5-La Bruja:

Domingo 11,15 AM


Laura se despertó sobresaltada, confundida y con dolor de cabeza. La luz del cuarto de costura la encandilaba. Dos personas discutían en el patio. Intrigada, se levantó casi a ciegas y tropezó con un cuaderno de tapas rojas que se había deslizado del sillón. Entonces recordó la noche anterior, cuando por fin se había apagado el fuego y su progenitora se había ido a acostar. Laura recogió el pequeño tesoro que había rescatado del infierno y lo llevó con ella. Aun no lo había leído, el cansancio la había agotado tanto que se quedó dormida.

En el patio oyó las voces de su padrastro y cómo el hombre se quejaba de lo que había ocurrido la noche anterior. No es que le molestara la pérdida de las cosas de su cuñada sino el trabajo que tenía que hacer: llevar el baúl quemado y lleno de ceniza a la calle le pesaba no sólo en los músculos sino en la cabeza. Al final terminó por decirle a su mujer que se las arreglara sola y se fue a la habitación.

La joven aprovechó el momento y se sentó a leer...


Martes 6,30 AM

—No debí haberlo leído. Ahora lo sé con certeza —dijo Laura con convicción y firmeza.

Las dos amigas se encontraban en la cocina-comedor, tomando un café con mucha azúcar. El silencio las rodeaba, mientras la ciudad comenzaba a despertar lentamente. El ruido del tránsito entró por algún resquicio de la ventana.

—¿Por qué? —preguntó Sabrina.

—Mamá tenía razón... Había que quemar todo.

—Pero...

—Mi tía tenía un secreto... Bueno, en realidad no era tan secreto, mis abuelos lo sabían por lo que pude leer. ¡Todo el mundo lo sabía! Solo que nunca lo creyeron. ¡Y cómo juzgarlos! ¡Quién iba a creerlo! ¡Era una locura! Probablemente pensaron que estaba empeorando su enfermedad —dijo con ironía, mientras llevaba sus manos a la cabeza en un gesto de cansancio.

—¿Qué secreto? —preguntó Sabrina, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. La historia de la tía de su amiga la había dejado helada.

—¿Recuerdas que tenía una enfermedad psiquiátrica? No estaba enferma... No. Era una víctima.

—¿Una víctima de quién?

—De la bruja —replicó Laura con simplicidad.

Sabrina se la quedó mirando con la boca abierta, totalmente perpleja. ¿Su amiga le estaría tomando el pelo? ¿Había dicho "bruja"? Abrió la boca varias veces para decir lo que pensaba sin ofender a Laura, recién al tercer intento logró comunicarlo.

—Las brujas no existen, Lau. Por lo que entendí, tu tía estaba mentalmente enferma y por eso sufría de alucinaciones de todo tipo. Había sido diagnosticada por profesionales médicos.

—Lo sé, yo tampoco lo creí al principio. ¡Quién iba a creerlo! Pero en el cuaderno... el diario, quiero decir... No sé cómo explicarlo, había algo, contenía algo.

De pronto la joven dejó de hablar, su mirada se posó en la ventana y palideció tanto que su amiga creyó que se iba a desmayar.

—¿Lo ves? —susurró, aterrorizada, sus manos comenzaron a temblar tanto que dejó caer la taza. El café que quedaba en el fondo se esparció por la mesa y unas gotas cayeron al piso.

Sabrina se dio la vuelta y miró la ventana, asustada. Allí no había nada. Se paró y corrió un poco la cortina... Nada.

—No veo nada.

Laura se echó a llorar desconsoladamente.


9.30 AM

Sabrina

Laura estaba actuando muy raro, pensó la joven, mientras terminaba de poner sus libros en la mochila y se la colgaba a la espalda. Esa noche había sido la más extraña de su vida. Algo muy malo le había pasado ese fin de semana a su amiga como para alterarla de aquel modo y que no quería decir, no podía concebir que solo se tratara del diario que había leído. Su madre la había aterrorizado, esa debía ser la verdad. La joven largó un suspiro, tenía que darle tiempo a Laura para pensar. En unos días se le pasaría y dejaría de hablar de brujas, era sensata e inteligente, no pertenecía al grupo de gente susceptible a creer en situaciones paranormales.

—¿Lau, estás lista? —preguntó, mientras tocaba la puerta de su habitación.

La puerta se abrió de repente y apareció la joven, ya vestida. Le sonrió con cansancio.

—Vamos. Lamento no haberte dejado dormir anoche.

—No te preocupes... ¿No quieres quedarte? —propuso, titubeando. De pronto pensó que sería mejor que descansara. Su aspecto era preocupante.

—No me quedaría sola ni loca —respondió con firmeza y ambas salieron del departamento rumbo a la facultad.

En el colectivo, Sabrina notó que su amiga volvió a alterarse cuando subió una mujer anciana de falda larga color marrón y un pañuelo en la cabeza, pero se sentó lejos de ellas y no les prestó atención. Laura logró calmarse al descender.

—Pensé que iba a bajar con nosotras —comentó, mirando por sobre el hombro. El vehículo siguió de largo y nadie más descendió en aquella parada. Allí había sólo tres personas, un hombre delgado con ropa de trabajo y dos estudiantes parlanchines.

—¿Quién? —preguntó, mirando hacia atrás.

—La vieja esa.

—¿La conoces?

Laura negó con la cabeza. Poco después entraron al edificio, junto con varios profesores y alumnos que conversaban entre ellos, algunos contentos, otros preocupados por algún examen. Sabrina miró a su amiga y sonrió, estaba tranquila y hablaba de sus clases. Nada en ella, excepto las ojeras, quedaba marcado de aquella larga noche. Parecía más preocupada que contenta, pero por motivos que consideró más realistas.

Las clases se extendían hasta las 13 hs y estuvieron juntas todo ese tiempo, que transcurrió con normalidad. Recién a la hora del almuerzo, la dejó sola en el comedor lleno de otros estudiantes.

—Dani está en la biblioteca, tengo que decirle algo y vuelvo —le dijo, mientras levantaba la bandeja vacía del almuerzo. Laura todavía estaba comiendo o más bien jugaba con la comida, con la mente en otro lado.

—¿Tardarás mucho?

—No, ahora vuelvo —replicó. Laura parecía ¿asustada?

La aludida desvió su vista y miró a su alrededor, luego volvió a su amiga y le sonrió. Esta bien, pensó Sabrina, estoy imaginando cosas. Luego se despidió.

Al subir las escaleras, se detuvo en el baño. Dentro trató de peinar su rizado cabello con los dedos y decidió que lo ataría. A esa hora sus rizos parecían cobrar vida y se convertían en la melena de un león. Era la maldita humedad. Odiaba su cabello que creía que aumentaba el grosor de su rostro y se veía muy redondo, sin embargo sus ojos compensaban la fealdad de este, eran tan verdes que parecían los de un gato. En ese momento vio las ojeras que tenía y lamentó haber dejado la mochila en la mesa del comedor, donde tenía su maquillaje.

Sabrina no era fea, pero ella no se daba cuenta. Por lo que salió del baño desanimada. La biblioteca quedaba cerca y pronto estuvo dentro. El ruido que había fuera parecía no traspasar el umbral y dentro se sentía el silencio como algo palpable. No había mucha gente allí, la mayoría de los alumnos estaba almorzando. Vio a Daniela en la mesa del final, que estaba sola, con cuatro libros abiertos y escribía a toda velocidad en su computadora portátil. De vez en cuando, consultaba un diccionario. Se acercó a ella.

—¿Cómo va todo?

Daniela largó un ruidoso suspiro al verla con sus ojos oscuros.

—Falta mucho. ¿Dónde estabas? —preguntó en voz alta. Detrás de ella dos chicos les dijeron que bajaran la voz.

—Comiendo, como las personas normales —susurró con ironía, mientras se sentaba frente a ella.

Daniela le dijo que había llevado un sánguche.

—¿Dónde están tus cosas?

—Tengo clases en quince minutos. Vengo a avisarte que no voy a poder quedarme después de clases hoy —le dijo en un tono de disculpa.

Su compañera se alteró.

—¡No me hagas esto! ¡Sólo nos quedan dos días para entregar el trabajo!

—Lo sé, pero no falta tanto... Te prometo que adelanto algo esta noche —le prometió.

—Pero...

—Tengo algo muy importante que hacer —la interrumpió, sin querer aclarar mucho. Sabrina no deseaba dejar sola a Laura esa tarde, su instinto le susurraba que necesitaba su ayuda y la larga noche que habían pasado la había preocupado mucho.

—¡Ah, ya sé! Saldrás con Lucas —rió por lo bajo.

—¡No salgo con él! ¡Ni siquiera me gusta! —protestó, luego miró por sobre su hombro por si estaba allí. Solía aparecer muy seguido por la biblioteca y no quería que la escuchara.

Lucas era un compañero, bajo, simpático y muy estudioso; pero la joven no sabía aun lo que sentía por él y había frustrado todos los intentos del muchacho para que se juntaran después de clases.

—Eso no te lo cree nadie —dijo su amiga y rió.

Sabrina se despidió de ella, diciéndole que no inventara cosas raras, y salió de la biblioteca.

El comedor estaba más vacío, ya que algunos estudiantes se dirigían a las clases de la tarde. Cuando llegó a la mesa donde habían estado almorzando, Laura no estaba allí, sin embargo las mochilas de ambas seguían colgadas de las sillas y la bandeja de su amiga, aún con comida, también estaba en la mesa. Desconcertada, la buscó con la mirada por el comedor, que iba vaciándose poco a poco. No encontró a su amiga por ninguna parte. Entonces miró por el ancho vidrio de los largos ventanales, que daban al jardín delantero del edificio, y fue allí donde la vio caminando lentamente por el sendero principal, hacia la calle. Iba sola, erguida y parecía ausente.

La joven tomó ambas mochilas y salió corriendo del comedor, cruzó el vestíbulo, bajó los escalones y caminó un trecho por el sendero. Laura ya no estaba allí. Perpleja y preocupada, Sabrina empezó a dar vueltas, buscándola.

—¿Lau?... ¿Lau?... ¡Laura! —gritó al fin por si la escuchaba.

En aquel lugar había pocas personas dando vueltas, tres estudiantes corriendo para no llegar tarde, un profesor con un maletín que se demoraba a propósito, una mujer de mediana edad con un balde de agua y el uniforme del personal de limpieza; y la cabeza de algunos transeúntes que se veían por encima del espeso seto que separaba el jardín de la vereda de la calle. La puerta de la labrada verja de hierro de la entrada principal estaba abierta y allí no había nadie. Sin embargo, Sabrina se dirigió a ella, la traspasó y miró hacia la calle. No había rastros de Laura en la vereda.

Desconcertada, volvió sobre sus pasos, quizá se había dado cuenta de que había dejado su mochila y había entrado al edificio sin que ella la viera. No llegó a él, un grito la paralizó en el sitio. Se dio la vuelta, con el corazón latiendo fuerte, pero no vio a nadie. La mujer de la limpieza seguía en sus quehaceres y un jardinero recortaba parte del seto a la distancia. ¿Se estaba volviendo loca? Sabrina se metió entre unos arbustos y dio vuelta al edificio, el lugar seguía silencioso. Allí sólo había unos bancos, rodeados por un sendero secundario, y arbustos floridos. Unos fresnos crecían cerca.

La joven pasó los solitarios bancos y se detuvo de golpe. Un enorme perro rottweiler salió detrás de un arbusto y le gruñó. No lo había visto y se llevó un susto enorme. ¿De quién sería? Nunca había visto animales en aquel lugar. El perro se acercó a ella con una actitud de ataque. Aterrorizada, Sabrina comenzó a correr.

Laura

Tenía mucho miedo de quedarse sola y ¡no podía decírselo a Sabrina! Laura sospechaba que creía que se estaba volviendo loca. De todos modos, pensó con optimismo que allí en el comedor, rodeada de tanta gente, estaba segura. Concentró su atención en la comida, un guiso con carne, algo de verduras y mucho jugo. Tenía que comer algo, no tomaba nada desde el día anterior. Agarró la cuchara y se la llevó a la boca. El guiso no sabía a nada y estaba frío, pero tragó. Luego su vista se desvió hacia unos tres jóvenes que reían con ganas por algo que había ocurrido. Un sentimiento de soledad se apoderó de ella y comenzó a ponerse nerviosa. Miró hacia la puerta del comedor. ¿Le faltaría mucho a Sabri? Pensó.

La joven desvió su vista hacia la cuchara y vio, con horror, que allí había una mosca. Soltó la cuchara, que golpeó la mesa con ruido. ¡Qué asco! Casi la había tragado. Los tres chicos que antes reían callaron y la miraron con curiosidad. Laura se puso colorada y recogió la cuchara... Luego miró el plato del guiso... ¡Estaba lleno de bichos! Se le escapó un grito agudo de la garganta y, empujando la silla, se separó de la mesa. En el comedor se esparció el silencio. Todos la miraban. Nerviosa y sin pensar en nada más que en escapar, salió del lugar. En el vestíbulo se cruzó con varios jóvenes. Allí no vio a Sabrina y comenzó a alterarse. Luego vinieron las arcadas, tenía algo en la garganta, algo que quería escapar. Laura se inclinó para vomitar, mientras corría fuera del edificio. En el jardín se inclinó sobre un tiesto de flores. Desesperada, comenzó a meter sus dedos a la garganta. Entonces pudo vomitar. Una cucaracha viva cayó sobre las plantas. Horrorizada y un poco mareada, caminó un techo y volvió a vomitar sobre el césped. La comida que había ingerido combinada con sangre se esparció por sus pies.

—¿Estás bien? —Una joven de corto flequillo y pantalones anchos se le acercó.

—Sí, sí. Sólo un poco descompuesta —respondió, avergonzada.

—Deberías ir a la enfermería.

—No, no... Estoy bien... Ya... ya me iba —dijo, decidiéndolo de repente. El departamento le pareció el lugar donde más segura se sentía. Tenía que llegar a él.

Laura le agradeció a la chica su atención, que se quedó preocupada, y se separó de ella. Caminó por el sendero principal, tratando de calmarse y no empezar a correr. Algo le estaba pasando... ¿Estaba viendo cosas? No podía creer que hubiera tragado una cucaracha viva. De pronto se detuvo. El terror recorrió cada fibra de su cuerpo. Frente a la puerta principal había una anciana de larga falda marrón y largo cabello gris perla. Miraba hacia abajo y el cabello le ocultaba el rostro. ¡La bruja! Pensó. Dio media vuelta y corrió hacia un sendero lateral, metiéndose entre los arbustos.

¡¿Por qué había leído ese diario?! ¡Qué mala idea! Se lamentó, pero ya era tarde. Pesó en su tía Brisa, pensó en todos esos años viviendo con miedo. ¿Cómo lo había soportado? ¿Ella terminaría igual? Llegó a unos árboles y se detuvo. Laura comenzó a llorar con desconsuelo. En ese momento sintió cómo una mano se posaba sobre su hombro. Se dio la vuelta y allí estaba la anciana, sonriéndole con sus dientes amarillos. Comenzó a reír. La joven gritó, espantada, y escapó.

Nunca supo cómo llegó al departamento, por la hora supuso que simplemente corrió por las calles. Allí la encontró Sabrina, encogida de miedo en un rincón y llorando histéricamente.

—¡Laura, por Dios! ¿Qué pasó? ¡Te busqué por todas partes!

Intentó hablar, pero las palabras no salían.

—Está bien, estás segura acá —le dijo su amiga y la abrazó.

Recién cuando pudo dejar de llorar, pudo hablar y le contó lo que le había pasado. Esta vez Sabrina no tomó sus dichos como algo inventado, recordaba al perro... Ese animal tan extraño. ¿Y se le estaba diciendo la verdad? La bruja lo podía haber enviado para que no se reuniera con Laura. ¡Pero era una locura!


10,30 PM

Al fin Sabrina logró convencer a Laura para que se acostara. Habían pasado la tarde hablando in parar. La joven seguía alterada y no parecía ella misma, sin embargo había recuperado parte del control que tenía sobre sí. Era una chica con mucho sentido común, que nunca creía en cosas sobrenaturales y siempre se reía cuando veía películas de terror. ¿Qué le estaba pasando ahora? Se preguntaba su amiga. No quería juzgarla mal, pero no podía quitar de su mente que tenía una tía que había estado en un psiquiátrico. ¿Y si ella había heredado la enfermedad? No podía creer todavía la historia de la bruja. Era muy irreal... muy fantástica.

Cuando vio que Laura dormía en su cama, Sabrina volvió a su propia habitación, ya más tranquila. No había olvidado que tenía que adelantar algo del trabajo y sacó de la mochila unos libros que había traído. Colocó las cosas en su escritorio y dejó la puerta abierta, por las dudas. Pensó que si el comportamiento de su amiga se repetía, iba a tener que llamar a sus padres.

Había pasado una hora o más cuando sintió que Laura se levantaba e iba al baño. No la vio, pero sintió sus pasos y la puerta al abrirse. Luego el agua cayó del grifo... Pasaron cinco minutos. ¿Se estaría bañando? Pensó la joven. Se movió un poco y miró hacia el comedor. Estaba oscuro. Se paró y salió de la habitación. El baño estaba oscuro y con la puerta abierta, sin embargo seguía sintiendo el ruido del agua al caer.

—¿Lau? —preguntó, mientras prendía la luz. Sentía que el miedo estaba apoderándose de ella. Se resistió.

No hubo respuesta. Sabrina se acercó al baño y prendió la luz... No había nadie. Se quedó mirando el grifo, perpleja... Estaba cerrado. Movió la cortina del baño. No salía agua por allí tampoco ni vestigios de humedad. ¡Qué extraño! Pensó, mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Dio media vuelta y fue hacia la habitación de su amiga. Esta dormía tranquilamente. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top