Capítulo 16. La habitación.
Braco continuaba rogando. La caravana en la que ellas iban, le llevaba de ventaja dos horas. Tiempo suficiente para que el Rey se deshiciera de ellas, no obstante, tenía una esperanza, una que reposaba en las manos de Dhobo, su amigo, aquel verdugo que había tenido que azotarlo por orden del Rey aquel día en que perdió a su gran amor. Rogaba porque él desobedeciera las órdenes de Elinar, así como había hecho tantas otras veces cuando le parecían despiadadas...
☾
Soldara seguía intentando ocultar su rostro ante Dhobo y Phoebe la miraba con desconcierto. Habían avanzado por algunas horas y a lo lejos se alcanzaba a ver el imponente castillo, cuyas puntas de sus torres eran acariciadas por la luz de la luna llena. El camino que recorrían también era bastante claro a causa de la luz lunar.
—¿Por qué te sigues ocultando cada vez que nos mira?
—¡Ssshhh, va a escucharte! —susurró Soldara.
—Ya no te ocultes, él no puede ver tu rostro, está oscuro.
—No lo suficiente.
—Bien, entonces dime por qué lo haces.
—Porque lo conozco.
—¿Qué?
—Dije que lo conozco —susurró más alto.
—Ya te oí, solo quería que siguieras contando. ¿Dónde y cómo es que lo conociste?
—Él dijo que era amigo de Braco y mencionó que era tres años menor que él.
—¿Eso es relevante?
—No. Solo que, cuando Braco nos ayudó a salir del palacio, nos llevó a casa de su tía.
—Claro, de la abuela Albina.
—Exacto, pero al día siguiente, ciertos rumores llegaron a cada rincón del reino; de un joven cuya traición lo llevó a la muerte, lo torturaron y azotaron hasta que murió.
—¡Qué horrible! ¿Quién era el joven?
—Según los rumores, fue Braco, el soldado que ayudó a ocultar a dos brujas, pero ese día también dijeron que el Rey no tuvo misericordia y sentenció a muerte a... una bruja, una que mantenía a su lado como vidente y a la mujer que alimentaba al joven Príncipe; por alimentar a una bebé bruja.
—¿Cómo puede deshacerse así de fácil de quienes le sirven?
—No lo sé, pero ese día mi mundo se cayó en pedazos. Mi única familia... Mi hermana, fue asesinada por orden del Rey.
—Lo siento. Sé que hablas de nosotras.
—También lo siento, aún suelo ver su silueta entre los árboles.
—¿Su silueta?
—Sí, dicen que las brujas al momento de morir, viajan al mundo espiritual donde reposan las almas de las hijas de la Luna.
—Eso es... increíble —lo mencionó en pausas, recordando su experiencia en el bosque.
—Lo siento, perdí el rumbo del tema... Su nombre es Dhobo, él nos visitó dos días después de toda aquella masacre que hizo el Rey. Dijo que era amigo de Braco y que nos ayudaría. Nos llevó alimentos por casi dos semanas consecutivas, siempre fue muy amable.
» Nos dijo que Braco no estaba muerto, pero sí muy herido y debía recuperarse antes de volver a casa. La abuela y yo no creímos en su palabra, no hasta que vimos a Braco de nuevo, casi un mes después. La abuela decía que, seguramente, Braco había sufrido mucho antes de morir, y que por ello, ese joven intentaba ayudarnos. Un soldado con apenas quince años, era lastimoso.
—Pero seguro que éramos más nosotras; una recién nacida y una niña huérfana de seis años.
—Siete, y seguro que sí lo éramos más. —Suspiró.
La gigante puerta de hierro del castillo se abrió, para dar paso a los soldados y aquellas personas que se sabían brujas, junto a tantos prisioneros de Alasia, a los cuales comenzaron a separar una vez entraban, llevándolos primero a las prisiones.
Soldara y Phoebe, desde atrás, notaron la entrada del Príncipe, que iba al principio de aquella caravana montado en su caballo blanco y enseguida de él, entró el resto. Una vez que todos habían entrado, se quedaron quietos y reunidos en el patio esperando con angustia ser llevados a os calabozos. El Príncipe los observaba con ojos inquietos. El clima era frío y copos de nieve comenzaron a caer. El joven Príncipe miró al cielo y luego posó de nuevo su vista en aquellas personas que se abrazaban a sí mismas intentando apaciguar el frío, otros, soplaban aire cálido en sus manos. Algunas mujeres junto a sus esposos abrazaban a sus pequeños hijos y otras jóvenes se abrazaban entre ellas.
—Lleven a todos a los cuartos de la servidumbre, asegúrense que estén cómodos —demandó Reagan.
Los soldados tanto como los prisioneros se miraban con desconcierto unos a otros.
—Pero, Su Majestad, el Rey siempre ordena que sean llevados a los calabozos.
—No esta vez. Estas personas son injustamente culpadas, así que, esta nueva orden les doy... Llévenlos dentro del palacio, que las doncellas se encarguen de limpiarlos, alimentarlos y darles un buen lugar donde descansar.
—Sí, Su Majestad.
Reagan había sentido una conexión con aquellas personas, le provocaba un dolor emocional indescriptible al verlos ser tratados con crueldad. Sabía que Báron se pondría furioso, pero estaba dispuesto a afrontarlo.
Soldara y Phoebe se habían quedado con la boca abierta.
—Bajen —Dhobo les dijo desde arriba de su caballo, sacándolas de su asombro.
Soldara había dejado de cubrir su rostro, se giró hacia él, aún con los labios ligeramente abiertos, olvidándose de que quería ocultarse, y sus miradas se encontraron. Dhobo la observó con atención y recordó los bonitos ojos de una niña con la cual conversó un día al llevarle alimentos. Era imposible no reconocerla, pocas mujeres de ese reino poseían tal belleza y sus inusuales rasgos, aún más cuando tenía un asombroso parecido a la que fue la vidente real.
—¿A dónde nos llevarán? —Phoebe rompió el contacto de miradas entre ellos dos.
—Ustedes... —Miró a la joven intentando recordar si ella era la bebé que Soldara le había presumido que poseía una magia extraordinaria. Su mente divagó hasta aquel tiempo...
«—¡Ya vete! —Soldara le aventó un vaso de leche en la cara.
—Oye, no la desperdicies, niña.
Soldara, con un puchero debido a su inmenso enojo, entró casi corriendo a la casa y volvió con una bebé en sus brazos que lloraba angustiante. Su ligero cabello lucía de un color azul oscuro ante los nacientes rayos del sol.
—Si no te vas ahora, mi hermanita va a hacerte desaparecer, ella es una poderosa bruja, su magia es extraordinaria y con su llanto hará que te derritas.
No pudo evitar sonreír ante aquellas palabras que sonaban a mentiras de una niñita bravucona, temerosa e incrédula de lo que él le había dicho, pero había dejado claro que él era amigo de Braco. Y, aunque era tres años menor que él, Braco lo respetaba y confiaba en su honor y en la lealtad a la bondad de su corazón.
Le tocó la cabeza a Soldara, con dulzura, haciendo que su cabello se alborotara. Ella lo apartó de un manotazo y lo fulminó con la mirada. No tuvo más opción que sonreír divertido ante aquella diminuta fiera y se apartó, montó su caballo, y volvió al castillo, pero después de que Braco había desaparecido de su habitación no supo más de aquellas niñas».
—¿Por qué está sonriendo como tonto?
La voz de Phoebe lo devolvió de golpe a la realidad.
—Lo siento, ustedes, vengan conmigo. —Bajó de su corcel.
Ambas se miraron, bajaron también de su caballo y caminaron detrás de él después de darle las riendas a un mozo que ya sostenía las cuerdas del corcel de Dhobo.
☾
—¿Qué es lo que significa todo esto? —gritó Báron levantándose del trono.
—Padre, solo son personas, ¡es nuestro pueblo! Habían sido raptados y sus casas fueron destruidas por Alasia.
Reagan estaba parado frente al trono, intentando persuadir al Rey para que no dejaran a su suerte a sus súbditos.
—No solo son personas —Herea le informaba con voz calmada—, el general Elinar ha enviado desde muy temprano un mensajero y nos ha informado dónde han encontrado a estas personas, y después de ese mensajero, otro más ha llegado, con las noticias de que ha encontrado a la mujer que tomará tu lugar en la guerra contra Alasia.
—¿Una guerra? ¿Cuándo han decidido esto?
—Hemos derrotado un fiero dragón, si pudimos con eso, podremos contra un reino mediocre, que no hemos invadido por piedad a Celia, pero eso se acabó. —Báron seguía molesto. Tomó asiento.
—¿Qué harás con la tía Celia y Theódore?
—Esa mujer no es más que una ramera con delirios de grandeza —Báron mencionó con evidente desprecio—, y ese idiota mimado, solo es una rata... Una rata que en cuanto la libere, saldrá corriendo con sus asquerosas patas hacia su madriguera.
—¿Van a liberarlos?
—Por ahora tu padre ha decidido hacerlo, les tomará dos semanas llegar hasta su palacio, tiempo suficiente para que nosotros podamos prepararnos y preparar a la chica.
—Madre, no pueden hacer esto.
—¿Por qué no? —Báron preguntó—. Ella ha traído un dragón a mi reino.
—No tenemos otra opción, cariño —mencionó Herea.
—Siempre hay más opciones —discrepó—. Y padre, eso que dices acerca de la bestia, dudo que sea así. Ese dragón no pudo ser domado por una simple mujer, no tiene sentido. Sería más razonable si dijeras que sigues molesto porque la Reina Celia decidió atacarnos.
—No discutiré más esto contigo. En cuanto tomemos el reino de Alasia, tú te convertirás en el nuevo Rey.
—¿Pretendes hacerme Rey de Alasia?... Entonces también iré a la guerra y mancharé mis manos para tomar lo que deberá ser mío.
—De ninguna manera...
—¿Dónde está la jovencita? —Herea interrumpió la nueva discusión que se avecinaba entre su esposo y su hijo.
—No lo sé y si me disculpan, tengo que retirarme. —Se dio la vuelta para salir de la sala del trono antes de que explotara su ira.
—Debes traerla ante mí —dio la orden el Rey.
Reagan se detuvo, pero no se giró, siguió de espalda hacia sus padres. Lanzó un suspiro tratando de contenerse.
—Antes, asegúrate de que esté cómoda, dale una buena habitación, ella será quien luche en tu lugar, por lo menos debemos dejar que disfrute de una buena estancia —Herea mencionó.
—Sí, madre. —Reagan retomó sus pasos y salió de la sala.
—Indira —Herea llamó a su doncella.
—¿Sí, Su Majestad?
—Busca de inmediato a la joven que reemplazará al Príncipe en su tarea.
—Enseguida, mi Reyna.
—Dale un buen trato.
—Sí. —La doncella hizo una reverencia y se retiró para cumplir la orden.
La mujer se apresuró a buscar a la joven. Observaba por los pasillos a varias personas: hombres y mujeres junto con sus niños, que, acompañados por las doncellas de ayuda, entraban a los aposentos de la servidumbre. Sus apariencias sucias y encorvadas por el frío le hicieron sentir compasión por ellos. Pronto vislumbró a Dhobo, y junto a él, a dos jovencitas de buena apariencia. Una tenía un gran parecido al joven Príncipe, y supo de inmediato que se trataba de ella.
—Mi señor —dijo con elegancia al acercarse a Dhobo.
—Indira, sabes que odio que me llames así.
—Discúlpame, hermano.
—¿Estás bien?
—Sí. Veo que tú también te encuentras bien, eso me alivia.
—Sí, no tienes que preocuparte. —Le tocó el hombro y le dio una sonrisa tranquila—. Estoy bien.
Ella le devolvió la sonrisa.
—He sido enviada para encontrar a la joven que tomará el lugar del Príncipe.
—¡Entonces es verdad? ¿Quieren enviarme a la guerra en lugar del Príncipe? —Phoebe preguntó alarmada.
—¿De qué diablos hablas? —Soldara sonó inquieta.
—Sí, es verdad —mencionó Dhobo—. Han encontrado en ti, un parecido extraordinario con Su Majestad el Príncipe Reagan.
—¿Qué clase de Príncipe permite que alguien más tome su lugar? Y, sobre todo, que sea una doncella —Soldara preguntó.
—Uno muy cobarde me parece —dijo Phoebe, temerosa e indignada.
—Señoritas, espero no volver a escuchar ni una sola queja respecto al joven Príncipe o podrían castigarlas, y sobre todo, porque él no merece que se expresen así de su persona —soltó Indira con firmeza—. Ahora, yo seré quien se encargue de su estadía en el castillo, por favor, síganme. ¡Hasta pronto, hermano! —Colocó sus manos sobre su vientre y agachó ligeramente su cabeza al despedirse del soldado.
—Te veré después.
Dhobo se hizo a un lado, otorgando a las dos jóvenes el paso hacia donde su hermana se dirigía. Ellas le lanzaron una mirada tranquila, en forma de despedida y agradecimiento, y siguieron a la mujer.
☾
Braco entró a la plaza donde creyó que encontraría un horroroso escenario, con una multitud disfrutando de un asesinato. Sin embargo, al entrar, el silencio reinaba aquel lugar junto con la oscuridad de la noche. Solo el sonido de los cascos de su caballo, su respiración agitada, el canto de los grillos y algún que otro ladrido de un perro rompían el silencio. Su angustia fue disminuyendo y volvió su camino hacia el castillo. Al llegar, bajó de su caballo y entró sin demora. Podía percibir un ambiente extrañamente pacífico, pero a la vez tenso. Y mientras avanzaba por los pasillos, notó a dos damas que caminaban despreocupadas mientras conversaban respecto a un acto deshonroso del Príncipe.
—No es posible.
—Por supuesto que sí, te lo aseguro, el Príncipe lo ordenó. Y ahora tenemos que servirles a esos plebeyos —sonó un tanto disgustada.
Por la premura, fue lo único que Braco escuchó de esa conversación. Su cuerpo tiritó por el frío y lo mojado de sus ropas a causa de la nieve que había tenido que soportar durante el camino. Cuando se perdió en otro pasillo, dejando atrás a las doncellas, corrió hacia el almacén de armas, donde sabía que Dhobo se encontraría. En cuanto lo vio, caminó hacia él con elegancia y superioridad. No tenía deseos de que el resto de los soldados que ahí estaban vieran lo angustiado que se encontraba.
—¿Dónde están? —preguntó de inmediato.
—Amigo. —Dhobo le regaló una sonrisa amable.
—Dime que no seguiste sus órdenes. —No tenía tiempo para saludarlo.
—No lo hice —dijo tranquilo, desviando su mirada a la espada que sostenía, limpiándola con un trapo un tanto sucio—. Sin embargo, la Reina ha ordenado mantenerlas dentro del castillo. Será difícil que puedas volver a ocultarlas.
—Tú... ¿Sabes quiénes son?
—Es muy evidente para quienes conocemos lo que hiciste hace años.
—¿Quién más lo sabe?
—No lo sé. —Lo miró—. Posiblemente la otra persona que pudiera saber quiénes son, sería la Doctora real, pero no diría palabra alguna, quien sabe si pueda reconocerlas siquiera, mi madre nunca las vio de pequeñas. Además, el Príncipe ha decidido proteger a todas esas personas que han sido traídas aquí como prisioneros. Y en visto de que una de esas chicas será quien lo reemplace, seguro hará lo posible por cuidar de ella. Incluso ya les han dado un aposento.
—Dime ¿En qué habitación están?...
Braco salió de prisa al recibir la respuesta del verdugo, mientras que él, continuó dándole mantenimiento a las armas.
☾
—¡No es posible! —mencionó Soldara al reconocer aquella habitación.
—Señoritas, esta habitación ha permanecido vacía desde hace mucho tiempo. La Reina la ha enviado a limpiar para que ustedes puedan estar cómodas, hay sábanas nuevas y comida por aquella mesa. En el transcurso de la mañana enviarán muebles nuevos para su mayor comodidad.
—¡No! —Soldara casi gritó.
—¿Hay alguna razón para ello? —preguntó Indira con interés.
—No, solo... es que... Estas me gustan.
—Pero son muy feas —Phoebe dijo en un susurro—, y viejas.
—Estas me gustan, por favor, deje todo como está.
—De acuerdo, avisaré que no traigan otros. Ya es demasiado tarde, apaguen las velas y duerman. —Salió de la habitación cerrando tras de sí la puerta con sumo cuidado.
—¿Dormir? ¡Somos prisioneras! —protestó Phoebe.
Soldara comenzó a recorrer la habitación con nostalgia. Phoebe seguía hablando, quejándose de lo mal y viejo que se veía aquello para ser una habitación de un elegante castillo, pero Soldara no prestaba atención a sus palabras.
—Esta era tu cuna —dijo pasando sus dedos por las orillas de una canasta desgastada por el tiempo.
—¿Qué? —Phoebe observó la canasta y después a su hermana.
Los ojos de Soldara soltaron unas cristalinas gotas de agua.
—Esta habitación era de Artea. Aquí nos cuidó por mucho tiempo. Seguro fueron días angustiantes para ella.
Phoebe no tenía palabras, no sabía que podía decir ante los tristes recuerdos de Soldara. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Soldara recargó su rostro sobre el hombro de su pequeña hermana y se dejó acurrucar por la calidez de su cariño. Unos golpecitos tranquilos en la madera de la puerta las hizo separarse. Soldara se enjugó sus lágrimas y se quedaron quietas mirando hacia la entrada.
—¿Están ahí? —apenas se escuchó un susurro de una voz varonil.
—Es Braco —dijo Phoebe y se precipitó a abrir la puerta.
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