ninguna serpiente cerca.
Su amiga se quedó en silencio un rato largo, luego dijo:
—Parece algo inventado por un niño para zafar de un castigo.
—¡Yo pensé exactamente lo mismo! Y por lo que decía luego, mis abuelos pensaron igual. Nadie le creyó. Ni siquiera mi mamá, a pesar de que les dijo que había visto antes a la vieja junto con los gitanos.
—Bueno... pero no comprendo que tiene que ver con lo que te está pasando.
—Ahora lo entenderás —replicó Laura y continuó con su relato.
Desde ese día la caligrafía de la niña se volvía deshilvanada y las palabras perturbadoras. Comenzó sintiendo cosas: olores extraños y nauseabundos, ruidos inexplicables, sentía que la tocaban de noche, alguien la llamaba en un susurro y cuando acudía no había nadie. Tenía pesadillas horribles con la anciana y la serpiente. Luego empezó a verla por todos lados y la llamó "la bruja". Decía que esta la vigilaba, pero parecía que nadie más que ella la veía. Después comenzó a perder la memoria... había horas enteras en que no recordaba dónde había ido. Había un párrafo escrito en un idioma que no pude identificar, al lado de él escribía la niña que no recordaba haberlo escrito ella y lo había tachado con una cruz.
—¡Es lo que... te ocurre! —exclamó Sabrina, mientras que cada cabello de su cuerpo se levantaba.
—¡Por eso me está asustando! ¡Creo que hay una relación entre lo que leí y lo que me pasa! —sollozó la joven. Luego continuó—. Tía Brisa creía que la bruja la había maldecido al ser mordida por la serpiente. Obviamente nadie le creyó. ¡Quién creería algo así!
—¿Y qué significa eso de "tienes siete días para escapar o entregar un sacrificio"? —dijo Sabrina, que se había quedado pensando.
—No lo sé, no vuelve a nombrar nada de eso en todo el diario. Quizá lo anotó y luego lo olvidó por completo —replicó Laura.
Hubo un breve momento de silencio.
—Entonces... ¿crees que todo era cierto y que al leer el diario la maldición se transfirió a su sobrina? —dijo Sabrina, mientras fruncía el ceño.
—Sí... Sé cómo suena. No lo creí al principio y lo he pensado mucho desde entonces. Pero por algo mamá se volvió loca aquel día y quiso quemar todo lo que era de mi tía. Ella sabía algo, mi tía Brisa se lo dijo esa noche, estoy segura —replicó Laura, asintiendo con la cabeza.
—¿Tu tía muerta? —susurró Sabrina, le parecía estar interpretando a un extra en una película de terror. Todo era tan fantástico.
—Sí, mi tía muerta.
Poco después, ambas jóvenes decidieron que era hora de que fueran a dormir. Se acostaron juntas en la habitación de Sabrina, apretadas como cachorros, pero seguras. Laura no quiso ni pisar su propio cuarto. Estaba aterrorizada aún y seguía sin poder recordar. No le había contado a su amiga cómo la niña había descripto lo que siguió... y los demonios que la atormentaban y la lastimaban o hacían que hiciera cosas terribles. No obstante, al pasar los años, el diario se había interrumpido de pronto. Brisa no escribió allí ni una sola palabra más.
7,30 AM
Sabrina se despertó de golpe, alguien caminaba por el departamento. Se dio media vuelta en la cama, estiró el brazo y notó que no estaba Laura. Por la ranura de la puerta entreabierta la vio caminando de un lado a otro. Vio el reloj, aún era muy temprano, de todos modos se levantó.
—¿Has dormido algo?
Su compañera se sobresaltó y giró sobre sí misma.
—Me asustaste —comentó y luego respondió—. No mucho, la verdad, pero no podía seguir acostada... Estaba pensando, ¿por qué dejó de escribir?
—¿La niña? —preguntó, mientras iba al baño. Empezaba a recordar todo lo que había oído la noche anterior. Estaba muy cansada por la falta de sueño y le costaba enfocarse en sus pensamientos.
Laura lo confirmó y comenzó a hacer el desayuno. Preparó café con leche y unas tostadas. El pan estaba viejo y duro, pero aún servía. No había manteca en la heladera, casi nunca había. Retiró algunas verduras y encontró un pote de dulce de membrillo casi entero. Había olvidado por completo su existencia. Luego puso el mantel. Cuando su compañera salió del baño, el inesperado desayuno le sacó una sonrisa.
—He decidido, Sabri, que tengo que volver a casa. Mamá tiene que saber algo de todo este asunto. Si su hermana la visitó esa noche, quiero saber cada palabra de lo que le dijo —declaró Laura.
—¿Qué harás con las clases?
—No tengo exámenes importantes, así que estoy salvada. Luego pediré apuntes de clases... Si no hablo con mamá pronto, me volveré loca.
—Está bien. ¿Le dirás que leíste el diario? —preguntó Sabrina, mientras tomaba el desayuno.
—Sólo si es necesario... Se enojará mucho, pero lo hecho, hecho está. No tengo otra opción.
—¿Y sobre lo que te ocurre? —Quiso saber. Le parecía muy importante que Laura le contara a su familia que estaba experimentando cosas extrañas, al igual que su tía.
—Sí.
Luego de terminar de comer, Laura se comunicó con la terminal de autobuses para reservar un lugar en el primer colectivo que viaje a las montañas. Tuvo suerte. Había uno que salía a las diez de la mañana. Una hora después, Sabrina se despidió de ella con un abrazo y a la hora prevista subió al vehículo que la trasladaría por segunda vez en menos de una semana a su viejo hogar.
2,00 PM
Recién cuando bajó del autobús, Laura se dio cuenta de que no había avisado a su madre que volvía. Los pensamientos la habían tenido muy ocupada. Había una anciana entre los pasajeros que la había puesto muy nerviosa. ¿Y si era la bruja? ¿Y si estaba allí para causar un accidente? ¿Y si se acercaba a hablarle y no podía evitarla? No podía concentrarse en otra cosa que no fuera la presencia de la vieja.
La joven se sentó en un banco. Corría una brisa caliente que molestaba bastante, levantando el polvo de la calle. No había muchos pasajeros dando vueltas por el lugar y tampoco bajaron muchos del autobús de donde venía. La anciana que la atormentaba no descendió y ese hecho logró tranquilizarla un poco. Tomó el celular y marcó el número de su madre.
La mujer se sorprendió mucho de oírla. De todos modos, estuvo contenta de volver a verla tan pronto y le prometió mandar a alguien a buscarla.
—No hay problema, mamá, tomaré un taxi. Hay varios estacionados aquí hoy, cosa rara —le aseguró Laura, mirando de reojo los autos que parecían descansar juntando polvo.
Hubo un breve silencio.
—¿Es por el diario de Brisa?
Su hija se sobresaltó y se quedó estupefacta ante la pregunta... ¿Cómo sabía? ¿La había visto leerlo? No podía ser. Hubo un silencio prolongado y algo incómodo en la línea.
—Sí, ¿cómo sabes? —decidió admitir. No ganaba nada con mentir.
—Lo encontré escondido —dijo y lanzó un suspiro. Laura cerró los ojos y se sintió culpable—. Supongo que ya es hora de hablar sobre tu tía.
—Está bien, estaré allí en un momento.
Colgó la conversación. Laura, con una ansiedad que apenas podía ocultar, tomó un taxi. El hombre, queriendo ser educado, le dijo un montón de cumplidos fuera de lugar. Sin embargo, el silencio de la joven lo aplacó y consiguió que se mantuviera callado todo el trayecto. La chica lo miró de reojo, no lo recordaba, debía ser alguien "nuevo" en el pueblo.
—Así que de visita —dijo al fin, un poco antes de llegar.
—Sí —asintió distraída.
Cuando paró el vehículo delante del hogar le preguntó si era pariente de su padrastro. Al saber que así era, le advirtió:
—Dile a tu padre que tenga cuidado con ese gitano.
—¿Qué gitano? —preguntó sorprendida.
—El que estuvo en el velorio, él sabe cuál. El negocio no le conviene, aunque le ayude a salir de este maldito pueblo. Dile eso —le dijo el hombre.
Laura, sorprendida por todo lo que escuchaba, le aseguró que se lo diría y bajó del taxi. Aunque no pensaba hablar nada con el hombre y tampoco deseaba inmiscuirse en sus asuntos. De todos modos... ¿Por qué su padrastro querría irse del pueblo?
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