Capítulo 2. El llanto de una Reina.
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Unas horas antes...
Soldara corría con la recién nacida en brazos. Avanzaba por el bosque río abajo para encontrar la cueva que la mujer le había dicho. La noche caería pronto, y el aire se hacía cada vez más frío.
—¡Corrió por aquí! —informó un soldado.
—¿Estás seguro de que la viste salir de esa misma choza? —Braco intentó desviar del camino a los dos soldados.
—Sí, vi cuando salió por la parte de atrás.
—¡Otra brujita que podré matar! —dijo Elinar relamiéndose los labios.
Soldara no pudo correr más rápido, y sabía que pronto la atraparían. Ya estaba cansada y le dolía la parte derecha de su estómago debido al esfuerzo.
—¡Lo siento, pequeña! Qué la gran madre se apiade de ti —habló con madurez y dejó a la bebé oculta en un hueco que se había formado en un árbol. Y volvió a correr.
—¡Ahí, miren! —El soldado que guiaba a los dos jóvenes apuntó con su índice hacia Soldara.
—Ahí va la brujita. —Elinar esbozó una sonrisa y pasó su brazo por sus labios—. Ya puedes irte, nosotros nos encargaremos.
—¿Qué hay del bebé que llevas?
—También nos encargaremos de él —dijo Braco.
—Bien, nos adelantaremos. Dejaremos una carreta para ustedes, en ella hay provisiones que debemos llevar al castillo.
—¡Ya lárgate! —gruñó Elinar—. ¡Vamos por ella, amigo!
—Espera, ¿qué vas a hacer? —Braco intentó detenerlo.
Elinar comenzó a brincar los troncos, entre hojas, ramas secas y piedras del bosque para alcanzar a Soldara. De pronto se quedó quieto observando y caminó lento; como un gato que ha visto a su presa.
—¡Te tengo! —dijo al atrapar a Soldara.
Ella se había quedado agazapada detrás de un árbol, donde erróneamente, creyó que no la vería...
Braco que se había quedado atrás, corrió al escuchar el grito de la niña...
Elinar, al atraparla, y por el intento de la niña de huir, la tiró sobre el suelo y se puso a horcajadas encima de ella. Por los movimientos de Soldara para intentar liberarse, su vestido se subió un poco más arriba de sus rodillas, y una idea macabra se formó en la mente del despreciable soldado. La pequeña gritaba y golpeaba cuanto podía, con sus pequeñas manos, al despiadado joven.
—¿Qué mierda haces? —Braco se horrorizó.
Y, sin pensarlo ni un segundo, le dio una patada en el costado a Elinar, haciéndolo que rodara por el dolor. Soldara, viéndose liberada, con el rostro descompuesto por su llanto, bajó su vestido mientras sollozaba con fuerza y miedo. Se arrastró hasta quedar nuevamente pegada al árbol donde antes se había escondido.
Braco sintió la ira recorrer cada parte de su cuerpo. Dejó al bebé en el suelo y se abalanzó contra Elinar. Le vio su pantalón un poco más abajo de la pelvis y entonces el poco raciocinio que le quedaba se esfumó... Le asestó puñetazos en la cara, uno tras otro. De la rabia que lo impulsaba, ni siquiera podía sentir sus puños tocando el rostro de su primo. Elinar logró tomarlo del cuello y trabó sus piernas en la cintura de Braco. Usando la fuerza de sus caderas se giró y se posicionó arriba de él y comenzó a apretarle el cuello. No obstante, él era consciente de sus actos y se controló. Lo soltó de inmediato y se levantó. Braco, con el rostro enrojecido, se quedó tendido dando bocanadas de aire y tosiendo, tratando de recuperarse.
—¡Bastardo! —Elinar escupió la sangre que se acumuló en su boca y caminó de nuevo hacia Soldara.
—¡No la toques!
—¿Te la quieres coger tú? —preguntó volviendo su rostro hacia Braco.
—¡Es una niña, no la toques! —gritó con más rabia. Se levantó como pudo y corrió hasta Elinar, y lo derribó—. ¡Corre! —le gritó a Soldara.
Ella se levantó y cayó de nuevo al tropezar con una rama, sintió de inmediato el ardor de sus raspones en las rodillas y en las manos. Parte de su rostro se cubrió de tierra y sus gruesas lágrimas se mezclaron con el polvo, formando surcos en su piel. Se levantó otra vez y corrió en dirección hacia su aldea. Pasó junto al árbol donde había colocado a la bebé y la tomó nuevamente y siguió corriendo, apretándola contra su pecho...
Llegó a la aldea donde solo observó cuerpos quemados y casi destazados, que le provocaron aún más terror, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Su choza y otras tres más estaban intactas. No pudo evitar volver a llorar al entrar a su casa; vio a su madre tirada en el suelo.
—¡Mamita! —Se agachó para moverla y la llamó sin tener respuesta.
Sorbió su nariz, sus labios se mantenían en un gesto constante de angustia. Se levantó y vio a la madre de la bebé que llevaba en brazos; atada y empapada en sangre. ¡Salió de su hogar, con el corazón desbordado en soledad y miedo!...
Vio una carreta atada a dos burros, cubierta por una tela marrón. Puso a la bebé en el suelo y levantó la tela, sacó varias lechugas y las aventó fuera de la carreta. Tomó a la bebé y se acostó junto con ella en el pequeño rincón que había improvisado.
—¡Muévete, maldición! En pocas horas anochecerá. —Elinar caminaba de prisa delante de Braco—. Más te vale que no vuelvas a ponerme una mano encima. Si saben que dejaste con vida a una bruja te decapitarán.
—¿Tú se los dirás? —preguntó en tono tranquilo.
—Si vuelves a tocarme lo haré. No seré piadoso contigo solo porque llevamos la misma sangre.
—¡Ya cállate! Hace más frío, debemos apresurarnos o este bebé morirá.
—¡Por mí que se vaya al infierno!
Soldara comenzó a temblar al oír a los soldados cerca. El movimiento de la carreta intensificó su miedo, pero entre su agotamiento, el traqueteo de la carreta que la mecía, y un largo camino de dos horas, le hizo quedarse dormida...
Salió de la carreta después de escuchar que ambos soldados bajaron de sus caballos y se alejaban de los establos, y se escabulló por el palacio. Se aseguró de que nadie la viera entre todo el alboroto que parecía haber en el castillo, entre tanto soldado, guardias y servidumbre. Puesto que ese mismo día el Rey y su ejército habían regresado victoriosos de su conquista en el Reino de Barbare.
Ya estaba oscuro, y desconociendo los caminos del enorme castillo, caminó por unos pasillos que la llevaron a los calabozos, vio a varios hombres dentro de aquellas celdas, hombres que reconoció como sus vecinos.
Anduvo en silencio. Los pasillos del calabozo estaban iluminados por antorchas que estaban colocadas en soportes en las paredes. De pronto, alguien la atrapó, tapándole la boca por la espalda. Hizo gran esfuerzo por liberarse, moviéndose, intentando gritar y jalándose, todo sin soltar a la bebé... y su corazón palpitando con fuerza...
—¡Ssshhh, ssshhh! ¡Soy yo, soy yo!
Soldara dejó de luchar al reconocer la voz. Miró hacia atrás y un poco hacia arriba... Vio el rostro de su hermana y rápidamente se volteó por completo hacia ella. Con un brazo, se aferró a su cintura con desesperación, enterrando su rostro en el estómago de su hermana y comenzó a llorar.
—¿Te hicieron daño? ¡Contéstame! ¿Alguien te lastimó?
Soldara negó con su cabeza aún sumergida en la cintura de su hermana.
—Confía en mí, ¡dime qué pasó! Tuve una visión de ti en el bosque... Un soldado... ¿Te lastimó? —formuló la pregunta con dificultad.
—No —por fin dijo, con voz ronca por el llanto y, aunque casi no se le entendía, su hermana pudo descifrar sus palabras.
—¿Estás segura?
—No me hizo nada, otro soldado me ayudó a escapar.
—¿Un soldado?
—Sí —dijo sollozando.
—¿Dónde está mamá?
El llanto de Soldara comenzó a hacerse más intenso. Sollozaba, suspiraba. Sorbía sus mocos y sus hombros se movían de arriba abajo siguiendo el ritmo de su llanto. Artea lo comprendió. Apretó sus labios y miró al techo húmedo, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ahora sabía el significado de una de sus visiones; donde su madre estaba frente a un soldado, quien la veía con angustia.
—Está bien, está bien —intentó consolar a Soldara. Sorbió su nariz—. Todo estará bien, yo voy a cuidarte —usó una voz dulce y tranquila, para darle confianza a su pequeña hermana.
No sabía cómo Soldara lo había logrado, pero admiró la valentía que la había hecho llegar al castillo. De pronto, el estruendoso llanto de la bebé resonó por todo el calabozo y los ecos subieron por los pequeños rincones de todas las paredes. Lloró tan fuerte, que diminutas ondas viajaron por todo el castillo escuchándose claramente.
—¿Un bebé? —preguntó Artea. Retiró a su hermana de su regazo y entonces vio al pequeño bulto. —¿De dónde salió esta criatura?
Lo tomó en sus brazos y le puso el dedo meñique en su pequeñita boca para calmarlo. El infante de inmediato se aferró al dedo de Artea, succionando ansiosamente, intentando saciar su hambre.
—Mamá ayudaba a una mujer cuando los soldados comenzaron a destruir todo. Me la dio y pidió que corriera a ocultarme con ella.
—¿Es una niña?
—Sí. ¿Qué haremos con ella? —Levantó su rostro hasta que sus tristes e hinchados ojos se encontraron con los aceitunados de su hermana, que, de no ser por su tristeza, habrían brillado con su hermoso destello habitual.
—¡No lo sé! —Soltó un suspiro—. Por ahora busquemos a quien pueda alimentarla. La Reina ha traído a una nodriza, quizá pueda ayudarnos. Vamos, también debes comer algo y limpiarte.
—Fue muy raro escucharla llorar, no lo había hecho desde que salió de su mamá —dijo Soldara con inocencia.
—Bien, eso es bueno, no habrías sabido qué hacer. —Le acarició la cabeza—. Vamos, camina...
☾
Soldara se quedó metida en una tina de baño, el agua caliente reconfortaba su cansado cuerpo. Se tallaba la cara y los brazos con un estropajo que agarraba con cuidado. Con sus dedos, y con mucha suavidad, limpió los raspones que tenía en las rodillas, que, al igual que los de la base de las palmas de sus manos, tenían tierra incrustada y sangre seca.
Artea salió de la habitación y pocos minutos más tarde regresó con la nodriza que alimentaba al recién nacido hijo de la Reina. La mujer no paraba de parlotear, emocionada por ser ella quién alimentaba al Príncipe.
—Es tan pequeñito y adorable, parece un angelito —decía uniendo sus dedos como si pellizcara las mejillas de alguien.
—Sí, es un bebé muy sano. —Artea le seguía el hilo.
Contestaba con un semblante calmado, pero en su interior, se encontraba intranquila, atormentada, perdida en sus pensamientos mientras caminaba por el pasillo que las llevaba hasta su cámara.
—¡Y dime qué hago aquí! —preguntó la mujer, acomodándose sus grandes senos.
—Necesito su ayuda. —La invitó a pasar a la habitación al abrir la puerta—. Perdóneme por arrastrarla hasta aquí, así tan de repente.
La nodriza había accedido a ir con ella por la simple razón de conocer quién era, y que, de hecho, todo el mundo sabía: ella era la vidente real. La niña que había sido llevada desde aquella aldea tan peculiar, donde ahora, se sabía que habitaban las brujas, y que la habían llevado al castillo solo para servir al Rey. Desde entonces, ya habían transcurrido dos años.
«Qué pena por ti, pequeña, fuiste traída a la fuerza y te alejaron de tu madre con tan solo catorce años, tan chiquita», pensó la mujer, lamentándose mientras miraba a Artea y juntaba sus manos sobre su estómago, casi con nerviosismo.
—¿Pero qué? ¿Eso es un gato? ¿Qué es ese sonido?... Vaya ese bebé tiene pulmones muy fuertes, hasta este lado del castillo llega su llanto, será un Rey muy poderoso. —Ensanchó su pecho.
—No, no es el Gran Príncipe quién llora.
—¿Cómo dices? ¿Qué no es el Príncipe?
—No, mi madre ha fallecido hoy en medio del parto. —Levantó la manta que cubría la canasta donde estaba la niña.
—¡Santo cielo! Pobre criatura.
—Le suplico, por favor, que me ayude a alimentarla.
—¡Lo siento, no puedo! —se negó de inmediato. Puso una cara de susto llevando sus manos hasta su pecho y movió su cabeza de un lado a otro—. ¿Qué pasará si escasea la leche? El Gran Príncipe quedaría con hambre y me decapitarían por ello.
—Por favor, tan solo un poco. No puedo dejar morir de hambre a mi hermanita. —Se veía angustiada y suplicante.
—Es cierto —mencionó conmovida—... ¡Yo tampoco podría!... Siento mucho lo de tu madre.
—También yo —dijo con voz triste.
—Bueno, ven acá muchachita, solo un poco. —Levantó a la bebé en brazos y la acercó a su pecho.
Enseguida la tierna niña comenzó a moverse inquieta buscando alimentarse.
—¡Oh, vaya, está muy hambrienta! Más despacio, niñita, más despacio —dijo la nodriza, y pasó sus dedos por la cabeza de la bebé, peinándole el escaso cabello.
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Dalia salió corriendo de la habitación de la Reina hacia la habitación del Príncipe. El estruendoso llanto la hizo alarmarse, y, detrás de ella, casi de inmediato, entró Herea, tan alarmada como la misma doncella. La Reina llegó casi al mismo tiempo a la cuna.
—¿Por qué llora? —preguntó ansiosa.
—No ha sido él, Su Majestad. El Príncipe duerme —dijo bajando la voz.
—Pero yo lo he oído claramente —bajó también un poco su tono, imitando a la doncella y echándole a la vez un vistazo al bebé que dormía plácidamente.
—Igual yo, Su Majestad. Creí haber oído su llanto, me alivia que no sea así. —Sonrió y miró al bebé con ternura.
—Prepárame un baño, ha sido un día muy largo y estoy cansada. Busca a la nodriza, ya debe alimentar a mi hijo.
—Sí, mi Reina.
La doncella salió de la habitación y buscó a la nodriza. En los pasillos varias mujeres corrían apresuradas, haciendo los preparativos para la presentación del Príncipe a todo el reino.
—Quiero agua caliente. —Dalia detuvo a una de las mujeres—. Lo más pronto que te sea posible, y llévala a los aposentos de la Reina.
La mujer asintió con la cabeza y Dalia continuó caminando.
—¿Oyeron al Gran Príncipe llorar? —preguntó la mujer al momento en que alcanzó a sus compañeras.
—¿Quién no lo hizo? Se escuchó por todo el castillo, será tan gritón como el mismísimo Rey.
—¡Ssshhh! ¿Quieres que te corten la lengua?
—Solo digo la verdad, ese Príncipe berrea como el mismo demonio.
—Tienes razón, no dormiremos si sigue llorando así.
—De todas maneras no dormiremos, ¿qué importa si él llora? Debemos preparar todo para su presentación.
Las mujeressiguieron caminando, entretenidas con la charla, sin saber que aquel llanto quese había escuchado en todo el castillo, no provenía del recién nacido Príncipede Góbera, sino de la pequeña niña que, desde su nacimiento, Soldara habíamantenido a su lado.
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