Capítulo 15. Sé quiénes son
—¡No! —Phoebe susurró.
Supo de inmediato las intenciones de los soldados, y con su magia alcanzó a uno de los bebés sin que la vieran. Lo rodeó y transportó al espacio que estaba detrás de ella, dentro de la abertura. Quiso hacer lo mismo con los otros dos, pero se quedó con la mano extendida... Elinar acababa de atravesar el pecho de uno, al igual que un soldado cortó de un tajo la cabeza del otro. Phoebe se cubrió la boca, aterrorizada por el despiadado asesinato de unos indefensos bebés. El pequeño dragón detrás de ella no emitía ruido alguno, como si supiera que su vida dependía de ello. Se pegaba a la pared de atrás, aterrado, deseando poder traspasarla para ocultarse por completo.
—¿Tenías que asesinarlo? —Braco haló del brazo a Elinar obligándolo a verlo de frente.
—¿Ahora qué te sucede? —¿No es esto para lo que vinimos? Tú y tu estúpida piedad me tienen cansado... Haz tu maldito trabajo. ¡Corten la cabeza del dragón! —gritó—. Es el presente del Rey —siguió diciendo sin desviar la mirada de Braco, hasta que terminó su oración.
Avanzó hacia la salida. Braco solo miró con angustia los cuerpos muertos de los bebés dragones. El soldado que había decapitado a uno de ellos, agarró la cabeza y la lanzó a uno de sus compañeros, luego agarró de los cuernos al otro dragón y también le cortó la cabeza.
—Serán trofeos —mencionó descaradamente.
Braco enfundó su espada y caminó delante del soldado.
—A todos, los quiero de vuelta por la mañana para recoger todo este oro —nuevamente Elinar emitió la orden.
Phoebe salió de su escondite en cuanto, los soldados, habiendo recogido los restos de sus compañeros caídos, se marcharon. Observó con angustia los cuerpos de aquellas magníficas bestias. El bebé dragón seguía oculto dentro de la ranura. Ella sacó su daga y la metió dentro del montículo de oro fundido, la movió de un lado a otro para que quedara cubierta por el oro caliente. La pasó por el filo de una piedra e intentó que el oro se quedara impregnado en la misma forma de la hoja. Después, con su magia, la enfrió, y apuñaló la roca que estaba frente a ella; la daga envuelta en oro resistió. La roca quedo marcada con una ligera ranura.
—Esto me servirá —dijo revisando la hoja—. Sino para defenderme, por lo menos podría venderla e irme lejos con mi hermana.
Los soldados, salieron de la cueva usando los escalones improvisados que había creado Phoebe.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Braco al llegar abajo, sonaba molesto—. Esta es mi campaña, yo estoy al mando, ¿por qué das órdenes a mis hombres?
—No parece que estés al mando —respondió Elinar al tiempo en que montó su caballo—. Sigues siendo débil, actúas como un débil frente a tus soldados —repitió enfatizando.
—Actúo con piedad y honor, algo que tú desconoces.
—¿Piedad? ¿De qué te ha servido la piedad? No estoy seguro de que eso te haya llevado a ser un General.
—¿Y qué fue lo que te llevó a ti?
—Obediencia sin cuestionar. Hago cada cosa que el Rey ordena, sin objeciones. —No esperó respuesta alguna, dando por terminada la conversación, espoleó y su caballo dio marcha.
Braco lo veía alejarse, pero enseguida Elinar se detuvo y cambió su rumbo. No le dio importancia y se montó en su caballo para continuar su camino hacia el castillo, sin embargo, escuchó los gritos de una mujer, seguidos de la voz de Elinar intentando callarla. Dio la vuelta para saber qué sucedía. Al llegar, reconoció a Phoebe, que luchaba por liberarse de Elinar... De un salto bajó de su caballo y corrió hasta llegar a los dos, que forcejeaban.
—¡No me toques! ¡Suéltame! —Phoebe se resistía y le mordió la mano a su captor.
—¡Maldita loca!— se quejó Elinar.
—¡Oye, oye! —Braco llegó, y halándola hacia él, la apartó de su primo.
Phoebe, al reconocerlo, se puso atrás de él, pegándose a su espalda, y él, con apariencia protectora, le hizo frente a Elinar.
—Yo la encontré. —Elinar apuntó hacia ella—. Es mía, yo la llevaré a la presencia del Rey. —Sacudió su mano intentando disipar el dolor que le provocó la mordida de la joven.
—No, ella se queda conmigo.
—Entiendo, quieres llevarte todo el crédito, pero no, está vez no, yo la llevaré y mostraré que es idéntica al Príncipe, y que podrán llevarla a ella a Alasia.
—¿De qué está hablando? —preguntó ella.
—Hablo de que eres idéntica al Príncipe y pueden usarte para ir a la guerra o para hacer la paz en lugar del heredero al trono.
—¡Rayos! ¿Qué? —Phoebe se alarmó.
—¿Cuál es el problema? —Reagan apareció, vestido con su armadura y casco.
—Su Majestad —dijeron los dos al mismo tiempo, pusieron su puño en su pecho e hicieron reverencia.
Phoebe al ver el acto, los imitó.
—No hay problema alguno, Su Majestad. —Elinar se adelantó a decir—. He encontrado a la plebeya que sugerí.
—¿Y el dragón?
—Hemos acabado con su vida —Braco dijo de inmediato.
—Y yo me lo he perdido —susurró mirando en otra dirección, con apariencia desilusionada—. Bien , ya no es una amenaza entonces. Vayamos al castillo.
—¡Su Majestad! —Llegó un joven soldado—. ¿Pero qué es lo que hace aquí? —dijo de manera chillona.
—He venido a ayudar, ¿no es evidente?
—El Rey está angustiado, porque no logran encontrarlo en el castillo. ¿Por qué se ha escapado, Su Majestad?
Reagan carcajeó al ver el rostro descompuesto del joven, por la angustia y el cansancio que mostraba por haber corrido tanto, intentando y suplicando, poder alcanzarlo.
—Yo me encargo de mi padre, ya no te preocupes y descansa. —Dio la vuelta dispuesto a marcharse.
Braco ayudó a Phoebe a subir al caballo y se marcharon de nuevo hacia el castillo. Elinar les lanzó una mirada y también subió a su caballo, y pasando de ellos, se adelantó.
En el camino, Phoebe levantó el rostro y logró alcanzar a ver al frente una horda de personas atadas que iban caminando, entre los cuales, había soldados de Alasia. Vio varios soldados de Góbera montados en sus caballos y otros más, caminando a los costados de los prisioneros, cuidando de que no intentaran huir. En uno de los caballos, montada, observó a Soldara.
—Es Soldara —le dijo a Braco.
Él levantó la vista hacia donde apuntaba Phoebe.
—Dime que sucedió, ¿por qué ella va ahí?
—La... desgraciada de Miserata nos vendió al reino de Alasia. —Apretó los labios—. Nos llevaron prisioneras, pero pude sacar a todas esas personas de las jaulas. Nos escondimos en una cueva, solo que no sé qué sucedió, cuando volví, ellas ya no estaban.
Braco no quiso preguntar más, creyendo que Phoebe había salido de la cueva para hacer sus necesidades biológicas, no quería ser impertinente al preguntar por qué había salido.
—Bien. —Espoleó y se adelantó al resto de los soldados para llegar a la par de Soldara.
Los ojos de la joven se iluminaron al ver a Phoebe junto a Braco.
—¡Hermana! —Detuvo el caballo y se bajó de un salto.
Phoebe se sujetó de la cintura de Braco y bajó resbalando de a poco y corrió a su encuentro. Braco bajó del caballo y le dio las riendas a uno de los soldados. Después del efusivo abrazo de las dos jóvenes, fue su turno de ser rodeado por cuatro brazos que lo estrujaron, con sonidos de alegría y acompañados por amplias sonrisas.
—Gracias por encontrarla. —Soldara le sonreía con unos bellos ojos brillantes—. ¡Y tú! —Golpeó en la cabeza a Phoebe, con fingida molestia—. ¿Por qué te alejaste de la cueva?
—Lo siento. —Hizo un puchero, sobándose la cabeza—. No podía dormir y salí un momento.
—Sí, ya lo noté.
—Ya, niñas, no discutan. Ahora estamos en problemas.
—Es verdad, ese loco quiere llevarme al castillo... —Soldara se cubrió la boca cayendo en cuenta de lo ocurrido. Sus ojos se nublaron y se abrazó de nuevo a él—. ¡Braco!
—¿Qué sucede? —preguntó alarmado al sentir a Soldara llorar en su pecho.
—¿Soldara? ¿Qué sucede, hermana? —Phoebe se unió de nuevo a ellos en un abrazo preocupado.
—Es la abuela... La abuela...
Los tres se separaron, Braco miraba a Soldara, impaciente, al igual que Phoebe.
—¿Qué pasó? —Braco sonó más frío.
—Los soldados de Alasia la hirieron y ella... no sobrevivió.
—¿Qué? —Braco sintió la angustia recorrer todo su ser.
Tomó las riendas del caballo de las manos del soldado y se subió de un ágil salto. Espoleó de prisa haciendo al caballo relinchar, logrando que saliera a toda velocidad. Detrás de él, otro caballo salió disparado; Elinar lo seguía.
—No hay tiempo de estar tristes. —Phoebe haló del brazo a Soldara.
—¿Qué haces? —Sorbió su nariz.
—Tenemos que ir con él.
—¿A dónde creen que van? —Miserata se atravesó frente a ellas cuando estaban por subir al caballo en el que antes iba Soldara, halado por la misma mujer.
—Aléjate de nosotras, horripilante mujer —gruñó molesta Phoebe al reconocerla.
—¿Horripilante? —Miserata abrió los ojos como dos grandes platos—. Voy a enseñarte lo que de verdad es ser horripilante... —Levantó la correa de la rienda del caballo para encestar un golpe a Phoebe.
La joven se cubrió por inercia y entrecerró los ojos sintiendo anticipadamente el dolor que le causaría la áspera cuerda.
—¿Qué sucede aquí? —Un soldado detuvo a tiempo la mano de Miserata—. ¿No se supone que estás a cargo de esta mujer? —Miró a Soldara que, con firmeza, se había puesto frente a Phoebe para recibir el azote en su lugar—. ¿De mantenerla a salvo y bien cuidada?... Esas fueron las órdenes del General Elinar, ¿no es cierto?
Miserata no respondió.
—Ahora vendrán conmigo.
—Pero, Braco... —Phoebe apuntó hacia donde Elinar y Braco habían desaparecido.
—Los Generales pueden cuidarse solos. Ahora ustedes dos están bajo mi cuidado, síganme. —Se dio la vuelta.
—¡Vamos, verdugo! Tú no podrás cuidar a estas inútiles.
—Le sugiero que se preocupe por usted misma. —Se volvió hacia Miserata al decirlo—. Creo que no tengo que recordarle que ella era el pase hacia su libertad, así que debido a que ya no está a su cargo, será nuevamente puesta en prisión. ¡Vamos, señoritas!... Tú, métela a la jaula —ordenó a un soldado.
Phoebe y Soldara se tomaron de la mano y pasaron de largo junto a ella. La mujer las devoraba con la mirada. Ellas, sin titubear, sostuvieron esa mirada pesada, cargada de odio y resentimiento.
—Son unas ingratas... ¡Yo cuidé de ustedes toda su vida! —gritó al momento en que el soldado la tomó del brazo para encerrarla—. Desde que ese soldado estúpido apareció en mi puerta, ustedes fueron mi martirio y, aun así, ¡las cuidé!
—¿Nos cuidaste? —Soldara se regresó y encaró a la mujer. Su rostro estaba enrojecido por la ira—. ¡Nos esclavizaste, eso fue exactamente lo que hiciste! Nunca cuidaste de nosotras, nos obligaste a trabajar por horas bajo el sol, sin comida y sin agua. Todo lo que Braco traía para nosotras, ¡todo lo vendías!, ¡todo! Y no nos permitías tomar nada, me obligabas a cocinarte cuando llegabas vomitando de ebria, y nos golpeabas, ¿ya no lo recuerdas?
—Esta vez nos vendiste a unos soldados —Phoebe se acercó respaldando a Soldara—. ¡Y adivina qué! Ya no somos de tu propiedad ¿Entiendes lo que digo?
—¡Oye, tú! —el soldado, que había estado presenciando la discusión, llamó a otro.
—¡Sí, verdugo!
—Ayúdale a tu compañero a llevarse a esta mujer, me parece que hay varios cargos en su contra, quizá unos azotes no sean suficientes. Llévenla de una vez al castillo, la quiero en una celda sin comida y sin agua por tres días. Y después de presentar, ante el Rey, las acusaciones que he escuchado, recibirá un castigo más severo.
El soldado de inmediato acató la orden y tomó del otro brazo a la mujer.
—¡No, no, suéltenme, malditos! —gritaba Miserata al ser casi arrastrada por los dos guardias.
—¡Muévete y guarda silencio!
Se escuchaba el batallar de los soldados para llevarla a la carreta que hacía de prisión donde también iba el consejero de la Reina Celia y sus dos acompañantes, a quienes también llevarían de inmediato al castillo.
Phoebe y el verdugo aún les seguían con la mirada.
—¿Están bien? —él se dirigió hacia las jóvenes.
Soldara ocultaba su rostro entre sus cabellos.
—Sí, gracias —contestó Phoebe, volviendo su vista hacia el verdugo.
Sutilmente miró a Soldara sin saber por qué agachaba la cabeza. El verdugo siguió su mirada y reparó en Soldara.
—Las dejaré un momento —mencionó para darles tiempo de reponerse—, cuando estén listas partiremos.
Phoebe afirmó con un gesto al tiempo en que tomó a su hermana abrazándola por los hombros.
☾
Braco no esperó a que el caballo se detuviera completamente y se bajó dando un brinco seguido de una enérgica carrera hasta su hogar. Empujó la puerta y entró, pero en aquella cama, donde logró ver manchas de sangre, no había nadie. Salió de prisa de la choza mirando en todas direcciones y se encontró con Elinar que también avanzaba hacia la casa.
—¿Lo sabías? ¿Lo sabías? —gritó desde lejos caminando con rapidez hacia su primo.
—Por supuesto que lo sabía, era mi madre.
—¿Por qué no dijiste nada?... Yo... pude haberme despedido. —Se detuvo con los brazos caídos, miró al cielo para luego dejarse caer, quedando en cuclillas, abatido, y comenzó a llorar. Después de unos segundos, se sostuvo las piernas impulsándose para levantarse de prisa. Limpió con ira su rostro—. ¿Dónde está?
—Seguro ya le dieron sepultura. —Lanzó su mirada a lo lejos, en dirección hacia donde enterraban a sus muertos.
Braco siguió su mirada y salió disparado hacia el lugar, donde encontró algunas personas que seguían llorando por sus familias. Una mujer lo vio llegar y de prisa apuntó hacia una pequeña cruz que adornaba un montículo de tierra.
—¡No! —dijo entre lágrimas, dirigiéndose hasta ahí, la noticia se había sentido irreal hasta que vio la tumba. Con gran pesar, se arrodilló ante la cruz. Enterró sus dedos en la húmeda tierra y apretó—. ¡Lo siento, lo siento!, no estuve para protegerte. Perdóname... ¡Lo siento!
Se sentó y enterró su rostro entre sus manos, llorando su terrible pérdida y a la vez, dándole las gracias desde su corazón a aquella mujer que lo crió con tanto amor, hasta que fue reclutado antes de sus dieciocho años. Por último, después de unos minutos, y logrando controlarse, se despidió de su tía, depositando con su mano un beso en la áspera cruz de madera.
Caminó de regreso, afligido, con una sombra sobre su ser. Encontró a Elinar fumando parado en la puerta de su casa, tenía una hoja de papel amarillenta en sus manos, y lucía un rostro que no pudo descifrar si era de angustia, felicidad, enfado o todo a la vez. No prestó más atención y siguió hasta su caballo. Elinar llegó hasta el suyo y sacó de sus alforjas un pequeño cofre de madera y metió la misma hoja amarillenta que leía.
—Te reto a una carrera hasta el castillo —Elinar dijo un poco serio.
Braco no respondió y subió a su caballo.
—Apuesto a que no rechazarás mi reto después de lo que te diré... —volvió a hablar al ver la seriedad de su primo—. Siempre supe que no tenías el corazón para deshacerte de un par de brujas; dos insignificantes niñas que en algún momento iban a morir de cualquier manera.
» No obstante, tuviste la oportunidad de hacerlo de una manera piadosa, en lugar de que fueran colgadas o quemadas por el Rey ante una multitud de personas morbosas por la muerte de las brujas, creyendo que ese par se lo merece.
—¿De qué diablos hablas?
—El verte tan protector con un par de niñas, abrazados como si ellas fueran todo tu mundo, me hizo pensar en cosas, y que una de ellas haya llamado a mi madre; "abuela", ha confirmado mi teoría.
Braco escuchaba con atención, esperando que no fuera lo que temía.
—Por eso vine aquí, detrás de ti para retrasarte cuanto me sea posible —continuó Elinar—. Le ordené a tu buen amigo Dhobo, que llevara a la presencia del Rey, a un par de jovencitas, cuya sangre es de brujas y que su soldado no pudo eliminar cuando él se lo ordenó.
—¡Eres un maldito! —Braco dio prisa a su caballo al tiempo en que maldecía a su primo.
—Eso, Braco, corre, ¡salva de nuevo a esas brujas! —gritó viendo a su primo desaparecer—... Si es que puedes —dijo en voz baja para él mismo.
La noche caía sobre la espalda de Braco. El soldado apresuraba con avidez a su corcel que resoplaba cansado.
—Lo siento amigo, por favor ayúdame —le decía con frecuencia a su compañero. Y en su súplica rogaba al cielo poder llegar a tiempo al castillo y evitar un terrible desenlace para aquellas niñas que juró proteger hasta con su vida.
Al pensar en Soldara y Phoebe siendo asesinadas, un nombre saltó a su mente... «Artea, ayúdame».
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