7-Ausencia:

Jueves 1,05 AM


Sabrina acababa de volver de su excursión nocturna por la ciudad. La búsqueda no había dado resultados positivos y lo único que había ganado con ello era haber sido perseguida por un indigente que no estaba en sus cabales, llevándose un buen susto. No había encontrado a Laura, que era su objetivo. La universidad estaba cerrada y el camino hacia el departamento esta desierto. Tampoco se cruzó con alguien conocido a quien pudiera preguntar por su amiga. Al llegar al su vivienda pensó que a lo mejor Laura la esperaba dentro, no obstante poco pasó para que aquella esperanza muriera con las demás.

El lugar se encontraba oscuro y exactamente como lo dejó. Derrotada, se abandonó sobre una silla. ¡Aquello era una pesadilla! ¡Nunca tendría que haberla dejado sola! Ella sabía lo inestable de su comportamiento. Pensó en la tía y también en la posibilidad de que Laura habría heredado su enfermedad... De pronto pensó en lo estúpida que había sido. Quizás nunca fue a la facultad. Abrió la puerta de la habitación de su amiga y la registró. Tenía razón, allí estaba su mochila, tirada en el suelo. El pijama se encontraba arrugado sobre la cama, por lo que dedujo que se había cambiado. Sin embargo, sus zapatillas seguían allí. ¿Se había puesto sus sandalias? Pensó con incredulidad, ya que nunca las usaba porque el taco le molestaba. No tenía otro calzado, sólo las pantuflas rosa y lila que encontró debajo de la cama. Fue en el momento en que se agachó cuando vio la sangre.

Largando una exclamación de sorpresa, Sabrina comenzó a seguir las gotitas escarlata que había esparcidas por todo el suelo de la habitación. Una huella se dibujaba en el umbral. ¡Cómo no la había visto antes! Siguió hacia el baño, pero allí se cortó el rastro. Aquello la puso más nerviosa aún.

—¡No seas tonta! ¡Se cortó con un vidrio, nada más! —se dijo a sí misma, para calmarse.

En ese preciso instante, un grito y un correteo se colaron por la ventana desde la calle. La joven se sobresaltó y corrió hacia la ventana, sin embargo no vio a nadie. Esto provocó que perdiera todo dominio de sí misma. Tomó el celular y llamó a la policía, ya había tenido bastante y estaba muy alarmada por la ausencia de Laura.

—Quiero denunciar la desaparición de una persona —le dijo, muy nerviosa, a la mujer que la atendió y esta la comunicó con un interno.

—Tendrá que esperar.

—No hay problema.

Tardaron en atenderla siete minutos completos. El oficial de turno fue amable, pero inflexible. Laura era mayor de edad y seguramente estaba con algún muchacho, esa era su opinión. Sabrina pensó en Daniela y frunció el ceño. Este sujeto era igual. Y no se equivocaba, por más que le explicó que Laura no era de salir sin avisar, de las reglas que tenían al irse a vivir juntas y del carácter de su amiga, fue en vano. ¡Ni siquiera escuchó que a su amiga le costaba sociabilizar! ¿Cómo iba a irse con un chico cualquiera? ¡Ese tipo estaba loco!

—¡Señor, ella es muy tímida! ¡Nunca haría algo sí! —insistió.

—Siempre son "tímidas" —la contradijo con cierto tono de ironía que no se le escapó a la chica y que la molestó profundamente.

—¡Lo es! No tiene amigos varones...

—Que usted sepa —indicó el hombre con aburrimiento.

Sabrina tomó aire.

—Le repito que este comportamiento es muy inusual en ella.

El hombre la escuchó con paciencia, mientras comía algo que hacía mucho ruido y dificultaba la comunicación, no obstante le repitió lo que ya había escuchado: que Laura era mayor de edad y además, que tenía que esperar veinticuatro horas para denunciar. Por suerte no volvió a hacer ningún comentario machista que acabara por ofenderla.

—Pero...

—Tiene que esperar, señorita, si no ha vuelto mañana iremos para allá.

Sabrina colgó el teléfono con una sensación de derrota y decepción que la llevó a deprimirse, y una rabia que apenas era capaz de controlar. ¿Qué podía hacer ahora? Tanta espera la estaba alterando. ¡No podía seguir así! No obstante, no podía pensar qué hacer que fuera útil. Paseando por el comedor se obligó a pensar dónde podría hallarse Laura a esas horas... ¿Qué haría ella si fuera su compañera? ¡Oh! ¿Se habría ido a casa de sus padres? ¡Pero no! ¡Si no se había llevado nada de su habitación! De todos modos, revisó su mochila por si estaba allí la billetera. La encontró en uno de los bolsillos. ¡Definitivamente se había ido sin nada! La cabeza comenzó a dolerle.


3,00 AM

Laura

Abrió los ojos, confusa, y más aún cuando vi el cielo oscuro y notó que se encontraba en la azotea de su edificio. Era de noche y las estrellas formaban su techo. La joven se encontraba sentada, de cara al oscuro abismo que terminaba en el estacionamiento de concreto, donde estaban estacionados la mayoría de los autos de los vecinos. Comenzó a temblar de miedo. ¿Qué hacía allí? Intentó pensar, pero no recordaba nada.

Laura se puso de pie, mientras le temblaban las rodillas, y se alejó del borde con un salto hacia atrás. Observó a su alrededor, se encontraba completamente sola. Miró su cuerpo y notó que estaba vestida pero descalza. Sus pies sucios le dolían. Intentó recordar qué había ocurrido, sin embargo el último hecho que se había almacenado en su memoria era la hora a la que se había acostado, luego de haber peleado con Sabrina. Ella había pensado que estaba loca, lo vio en sus ojos... ¿Lo estaba? El terror paralizó sus pensamientos.

—No estoy loca, no estoy loca —repitió en un susurro desesperado.

Solo una vez había estado allí en la terraza del edificio, acompañando a otra compañera para que fumara, una joven que no habían vuelto a ver hacía meses. Era nueva en una de las clases, la habían invitado a compartir con ellas y luego se dieron cuenta de que les faltaba dinero. A Sabrina no le había hecho ninguna gracia el incidente y ella había estado de acuerdo. Por supuesto que la chica negó todo y no le habían vuelto a hablar.

Aún asustada, Laura caminó hacia la única puerta que vio en una estructura cuadrada. Del picaporte de esta colgaba una cadena y un candado estaba tirado en el piso... ¿Cómo había logrado salir? Quizá su amiga tenía razón, después de todo, se estaba volviendo loca como su tía, pensó alterada. No obstante... el cuaderno... le susurró una vocecita de su mente. Laura comenzó a llorar. ¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía ser posible que no pudiera recordar nada? No sabía qué hacer. Su mundo estaba de cabeza y no lo soportaba más. ¡Aquello debía parar!

Dentro del edificio, en el pasillo oscuro y solitario a aquellas horas, se detuvo frente a su departamento. ¿Sabrina estaría dormida? Pensó. No deseaba asustarla. Entraría sin hacer ruido, pensó mientras se palpaba los bolsillos.

—¡La llave! —dijo, en voz baja y sin darse cuenta. ¡No la llevaba encima!

Sin embargo, hubo un ruido de una silla al correrse y pronto se abrió la puerta principal. Sabrina, descompuesta y largándose a llorar, la abrazó.

—¡Lau, estaba tan preocupada!

—¡Ah!

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¡Ando buscándote hace horas, encima la policía me dijo que tenía que esperar 24 horas! ¡No sabía qué hacer o dónde ir!... ¿Dónde estabas? —repitió, limpiándose las lágrimas.

Laura, sintiéndose culpable por algo que no sabía, entró y negó con la cabeza. ¿Qué hora era? Preguntó. Mientras se sentó en una silla, con la mirada perdida y la confusión cubriendo su rostro. Sabrina volvió a repetir la pregunta, desconcertada por la actitud de su amiga.

—No lo sé, realmente. ¡No puedo recordar nada desde que me fui a dormir, Sabri! ¡Nada de nada!

—Pero...

—¡Me desperté recién en la azotea! —terminó de explicar Laura. Sabrina abrió los ojos como plato hondos.

—¿Qué hacías allí? —preguntó, desconcertada y sin poder creerlo. Normalmente la puerta que llevaba al techo se encontraba cerrada. Sólo el portero podía salir y eso se debía a varias incursiones que un par de adolescentes tenían como costumbre hasta que uno de ellos sufrió un accidente y casi cae del techo. Su madre, en vez de retar a su hijo, se ensañó con el pobre hombre y la puerta adquirió un candado permanente y una vigilancia diaria, que evidentemente ese día había fallado.

—No lo sé... ¡Estoy tan asustada! ¡No sé qué me pasó! ¡Me podría haber caído! —dijo y se largó a llorar con desconsuelo.

Su amiga la abrazó y así estuvieron un largo tiempo, hasta que ambas dejaron de llorar y se calmaron un poco. Una idea aterradora entró en el cerebro de Sabrina. La joven se sobresaltó... ¿y si hubiera sufrido alguna agresión tan terrible que su cerebro la había bloqueado? Miró el cuerpo de su amiga y levantó un poco su remera para observarla mejor.

—¿Qué haces? ¿Qué pasa?

—¿Te atacó alguien? —preguntó.

—No lo recuerdo... —Laura largó un insulto y, asustada, comenzó a fijarse en sus brazos y pies; que estaban sucios pero ninguno lucía un moretón—. No, parece que estoy bien y no me duele nada, un poco la espalda no más. ¿Tengo algo? —preguntó, mientras se daba vuelta y se corría el largo cabello oscuro.

Sabrina la observó... entonces vio una cicatriz vieja y antigua que le cortaba un costado. Laura se dio cuenta e, incómoda, se soltó la remera y el cabello.

—No tienes nada —dijo su amiga y no quiso preguntar más, pensó que Laura ya tenía suficiente con lo que le ocurría en el presente como para que ella empezara a indagar en los tormentos de su pasado. Fugazmente recordó, sin embargo, que le había dicho que su padrastro era un hombre malo, no obstante nunca se había imaginado que lo era tanto.

—Parece que sólo he perdido la memoria...¿¡Qué me está pasando!? —exclamó llorosa.

—Está bien, no te preocupes, ya vas a recordar... Seguramente no puedes porque estás muy alterada.

—¡No sé qué hacer, Sabri! ¡Tengo tanto miedo! —exclamó Laura, temblando—. Algo me está pasando. ¿Cómo es posible que haya perdido un día de mi vida?

Su compañera calló unos segundos, tratando de juntar las palabras correctas.

—¿No has pensado que quizá...?

—¿Me esté volviendo loca como mi tía? —la interrumpió. La joven asintió con la cabeza.

—No te ofendas.

—No me ofende. Lo he pensado mucho, no creas. Todo lo que pasa es... ¡una locura! Sin embargo, ese viejo diario...

—Olvídate del diario, deberías ver a un médico, Lau. No tienes que sentir vergüenza por eso.

—No es vergüenza, sólo que... sé qué dirá y...el diario —replicó sin mucha coherencia, no podía dejar de pensar en aquellas espantosas palabras y tampoco en su tía Brisa. 

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