«La marca»
D
Dalia terminó de desvestir al Príncipe y una herida en medio de su pecho llamó su atención.
Era una quemadura, la piel ya se había inflamado convirtiéndose en una ampolla. Se apresuró a ponerle fomentos de agua fría en esa zona para aliviar el ardor. Se preguntaba ¿Quién habría hecho ese acto tan atroz contra el niño? Lo metió con cuidado a la tina de agua. Se debatía si debía decirle aquello a la Reina o mantenerlo oculto y ella encargarse de hacerle curaciones. De lo contrario, varias cabezas rodarían; empezando por la suya. Evitó que el agua le tocara la quemadura, sabía que, con el agua caliente, le dolería más. Pronto el bebé dejó de llorar y parecía que disfrutaba el baño. Lo sacó y comenzó a secar su cuerpo. Cuando comenzó a vestirlo la ampolla ya no estaba, en su lugar, una marca de piel seca de color marrón se comenzaba a despegar.
—¿Qué es esto? —No pudo evitar pensar en voz alta. Tomó con su dedo una de las esquinas de la piel muerta y la removió...
☾
Artea abrió la puerta dejando un espacio pequeño, sin dejar pasar a la ayudante de cocina que llevaba un caldero de hierro con agua caliente y unas hierbas, y las recibió desde ahí.
—Soldara —llamó a su hermana—, toma las hierbas.
La niña, que se había despertado por el llanto incontrolable de la bebé, se levantó y tomó las hierbas de la mano extendida de su hermana, y regresó a sentarse, somnolienta, en la cama.
—Gracias. —Artea agarró el caldero y cerró la puerta. Vertió el agua junto con las hierbas en una tina pequeña de cerámica, le quitó la manta a la niña y luego la tela que hacía de ropa—. ¿Qué es esto?
Una ampolla se formó en medio del pecho de la niña. La vidente observó intrigada aquella quemadura.
—Revisa la manta, ve si hay algo en ella, quizá algún gusano.
Soldara obedeció y revisó detenidamente las mantas.
—No tiene nada.
—Voy a matarla —mencionó Artea, apretando los dientes.
—¿Estás loca? —Soldara corrió hacia ella y se apresuró a intentar quitarle a la niña que seguía envuelta en llanto.
—Oye, suéltala, vas a lastimarla.
—¡No! ¡Dijiste que vas a matarla!
—No a ella, tonta, hablo de Dalia, ella la estaba cargando cuando comenzó a llorar y mira. —Le mostró la llaga—. Ella la quemó.
El viento frío se coló por la ventana que había quedado abierta, provocando un leve escalofrío en las dos hermanas.
—Dámela, ve a cerrar la ventana. Yo no la alcanzo.
Artea le entregó a la bebé y se dirigió hacia la ventana dispuesta a cerrarla. Divisó en el patio frente a ella, a un joven parado observando el cielo. Ella miró hacia arriba; la luna había perdido casi por completo su luz roja y daba paso a una luz brillante de una típica hermosa luna llena. Volvió su mirada hacia el joven soldado y él la miraba a ella. ¡Su estómago sintió un ligero cosquilleo!
—¡La noche de brujas se acabó! —dijo otro soldado al llegar junto al joven haciéndolo desviar su mirada de ella.
Artea se apresuró a cerrar y volvió con su hermana.
—¿Qué hiciste? —preguntó al notar que la bebé ya no lloraba.
—Nada, se calló de pronto... —Soldara hizo una cara de asco al sentir un líquido caliente recorriendo sus brazos—. ¡Quítamela, quítamela!... ¡Se ha meado en mí!
Artea se cubrió la boca y no pudo evitar reírse.
—Da gracias que solo fue eso. —Continuó sonriendo—. Lávate ahí. —Le señaló un cuenco de agua—. Voy a bañarla. Ya es tarde, ve a dormir después de lavarte.
Metió a la bebé a la tina, olvidándose de aquella ampolla que se le había formado en el pecho, hasta que observó la piel seca de color marrón que comenzó a despegarse; dejando una marca en la piel de la niña en forma de medialuna.
Le pareció de lo más extraño y no encontró explicación alguna. Aun así, estaba dispuesta a reclamarle al día siguiente a la que creía que era su amiga, no podía creer que se atreviera a hacerle una cosa así a una bebé indefensa.
Después de arroparla y darle con una cuchara el té; para calmarle el hambre, se acostó a un lado de su hermana, con la criatura en sus brazos para mantenerla calentita.
☾
Braco observaba el cielo desde que la luna se había vuelto carmesí. Su corazón se sentía cansado por todo el daño que ese día había tenido que causar por órdenes del Rey. Le parecía absurdo que creyera en brujas y que en caso de que las mujeres de aquellas múltiples aldeas de verdad lo fueran, nunca le habían hecho daño alguno al reino. Sin embargo, el Rey se aferraba a la idea de que las brujas querían asesinarlo.
Él en particular nunca había visto ninguna o por lo menos no a un ser que se pareciera a lo que describían como brujas; seres con piel escamosa y dientes podridos, con cabellos tiesos y olor a carne putrefacta. Ese era un sueño recurrente del Rey. Ese sueño lo mantenía paranoico y en contra de las aldeas, donde a alguien le había parecido ver alguna de las repugnantes brujas de sus sueños, que se empeñaban en cocerlo vivo en una hoguera y adueñarse de su trono.
Esa luna en el cielo, le hacía pensar en toda esa sangre derramada, de las inocentes personas de todas aquellas aldeas destruidas. Poco a poco la luna fue cambiando su color, pero él seguía ahí, parado, con los recuerdos a flor de piel. Su instinto lo hizo mirar una de las torres; en la ventana, una joven miraba la luna y después volvió su mirada hacia donde él estaba.
—¡La noche de brujas se acabó! —dijo Elinar en tono burlón en cuanto llegó a su lado—. Seguro que ya pasa de media madrugada. —Se estiró levantando los brazos y suspiró.
Braco lo miró y se sintió hastiado al escucharlo hablar con ese tono despectivo. Volvió su mirada hacia la ventana, pero ahora estaba cerrada.
—¿Qué? ¿Mirabas a esa bruja? —preguntó su primo.
—Déjame en paz.
—¿Estás molesto con tu primo favorito?
—Lárgate... ¿Qué no tu lugar de guardia está en la entrada principal?
—Sí, pero quise visitar a mi único primo.
—Solo por eso te soporto, no por que seas mi favorito.
— ¿Y qué? ¿Te gusta la bruja del Rey? Porque a mí sí. Esos enormes senos y esa cintura tan pequeña —dijo, haciendo curvas en el aire con sus manos.
—No te atrevas —contestó furioso.
—No me dejaste terminar con esa pequeña brujita. —Movió el palillo entre sus dientes—. En el bosque. Ni siquiera empezar, mejor dicho. Quizá la bruja del Rey pueda satisfacerme.
—¡Era una niña! —apretó los puños.
—La linda vidente no lo es.
—¡Ya cállate! ¡No te atrevas a tocarla, ella...!
—¡Ah, entonces sí te gusta!... Sé que sigues molesto conmigo por lo que hicimos en la aldea, por eso mismo te he traído un regalo. —Puso su mano en el pecho de Braco con un ligero empujón—. ¡Un recuerdito!
Se marchó dejando a Braco sosteniendo con su mano el objeto sobre su pecho para que no se cayera.
Abrió su mano y miró en ella una preciosa joya que parecía ser un collar; de un lado se veía un dije de medialuna de diamantes y del otro, un dragón de jaspe negro. Cada una de las piezas poseía una cadena de cuentas diminutas de esmeraldas que se unía y parecía ser una sola cadena. Los dijes estaban unidos por un aro plateado que a la luz de la luna se tornaba de azul y púrpura en diferentes puntos.
«Esto parece ser muy costoso. ¿De dónde lo sacó?».
Volvió su rostro hacia la ventana y la tenue luz que emitía la vela fue apagada. Miró nuevamente la joya y pensó en Artea; la había visto por los pasillos del castillo y junto a la Reina algunas ocasiones. La chica era de su agrado, poseía unos ojos aceitunados y brillantes que parecían dos luceros, su piel blanca contrastaba con su dulce sonrisa y con su largo cabello rojizo. Deseaba verla de nuevo, y eventualmente quería conquistarla. Pensó que aquella joya sería de mucha utilidad para ello. Creía que sus vidas mejorarían si llegaba a venderla y su mente viajó a un futuro muy lejano; compraría una propiedad y le construiría una casa, donde podrían vivir junto a sus hijos, lejos del castillo.
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