6-Problemas:

Sabrina se enojó consigo misma. No podía permitir que el miedo de Laura se le contagiara. No estaba bien. Además debía despejar su mente para poder concentrarse en el trabajo, si no sería otra larga noche desperdiciada. Fue hacia la cocina y puso el agua a hervir, pensando que un buen café era lo que necesitaba. Poco después, tenía en su escritorio un termo lleno y se encontraba de mejor humor. Abrió otra vez el libro y se sentó.

De pronto, una mano se posó en su hombro. Sabrina largó un grito del susto, mientras se levantaba, chocando con el escritorio... Detrás de ella no había nadie. Su corazón corrió frenético. ¿Qué estaba pasando?

—¿Laura? —murmuró asustada, con la mirada en el umbral.

Una puerta se abrió al otro lado del departamento. Laura apareció descalza y en pijama. Estaba asustada.

—¿Sabri? ¿Qué pasa? ¿Por qué gritaste? —preguntó, mientras abrió los ojos, expectante. El miedo fluía de ellos.

—Yo... Nada.

—¿Estás segura?

—Sí, solo... un ruido. —No se le ocurría qué decir. No quería contarle lo que había sentido, porque... ¿qué había sentido en realidad? Estaba muy confundida.

—Pero...

—¿Has podido dormir? —le preguntó.

—Sí, bastante bien en realidad —confesó Laura.

Su amiga le sonrió y la convenció de que no pasaba nada y de que volviera a la cama. Cuando Laura hubo desaparecido tras la puerta de su habitación, Sabrina se sentó al escritorio de nuevo. Intentó leer, pero no podía concentrarse. Leía el mismo párrafo tres o cuatro veces casi sin entender qué decía. Además, miraba hacia atrás obsesivamente. Hasta que media hora después se rindió y decidió ir a dormir. A la mañana siguiente hablaría con Daniela y verían de dónde sacaban el tiempo para acabar con aquel trabajo. Dejó la luz de la lámpara prendida, porque no lograba deshacerse del miedo que parecía infestar el aire. No cerró la puerta tampoco, por si Laura la necesitaba. Debo despejar mi mente, pensó, mientras cerraba los ojos.

Miércoles 1,40 AM

Laura

Laura se movía inquieta en su cama, mientras el sudor mojaba las sábanas. Tenía una pesadilla. Se encontraba en su anterior hogar. Sus padres habían peleado a los gritos y ella había tenido que salir para no involucrarse, como solía hacer siempre. En su infancia, frente a la casa había un gran terreno con parrales, perteneciente a la finca de la señora Cuevas, una viuda de casi 80 años; y allí estaba. Era verano, porque la uva había comenzado a pintar de morado y hacía mucho calor. Una niña de pelo claro, que le parecía levemente conocida, jugaba bajo la sombra de los parrales. De pronto la llamó. La joven se acercó a ella. "Mira", le dijo, bajando la mirada hacia sus manos juntas. Laura observó cómo las separaba y vio dentro de ellas una enorme araña negra. La niña se la lanzó a la cara, mientras reía. La joven gritó y dio varios pasos hacia atrás. Cayó en el barro. La niña reía y reía con maldad.

El sueño la abandonó de repente y se despertó. Estaba algo alterada al verse arrancada por la oscuridad, no obstante pronto se calmó. No escuchó ruido alguno en el departamento y supuso que su compañera había ido a dormir. Luego trató de volver a conciliar el sueño. Una tenue luz ingresaba por una rendija que había quedado entre la cortina y la ventana, iluminado parte del dormitorio. De pronto, en la esquina lejana de la derecha algo se movió.

Laura, asustada, alargó el brazo para prender la luz de la lámpara. En el intento, golpeó un vaso que estaba allí y este se deslizó al suelo. El vidrio se esparció por todos lados y cayó parte en sus pantuflas. Un gruñido brotó de las tinieblas, paralizando los movimientos del brazo. Aterrorizada, se movió en la cama y su vista se posó en la oscuridad. El gruñido se repitió.

Sabrina

Por otro lado, Sabrina se despertó con el ruido del vaso al estrellarse. Medio dormida y confusa, no comprendió al principio por qué no veía nada. La luz de la lámpara estaba apagada y la puerta de la habitación se había cerrado. Asustada, se sentó rápidamente en la cama y encendió el aparato, corrió hacia la puerta. No pudo abrirla.

—¿Laura? ¡LAURA! —gritó, mientras, en puro pánico, movía el picaporte sin lograr que la puerta se abriera. Entonces oyó un gritó.

—¡Sabri! ¡Sabri! —Escuchó cómo su amiga la llamaba.

En ese momento, vio la llave en la cerradura, la giró y la puerta cedió. Corrió por el departamento oscuro hacia la habitación de Laura. Abrió la puerta y encendió la luz. Su amiga estaba envuelta en una manta y miraba aterrorizada hacia la derecha de la habitación. Sus ojos se dirigieron hacia allí... No había nada. Desconcertada, abrió la boca para preguntar qué ocurría, cuando una fuerza proveniente de la nada misma la empujó hacia atrás. La puerta blanca de la habitación se cerró de repente. Laura gritó y Sabrina se incorporó rápidamente y chocó contra la dura madera. Tomó el pomo y este no se movió, estaba como pegado. Empezó a gritar el nombre de su amiga con desesperación.

Cinco minutos después, sonó el timbre del departamento. Sabrina se dio la vuelta. Alguien golpeó la puerta. La joven abrió y se encontró cara a cara con la vecina del departamento de la esquina del corredor, la misma mujer que anteriormente había ayudado a Laura. Se veía asustada.

—¿Está todo bien, cariño? —preguntó y se alzó sobre las puntas de los pies con curiosidad, para ver sobre su cabeza—. ¿Están con un muchacho? ¿Les hizo algo? Escuché una voz masculina... y no es que a mí me importe pero... ¿están peleando?

—¿Un chico? No, no, señora. Estábamos...

Un click se oyó a su espalda y Sabrina miró por sobre su hombro. La puerta de la habitación de Laura se había abierto sola.

—Jugando a un juego de... de terror —mintió e intentó sacársela de encima. Estaba inquieta, Laura había callado y no aparecía por el hueco de la puerta. La oscuridad que se veía desde allí era muy densa, como si alguien estuviera escuchando atentamente.

—Entonces... ¿Están solas? ¿No llamo a la policía?

—No, gracias. Estamos bien. Gracias por preocuparse —le dijo y casi le cerró la puerta en la nariz.

—¿Hay alguien allí? —alcanzó a decir la mujer antes de que cerrara, mientras sus ojos se dirigían al cuarto de Laura.

Sabrina se dio la vuelta, asustada, y se apoyó contra la puerta de entrada. Desde el hueco oscuro de la habitación se perfiló una silueta.

—¿Laura?

Esta salió de la habitación, se abrazaba los hombros y temblaba. Estaba aterrorizada.

—¿Lo viste? ¿Lo viste? ¿No? —preguntó.

—¿A qué? —preguntó Sabrina, sin saber qué pensar.

—¡No estoy loca! ¡No estoy loca! —gritó su compañera, se dio la vuelta y volvió corriendo a su habitación. Cerró la puerta y prendió la luz.

—¡Espera, Lau! ¡Espera! —Sabrina golpeó la puerta, pero su amiga la ignoró. Esta lloraba desconsoladamente. Trató de calmarla. ¡Ella no la había acusado de nada! Sin embargo, no tuvo suerte. Media hora después, volvió a su habitación.

¡Estaba tan cansada! ¡Tan cansada!... No comprendía qué había pasado. Ella no había visto nada... Sin embargo... Había algo allí con ellas, un huésped invisible, alguien indeseado. Sabrina se empezó a reír, mientras sus manos temblaban. ¡Era una locura! ¡No había nada allí!

8,30 AM

Sabrina

Cuando despertó estaba tan cansada que su primer impulso fue apagar el despertador y volver a dormir. Sin embargo, recordó la cara de Daniela apurándola con el trabajo y decidió que tenía que levantarse. Su compañera tenía que sacar una buena nota en el trabajo para poder pasar el semestre, todo dependía de ello. Sabrina se sentía culpable por abandonarla en aquel momento.

La luz cayó sobre el rostro de la joven cuando movió la cortina y todos los miedos nocturnos se desvanecieron. Miró el reloj y comenzó a cambiare rápidamente, rompiendo el silencio que había reinado sobre el lugar. Colocó luego los libros y cuadernos en la mochila, y salió de la habitación. Puso el contenido del termo a calentar y fue al baño. Poco después tomaba un café bien azucarado.

Antes de salir, su vista se posó en la puerta de la habitación de Laura. Le había parecido normal que no se levantara. Aquella clase temprana no la tomaba y se levantaría recién a las diez. Hasta que recordó que no era jueves sino miércoles. ¡Demonios! Pensó sobresaltada. Miro el horario y descubrió que llegaba tarde. No recordaba si Laura tenía que irse temprano aquel día. ¡Le costaba tanto pensar con tan pocas horas de sueño! Por las dudas, decidió ir a despertarla.

Sus manos temblaron cuando tocó la puerta y esta cedió un poco ante el impulso. Sabrina miró dentro y vio a su amiga recostada en la cama, durmiendo profundamente. Intentó despertarla, no obstante lo único que consiguió fue un débil balbuceó que parecía decir que la dejara en paz. Así que se dio media vuelta y salió del departamento.

Estaba por llegar a la escalera, cuando alguien la tomó por el brazo. Saltó del susto y estuvo a punto de gritar.

—¿Qué clase de fiesta hacían anoche? ¿Qué eran esos gritos? —le dijo un hombre, enojado, mientras la rociaba de saliva como un buldog a punto de atacar.

El sujeto de mediana edad vivía justo antes del comienzo de los escalones. Era un hombre osco, frío y antipático, jamás hablaba con nadie. Vivía con un hijo de unos veintitantos que siempre estaba fuera.

—No, no, señor... —Se detuvo, no lograba recordar su nombre—. No hacíamos ninguna fiesta. Mi amiga tuvo una pesadilla.

—¡Qué pesadilla ni pesadilla! ¡Los oí muy bien!

—¿A quiénes? —preguntó, perpleja.

—¡Pues a la gente! ¡Murmuraban! —replicó enojado.

Sabrina recordó que en el departamento de al lado del de aquel vecino se alojaba una pareja de muchachos jóvenes. Seguramente fueron ellos los que tuvieron visitas la noche anterior. Estaba por decirlo cuando otra puerta se abrió y salió de ella una mujer con un bebé. Los miró y se quedó paralizada en medio del pasillo.

—Hola, señora Bas, Hola. Estábamos charlando —dijo el hombre, mientras soltaba el brazo de la joven. Luego, sin decir más, cerró la puerta de su departamento.

La mujer se le acercó. Era pequeña y bajita, con la cara llena de pecas. Apenas había pasado los treinta.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí, sólo fue grosero no más.

—Si te da problemas habla con Matías, ya sabes, el hijo. Es buena persona y a veces viene a ayudarme con alguna cosa cuando no está Esteban —dijo la mujer, mientras sus mejillas se coloreaban—. Cosas de la casa.

Sabrina asintió con la cabeza. Entendía. Entendía más cosas de lo que quería dejar ver la mujer, pero no era asunto suyo. Bajaban la escalera y estaban por llegar al vestíbulo cuando la señora Bas rió y dijo:

—Linda fiesta la que hicieron ustedes anoche.

—¿Nosotras? Estuvimos solas —replicó, confundida. La mujer la miró.

—¡Oh! Pensamos que... eran ustedes. Charlas y risas y gritos...

—¿Gritos?

La mujer largó una carcajada.

—Sonó de terror, pero supusimos que se habían pasado bastante con los tragos —comentó al salir de edificio—. Mi esposo quería ir a ver qué pasaba. Menos mal que pude contenerlo, las habríamos despertado. ¿Quiénes serán? ¿Los dos chicos? Los que son pareja. No me imagino a nadie más.

Sabrina le respondió que ella tampoco sabía, sin mencionar que los gritos habían salido de su departamento.

—¿Vas a la universidad? ¿Quieres que te lleve? Tengo que ir a la casa de mi suegra que vive por ahí. Me cuida a Maitén. Tengo turno con el dentista y no puedo llevarla conmigo. ¡Odio tener que ir, pero más tener que dejarla con ella!

La joven le agradeció un montón, ya que llegaba muy tarde, y todo el camino estuvo escuchando la conversación de la señora Blas sin poder pensar en nada más. Los dos jóvenes eran buenas personas, según su opinión y la de los demás vecinos, eran educados y siempre saludaban, pero comenzaban a alborotar demasiado. La señora Blas decía que esperaba que no volvieran a hacer otra fiesta, despertaban a Maitén y su esposo comenzaba a ponerse pesado.

—Y ayer nos asustaron mucho.

Sabrina asintió con la cabeza, distraída y pensando en su amiga.

13.30 PM

Las clases fueron agotadoras, más de lo corriente. El profesor se enojó porque había un grupo muy conversador al final del curso que distraía a todo el mundo y estuvo gritando gran parte de la clase. Luego se vengó con un trabajo extra, bastante complicado, que la joven no sabía cómo iba a lograr hacer. Sabrina se encontraba extenuada y con sueño todo el tiempo. No había podido concentrarse muy bien, tampoco había visto a Laura y supuso que se había quedado dormida. Tenía ganas de seguir su ejemplo, pero debía encontrarse con Daniela.

La fila que había de espera en el comedor la desanimó y decidió saltearse la comida. Su compañera la esperaba en la biblioteca y, luego de rogar que la perdonara por no quedarse el día anterior, se sentó junto a ella. Al pasar el tiempo, comenzó a ponerse nerviosa. Había enviado a Laura varios mensajes de texto, sin embargo esta no le había respondido y tampoco los había visto. ¿Y si pasaba algo? No dejaba de preguntarse.

—¿Has visto a Lau hoy? —le preguntó a su compañera, cuando ya no pudo contenerse.

Daniela estaba a la mitad de un dictado y se enredó con las palabras.

—¿Qué?... ¡Oh! No, en ninguna clase —dijo de manera distraída, mientras copiaba una frase de un libro en su notebook.

Sabrina largó un suspiro.

—No me responde los mensajes.

—No te preocupes, Sabri, seguro está con "ese" chico —dijo Daniela, con una sonrisa a medias, que no podía ocultar del todo sus obvios celos. Su amiga la miró desconcertada.

—¿Quién?

—¡Pues Martín! ¿Quién más?... Hoy estás muy distraída.

Sabrina pensó, con cierto desprecio, que en el mundo de Daniela sólo había chicos y no problemas.

—No lo creo, sólo hablaron una vez, que yo sepa —replicó y, poniéndose de pie, añadió—: Voy a salir un rato a hablarle.

Su amiga estuvo a punto de protestar, no obstante Sabrina ya le daba la espalda y se había alejado bastante. Fuera de la biblioteca marcó el número de Laura. El aparato sonó y sonó hasta que atendió el contestador. Colgó la llamada y repitió la acción tres veces más sin ningún cambio en el resultado. Nerviosa, volvió a buscar su mochila, pero no pudo huir porque Daniela se enojó y no la dejó partir.

—¡Ya aparecerá! ¡No seas infantil! —gritó, furiosa.

La bibliotecaria, que pasaba justo en ese momento por el pasillo donde estaba la mesa con un grueso volumen, les ordenó que bajaran la voz.

—Esta es una biblioteca, no el estadio de fútbol —les dijo en un susurró colérico.

—Disculpe, señora Castro —susurró Daniela, preocupada. ¡Lo único que les faltaba era que las echaran de allí! ¿Dónde iban a terminar el trabajo?

De todas formas aquello no se cumplió, la mujer siguió caminando, mientras murmuraba algo con enojo. Sabrina la miró y cuando se perdió de vista, susurró:

—No entiendes... Laura está mal.

—¿Mal? ¿Querrás decir enferma? —susurró su amiga con el ceño fruncido.

—Sí, eso —mintió Sabrina.

Hubo un breve silencio.

—No me creo nada, ayer no estaba mal... No entiendo por qué siempre te tomas todo al pie de la letra. ¡Debe ser una excusa para juntarse con Martín! ¡Es tan obvio!

Su compañera no respondió, ya que estaba cansada de sus tonterías, pero no deseaba pelear. Así que abrió un libro y comenzó a leer, mientras Daniela deslizabas sus dedos por el teclado. De vez en cuando, le indicaba que se detuviera y luego continuaban. La joven quería acabar pronto para irse de allí.

No había pasado ni una hora cuando Martín apareció por la biblioteca. Este estaba con un compañero y se pusieron en la corta fila que había frente al mostrador para pedir los libros. Sabrina los vio y frunció el ceño.

—Ahí tienes a Martín...

—¿Dónde? —la interrumpió.

—Allí. ¿Ves? Laura no está con él —dijo, señalándolo.

—¡Oh! —Fue más una exclamación de interés que de molestia. Daniela no dejó de mirar a los dos chicos hasta que se dieron vuelta para buscar una mesa. Estaban todas ocupadas y decidieron irse. La chica se desanimó y sus ojos volvieron a la computadora.

—Dale, así terminamos de una vez por todas.

—Es que es... muy lindo.

Su compañera frunció el ceño y esto hizo que volviera a concentrarse en lo que estaban haciendo.

17,30 PM

En un momento Sabrina decidió levantarse e irse de la facultad. No podía continuar de ese modo, ignorando el hecho de que no sabía nada de Laura desde la noche anterior. ¿Y si le había pasado algo malo? Daniela protestó, sin embargo ya habían adelantado bastante y les quedaba muy poco para terminar, así que no insistió mucho.

Tuvo varios contratiempos, en primer lugar el colectivo se demoró más de lo corriente y después, gracias a su distracción, se pasó de parada por lo que tuvo que caminar diez cuadras. Cuando al fin llegó a su departamento colocó la llave y abrió. Dentro estaba silencioso.

—¿Lau? —dijo, mientras dejaba la pesada mochila en la mesa de la cocina-comedor—. ¿Lau? ¿Sigues durmiendo?

Fue hacia la habitación de su compañera y tocó la puerta. No obtuvo respuesta, de todos modos abrió, preocupada por tanto silencio. El cuarto estaba vacío, la cama estaba deshecha y aún había vidrio en el suelo. Desconcertada, Sabrina se dirigió hacia el baño y luego hacia su propia habitación. Laura no estaba en ningún lado. ¡Qué extraño! Pensó, miró hacia la mesada de la cocina y vio el celular. ¡Se lo había olvidado! Largó un suspiro de alivio. Aquello explicaba en parte su silencio. Tomó el aparato en sus manos. Estaba a punto de apagarse, pero aún funcionaba y en la pantalla aparecían todas sus llamadas.

Ya más tranquila, la joven puso la tetera a calentar. Unos mates le vendrían muy bien para calmar los nervios. Laura llegaría sobre las siete de la tarde y todo iría bien. No se habían cruzado ese día en la universidad por pura mala suerte.

11,08 PM

Sabrina se paseaba por el comedor, inquieta, más que inquieta, alterada. Sabrina no sabía qué hacer. Laura aún no había aparecido. Tomó su celular por impulso, no obstante volvió a dejarlo en la mesa. Era la cuarta vez que se contenía para no llamar a la policía. Se reirían de ella... le dirían que esperara, que seguro estaba con algún chico, como decía Daniela. No obstante, Laura no era de la clase de joven que se va sin avisar. Entre ellas tenían una simple regla, cuando salían siempre avisaban a dónde iban a ir y con quien. Era por seguridad. Además, no solía salir y no era muy sociable. Sabrina a veces tenía que obligarla a acompañarla a algún bar. Entendía que le molestaba mucho su aspecto, en especial su cicatriz, pero su amiga era de la idea que debía aceptarla y continuar.

Una idea vino a su cabeza. Iba a salir a buscarla por el camino que siempre hacían a la facultad. No era tan tarde aún y la noche se presentaba cálida, aún había gente en las calles de la ciudad. 

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