3-La tía:

Sábado 18,30 PM


Laura se encontraba con su madre en la cocina, tomando un té con limón. Esta última había dejado de llorar y ya se encontraba mucho mejor. Su rostro aún tenía la estampa del llanto, sin embargo la expresión de dolor lo había abandonado. La joven había intentado ayudarle a recoger las cosas de su hermana esparcidas por toda la habitación y a meterlas en el baúl, pero aquella siempre que agarraba algo invariablemente estallaba en llano y perdía por completo el dominio de sí misma. Sentía mucha culpa y no dejaba de hablar de anécdotas de tiempos lejanos, cuando aún era niña. No obstante, ninguna explicación o intento de excusa había dado a su hija de sus mentiras. Así siguieron hasta que Laura decidió que debía sacarla de la habitación.

La vieja casa se encontraba silenciosa. El dueño de casa había caído inconsciente en la cama, pasado de alcohol, hacía una hora y no esperaban que se levantara hasta el día siguiente. Su esposa no parecía preocupada en absoluto por su estado, era normal en él.

—Mamá, ¿por qué me dijiste que tía Brisa estaba muerta?

La pregunta había sido hecha y la joven miró a su progenitora a los ojos, para ver cómo aguantaba el golpe. Nada en su huesudo rostro cambió, sólo un suspiro se escapó de sus finos labios.

—Era lo mejor.

—¿Por qué? No comprendo.

Hubo una corta pausa.

—¿Qué recuerdas de ella? —le preguntó, mientras apuraba el té, ya medio frío.

La pregunta tomó a la joven por sorpresa.

—Muy poco, la verdad. Era pequeña cuando —se detuvo y siguió con una leve nota de rencor que no pudo ocultar— me dijiste que había muerto.

—Tienes que entender, cariño, que fue por tu propio bien... Mi hermana Brisa era... "diferente".

—¿Diferente? —repitió sin comprender.

—Sí, los doctores le dijeron a nuestros padres que tenía una enfermedad mental. Pero para mí simplemente ella era "diferente", nunca pude comprender lo que significaba su condición o lo peligrosa que era, hasta el incidente...

—¿Qué incidente? —preguntó Laura con curiosidad y algo de temor.

—¿No lo recuerdas?

—No, para nada.

La mujer se levantó y se acercó a su hija. Era pequeña y menuda, parecía muy frágil. Luego le descubrió el rostro con sus suaves manos y pasó un dedo por la cicatriz. Laura se estremeció ante el contacto.

—¿Recuerdas cómo pasó? —preguntó.

—Claro, fue... Jorge.

—No, no fue tu padrastro —la corrigió sin inmutarse.

—¡¿Cómo?! ¡Claro que fue él! —replicó molesta. No podía creer que su madre fuera capaz de torcer la realidad para salvar a su esposo.

La mujer no reaccionó.

—¿Él te dijo?

—Sí... No... No lo sé. No lo recuerdo —balbuceó, desconcertada, tratando de recordar, pero su memoria se había bloqueado. Toda la vida había sabido de alguna forma que el hombre la había atacado... Sin embargo, no lo recordaba tomando un cuchillo y agrediéndola. No recordaba nada del incidente, ni siquiera haber estado en el hospital. ¡Había sido muy pequeña!

—No fue tu padrastro —repitió su madre y añadió, en un tono de profundo enojo—. Aunque a veces le guste insinuarlo. Le gusta tener el control y tú eras muy rebelde... Ahora comprendo el error. Siempre pensé que lo recordabas y no querías hablar de ello.

—¿Qué pasó, mamá? —preguntó Laura con temor, aunque se imaginaba la respuesta.

—Fue tu tía Brisa.

Entonces comenzó su relato. Brisa había sido especial desde muy chica. Era una niña rara, hablaba sola y se asustaba por cada mínimo ruido que había a su alrededor. Parecía estar siempre en tensión, no quería salir de la casa y gritaba sin explicación alguna. Le tenía mucho miedo a la gente, en especial cuando conocía a alguien nuevo. Además se hacía daño a sí misma, rasguñada sus brazos y piernas, se golpeaba causándose miles de moretones y un día la encontraron tratando de cortarse con un cuchillo el cuello, mientras murmuraba palabras sin sentido.

—Esa fue la gota que colmó el vaso —dijo la mujer y agregó—: Papá y mamá la llevaron al médico... ¿Qué edad tendría?... Quizás diez u once años, no más.

Laura la miraba, horrorizada.

—El médico les dijo que no se preocuparan, que sólo quería llamar la atención, que con los años se le pasaría... Pero eso nunca ocurrió. Todo empeoró con el tiempo. Incluso comenzó a enfermarse por cualquier cosa... Como te decía, Brisa era especial, era "rara", si estaba bien podía llegar a ser el ser más bueno del mundo, pero cuando tenía sus ataques... se convertía en... en un monstruo. Conmigo, sin embargo, nunca fue agresiva; al contrario, siempre fue muy protectora.

Recién cuando la joven había cumplido quince años fue diagnosticada con una enfermedad mental y tratada a consecuencia. Era esquizofrénica con rasgos psicóticos. Había evolucionado muy bien por un año o dos, mientras estuvo internada en un hospital psiquiátrico de la ciudad. No obstante, el dinero para mantenerla internada se acabó y tuvo que volver a casa. Seguía con el tratamiento, sin embargo algo en ella cambió.

—Siempre estaba aterrorizada, vivía con miedo.

—¿Con miedo de qué?

—No lo sé, cariño, pero estoy segura de que los remedios le hacía mal y sus... sus visiones no la dejaban en paz.

—¿Sus visiones?

—Ella veía cosas —le explicó—, pero era sólo su mente enferma.

—¿Qué clase de cosas?

—Bichos y... demonios, sobre todo, al menos ella los llamaba así.

Laura tuvo un escalofrío, tomó el té y tragó todo el contenido. Sus manos temblaban un poco. No podía siquiera imaginarse lo que habría sido para su tía vivir con semejantes alucinaciones. Pero no comprendía, los remedios deberían haber acabado con las visiones... había algo extraño allí.

La mujer continuó su relato. Cuando sus padres habían muerto, las dos hermanas vivieron juntas en aquella casa. La compañía de Elisa calmaba a Brisa y se sentía mejor y más segura junto a su hermana. Pasaban noches enteras abrazadas hasta que el sueño calmaba sus temores nocturnos.

—Pero empezó a enfermarse de nuevo y ya nunca se recuperó. Siempre le pasaba algo, una y otra enfermedad envenenaban su cuerpo sin explicación lógica. Los médicos estaban desconcertados, incluso vinieron especialistas de la ciudad que no supieron qué hacer más que opinar que sufría de estrés... ¡Eran enfermedades rarísimas! ¡Un día se le cayeron las uñas! Y sangraba y sangraba y todo... —la mujer su detuvo, tratando de recuperar la calma—, todo el piso de la habitación estaba manchado. Había charcos de sangre, parecía irreal. Y ella estaba tan blanca.

Hubo una larga pausa, mientras la mujer lloraba, horrorizada aún por los recuerdos del pasado. Brisa se había ido consumiendo poco a poco, con un sufrimiento extremo. Su hermana no podía dejarla sola y cada mujer que contrataba para ayudarla, algunas con mucha experiencia, duraban tan solo unos días. Huían de la casa en cuanto Brisa comenzaba a hablar de demonios. Solo quedó Marita, la vieja criada que había vivido toda su vida con la familia. Al no poder trabajar, el dinero que les había dejado sus padres se acabó rápido.

—Entonces tu padre apareció por la puerta. Era el joven médico auxiliar que venía acompañando al doctor Martínez. Y eso cambió mucho nuestra convivencia. ¡Lo cambió todo! ¡Era un ángel venido del cielo! Las cosas parecieron ir bien... Tu padre le cambió el medicamento. Era muy caro, pero servía. Le hacía bien a tu tía. Él se lo pagaba... Había días en que Brisa podía levantarse de la cama y no estaba asustada... Cuando naciste, Laura, ella parecía la mujer más feliz del mundo.

Su madre calló, sonriendo con ternura, mientras las lágrimas comenzaban a secarse. ¡Habría dado cualquier cosa a cambio de la salud de su hermana! La había querido ciegamente. Recordaba con alegría aquellos pocos años de paz. Brisa había sido feliz. Luego vino la tragedia y las cosas comenzaron a ir cuesta abajo.

—Después Mario tuvo un accidente con el auto... ya sabes. Eso nos destrozó a las dos. Fue un duro golpe. Y Brisa volvió a enfermar al pasar los meses. Llegó un punto en que yo ya no podía comprar su remedio —lloriqueó la mujer, mientras una solitaria lágrima bajaba por su huesuda mejilla.

Jorge Peralta, que era el hijo regordete de un vecino que se dedicaba a la mecánica, comenzó a visitarlas con entusiasmo. Siempre dejó muy clara su intención de casarse con Elisa, la quería desde que era niño, sin embargo esta no se decidía. El recuerdo de su anterior esposo la atormentaba y siempre le pedía tiempo para pensar. Al cabo de un año, el hombre se hartó y le dio un ultimátum. La joven mujer, derrotada por tantas privaciones y miserias, terminó aceptándolo. La boda se realizó y vivieron en armonía, Jorge no era aficionado aún a la bebida. Aunque el hombre nunca había querido a su cuñada, la aceptaba porque no tenía opción.

—Pensé que la odiaba —opinó Laura.

—No, cariño... Lo que pasa es que lo asustaba. Su enfermedad mental había empeorado esos meses al no recibir tratamiento, sus visiones estaban descontroladas.

—¿No tomaba su medicamento?

—No el que le hacía bien. Jorge decía que era demasiado caro y yo no tenía dinero propio —explicó su madre.

—Bien... que se joda por tacaño.

—¡Laura, no seas vulgar! Era realmente caro.

—¿Qué ocurrió entonces?

Un día, a unos seis años de la tragedia, Brisa llamó a su hermana a la habitación, donde pasaba gran parte del día. Sin andarse con rodeos, le dijo que lo lamentaba, pero tenía que hacer algo que ella no iba a aprobar. Había descubierto cómo parar a la bruja.

—¿La bruja? —Esa fue la primera vez que Laura tuvo conocimiento del tema.

—Sí, veía brujas también —le explicó su madre—. Había mucha fantasía en su mente enferma, cariño. Veía demonios, brujas, serpientes, cuervos, bichos de toda clase.

—¡Pobre tía!

—Antes podías convencerla de que eran alucinaciones, sin embargo en ese entonces creía por completo que eran reales. Estaba segurísima. No había manera de que pudiera distinguir la realidad de la fantasía.

—¿Y qué ocurrió cuando te dijo lo de la bruja?

—Intenté convencerla de que no existía ninguna bruja y no quise escucharla. Verás, estaba cansada, había peleado con tu padrastro y ¡todo era tan difícil! ¡Y ella seguía diciendo tonterías de una bruja! Me enojé y la dejé sola... Fue un grave error.

La mujer se había levantado de la cama y, vestida tan solo con el camisón a pesar del intenso frío, había ido a la cocina en busca de un cuchillo. Por suerte, Marita la había visto e informó a su hermana. Un grito paralizó la actividad doméstica de la casa y todos corrieron a la habitación de la niña. Elisa, con horror, había encontrado a su hermana tratando de matar a la pequeña, había logrado hacerle un profundo corte en el rostro, pero la resistencia de la niña y la debilidad de sus manos, habían logrado posponer el ataque.

—Me abalancé sobre ella y le quité el cuchillo. Estaba fuera de sí, gritaba furiosa. Jorge tuvo que sostenerla hasta que llegó el doctor Martínez y le colocó un calmante. Luego nos dijo que para el bien de todos tendríamos que internarla. Y así fue. 

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