«Poción»


—Hay nuevas órdenes —informó Dhobo.

—¿Cuáles son? —preguntó Braco.

Ambos se encontraban desayunando.

—El Rey ha ordenado liberar a la Reina Celia y enviarla a su reino escoltada por nuestros soldados. También ha ordenó que se entrene a la joven plebeya para que aprenda el uso de la espada. Y creo que será Elinar el encargado de ello.

—No lo permitiré... —Dejó caer su cuchara de madera sobre el plato, haciendo que salpicara un poco de sopa.

Su mirada molesta se encontró con la de Dhobo, quien se quedó con la boca abierta y la cuchara con verduras a mitad de camino entre el plato y sus labios. Lo miró preocupado y, con suavidad, dejó la cuchara sobre su tazón...

—Señor. —Entró un soldado a la cocina, interrumpiendo lo que Dhobo estaba por decir—. El Rey solicita la presencia de ambos, ahora mismo.

Los dos se levantaron de inmediato, dejando sus desayunos a medias y se dirigieron sin demora a la sala del trono.

Elinar se encontraba ya de pie frente a Báron.

—Bien, tú llevarás a la reina Celia a su castillo —Báron daba sus indicaciones al General—. La escoltarás y te asegurarás de que se tarde más de lo que debería en llegar a Alasia. El camino de dos semanas, harás que sean cuatro. En la tercera semana después de su partida de Góbera, nosotros marcharemos y así, en el momento en que Celia pise su reino, atacaremos.

—Sí, Su Majestad. —Elinar puso su puño sobre su pecho, asintiendo a la orden del Rey.

Báron se levantó de su trono y caminó hacia Dhobo y Braco, que ya parados a un lado de Elinar, mantenían su postura firme.

—Tú. —Miró a Braco—. Te encargarás de entrenar a la joven que reemplazará al Príncipe. Y tú —dijo mirando al verdugo—, asegúrate de preparar nuestro ejército para la guerra.

—Sí, Su Majestad —respondió Dhobo, haciendo una leve reverencia.

Braco asintió, llevando su puño a su pecho. Aquella orden lo tranquilizó, pues significaba que su primo se mantendría lejos por un buen tiempo. Eso le daría la oportunidad de cuidar de Soldara y Phoebe con libertad; sin tener que ocultarse ni cuidarse la espalda. También le permitiría entrenar a Phoebe a su manera, sin presiones y con la mayor exactitud posible.

Las dos jóvenes estarían finalmente libres de la constante amenaza de Elinar.

—Bienvenidas —dijo Herea, saludando.

Soldara y Phoebe entraron al amplio salón, y se asombraron por la majestuosidad del lugar. El suelo de piedra pulida reflejaba la luz que se filtraba por los grandes ventanales adornados con vitrales. A los lados de las ventanas, colgaban elegantes cortinas de terciopelo rojo, recogidas con cintas negras que caían en suaves pliegues hasta el suelo.

Una enorme mesa de cristal se extendía ante ellas, rebosante de exquisiteces, postres y manjares que nunca habían visto. Los colores y olores les abrieron el apetito. Había pasteles con glaseado brillante en tonos suaves de rosa y amarillo, frutas frescas como manzanas rojas y verdes, racimos de uvas y rodajas de melón. También había panes integrales recién horneados, quesos curados, embutidos, jarras de vino y jugos de frutas naturales.

Del techo colgaba una deslumbrante lámpara de araña hecha de cristales, adornada con colgantes que ­­­­­­proyectaban destellos de luz a lo largo del salón. Herea, con una bondadosa y radiante sonrisa, las recibió de pie junto al elegante desayuno y extendió sus manos invitándolas a sentarse.

—Gracias, Su Majestad. —Ambas hicieron una reverencia.

—Tomen asiento y disfrutemos de este placentero desayuno.

Tres ­­­mozos se acercaron y retiraron las sillas, ayudándoles a que tanto ellas como la Reina tomaran asiento. Herea observó con atención a Phoebe, la impresionó el idéntico parecido al Príncipe, tanto que por un momento creyó que ante ella estaba su hijo vestido como una dama.

Soldara y Phoebe se miraron, complacidas. Era la primera vez que podían disfrutar de un desayuno decente, y en un castillo, acompañadas por la mismísima Reina. Phoebe no dejaba de observar a Herea mientras la servidumbre servía los platos. Notó en ella una energía extraña, de color rojo y rosa que recorría todo su cuerpo. Herea desvió la mirada a su derecha, hacia la alta y amplia puerta que mostraba el pasillo exterior donde pudo ver al Rey mientras pasaba. Lo observó con detenimiento. Phoebe, al notar su distracción, siguió su mirada para ver a quién contemplaba con tanta pasión; Báron era el único en su campo de visión, regresó su atención a Herea y se percató de que la energía en su cuerpo se había intensificado al notar la presencia del Rey, para luego disminuir cuando el hombre desapareció de su vista.

—¿Qué es eso? —preguntó Phoebe sin más.

—¿Qué es qué? —contestó Herea con una sonrisa, después de tomar un sorbo de té.

—Esa energía que fluye de usted cuando el Rey está cerca.

Herea se heló. Dejó la taza sobre la mesa con rapidez, se levantó de su asiento, aún mirando a Phoebe con desconcierto, y se retiró de prisa.

—¿Hermana? —preguntó Soldara, preocupada.

—¿También lo viste?

—No, no vi nada. ¿Qué sucedió? ¿Qué viste?

Se miraron una a la otra, Soldara sin terminar de entender que acababa de ocurrir con Herea y Phoebe sin explicarle, intentando comprender que era toda aquella energía que había puesto nerviosa a la Reina.

—Señoritas. —Indira apareció—. La Reina ordena que por favor se retiren a sus aposentos. El desayuno será llevado hasta su habitación para que puedan degustar a solas.

Ambas se levantaron de la mesa e Indira las acompañó hasta su habitación. Detrás de ellas, otras dos jóvenes llevaban varias charolas con aperitivos que acomodaron dentro de la habitación. Una vez que terminaron de colocar los alimentos, Indira les hizo una seña a las doncellas, indicándoles que se retiraran. Ella misma fue tras ellas, cerrando las dos hojas de la puerta tras de sí.

—¿Qué fue lo que viste? —preguntó Soldara una vez que las mucamas se retiraron, quiso saber que había pasado.

Se sentó en la cama.

—Había en la Reina una especie de energía; magia, podría decir —se quedó dos segundos pensándolo—. Sentí que incluso podría tocarla... —Estiró su mano tocando la nada—. ¡Quiero contarte algo!... —Se sentó rápidamente junto a su hermana.

—Claro, dime. —La miraba con curiosidad.

Se acomodaron casi frente a frente.

—En el bosque sucedió algo... —La miró para leer su expresión, pero solo la notó expectante.

—Continúa —la exhortó con premura.

—Cuando salí de la cueva, vi espíritus. Me llamaban y fui detrás de ellas.

—¿Ellas? Espera... ¿Viste a los espíritus de las hijas de la Luna?

—¿Las viste alguna vez?

—No. —Se quedó quieta, pensando—. Pero mi madre me contaba de ellas. Decía que cada bruja, al morir, viajaba al mundo espiritual donde reposan sus almas y las almas de las hijas originales de la Luna. Me contaba que cada hija de la Luna era llamada por sus hermanas, sin embargo, solo ellas aparecían para otorgar su poder a la última en la línea, convirtiéndola en la más poderosa de todas.

» Los dones que poseemos las descendientes de las hijas de la Luna, apenas son una pequeña porción del poder heredado de nuestras antecesoras y también decía que cuando morimos nuestros poderes pasan a otras brujas al nacer o si no está ninguna por nacer, simplemente la Madre Luna lo recoge.

—¡Pues todo eso es cierto! Ellas hicieron un ritual, un poco escalofriante para mi gusto. —Se sacudió imitando un escalofrío—. Y me otorgaron todo su poder.

Soldara abrió la boca.

—¿Y lo dices así como si nada? ¿Cuándo pasó eso y por qué no me lo dijiste?

—¿Quizá porque estábamos ocupadas y nerviosas, angustiada y aterradas por escapar de ese desquiciado General que quiere enviarme a una guerra? —dijo sarcásticamente.

Soldara suspiró.

—¿Estás diciéndome que ahora eres invencible?... Y es el Rey quién quiere enviarte a la guerra. —Se acostó hacia atrás.

—No... Yo no lo sé. No me siento diferente.

—¿Entiendes que ahora puedes hacer cualquier cosa? —Se levantó de nuevo—. Y no solo aparecer o desaparecer cosas.

Soldara y Phoebe plantaron su vista en la puerta al oír los ligeros golpes en la madera que interrumpieron su conversación. Miraron con atención a Indira cuando la vieron entrar.

—La Reina desea verlas —informó desde la puerta.

—Gracias —dijo Soldara.

Ambas se levantaron y siguieron a Indira.

Fuera de lo que creyeron: que entrarían a una habitación elegante y llena de lujos, Indira las guio hasta una parte remota fuera del castillo. Entraron en una pequeña habitación vieja y mohosa, donde había una mesa de madera con ramitos de hierbas de diferentes plantas y algunos frascos llenos de líquidos.

Se sobresaltaron al ver pasar frente a ellas un frasco de cristal volando, que se estrelló de lleno en la pared, haciéndose pedazos. Miraron en dirección de donde había salido el recipiente; Herea estaba de espaldas y se movía de un lado a otro, parecía angustiada y molesta.

—Mi Reina —dijo Indira despacio, haciendo una ligera reverencia—. Aquí están las jovencitas.

—Oh, gracias. Lo siento —dijo Herea, fingiendo calma al girarse hacia ellas. Se disculpó al imaginar que pudieron ver el frasco estrellarse.

—Su Majestad —saludaron las dos, haciendo una reverencia.

—Adelante, tomen asiento. —Señaló dos cómodas sillas aterciopeladas de rojo y negro—. Las he llamado por una razón.

—Con permiso, Su Majestad —dijo Indira al hacer reverencia, despidiéndose, y salió cerrando la puerta detrás de sí.

—¿Cómo es que viste la magia en mí? —preguntó directamente, dirigiéndose a Phoebe—. ¿Quién eres?... —profundizó la pregunta—. Nadie había podido distinguirla.

—La pregunta aquí es: ¿Por qué la Reina posee magia? —dijo Phoebe sin cortesía.

Soldara le dio un ligero codazo.

Herea no contempló ese comportamiento inapropiado.

—Su Majestad —mencionó Soldara—, en el reino se ha escuchado que nuestra Reina, es descendiente de las brujas —mintió. Solo había recordado aquella historia que Dalia y Artea le habían contado acerca de que su madre fue la vidente.

—Eso es verdad —confirmó, levantando el rostro, intentando lucir orgullosa.

—Entonces, Su Majestad, solicito su permiso para hablarle como una igual.

—Te lo concedo.

—Estoy segura de que usted, siendo descendiente de las hijas de la diosa Luna, sabe todo acerca de nuestra historia y de aquella profecía donde se dice que una hija de la Luna, destinada a acabar con el yugo de las brujas, vendrá y nos liberará.

—Estoy al tanto de ello. Yo misma tenía... «magia». —Las miró y tragó, sin poder terminar su frase—. Continúa —ordenó.

—Yo soy la hija de la Luna —dijo Phoebe, levantándose con apariencia valiente—... Y ya he recibido el poder de todas las hijas de la Luna.

Herea cubrió su rostro con sus manos y apretó un poco enterrando las yemas de sus dedos en su piel. Luego se cruzó de brazos y suspiró. Llevó sus manos a su cadera, miró al suelo y se dio la vuelta, después se giró de nuevo hacia ellas...

—Hace muchos años, una joven bruja, realizaba pociones, pociones que ayudaban a cualquier cosa; curar, estar feliz, llorar, actuar como otra persona, ¡enamorarse!...

Phoebe volvió a tomar asiento cuando Herea mencionó la última palabra y puso más atención.

—Pero, las pociones para enamorarse están prohibidas —mencionó Soldara.

—Sí, desde aquella tragedia... —Herea se sentó en una silla más grande, junto a la mesa de madera—... Una chica inexperta, que practicaba con sus pociones para hacerlas más fuertes, logró que la poción del amor fuera duradera e irrompible.

» Aquel día, la joven vertía en un pequeño frasco el elixir de amor, sin darse cuenta de que solo el aroma podría hacer que surgiera efecto. Un joven entró al lugar donde ella preparaba el brebaje, haciéndola exaltarse al escuchar su fuerte voz, tanto que, accidentalmente, soltó el recipiente. El pequeño envase se estrelló contra el suelo, esparciendo el líquido. Tanto la bruja como el joven fueron salpicados por la poción y aspiraron el aroma.

» Él se volvió loco de amor al instante, un amor desesperado por la bruja y entonces... la tomó por la fuerza. El efecto del tónico en ella no se dio de inmediato debido a su resiliencia ante sus propias pociones, así que tuvo que sufrir aquella terrible experiencia.

» Días después, el efecto surgió, haciéndola amar a ese hombre con intensidad, al grado de nunca poder decir o hacer nada ante su crueldad; ¡manteniéndola subyugada ante él! Esa poción, hace que cada vez que estén juntos o tan solo un poco cerca, el efecto aumente sin posibilidad de ser roto.

» ¡Hasta hoy!... —Se levantó acercándose a la mesa—. ¿Ven esto? —Pasó sus dedos por encima de los ramitos de hierbajos, acariciándolos con suavidad—. Son hierbas, hierbas para hacer un antídoto de esa poción. He intentado e intentado, una y otra vez crearlo, sin resultados.

» En mis manos... —Miró sus manos—, son solo una mezcla de hierbas y agua, ya no poseo la magia que me hacía ser la creadora de pociones.

Soldara se cubrió la boca, asombrada por darse cuenta de que esa historia ya la había escuchado. Aquella misma que había contado Dalia, desvelando la historia de la bruja que había sido la Reina y que el Rey había mancillado, y llevado a su castillo para hacerla su esposa. Además, había esclavizado a su madre, la antigua vidente real, quien, estando en encierro, cada noche castigaba al Rey por su atroz acto, haciéndole soñar aterradoras pesadillas de aquello a lo que más le temía.

» Pero. —Se giró para ver con tristeza a Phoebe—. Si tú eres la hija de nuestra gran Madre Luna, ¡puedes liberarme! —su tono fue suplicante—. Cada vez que intento odiar al Rey o alejarme un poco, este falso sentimiento de amor acrecienta volviéndome loca, superando mi mente, ¡mi razonamiento! —Abrió su mano con la intención de tocar su cabeza, pero se detuvo—. He intentado alejarme, pero este hechizo me ata a él.

—Pero no sé cómo hacerlo —contestó Phoebe, sintiéndose angustiada por la apariencia desesperada de Herea y por no saber cómo podría ayudarla.

—Dijiste que podías ver la magia recorrer mi cuerpo.

—La veo. Cada vez que nombra al Rey, se hace más intensa y vuelve a descender cuando deja de pensarlo.

—¿La vez ahora? —preguntó Soldara.

—Sí.

—Dijiste qué sentías que podías tocarla.

—Creo que puedo. —Phoebe la miró y asintió.

— ¿Y si lo intentas?

Phoebe asintió de nuevo. Se levantó y se acercó a Herea. Estiró su mano, percibiendo la magia, interactuando con ella, manipulándola y pasándola por sus dedos; se sintió atraída por la energía, conectándose con ella.

—La puedo tocar, es muy densa —dijo sintiendo la calidez suave y la sensación dulce del plasma que rodeaba el cuerpo de la Reina. Hizo un movimiento con su mano, halando de ella...

Herea gritó. Phoebe se detuvo, asustada por el repentino grito, pensando que había hecho algo mal. Soldara se levantó, agitada, tuvo un golpe de adrenalina al oír a la Reina gritar.

—¡Espera! —dijo Herea, había experimentado un intenso dolor. Su frente comenzó a desprender gotas de sudor, estaba encorvada, tocando su pecho agitado —. Ahora, hazlo otra vez.

Se enderezó, decidida a lograr liberarse.

Phoebe miró a su hermana en busca de consejo, y Soldara asintió. Volvió su rostro hacia Herea, la miró con firmeza y, atrapando de un ligero zarpazo la magia dentro de su puño, haló su mano hacia atrás con fuerza. Su rostro se deformó por el esfuerzo. Tiró más fuerte utilizando ambas manos.

Sus tímpanos se ensordecieron; apenas lograba distinguir los gritos de la Reina entre los distintos murmullos en forma de vibraciones que emitía la magia: voces de sufrimiento, angustia y pasajeros llantos desgarradores, repitiendo las veces que Herea había podido desahogarse de un modo fugaz, pues el efecto de la poción la obligaba a cambiar sus sentimientos de ansiedad y desesperación por amor. De pronto, Phoebe cayó sentada hacia atrás, logrando extraer hacia ella el denso humo rojo que se mezclaba con un tono rosa.

Herea sintió como si le hubiesen estado arrancando el alma, un desprendimiento de su ser que le robó el aliento. Cayó hacia adelante de rodillas, hiperventilando y soltando un grito desesperado. Al salir aquella magia de su cuerpo, todos los sentimientos que habían quedado atrapados en el plasma de amor, regresaron de golpe a ella; un torbellino de dolor, amargura, desesperanza y odio. Sus lágrimas corrían por su rostro, uniéndose al sudor. Se sentía liberada y aliviada, pero a la vez aglomerada de sentimientos que nunca pudo sufrir a su debido tiempo a causa de la poción de amor.

Phoebe hacía movimientos con sus manos, enredando aquella maraña de magia, para hacerla una bola que contuvo entre sus manos para luego hacerla desaparecer, absorbiéndola en su propio cuerpo. Diminutas gotas de sudor brillaban en su frente como pequeños cristales.

Soldara estaba maravillada por ver a su hermana hacer aquella maniobra, y angustiada por Herea, a quien intentaba ayudar a levantarse. Su poder de percibir los sentimientos, la hizo llorar con la misma intensidad que lo hacía Herea.

—¡Voy a asesinarlo! —gritó la Reina—. Asesinó a mi madre, a mis hermanas. Me arrebató mi magia y todo lo que amaba; ¡A mi doncella! —bajó la voz... Una lágrima cayó al suelo—. No me permitió mirar ni siquiera su cuerpo cuando murió. —Se reclinó, quedando sentada sobre sus talones y miró al techo—. Aquel día me obligó a mentirle a Beata para mantenerla en los aposentos de mi... Reagan. Y lo peor de todo es que... me quitó la capacidad de ser madre, dejándome sola en este mundo. Me ha quitado todo.

Phoebe y Soldara se miraron al escuchar aquello. Soldara se limpió las lágrimas y ayudó a Herea a levantarse; ella respiraba con dificultad. Phoebe acercó una silla para que la Reina reposara.

—¿A qué se refiere, con que, le quitó la capacidad de ser madre? —preguntó Phoebe.

—Usted ya es madre, Su Majestad, ha dado a luz al Príncipe Reagan.

—No, él no es mi hijo —dijo con pesar—. Una bruja no puede tener hijos si es deshonrada —informó un poco más calmada, sintiendo alivio de poder confesar aquello que por años había querido gritar—. Lo amo, por supuesto, lo he criado y aprendí a amarlo, pero no quiero que nada me ate ya ha este lugar ni a ese maldito Rey.

—Entonces, díganos, ¿de quién es hijo el Príncipe?

—No lo sé. Hace muchos años, mientras el Rey fue a conquistar el reino de Berbare, envié a ese par de soldados a buscar a un bebé recién nacido para hacerlo pasar por mi hijo. Antes de que Báron se marchara a la guerra, le mentí. Le dije que estaba esperando a su hijo y entonces se acercó a la vidente, y le ordenó que le dijera su futuro.

» Ella dijo que regresaría victorioso de su campaña y que aquel día, la futura Reina nacería; la futura Reina se encontraría en el castillo y su primer llanto se escucharía en cada rincón del castillo. Entonces, hice todo lo que pude para conseguir un bebé. Sabía que el día del regreso del Rey sería después de ocho meses desde su partida y Braco trajo aquella diminuta criatura, pero resultó que no era una niña, sino un varón.

» Nadie en ningún lugar del maldito reino estaba por dar a luz. Y yo estaba angustiada. Hasta que sir. Braco y sir. Elinar aparecieron con ese bebé, mi suplicio dio fin.

Soldara comenzó a unir puntos: La madre de Phoebe iba a dar a luz a otro bebé cuando los soldados aparecieron. Braco en el bosque con un bebé en brazos cuando la salvó del soldado.

La historia que Bhilda les había contado en la cueva. Aquella que decía que, con cada hija de la Luna nacida, un hijo dragón nacía junto con ella. Y además, un dragón guía aparecía para ayudarlos en su tarea, que era: destruir a aquel que no podía convertirse en dragón, a aquel que había asesinado al gran Dragón negro.

Miró a Phoebe y recordó la marca de medialuna en su pecho que apareció aquella noche de luna roja; el mismo día que nació. La angustia mirada de la nodriza yendo a buscar a Dalia para llevarla con el Príncipe, que no dejaba de llorar al igual que Phoebe. La conversación entre Artea y Dalia, acerca de la marca que había aparecido en el pecho del Príncipe...

Sacudió su cabeza al darse cuenta de que aquel joven, era el hermano de Phoebe. 

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