Capítulo1. Brujas.


El Rey, había ordenado destruir una de las aldeas de su reino, se rumoraba que existían innumerables brujas que habitaban ahí. Quemar y asesinar a todo habitante de esa aldea fue la orden que recibieron Braco y Elinar; dos jóvenes que fueron reclutados para servir al Rey en su ejército. Aquel día, ambos cumplían dieciocho años. Elinar ejecutaba aquella orden con una sonrisa malévola que a Braco le provocaba escalofríos. Su primo tenía la manía de cortar un pequeño palillo de las ramas secas y colocarlo entre sus dientes. Y aquel día, no fue diferente. Elinar sonreía con el palillo en la boca mientras ponía la antorcha en la palma seca de los techos de las chozas.

A lo lejos observó a una mujer con un niño en brazos, tomó de la mano a otra niña y la arrastró con ella, pero la pequeña se resistió, salió corriendo de regreso y entró a una de las chozas.

Elinar gritaba eufórico al ver como todas aquellas personas corrían despavoridas, tratando de salvar sus vidas. Los otros soldados llegaron para acabar el trabajo; montados en sus caballos, desde sus altas monturas, clavaban sus espadas en los pechos y espaldas de cada aldeano que veían; aquello era una cacería.

Braco se acercó a la casa donde la criatura se había metido y observó por una hendidura. Vio a una mujer en cama, otra mujer de cabellos rojos sostenía de la mano a la niña que acababa de entrar y con el otro brazo sostenía un pequeño bulto.

—Es una niña —la escuchó decir.

La mujer postrada lloraba. De pronto dio un grito y se incorporó sosteniendo su enorme barriga. La mujer de cabello rojizo le dio el bulto que sostenía a la niña y se acercó a la joven que daba alaridos. Revisó sus partes íntimas.

—¡Viene otro! —dijo alarmada—. Cariño, ¡vete ya! —Se acercó a su hija y plantó un beso en su frente—. Corre y cuídala por mí.

—No, madre, ven conmigo. ¿Qué haré sola? No sé qué debo hacer —sonaba angustiada.

—¡Mami! —dijo la niña llorando—. Te amo.

—También te amo, mi amor —dijo asintiendo con rapidez y sollozó.

La niña salió por el hueco que formaba la tabla y aquel pedazo de madera cayó nuevamente en su sitio.

—¡Puja!... —le dijo llena de ansias...

—¡Con qué aquí estás! ¿Qué miras, he? —Elinar se agachó para ver lo que Braco observaba.

—¡Nada! —respondió sobresaltado.

—¡Ah, mira eso! Una brujita pariendo, hay que ayudarle.

—No, espera.

Elinar pateó la madera y la puerta se abrió con un fuerte sonido. La pequeña tabla que sujetaba la puerta se desclavó y cayó al suelo rebotando un par de veces.

—Hola, bruja.

La partera se dio la vuelta y tomó un palo de escoba que logró alcanzar para defenderse.

—¡Aléjate! —dijo con su voz quebrada por el pánico.

—¡Ah! ¿Quieres volar? ¿Tan pronto quieres irte? —dijo con sarcasmo. Asomó en su rostro una sonrisa perversa.

Braco observaba con angustia desde la puerta.

—Ya basta, Elinar. La mujer está por dar a luz, dejemos que termine —mencionó en un intento por ayudarlas.

—Por favor, solo dejen que le ayude a que la criatura nazca —pidió la partera. Tragó en seco a causa del miedo.

Tiró el palo hacia un lado y levantó sus manos en señal de rendición, creyendo que al hacer aquel gesto, podría ganar la empatía de aquellos soldados y darle tiempo para ayudarle a la joven madre.

—Mmm, déjame pensarlo... —fingió hacerlo—. ¡No! —El joven dio su respuesta. Con rapidez alcanzó a la partera y la tomó de los cabellos—. ¿Qué no escuchaste que tenemos órdenes, bruja? —La puso frente a la puerta para que su primo observara.

Braco vio como la espada salió de pronto del estómago de la mujer. Ella gimió y brotó sangre de su boca. Elinar sacó su espada y arrojó a la partera al suelo. Sonrió al verla agonizar.

—¡Ahora tú! —se dirigió a la mujer que estaba en parto.

—¡Ya basta! —dijo Braco al ver a la joven aterrada.

—¡Bueno, bueno, primo! ¡Tú ganas! ¿Qué te parece esto? ¡Ayudemos a la bruja a parir!... Ahora que recuerdo, ¿no nos dijeron que busquemos a una mujer que esté a punto de dar a luz entre hoy y mañana? Claro, no de esta aldea, pero quizá la brujita bebé ayude, así matamos dos pájaros de un tiro y nos ahorramos más búsqueda. ¿Qué te parece? —preguntó dirigiéndose a la mujer—. ¿Nos dejas ayudarte?

La joven que aún en su estado lucía un hermoso rostro, no pronunció palabra alguna, lo miraba con angustia y hacía solo muecas de dolor.

Elinar salió de la choza haciendo a un lado a Braco.

—¡Oye, tú! —llamó a un soldado—, dame tu cuerda.

El soldado obedeció las órdenes y se la entregó.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Braco.

—¿Tú qué crees? ¡Atarla, por supuesto! ¿O quieres que te hechice y logre huir?

—Eso es ridículo.

—Mmm —dijo Elinar subiendo sus hombros.

—¡No! Aléjate... ¡Ah! —gritó la aterrada mujer.

—Deja de moverte, estúpida bruja.

La ató torpemente; ató sus manos y enredó la cuerda a la altura de su pecho dejando libres sus senos. La mujer lloraba y rogaba que no la lastimaran, pero su súplica fue en vano.

Braco no podía hacer nada, sabía que el destino de aquella mujer estaba escrito; moriría sin duda alguna. Salió de la choza entre cerrando la puerta detrás de sí y esperó afuera. Contempló aquella fatídica masacre: niños abiertos desde su abdomen al pecho por alguna espada, con los intestinos de fuera, una mujer que abrazaba y lloraba a sus hijas muertas, hombres atados a hogueras, gritando por el ardor del fuego que consumía sus cuerpos. Y otros más, atados, para ser llevados como prisioneros; sus rostros reflejaban su miedo. Braco sintió un gran pesar, pero... ¡eran órdenes del Rey!

Elinar sintió placer al ver a la joven desesperada por sobrevivir.

—Voy a ayudarte a parir ¡Puja! —Colocó sus manos en el estómago abultado de la joven y empujó con todas sus fuerzas.

Repitió la acción. La mujer gritaba.

—¡Puja, maldita bruja!

Ese último movimiento fue acompañado de un intenso crujido. Fue el sonido de las costillas de la mujer; quebrándose. A Elinar no le importó en absoluto, volvió a casi subirse en ella y presionó de nuevo. Se escuchó el sonido de la expulsión del bebé. Él se asomó entre las piernas de la joven y vio al pequeño bulto ensangrentado. El bebé comenzó a llorar al sentir el frío gélido.

Braco se sentía abrumado, escuchaba gritos por doquier. Seguía parado a una distancia corta de la puerta de aquella choza. De pronto, los gritos cesaron y los llantos ya no se escuchaban. Él percibió un silencio que, de no ser por las maldiciones e insultos que proferían los guardias a aquellos hombres atados, habría sido casi ensordecedor. Volteó su rostro hacia la choza al oír el rechinar de la puerta cuando se abrió. Vio salir a su primo con un pequeño bulto en sus brazos, enredado en una manta.

—¡Toma! —Le dio al recién nacido.

—¿En serio le ayudaste? —dijo sorprendido.

—¡Por supuesto! —respondió con una malévola sonrisa, acomodándose un palillo en la boca.

Y luego, se acomodó los pantalones, apretando la cintilla que los sujetaba.

—¿Qué diablos hiciste? —Braco preguntó horrorizado...

—No iba a desaprovechar, primito, era una lindura y hoy por fin cumplimos dieciocho años; ¡Fue mi regalo de cumpleaños! Cuando lleguemos al castillo y el Rey nos recompense por cumplir sus órdenes, te conseguiré también una buena mujer —dijo haciendo curvas con sus manos.

—¿Cómo pudiste tomar a una mujer que acaba de dar a luz? —No se preocupó por ocultar su mueca de desagrado.

—Descuida, no sintió nada la maldita bruja. Murió al momento en que ese mocoso nació. —Apuntó con su dedo índice hacia el bebé al tiempo que con su cabeza.

—¿Murió? —Le dirigió al bebé una mirada con tristeza.

—¿Qué? ¿No vinimos a eso?

—¡En serio me das asco! —dijo al pasar de largo junto a Elinar.

—Y tú eres un cobarde. ¡Además, resbaló mucho mejor! —medio gritó, en un tono burlón.

La Reina estaba desesperada. Se acomodaba con frecuencia el bulto en su estómago.

—Dijiste que hoy nacería la futura Reina —mencionó en un tono angustiado—. Ya he enviado a los soldados a buscar en todo el reino, ¡en cada aldea!; a la mujer que podría dar a luz este día, pero no han encontrado a nadie.

» Todas las embarazadas o les faltan meses o dieron a luz la semana pasada. ¿Qué voy a hacer? El Rey está por llegar y se supone que yo estaría dando a luz ahora mismo.

—La visión fue muy clara, Su Majestad, por favor, no se preocupe —dijo la joven vidente—. Tenga paciencia, entre hoy y mañana deberá aparecer nuestra futura Reina.

—Mi Reina. Por favor, permítame quitar ya esa almohada de su vientre —insistió su doncella.

—¡No! —Se movió de un lado a otro mientras entrelazaba sus manos con angustia—. Hasta que hayan encontrado un bebé recién nacido podré deshacerme de esto. Soy tan patética que ni siquiera he podido engendrarle un hijo al Rey.

—Por favor, no diga eso.

—¡Esta angustia va a matarme! Pronto caerá la noche y no hay rastro de los soldados que he enviado.

—Sir. Elinar y Sir. Braco, desean una audiencia con su Real Majestad —anunció el guardia de la puerta.

La Reina hizo una seña para que los dejaran pasar. El rostro se le iluminó por la esperanza al ver a los dos jóvenes entrar. Elinar iba al frente e hizo una reverencia, ella lo ignoró al notar a Braco con el bulto en sus brazos.

—¿Eso es...?

—Su Majestad. —Braco hizo una reverencia—. Hemos traído al pequeño que necesita.

Herea caminó deprisa hasta el soldado.

Tomó al bebé en sus brazos y sonrió, ignorando por completo el aspecto desaliñado de los dos jóvenes.

—¡Por fin! ¡Esto es grandioso! —Se dio la vuelta; dándoles la espalda sin dejar de observar con gran alivio a la diminuta criatura en sus brazos, que aún se veía manchada de sangre—. Ustedes serán recompensados por este acto. —Volvió a girarse hacia ellos—. Saben que no deben decir ni una sola palabra acerca de esto.

—No hablaremos de ello, Su Majestad —Elinar sonó convincente.

—¡Es tan hermosa! —Herea sonreía con ternura.

—Su Majestad, permítame por favor limpiar a la bebé, aún tiene sangre en su cuerpo. —La doncella se apresuró a ayudarle.

—Claro, tómala. Por fin me quitaré esta cosa. —Le entregó el bebé a su doncella. Se dio la vuelta para evitar que los dos soldados pudieran ver sus piernas o un poco más y metió sus manos bajo su vestido, y sacó el cojín.

La doncella se dirigió al baño privado de la misma habitación y comenzó a limpiar la cara del bebé, y por consiguiente limpió su pecho...

Braco se sorprendió al ver a la Reina en aquel acto y comprendió el por qué su necesidad de encontrar a un bebé recién nacido. Elinar se burló en silencio.

—Ya pueden irse —Herea les indicó a los jóvenes.

Ellos hicieron reverencia y salieron.

Herea se sentó en la cama y suspiró aliviada de haber logrado su objetivo.

—¡Su Majestad! ¡Su Majestad! —La doncella volvió con el bebé en brazos.

—¿Qué sucede? ¿Le falta alguna parte? —El rostro angustiado de su doncella la alarmó.

—¡Es un niño!

—¿Qué? —Destapó rápidamente al bebé—. ¿Un niño?... ¿No dijiste que este día la futura gran Reina estaría en el castillo? —preguntó angustiada, dirigiéndose a la vidente.

—Su Majestad, lo siento. —Se le veía asustada.

—¿Qué le diré al Rey? Juraste ante él que sería una niña. ¿Dirás que te equivocaste? ¡Esa es la solución!

Herea sabía que el Rey no tenía una preferencia en el género de su futuro hijo, pero también sabía que odiaba que le mintieran, y peor, que fuera una bruja quien lo hiciera. Y que mandaba a ejecutar por cualquier tontería a quien fuera, solo para mostrar su poder.

—No, Su Majestad, por favor. —Se arrodilló—. El Rey me decapitará. ¡Lo siento tanto!... En mi visión, la futura Reina nació este día y estaba en el castillo. Por favor, se lo suplico, deje que vaya a mi aldea, mi madre es la partera, ella podrá ayudarme. Encontraremos la solución. ¡No quiero morir! ¡Piedad, por favor! —dijo la jovencita, arrugando su vestido mientras lloraba—. ¡Yo la vi! Su primer llanto se escuchó por todo el castillo...

La puerta de la habitación se abrió de par en par, haciendo que las tres miraran de prisa hacia la entrada.

—Su Majestad: El Rey —se escuchó la voz del guardia.

Dalia cubrió rápidamente al bebé, agachó el rostro y movió su cuerpo en dirección a Herea.

—Mi Reina, por favor, debe reposar, acaba de dar a luz, no puede levantarse. —Intentó cubrir lo mejor posible la situación.

—¿Qué es lo que mis oídos han escuchado? —preguntó el Rey con evidente alegría—. Mi hija, mi futura Reina, ¿ha nacido?

—¡Su Majestad! —Dalia lo miró y se inclinó en una temerosa reverencia.

Artea se levantó y limpió sus lágrimas con velocidad e hizo una reverencia, aunque bien sabía, que él ni siquiera la miraría.

—Mi Reina —prosiguió el Rey—. ¿Cómo es que te ves tan hermosa?

—Mi Rey —interrumpió la doncella—. Mi Reina es muy fuerte y deseaba recibirlo, por ello ha insistido en lavarse y vestirse para usted. Aun cuando hace unas horas ha dado a luz.

—¡Eres una gran esposa! —Tomó a Herea por las mejillas y plantó un beso en sus labios—. ¡Quiero ver ahora a mi Princesa!

—¡Sí, Su Majestad! ¡Es solo que!... ¡La niña no sobrevivió! —Dalia agachó aún más su rostro.

—¿Qué has dicho? —preguntó enfurecido.

—¡Es mi culpa, Su Majestad! —Dalia cayó de rodillas con el bebé en brazos—. No pude ayudar a mi Reina a traer al mundo a la Princesa.

—No, Su Majestad —dijo Herea—, eso es solo culpa mía, no fui lo suficientemente fuerte para darle un bebé sano. ¡Solo es mi culpa!

El Rey se sintió aún más furioso, se giró y caminó de forma airada hacia Artea y la tomó del brazo.

—¡Eres una charlatana! —gritó—. ¡Maldita vidente, serás decapitada!

—¡No, Su Majestad! Por favor, tenga piedad. La Princesa sí nació, pero me equivoqué, no sería ella la Reina. Sin embargo, nuestra amada Reina le ha dado un Príncipe, quién heredará el trono y llegará a ser un Rey justo.

—¿Un Príncipe? —Su semblante cambio.

—Sí, un Príncipe —contestó Herea. Tomó al bebé de los brazos de Dalia—. ¿Lo ve, Su Majestad? Es un príncipe sano y muy fuerte.

—¡Oh! —dijosonriendo—. Soltó a Artea y caminó hacia la Reina sin quitar la vista del pequeñobulto. Tomó al bebé en sus brazos con el cuidado de quién toma algo que pudieraromperse con el más mínimo descuido—. ¡Es tan pequeño! Mañana mismo lo presentaremos.¡Haré que preparen un gran banquete! —anunció con voz fuerte y su sonrisa se ensanchóaún más, para después soltar una alegre carcajada.

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