Capítulo 7. Dalia


*Advertencia: Contenido Sensible*Este texto contiene descripciones explícitas de violencia sexual. Se recomienda discreción y leer bajo su propio riesgo. Si este tipo de contenido puede afectarte emocionalmente, te sugerimos no continuar.


—¿Sabes? Hoy lo vi de nuevo. Últimamente se ha vuelto más frecuente. —Dalia hablaba con emoción.

—¡Ya sé! —dijo Soldara sonriendo.

—¿Cómo que ya sabes?

—Yo, puedo sentir las emociones y los sentimientos de otras personas.

—¿Ese es tu don?

—Sí, ese es su don. —Artea acarició la cabeza de su hermana.

—Es hermoso, me encantaría tener ese poder. Si tan solo pudieras salir de aquí...

—¡Ni se te ocurra! —sentenció Artea, apuntando a Dalia.

—¿Qué? ¡Yo no dije nada!

—Pero sé lo qué pensaste, ibas a sugerir que ella use su don para saber qué es lo que él siente por ti, ¿no es así?

—Pero...

—¡Lo sabía!

—¡Ya lo sé! —se quejó derrotada, y se fue de espalda sobre la cama—. Solo que hoy lo vi, caminaba cerca de los aposentos de la Reina Celia... Iba sonriendo, se veía tan feliz... ¡Es... tan... lindo!... Amiga... —dijo con voz quejosa—, ¡estoy enamorada! Juro que si me quiere, me caso con él, le daré un par de hijos y seremos muy felices.

—Deja de soñar, eres la doncella de la Reina, ¡no puedes! —Artea se sentó junto a ella.

—Amiga, ayúdame... ¡Ayúdame a escapar! —Se levantó sin dejar de mirarla de forma suplicante.

—¡Llévame contigo! —Artea le dijo, devolviéndole el mismo gesto con una mirada lastimera y la misma voz quejosa.

—Mientras ustedes lamentan sus vidas, yo me voy a bañar —dijo Soldara.

—Ya estoy aquí, jovencitas. —Beata entró despacio a la habitación—. Lucen lamentable, ¿qué les sucede?

—Está enamorada —soltó Soldara ya caminando hacia el apartado privado.

—El mayor mal que existe, niña. ¡El mayor mal! Sigan lamentándose, yo alimentaré a la criatura. He visto a Lea muy seguido por estos pasillos, me da un poco de nervios, pareciera que me espía.

—No creo que lo haga. ¿Qué podría ganar si fuera así?

—¡Mmm! —Artea se encogió de hombros.

—Quizá solo es su percepción... —opinó Dalia.

Ya oscurecía cuando la nodriza terminó de alimentar y acostar a la bebé.

—Vamos, niña, —le dijo a Dalia—, debemos asegurarnos de que el Príncipe esté cómodo.

—Ya voy —respondió con desgana. Se levantó de la cama y caminó por delante de Beata, con una apariencia decaída.

—¿Por qué estás tan triste, niña?

Beata se atrevió a preguntar después de adentrarse en el ala de las habitaciones reales. Había observado a Dalia caminar de la misma manera por todo el recorrido de los pasillos de las habitaciones secundarias, desde las cuales salieron, hasta cruzar la sutil frontera que separaba el área de las doncellas de la zona destinada a la realeza.

—Porque nunca podré estar con el amor de mi vida, seré una esclava por el resto de mis días y moriré virgen.

—Calma, calma. No te apresures, aún no sabes qué es lo que el destino te depara. Seguro serás libre algún día y podrás formar una hermosa familia, muy, muy lejos del castillo. Y yo, seré libre como un ave, y podré vivir con mi preciosa hija para criarla; la veré crecer, jugaré con ella, y le enseñaré a tejer.

—Eso suena hermoso. —Dalia hizo un tierno puchero.

—Ven aquí, niña...

Beata y Dalia miraron hacia atrás, Celia estaba semi desnuda, en la puerta de su habitación.

—Sí, tú, rubia —confirmó—. ¿Cuál es tu nombre?

—Dalia, Su Majestad —dijo al hacer una reverencia.

—Bien, ven aquí. Y tú. —Apuntó a la nodriza—. Sigue tu camino. —Con un movimiento poco amable, agitó la mano de atrás hacia adelante, señalando que se fuera.

—Su Majestad, debo ir a ver al Príncipe Reagan, es mi deber estar con él. —Dalia intentó persuadir a la Reina.

—Olvídate de tu Príncipe, el Rey me ha permitido tomarte como mi nueva doncella.

—¡Pero, Su Majestad!...

—Obedece. Ahora debes servirme.

—Sí, Su Alteza. —Hizo de nuevo una reverencia.

Beata le hizo una seña a Dalia con la cabeza. Hizo una reverencia hacia la Reina y continuó hacia los aposentos de Reagan...

—Vamos, niña, entra. —Celia le abrió la puerta.

Dalia entró con la cabeza agachada y se detuvo cerca de la elegante mesa, llena de postres, frutas y vino, que estaba en medio de la habitación, frente a la cama. Cuando levantó el rostro, su estómago dio un vuelco al ver a un hombre semidesnudo en la cama de la Reina, y su corazón se entristeció al contemplar quién era.

Elinar sonrió con la misma encantadora sonrisa que hacía que Dalia enloqueciera, pero esta vez, el dolor en su pecho se convirtió en una cárcel para las mariposas que, descarriadas, solían recorrer todo su ser cuando lo miraba; llevándola a un mundo mágico. ¡Esta vez, creyó escuchar los aleteos moribundos de cada una de ellas!

La Reina fue directo a la cama y se montó encima de Elinar. Él le acarició la mejilla, y le tocó los pechos, masajeándolos, jugueteando con sus pezones, y amoldándolos entre sus manos; las deslizó por los costados de su cintura, siguiendo las curvas definidas y naturales de su cuerpo hasta llegar a sus caderas, y las estrujó un poco con delicadeza. Ella sonrió y disfrutó aquellas caricias.

Dalia volvió a bajar la vista, sus ojos se nublaron. Un sollozo quedó atrapado entre el nudo que se le formó en la garganta. Trató de mantener la compostura mientras su corazón se rompía en silencio. Parpadeó un par de veces intentando despejar las lágrimas que estuvieron a punto de desbordarse, secándolas en su interior.

—¡Vamos, niña! —Celia tronó los dedos levantando su mano y mirando hacia la doncella—. Sirve más vino.

Dalia apenas pudo hacer que sus pies la obedecieran. Sus manos temblaban sin control; vaciló antes de tomar el jarrón y vertió el vino en las dos copas, esforzándose para no derramarlo. Celia se percató de su estado y bajó de la cama. Se acercó a la joven y acarició su cabello, buscando su rostro...

—¿Por qué estás asustada?

—No... No lo estoy, Su Majestad —balbuceó.

—Tus palabras no concuerdan con tu apariencia. —Le acarició la mejilla.

—Lo siento, Su Majestad, es solo que... —Inconscientemente miró a Elinar.

Sus ojos apenas tocaron la figura del soldado, en un vistazo rápido, antes de volver su mirada hacia la mesa donde estaba servido el vino.

—Ah, ya entiendo. Él te gusta, ¿no es cierto?

—No, mi Reina —dijo temerosa, creyendo que sería castigada por atreverse a fijarse en el hombre de la Reina.

—Claro que sí, me doy cuenta de cómo lo miras, y de tú reacción al verlo aquí. Deja eso y ven. —Le quitó el jarrón de la mano y lo colocó en la mesa. Tomó a Dalia de la muñeca y la arrastró consigo hasta la cama—. ¡Únete a nosotros!

—No. —Tiró de su mano—. Lo... siento... mi Reina, por favor, no...

Dalia, por mucho tiempo había deseado ser de Elinar, pero no así, y mucho menos junto a otra mujer, aunque fuera la Reina. Eso sería para ella una deshonra total. Desde el momento en que le conoció, lo había soñado coda día, anhelando ser desposada por él, no solo ser usada. Se sentía apagada, triste, confundida y con miedo .

Celia la miró un poco disgustada.

—¿Qué dices tú? —preguntó a Elinar—. ¿Te gusta?

—Es linda. —Sus ojos verdes brillaron.

—¡Tómala! Quiero verte con ella.

—¡Su Majestad, no! —Dalia se aterró.

—Va a gustarte mucho. —Le sonrió—. ¡Tómala!... —le ordenó a Elinar.

Elinar se levantó casi de un salto y se acercó a Dalia...

Le acarició el rostro y pasó su dedo por los carnosos labios de la joven. Celia se alejó hacia la mesa, tomó la copa que estaba medio servida y la llenó más. Se sentó de una forma relajada y para nada formal, para disfrutar tanto lo que deseaba ver, como el exquisito vino.

—Por favor, no. —Dalia intentó alejarse.

Celia sonreía al ver aquella tímida niña asustada. Y Elinar, era un lobo disfrutando de la asustadiza oveja.

—Por favor, no —repitió Dalia en un susurro.

—Tranquila.

Besó con lentitud sus labios y le gustó la sensación suave y dulce. Besó su cuello. Dalia apretó la tela de su vestido, aterrada. Cerró los ojos intentando pensar en alguna forma para salir de ahí.

—Estás demorando —Celia sonó aburrida.

La voz de la Reina hizo que la piel de Dalia se erizara y sus ojos se abrieron reflejando su miedo. Elinar dio un tirón al sencillo vestido, provocando que se rasgara del pecho; dejando expuesta su blanca piel. Dalia comenzó a temblar frenéticamente y cubría sus pechos, su temor se hacía cada vez más intenso.

—Por favor, no —volvió a suplicar sollozando.

—¡Ssshhh! Todo estará bien, te gustará.

El joven la tomó de las manos, para evitar que siguiera cubriéndose, ella puso un poco de resistencia, pero él apretó más sus muñecas y las quitó de en medio. Dalia miró hacia otro lado de la habitación intentando ocultar su vergüenza.

Elinar la observó detenidamente y palpó sus bustos con una mano y con la otra tocó su miembro duro.

—Ven.

—No, no, no por favor, no —continuaba resistiéndose

La haló y la volteó de espaldas, quedando con su torso en la cama y con medio cuerpo fuera de ella. La sostuvo aplastando su cabeza contra las cobijas. Ella sostenía la mano que se aferraba a su cabello, intentando hacer menos doloroso el agarre. Elinar subió el vestido y se topó con el vestido holgado de fondo de la joven, el cual levantó con rapidez y palpó sus glúteos, recorrió su mano hasta llegar a la entrepierna de la doncella y acarició un poco. Dalia aborreció aquella mano. Sabía su inevitable destino y lloró en silencio.

Él preparó su miembro y se sumergió en ella con una embestida y gimió al sentirse dentro. Dalia apretó las cobijas y gritó al sentir el desgarrador dolor dentro y fuera de ella. Elinar sonrió al salir del cuerpo de la joven y le mostró el miembro a Celia con una sonrisa malévola. La Reina soltó una carcajada disfrutando ver la sangre en la erección de su amante.

—Continúa —dijo con excitación.

Elinar volvió a introducirse y se movía con rapidez.

—¡No, no, por favor no! ¡Suéltame! —Dalia no podía soportar más, el dolor era intenso.

Él la giró dejándola boca arriba y le propinó una bofetada. Con su mano tapó la boca de la doncella para callar sus súplicas, y volvió a sumergirse en ella.

Dalia gritaba, pero su voz quedaba ahogada, atrapada, dentro de su boca. Miró a la Reina, suplicante, pero lo que vio le hizo perder toda esperanza de que su tribulación terminara pronto. Celia estaba sentada en una cómoda silla aterciopelada, con una pierna encima de la mesa. Metió sus dedos en su cavidad vaginal, los sacó y los llevó a su boca, con gran placer. Los humedeció con su saliva y frotó su clítoris con lentitud, disfrutando lo que frente a ella sucedía.

Dalia continuó llorando desconsolada.

—¡Su Majestad, por favor! —Artea tocaba sin cesar la puerta de la Reina Herea.

Una de las doncellas abrió y el rostro preocupado de Artea apareció.

—¿Qué sucede? —Herea se levantó de la cama y una doncella se apresuró a ofrecerle su camisón, ella lo aceptó de prisa y se lo puso encima de su ligero vestido de dormir.

—¡Por favor, sálvela! —Cayó de rodillas al llegar ante la Reina.

—¿A quién? —preguntó preocupada.

—Una visión, vi una visión... A través de los ojos de la Reina Celia, vi a Dalia, ella... está en problemas, por favor, debe ayudarla.

—¿Qué le sucede?

—Ella... —Arrugó con violencia su vestido—. La Reina, está obligando a un soldado a tomarla.

—¡¿Qué?! —Salió de prisa de sus aposentos.

Caminó rápidamente al punto de casi correr y llegó hasta la alcoba de Báron.

—Mi Rey. —Tocó con fuerza la puerta.

El guardia abrió desde adentro y les permitió el paso. Artea caminó de prisa detrás de la Reina e hizo una reverencia ante el Rey, que se había levantado de su cama.

—¿Por qué vienen en plena noche a despertarme?

—Mi Rey, me disculpo, pero necesito su ayuda. Mi doncella está en problemas. Su majestad, la Reina Celia, la ha tomado por esclava y... está atentando contra su dignidad.

—Dejen que haga lo que desee.

—Por favor, Su Majestad. —Artea se arrodilló suplicando—. La están lastimando, se lo suplico, por favor, ayúdenla.

—Largo de aquí, bruja.

—Mi Rey, debería escuchar esta súplica, si no la de ella, la mía.

—La Reina es una invitada real, puede hacer lo que le plazca. Fuera de aquí.

—No, por favor, Su Majestad.

El guardia tomó del brazo a Artea e intentó sacarla, pero ella se soltó del agarre y se lanzó de nuevo a los pies del Rey.

—Por favor, tiene que ayudarla.

—¡Largo! —gritó Báron—. Llévense a esta bruja y dejen que duerma en una celda por esta noche.

Herea no tuvo la valentía de contradecir al hombre y solo miró cómo arrastraban a la vidente fuera de la habitación para llevarla a una celda. Resignada, hizo una reverencia ante la mirada enfurecida del Rey y salió de prisa de la cámara.

Elinar salió del cuerpo de Dalia y se montó sobre su estómago sacudiendo su miembro para, por segunda vez, culminar su violencia, puesto que le había tomado unos pocos minutos para recuperarse de la primera. El líquido blanco y caliente saltó sobre el rostro de la chica y se mezcló con sus lágrimas. Celia caminó hacia ellos y abrazó al soldado por la espalda.

—Recupérate pronto, ya te quiero dentro de mí.

Él sonrió satisfecho y girándose un poco besó los labios de su amante. Bajó de Dalia, se cubrió de su cintura hacia abajo con una sábana pequeña y fue a tomar una copa de vino.

Dalia se bajó el vestido para cubrir su desnudez y cubrió su pecho, intentando acomodar la tela desgarrada que había quedado colgando por el tirón de Elinar. Se incorporó de la cama y se quedó sentada en el borde. La Reina tomó un pañuelo del buró y le limpió el semen que cubría su rostro.

—La siguiente te gustará —aseguró Celia—. Pero mírate, estas hecha un desorden, ve a lavar tu rostro. —Sonrió como si aquello fuera de lo más natural.

Dalia obedeció y se dirigió al apartado privado, se quedó ahí, llorando en silencio atrás de la puerta. Después de unos segundos, tomó el cuenco de agua que se encontraba frente a ella sobre una mesa de granito y se lavó la cara, enjugando a la vez sus lágrimas. No entendía, y tampoco quería saber el porqué de la cruel acción de la Reina hacia ella.

Elinar abrió la ventana para dejar que el frío aire de la madrugada lo refrescara. En su mano derecha llevaba la copa de vino y bebió de un solo trago el poco que le quedaba. Regresó a la mesa, tomo un par de uvas y las comió.

Dalia estaba por abrir la puerta del baño, no deseaba enfadar a la Reina con su demora.

—Date prisa, querida —insistió Celia.

La joven salió y se quedó ahí, parada, mirando angustiada y con temor a sus agresores.

—Ya estoy listo —dijo Elinar en forma tranquila.

Se acercó a Celia y abrazó por atrás su cuerpo desnudo. Ella se había quedado parada junto a la cama. Él le besó el cuello. Celia se dejó acariciar. La inclinó un poco, casi nada, y se acomodó entrando en ella, moviéndose con lentitud.

—Ven aquí, querida. —La Reina, le hizo una seña a la doncella, con la mano, mientras Elinar seguía moviéndose.

Dalia comenzó a llorar de nuevo.

—Tranquila, niña, esta vez solo observarás. —Celia sonrió con malicia y estiró su brazo hacia atrás para abrazarse del cuello del joven.

Dalia obedeció y se acercó, pero seguía llorando con angustia . Celia, con apariencia exasperada, se separó de Elinar y la tomó del brazo llevándola hacia atrás, hasta azotarla en la pared, cansada del llanto de la joven que a su parecer, era molesto y exagerado para que lo hiciera tan solo por un insignificante acto sexual.

—Quédate aquí, muy quietecita. —Le apretó las mejillas y le dio un beso en los labios—. No mires a otro lado, pequeña, ¿entiendes? —sonó más a una amenaza que a una orden.

Dalia asintió sin parar de llorar. La Reina regresó a la cama, donde el soldado ya estaba acostado cómodamente. Se subió y besó todo el cuerpo de Elinar; quien por sus gestos, se denotaba lo mucho que lo disfrutaba. Después se invirtieron los papeles; él besaba cada rincón del cuerpo de Celia. El joven bajó de la cama y la haló hacia él, colocándola en la orilla, de espaldas. Subió un pie en la cama para tener un mejor soporte y sujetándola con ambas manos de la cintura, entró en ella.

Celia gimió al sentir la penetración por su ano, se movió frenéticamente y gritaba de placer.

Dalia miró hacia otro lado, la repugnancia de aquella escena le provocó náuseas.

—¡Dije que miraras! —la Reina gritó enfurecida al darse cuenta.

El agudo sonido de la voz de la mujer hizo que Dalia se sobresaltara y se encogiera hasta el suelo intentando protegerse. Celia se levantó de la cama y fue hasta la chica, la levantó del brazo y la arrastró con ella empujándola a los brazos de Elinar. Él la recibió con gusto y la haló para que subiera a la cama.

—¡No, por favor ya no! —Dalia rogaba por piedad.

—Ahora experimentarás por atrás —susurró Elinar.

—Muévete —Celia solicitó un espacio para ella—. Te ayudaré.

Besó en los labios a Dalia y tocó sus adoloridas partes bajas. Dalia apretó sus ojos intentando no gritar por la rabia que ahora sentía, quería golpear a esa mujer y acuchillarla al igual que a Elinar, hasta que dejaran de existir. En su mente, ya lo había hecho más de diez veces. Celia introdujo sus dedos en ella y le pareció encantador la humedad en la joven doncella.

—¿Lo ves? ¡Sí te gustó!

Retiró sus dedos dispuesta llevarlos hasta su boca, pero se detuvo al notar que aquella cálida humedad, era únicamente sangre. Hizo un gesto de decepción.

—Creo que te pasaste. —Golpeó el pecho de Elinar.

—¡Lo siento! —dijo él, con indiferencia.

—Bueno, creo que nos divertimos lo suficiente. —Se levantó para lavar sus dedos en un cuenco que estaba en la mesa—. Salgan de aquí, quiero descansar.

Elinar se levantó para vestirse. Dalia se puso de pie con dificultad, en su rostro se notaba el dolor que sufría su cuerpo.

Se acomodó el vestido e intentó de nuevo acomodar la parte desgarrada del pecho y salió tan rápido como pudo de esa maldita habitación. Elinar salió enseguida, tan solo uno segundos después de que Dalia lo hiciera.

Ya casi amanecía. La doncella caminó lentamente y adolorida por los pasillos. Sintió alivio de que en ese momento, todos en el castillo aún dormían y nadie vería su vergüenza.

Entró a su habitación y tras cerrar la puerta se derrumbó dejando caer su cuerpo al suelo. Su llanto desgarrador hacía eco por toda la habitación. Nunca, ni en sus más destructivas escenas mentales, había imaginado un destino como aquel.

Los sentimientos de amor que una vez sintió por aquel soldado, lastimaban su existencia. En su imaginación, el primer beso con su amor, había sido mágico, pero en su realidad, aquel beso fue doloroso; una vil lija arrancando la piel de sus labios. El cosquilleo que sentía al fantasear con el encuentro de sus cuerpos, no se había comparado, ni en lo más mínimo, a la sensación del roce de un campo de flores como había imaginado. Él la había destruido, el mismo hombre con el que tantas veces soñó con formar una familia.

¿Cómo volvería a verlo a los ojos?

¿Cómo andaría por el castillo sin el temor de encontrarlo cuando hace unas horas, ese era su mayor deseo mientras caminaba por los pasillos?

¿Cómo llevaría toda su vida esa vergüenza?

¡No, no lo haría!...

Se sostuvo el vientre para levantarse dejando una mancha de sangre en el suelo, e hizo un intento burdo de acomodar su trenza rubia que estaba media deshecha. Encontró un par de agujas y coció sin cuidado la tela de la parte delantera de su pecho. Tomó las sábanas que tenía en su cama y las ató una con otra. Amarró una punta de la pata de la cama y la otra punta la ató a su cuello.

Abrió las hojas de su ventana y subió al alféizar... 

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