capítulo 21. El Dragón
Lejos de la realidad y ajena a aquello que sucedía en los límites de Alasia y Góbera, Phoebe practicaba hechizos en su habitación mientras la noche caía. Su magia era extraordinaria. Enviaba objetos de un lugar a otro, los movía sobre sus posiciones originales y lanzaba algunos contra la pared, estrellándolos. A la par, controlaba las ondas de sonido para que no se dispersaran, evitando así cualquier ruido. Aquellos objetos que se estrellaban, los volvía a unir, dejándolos sin marca; uniendo a la perfección cada parte.
Soldara miraba con asombro a su dulce hermana, que aunque no poseía ya su largo cabello, seguía luciendo hermosa.
La puerta sonó con tres ligeros golpecitos.
—¿Se puede? —preguntó Braco desde afuera, después de tocar.
—¡Claro, pasa! —Soldara respondió.
Él apareció con una charola de plata, con fruta y algunos bocadillos dulces. Braco les sonrió y ellas devolvieron la sonrisa con mucho ánimo.
—Les he traído un bocadillo.
—Siéntate con nosotras —solicitó Phoebe al tiempo en que lanzó magia hacia el suelo haciendo aparecer unas cómodas almohadas que rodeaban una mesa de cristal con las bases doradas—. ¡Digna de príncipes! —dijo con gracia y orgullo e hizo una reverencia juguetona.
Se sentó en una de las almohadas y con ella Soldara, justo a su lado en otra almohada. Braco prefirió sentarse sobre el borde de la cama después de colocar la charola sobre la pequeña mesa. Phoebe reparó en la armadura que llevaba, haciéndole imposible poder sentarse en el suelo. Sin decir nada, lanzó magia hacia él; su armadura desapareció y apareció del otro lado de la cama, acomodada. Braco se miró el cuerpo con asombro palpando su pecho, y volteó hacia atrás, ahí donde Phoebe le había indicado con la mirada y una sonrisa orgullosa.
—No hagas eso, no aquí —Braco empleó una voz preocupada.
—No hay nadie —Soldara, por primera vez se permitió dejar el miedo.
Phoebe cerró rápidamente sus ojos un par de veces, mirando hacia Braco de una forma dulce e inocente. Braco sonrió, derrotado por la traviesa y simpática sonrisa de su "hija". Recordó aquellos mismos gestos; cuando ella era muy pequeñita, también lo miraba así para convencerlo de que volviera pronto a visitarlas. Y atesoró aún más ese recuerdo.
Se sentó junto a ellas y tomó la mano de cada una.
—Estoy orgulloso de ustedes —dijo con el corazón enternecido y angustiado—. Prometo que estoy haciendo todo lo posible por sacarlas de este lío. Voy a protegerlas, incluso si no logro sacarlas de este lugar, daré mi vida en batalla por ustedes. Me queda tan solo una semana para poder planear su escape, y cuando estén fuera del castillo, no miren atrás, huyan, váyanse lejos, si les es posible a otro reino.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Soldara, el dulce que ya había probado, ahora le sabía amargo ante aquellas palabras.
—Yo... soy parte de la guardia real, mi deber es morir protegiendo al Rey.
—No lo permitiré... —Phoebe se levantó con ímpetu.
Soldara y Braco la miraban con preocupación.
—No hay nada más que hacer —dijo Braco con voz triste.
—Claro que sí, y tengo una idea.
—¿Cuál es? —Soldara quiso saber.
—En la montaña, en la cueva, cuando asesinaron al Dragón, o Dragona, porque tenía bebés. Yo... hice algo.
—¿Qué fue? —fue el turno de Braco para preguntar—. ¿Cómo es que sabes que tenía bebés? ¿Estabas ahí? ¿Cómo? ¿Dónde?
—Antes de explicarles, debo asegurarme de que sigue vivo.
—¿Vivo? ¿El Dragón? Lo apuñalamos en el corazón, no podría seguir vivo, incluso los soldados le cortaron la cabeza, al igual que a sus crías.
—¡No a todos!... Volveré en seguida...
—¿Cómo que no a to...? —No logró terminar su pregunta.
Una nube de magia envolvió a Phoebe en cuanto hizo un ademán sobre su cuerpo sin dar más explicaciones...
—No, espera... —Soldara se estiró y la alcanzó de su vestido.
Braco, que aún la sujetaba de la mano, la apretó con más fuerza al sentir que su propio cuerpo se inclinó hacia Soldara al ser tirado hacia delante, por el impulso de ella al estirarse para alcanzar a su hermana... De un segundo a otro, sus ojos se llenaron de oscuridad, y al igual que Soldara, no lograban ver absolutamente nada.
—¿Qué sucedió? —preguntó Braco, aún sujetando la mano de Soldara.
Seguía sentado en la misma posición, no obstante, el suelo estaba duro y frío y el ambiente se sentía húmedo, con un ligero aroma a descomposición y azufre.
El cuerpo de Phoebe, frente a ellos, comenzó a emitir un ligero brillo; estaba resplandeciendo como la luz de la luna. Ella miró hacia donde estaba Soldara y Braco: Soldara la tenía asida por el borde de su vestido y Braco sostenía con firmeza la mano de Soldara, pero ahora, sentados en el suelo dentro de una cueva. A su izquierda, el cuerpo descompuesto de un caballo con algunos de sus huesos esparcidos, más adelante, el cuerpo descompuesto y carcomido de una bestia gigante sin cabeza y llena de escamas.
Y casi al fondo, se observaban dos osamentas de dragones casi del tamaño de una persona, sus alas aún conservaban una delgada tela de piel que ya lucía seca. Soldara soltó el vestido de Phoebe y Braco le soltó a ella la mano. Los tres se taparon la nariz y la boca al percibir con más intensidad el olor putrefacto. Un movimiento en la oscuridad los hizo desviar sus miradas de los cuerpos. La punta de una cola con picos se escabulló de la tenue luz que tocaba su piel. Se levantaron para observar con mayor atención aquel pedazo de oscuridad.
—¿Dónde estamos? —preguntó Soldara confundida y aún más, preocupada.
—No debiste tocarme... —Phoebe masculló apretando los dientes.
—No, tú no debiste hacerte desaparecer.
—¡Silencio! —Braco seguía atento al lugar donde se había movido aquella criatura—. Dime qué cuando dijiste, "no a todos", no te referías a qué dejamos vivo al padre de los Dragones.
—No... no, no —dijo de forma irónica.
—Menos mal, pero entonces, ¿qué es esa...?
No terminó de hablar cuando un rugido llenó la cueva haciendo eco por todas partes. El dragón, armándose de valor ante los intrusos, arrojó una llamarada de fuego que no llegó hasta ellos, no obstante, salió de la oscuridad arrastrando sus patas con pasos veloces, con la intención de lanzar un zarpazo hacia los extraños.
Braco, al verlo venir, llevó sus manos a su cintura buscando su espada, pero no estaba ahí... Recordó que Phoebe le había desmontado toda la armadura, haciéndola aparecer del otro lado de la cama.
«¡Por todos los ángeles!» —pensó, maldiciendo aquel momento. Empujó a Soldara hacia un lado, y saltó frente a Phoebe con la intención de salvar su vida.
Pero ella, escuchando en su cabeza sus intenciones; al momento en que lo vio colocarse al frente, lo lanzó con su magia a su izquierda; envolviéndolo en su totalidad para evitar lastimarlo al caer, lo cual resultó. Al mismo tiempo, miró directamente a los ojos del asustado dragón y levantó su mano derecha con magia sobre ella. El joven Dragón se detuvo de golpe, contemplando el humo mágico, parpadeó y ladeó su cabeza de un lado a otro, como un cachorro curioso, pero sin dejar de mostrar fiereza. Se sintió atraído por aquella luz que emanaba del cuerpo de Phoebe y por la magia sobre su mano. Sacudió su cabeza y retrocedió dando pasos hacia atrás, un tanto molesto por no ser capaz de lastimar a aquella criatura, y rugió.
—Tranquilo —Phoebe intentó calmarlo. Levantó las manos para mostrarle que no lo lastimaría.
El Dragón se dio la vuelta dándoles la espalda. Había crecido por lo menos dos metros; era un macho fuerte. Caminó de nuevo hacia unos grandes montículos de oro que parecía que se habían derretido y ahora se encontraban fosilizados.
Phoebe caminó detrás de él.
La joven bestia miraba de soslayo con frecuencia a Phoebe, y ella lo seguía con cautela.
Braco se levantó y enseguida Soldara, ella se descubrió en su brazo, cerca del hombro, una herida, resultado de su choque contra una roca, al igual que en la parte de su codo varios raspones que comenzaban a sangrar. Se quejó al tocarse.
—¿Qué haces? —le susurró a su hermana al verla caminar hacia el dragón.
—Solo espera... —Se volvió hacia Soldara tan solo para decirle eso, regresando de inmediato su atención hacia el dragón.
Al igual que Soldara, Phoebe comenzaba a percibir los sentimientos, y no solo eso, podía alterarlos, transformarlos, moldearlos. Conocía los pensamientos y los recuerdos... Y en la mente del dragón, pudo ver el recuerdo de ella, salvándolo. Por eso, no la había atacado en cuanto la observó con más claridad y reconoció su magia.
—Phoebe, vuelve aquí —ordenó Braco. La burbuja de magia que lo había envuelto, desapareció en cuanto se levantó.
Phoebe solo le dedicó una sonrisa y reanudó su caminata hacia el dragón.
—Largo de aquí —sonó de pronto una gruesa voz .
Phoebe se sobresaltó y se quedó muy quieta, como un soldado, firme. Movió sus ojos de lado a lado, buscando de dónde venía esa voz. Esperaba ver a un hombre emergiendo de las sombras, uno muy grande, robusto y de espesas barbas rojas, para que aquella voz, pudiera coincidir con su apariencia.
» Reconozco ese aroma... Ese hombre fue uno de los que asesinaron a mi madre, así que les sugiero que se larguen si no desean ser testigos de mi venganza. —Giró su cabeza un poco hacia ella y mostró sus filosos colmillos.
Phoebe lo miró, y cuando hizo aquel gesto, comprendió que la voz provenía de él, no obstante, solo resonaba en su cabeza.
—¡No... es... cierto! —susurró, sorprendida—. ¿Escucharon eso? —preguntó, volviéndose hacia a Soldara y Braco.
Ellos ya estaban a unos metros atrás de ella, la seguían despacio y de cerca, para ayudarla en caso de que fuera necesario. Ambos negaron con la cabeza en respuesta.
—Vámonos ya —Soldara le ordenó en un grito susurrante.
—No, espera, solo un momento.
—Si esa idea que dijiste que tenías, era que un dragón nos devorara, creo que sí va a resultar si no nos vamos ahora...
—Puedo escucharte... —le dijo al Dragón.
—Todas las hijas del Dragón Negro lo hacen.
—¿Qué? ¿Cómo sabes que soy...?
—¿Acaso estás ciega? ¿Crees que soy un lindo conejito?
—¡Oye! ¡No me hables así!
—¡Braco! —dijo Soldara llamando la atención del soldado—. Saquémosla de aquí, se está volviendo loca... —susurró.
—Por supuesto que lo sé —continuó Phoebe—. Eres un dragón, lo sé y lo veo. Pero... apenas hace unas semanas eras un indefenso dragoncillo, no podrías saber quién soy...
—¡Bah! Todas las hijas de la Luna son iguales... Largo de aquí.
—¡No! No me iré.
El dragón rugió molesto.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Braco, esperando que su voz susurrante pudiera ser escuchada por Phoebe.
Ella, Aunque lo oyó, no le contestó. Estaba escuchando con atención al dragón...
—¡Asesinaron a mi madre, asesinaron a mis hermanos!, ¡¿qué quieres ahora?! Estoy solo y no habrá más dragones hasta que una nueva hija de la Luna nazca. ¿Quieres asesinarme ahora? —Lanzó una llamarada hacia un lado, rugiendo—. Tuve que devorar parte de la carne de mis hermanos, de mi madre y de ese caballo...
Sacudió su cuerpo, amenazante, haciendo más visibles sus grandes púas. Las escamas azuladas de su cuerpo se frotaron entre sí y generaron ondas vibratorias que se percibieron como un silbido. Extendió sus alas. La llamarada que lanzó había encendido la roca sólida que hacía de pared, que ahora parecía lava escurriendo como una espesa cascada e iluminaba la cueva. El pecho del dragón se tornó rojizo; era fuego vivo. De su boca salió humo que danzaba alrededor de sus filosos colmillos.
Phoebe comprendió su enojo y frustración. Levantó su mano y se acercó a él, se elevó un poco utilizando su magia y agarró el rostro áspero del joven dragón.
—Te entiendo y lo lamento tanto. Braco no quería hacerte daño, no tuvo opción al venir hasta aquí para eliminar a tu familia, pero él, intentó no hacerlo. En parte, es inocente y siente en lo profundo el haber hecho tal cosa.
Al tocar al Dragón, empleó su magia para moldear sus sentimientos; le ayudó a tranquilizarse, a apaciguar el dolor tan inmenso que sentía. Le dio calidez y esperanza. Templanza y serenidad. Bajó de lo alto con lentitud y se posó en el suelo con suavidad, todo sin desviar su mirada de él. El dragón adoptó un semblante tranquilo.
Ella le sonrió.
—¿Qué fue lo que me hiciste?
—Solo ayudé a tu corazón a descansar.
—Gracias —pronunció con dificultad, a regañadientes. Se avergonzó un poco de haber perdido el control.
—Dime, ¿qué amas comer?
—Mi madre... —pensó un poco en lo que diría, quizás sonaría estúpido, pero prosiguió—, cazaba peces, nos traía cientos de ellos. Los de colores son mis favoritos, los enormes y gordos. Solía creer que me pintaban los dientes y que sabían a un arcoíris. —Esbozó una sonrisa mostrando demás sus intimidantes colmillos. Su rostro estaba iluminado por el entusiasmo—. También cazaba venados, ciervos tiernos y jugosos. —Salivó.
Phoebe sonrió, lo encontró tan dulce por como contaba aquello. A él le pareció una burla y tornó su semblante sombrío.
—¡No! —Phoebe se apresuró a aclarar—. No me he burlado, naturalmente. Es solo que me pareció, algo muy tierno.
El dragón puso cara de asombro.
—Muy bien... —continuó la joven—. No conozco esos peces tan gordos de colores, pero quizá una variedad de ellos sirva. Observa...
Lanzó su magia hacia arriba y, extendiéndose por el techo, aparecieron, incrustados, cientos de cristales que brillaban como diamantes, iluminando la cueva como si la luz de la luna atravesara la sólida roca llenándola de claridad. Después, lanzó más de su magia hacia el suelo y se abrió un cráter donde comenzó a nacer agua a borbollones. Del mismo agujero, comenzaron a saltar peces de diferentes especies y tamaños.
Soldara y Braco, después del tremendo susto que pasaron ante aquel arranque de ira del dragón, se sentaron en el suelo esperando a que Phoebe le ayudara a calmarse. Al principio, al verla acercarse a él, se alarmaron, temiendo que la atacara. Pero al observar su habilidad para tranquilizarlo, se sintieron confiados y la vieron conversar con él con tanta naturalidad, que se dieron cuenta de que, inmersa en aquella conexión mágica, incluso se había olvidado de ellos.
Al instante en que Phoebe apagó el tenue resplandor de su cuerpo y creó luz en la cueva con aquellos diminutos cristales relucientes que llenaron el techo, iluminándola en su totalidad, se levantaron del suelo para contemplar boquiabiertos aquella maravilla.
Y se asombraron aún más cuando creó aquel estanque cristalino y rebosante de peces.
El dragón se aventó de inmediato al estanque, intentando, juguetonamente, atrapar a los peces. Salpicó a Phoebe, a propósito, casi en forma de agradecimiento. Ella se cubrió el rostro, pero de nada sirvió, estaba empapada y abrió su boca sonriendo divertida, como si no pudiera creer que la había mojado por completo. Él correteaba a los peces y los lanzaba al aire para atraparlos con su hocico.
De pronto, se sumergió por completo y su cuerpo desapareció. Phoebe se quedó quieta, esperando a saber qué había sucedido. Percibió la felicidad de la criatura en lo profundo del agua, pero lo extraño era que no estaba tan hondo. A lo mucho, podría cubrir la mitad de su cuerpo; quizás podría cubrir por completo a un humano, pero a él era imposible.
Se asomó un poco para averiguar dónde estaba, y solo logró ver una cabellera blanquecina antes de que emergiera nuevamente el gigantesco cuerpo del dragón. Él ya casi estaba satisfecho; y los peces seguían apareciendo cada vez que se alimentaba.
«¿Qué fue eso?». Se preguntó Phoebe.
Soldara y Braco, recargados sobre una roca, seguían contemplando aquellas escenas con gran asombro. Incluso se sentían en tranquilidad.
—Gracias, hija de la Luna —dijo el Dragón al echar en su boca el último pez que comería.
—Ha sido un placer... —Pasó su mano por encima de su cuerpo secando su ropa con magia.
—Me porté muy descortés contigo, ¡lo siento!
—Descuida, es entendible.
—Creo que ya puedes salir de esta cueva...
Él dio un paso hacia atrás, como si aquella idea le aterrara.
—En realidad, vine porque estoy en problemas —le confesó—. Una guerra se aproxima, y creí, tan solo por un momento, que si aún seguías aquí, podrías ayudarnos a huir lejos.
—Podría —dijo de forma seria—, pero no puedo, necesito oro, mucho oro para poder volar. Pero tu Rey, después de asesinar a mi familia, se llevó todo.
—Yo puedo dártelo... —Apuntó sus manos hacia un lado y, con su magia, apareció el oro que el Rey había enviado a recoger de ese lugar.
Soldara y Braco se estremecieron, atónitos. Se alejaron un poco de la piedra donde permanecían recargados para contemplar aquella montaña de oro y joyas que comenzó a resbalar de la punta de la pila, creando un sonido tintineante. Las monedas se deslizaban unas sobre otras, como una cascada de campanillas. El tesoro casi llenaba la cueva.
—¡Oye, hermana, eso es injusto! —gritó Soldara—. ¿Podías hacer eso todo este tiempo? —preguntó.
—Sí —contestó con inocencia—, pero tú siempre me prohibiste usar mi magia, ¿recuerdas?
—¡Pero... qué boba!... No, no es justo que me digas eso, si yo hubiera sabido que podías hacerlo, te hubiera sugerido que nos llevaras lejos y que tomaras ese oro para nosotras.
—No nos pertenece —dijo con calma—. Esto le pertenece a él. —Apuntó al Dragón.
Soldara apretó los puños, no estaba molesta, solo indignada, sabiendo que pudieron haber escapado desde hace mucho y tener una vida cómoda si no le hubiera prohibido usar su poder, y mucho más, si no le hubiera inculcado ser tan honesta. Aunque estaba orgullosa de que lo fuera...
—Lo siento —dijo el dragón—, no puedo ayudarte.
—¿Por qué? Ya te regresé tu oro. —Apuntó hacia la montaña dorada.
—No conozco estás tierras. Y no me arriesgaré a que me descubran, pues me cazarán si lo hacen.
—Phoebe. No sé qué es lo que has estado hablando con ese Dragón, pero tenemos que irnos, es muy tarde. —Braco presintió que habían cambiado los ánimos.
—Sí, creo que sí... Ya vámonos —dijo decaída. Su esperanza había desaparecido.
Caminó hasta soldara y Braco. Él estiró su mano hacia ella al notar su semblante apagado. Ella estiró la suya para alcanzarlo y luego tomó la mano de su hermana. Esta vez la magia brotó de todo su cuerpo, envolviendo a los tres por completo, y de inmediato aparecieron ante ellos los muebles de la habitación; habían regresado en un segundo.
Phoebe se dejó caer en uno de los cojines del suelo. Braco le dio un beso a Soldara en la frente y se dirigió a tomar su armadura de la cama.
—Ese viaje fue extraordinario. Descansen, mis pequeñas. —Se agachó para besar la coronilla de Phoebe y se marchó.
Afuera de la puerta, se quedó un momento parado, tenía demasiadas ganas de preguntarle a Phoebe que era todo aquello que había sucedido para que cambiara tanto de pronto su humor. Pero no se había atrevido a hacerlo en ese momento, no obstante, sabía que Soldara no se quedaría con la duda y ella le preguntaría todo acerca de aquella extensa charla que había mantenido con el dragón, y así mismo ella se lo haría saber pronto.
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