15-El infierno:

 11, 15 PM


La joven no lograba conciliar el sueño, estaba recostada en el sillón cama como la semana anterior. No podía creer que tan solo hubiera pasado una semana. ¡Le parecía tanto tiempo! ¡Meses! ¡Un año! Su vida desde entonces había cambiado mucho y había descubierto muchas cosas sobre el pasado y sus orígenes. No obstante, ella había cambiado. Reconoció el enorme valor de la crianza de su madre y todo lo que había sacrificado por ella, y se sintió mal por haberla abandonado tanto tiempo, por juzgarla al quedarse en casa con un hombre que la maltrataba y que la terminó dejando un día cualquiera sin explicación alguna. Su madre había pasado por mucho y su vida no había sido ejemplar, sin embargo le había dado un futuro y una educación envidiable, y eso era muy valioso. Aquello la llevó a pensar en su madre biológica y en la aterradora vida que había llevado, había sido muy egoísta siempre, excepto al final; quizá como decía su madre ella realmente había intentado salvarla de una vida llena de terrores y trastornos mentales, sea cuales sean sus orígenes. Brisa había querido evitarle el sufrimiento y la tensión a la que se encontraba sometida en la actualidad.

El calor comenzó a molestar a Laura, pero no tanto como el miedo. ¿Qué le ocurriría entonces? ¿Cómo seguiría su vida de aquí en adelante? Pensaba en la bruja y en cómo disfrutaba atormentarla en los momentos más insólitos. También pensó en Brisa, ¿cómo había resistido tanto tiempo vivir en un terror constante desde tan pequeña? ¿Había desarrollado métodos para evadir la realidad con el tiempo? ¿Ella haría lo mismo? ¿Darían resultado o terminaría internada en un manicomio?, dopada por las drogas que le administraban y que seguro la mantenían callada pero no curaban su terror. Su madre y su amiga le creían, sin embargo sabía muy dentro de ella que nadie más creería su secreto y menos un médico. Estaba condenada... Estaba maldita.

De pronto la claridad la segó, su madre había prendido la luz. Al verla Laura lanzó un suspiro de alivio, por un segundo había creído que la bruja había ido a buscarla antes de tiempo.

—Cariño, ¿estás despierta?

—Sí, ma.

—¿Estás bien? ¿Puedes dormir? —preguntó.

—Sí, claro...

—Puedes dormir hoy conmigo, si quieres —le dijo. Laura notó que estaba preocupada.

—No te preocupes, estaré bien. Mañana hablaremos —dijo, tratando de consolarla.

La mujer, que estaba en camisón, asintió con la cabeza, se acercó a darle un beso en la frente y se retiró, apagando la luz al salir. Tenía miedo y no comprendía por qué, como si muy dentro de ella intuyera que algo no andaba bien, que algo malo estaba por pasar bajo aquel techo. Nunca había comprendido a su hermana y le costaba trabajo entender cómo se estaban dando las cosas. Fue a su habitación y no cerró la puerta, se quedó despierta, escuchando la orquesta de grillos que se había formado en el jardín. No supo de qué manera pero se durmió.

La oscuridad volvió a encerrar a Laura cuando su madre se retiró y el miedo volvió con ella a atormentarla. Miró por la ventana y creyó ver pasar la silueta de una persona, esta daba al patio y dedujo que era la bruja, ni siquiera se le ocurrió la idea que podía ser su madre. Cerró los ojos y pensó en el consejo de Sabrina; "no es real", "no es real" repitió en voz muy baja y le pareció que le contestaba una risa lejana. Estuvo a punto de levantarse para correr a la cama de su progenitora, aterrorizada, cuando se detuvo por la vergüenza de tener aquel pensamiento de niña. Escapar no le había servido de nada ni ahora ni nunca. Afrontar la situación es lo único que le quedaba.

—Laura.

Su nombre sonó en la oscuridad de la habitación con la voz de un ser incorpóreo. Era aguda, ronca y burlesca. Los ojos de la joven la buscaron por las paredes, desbordando terror.

—No es real, no es real —repitió en voz alta.

—¿No?

El miedo la paralizó por unos segundos...

—¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!

No hubo respuesta y, con el pasar de los segundos, el miedo se disolvió y se sintió más segura. El aire que respiraba en el cuarto cambió.

De pronto, la solución llegó a ella con la simplicidad de un suspiro. Podía acabar con todo aquello de una manera muy fácil. ¡Matar a la bruja!... ¿Pero cómo aniquilaba a alguien que no era del todo real? Alguien que no sabía dónde estaba y que sólo veía en sus peores tormentos, invulnerable y acompañada por aquel ser del infierno. No podía pasarse la vida buscando una anciana que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Una persona que en su vida generó tanto miedo que nunca nadie se le opuso, incluso dentro de su cerrada comunidad.

La joven pasó lista de todo lo que sabía de la bruja, el ser maldito que se paseaba por la tierra hacía tantos años perfeccionando su sistema y absorbiendo la vida de otros mediante el miedo.

—¡Lo sé! Ella vive dentro de mí... Ella vive gracias a mí —murmuró en voz alta, mientras se incorporaba en la cama. Su madre, desde la otra habitación, escuchó el murmullo.

Laura se levantó y, aun en camisón y descalza, caminó por los pasillos de aquella vieja casa, donde habían vivido varias generaciones. Estas parecían hablar desde los rincones, a medida que pasaba frente a retratos, cuadros y un altar dedicado a la Virgen del Rosario. Imaginó a su abuela allí sentada, rezando para que su pequeña e inocente Belén volviera. Imaginó a su abuelo detrás de ella, tratando de no llorar para no mostrar debilidad y de consolarla. "Brisa sabe algo, estoy seguro, pero está asustada. Ya hablará a su tiempo". Había pecado de optimismo, ya que la niña nunca había hablado y el retrato de Belén terminó como el tesoro de un recuerdo que custodiaban aquellas paredes.

Pasó al comedor. Estaba muy oscuro y apenas podía distinguir las siluetas de sus bártulos, sin embargo la joven no tenía miedo. Cualquier demonio que se escondiera tras un mueble no iba a poder desalentarla. Había tomado una decisión y atravesó las tinieblas con fortaleza. En ese momento oyó el murmullo de unas pisadas, pero las ignoró. Ya no estaba al alcance de la bruja. Le había ganado la batalla.

Abrió la puerta de la cocina, donde la luz de la luna entraba por una claraboya, y podía distinguir todo lo que contenía. La claridad le hizo daño a sus ojos por un momento, hasta que se acostumbró a ella. La mesada de madera, astillada por el tiempo y el uso, se extendía abarcando toda la pared del frente. Debajo de ella se encontraban unos cajones y estantes donde se guardaban diferentes accesorios de cocina. Entró en esta y fue directo hacia un cajón del cual sacó un cuchillo de cocina. Puso el dedo en él... Estaba bien afilado, la sangre comenzó a emanar y Laura no se dio cuenta. Luego volvió sobre sus pasos, dejando un rastro de gotas escarlatas en el piso.

Al pasar frente a la pieza de su madre, su perfume llegó a ella y sonrió. La adoraba con toda su alma. Titubeó por unos instantes, parada como una estatua frente a la puerta, y estuvo a punto de entrar a darle un beso. No obstante, resistió el impulso. Si la miraba a la cara, no podría hacerlo y debía hacer lo que iba a hacer. No tenía otra opción... o al menos la que había no estaba en su capacidad para llevarla a cabo. Entonces la joven siguió de largo y abrió la siguiente puerta. Era el baño.

Laura no se detuvo a prender la luz, por la ventana entraba toda la que necesitaba, abrió el grifo de la bañera y esperó que esta se llenara de agua caliente. Luego se metió dentro, sin desvestirse y sin estremecerse por su temperatura. Parecía un sueño para ella, se sentía desconectada con su realidad inmediata. Cerró los ojos e imaginó un lugar lejano y hermoso donde no existía el miedo, donde la paz reinaba, quebrada de vez en cuando por el canto de los pájaros. Un lugar donde los demonios no reinaban y donde la bruja no podía llegar. Laura se sentó bajo el único árbol de la isla imaginaria y sonrió, desde allí podía ver el mar. Luego tomó el cuchillo que había dejado en el pasto, junto a unas florcitas amarillas.

—Al fin libre —dijo y cortó sus venas.

Casi no sintió el dolor y, perpleja, miró cómo la sangre emanaba de ellas sin control y cómo teñía el agua de rojo, el agua del mar que podía ver a lo lejos. Era hermoso, sería libre. Un atardecer se insinuó en el horizonte de su precioso mundo. La joven cerró los ojos e intentó despejar su mente de todo recuerdo que la atara a la vida. Imaginó a su madre al lado de ella y le dio un beso, mientras le pedía perdón. Pronto tuvo la extraña sensación de irse quedando dormida bajo la calidez del árbol. Flotaba entre las florcitas amarillas y un perfume a jazmín llenó sus fosas nasales. Había ascendido al cielo.

—¡Laura! ¡Laura! —Oyó cómo su madre la llamaba a lo lejos, tomando su mano y zarandeándola. Intentó decirle que la dejara ir, que todo iba a estar bien, pero su mano la aferraba con fuerza.

Elisa quería que se quedara con ella. No estaba dispuesta a cortar el hilo que las unía. Sin embargo, Laura intentó dejar atrás su voz, ya se sentía en paz.


Lunes 13,00 PM

Lo primero que experimentó Laura fue el dolor horrible que tenía en la cabeza, como si su cráneo fuera a explotar de un momento a otro. Además, no sólo era su cabeza, también su cuerpo, en especial sus brazos, se quejaba sin parar. El olor nauseabundo reemplazó al jazmín, un olor a podrido, a algo en descomposición. Se movió un poco e intentó ver el mar, pero este la había abandonado por una oscuridad desconcertante. De pronto, una fuente de luz la cegó. ¿Estaba en el cielo o seguía en aquella hermosa isla? Extendió los dedos de sus manos y palpó una suavidad placentera. ¿Nubes? Sintió como si estuviera volando muy alto y el dolor desapareció. La joven sonrió, se encontraba en paz. La claridad comenzó a disolverse y la realidad entró a ellos con la fuerza de una explosión atómica.

Laura descubrió entonces que estaba recostada sobre una cama de hospital, conectada a varias cánulas y aparatos eléctricos. Un suero colgaba de un caño de metal. El olor a desinfectante se coló por la única puerta que se hallaba entrecerrada. De pronto, se sintió incómoda y preocupada. ¿Qué hacía allí? Sus ojos se dirigieron al frente, había alguien más en la habitación, no estaba sola, tenía compañía. La figura de una anciana, que se encontraba sentada en una silla, la miró con curiosidad. Encima de ella colgaba una cruz, que se había deslizado de su soporte, quedando al revés.

La vieja se levantó con cierto esfuerzo, usando sus huesudas manos, y se acercó a la cama sin hacer ruido, mientras arrastraba sus pies. Parecía milenaria, vestía una pulcra camisa blanca y una larga falda color marrón. Se inclinó hacia adelante levemente, observando a Laura con sus ojos blancos. Su rostro arrugado tenía una expresión de triunfo y aferraba la cama con sus largos dedos esqueléticos. Sonrió, mostrándole sus dientes amarillos y el olor a cloaca que despedía su aliento llegó a ella, infectando su organismo. El horror envenenó su pensamiento.

—Bienvenida —le dijo la bruja, mientras una risa estallaba en sus labios.

La duda espantó la cordura de la joven y el terror paralizó su cuerpo.

¿Dónde estaba? ¿Había sobrevivido o, en vez de ir al cielo, había ido al infierno?... ¿Había diferencia entre su vida y el infierno? 


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