25. Lealtad al nuevo Rey

Las manos de Celia temblaban. El rollo que sostenía le había causado un impacto mucho más angustiante que la muerte de su marido. De alguna manera sabía que, con el descenso del Rey, Theódore subiría al trono y ella pasaría a ser la Reina Madre Regente, algo que siempre había pretendido, y, aunque el hecho era que, la noticia de la muerte de la Princesa Bartha no cambiaba su destino de que al final ella asumiría el trono con su hijo, su instinto le decía que algo estaba mal.

No le parecía posible que el mismo día en que el Rey había salido de Alasia, Bartha fue asesinada. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién estaba detrás de todo esto?

Había pasado una hora desde la muerte del Rey. Su consejero preparaba su funeral. El cuerpo de Alaric estaba situado sobre una pila de leños, ahí quemarían su cuerpo. Los soldados estaban fuera de sí, discutiendo y exigiendo justicia por la muerte de su monarca. El campamento estaba desestabilizado.

El consejero ingresó a la tienda donde Celia estaba leyendo la noticia en aquel rollo, que minutos atrás, había sido entregado por un mensajero de Alasia, enviado por los miembros de la Junta Suprema. Los nobles y aristócratas que formaban la Junta Suprema, ahora se encargaban en el Reino de Alasia de elegir a quien regiría en el lugar de la Princesa Bartha, pues hasta ese momento, no estaban enterados de la muerte del Rey. Tardaría una semana en llegar la noticia, que el Consejero Real de Alaric, se había encargado de enviar.

—Ya es hora, Su Majestad —dijo el consejero.

Celia le miró y enrolló la carta que sostenía.

—En un momento iré —dijo y le entregó el pergamino al mensajero.

El hombre, quien había llegado una hora después del soldado que había asesinado a la princesa, hizo una reverencia al recibir la carta.

—¡Quémala! —dijo Elinar.

Celia se giró para ver al General, estaba confundida.

—Su Majestad —insistió el Consejero.

—Dije que enseguida iré —le contestó—. Dígame, General —se dirigió a Elinar—, ¿por qué debería quemar el pergamino?

—Ya hay un revuelo por lo ocurrido, dudo que desee que su ejército se descontrole aún más, y que no podamos rescatar a su hijo por el desorden. —Más que una sugerencia de advertencia, Elinar había lanzado una amenaza.

Celia lo comprendió.

—Bien. ¡Quémalo! —ordenó.

—Sí, Su Alteza.

Celia salió de la tienda y tras ella, el Consejero y Elinar.

Los Soldados de Élite rodeaban el cuerpo de Alaric, algunos llevaban consigo el estandarte real. Celia se situó frente al Rey y le acarició el rostro. Una lágrima falsa rodó por su mejilla. No sabía por qué, pero alguien estaba limpiando su camino, facilitándole el ascenso al trono. Esto era lo que había querido que sucediera desde hace años, y ahora estaba pasando sin darle oportunidad de asimilarlo.

Estiró su mano hacia el soldado que sostenía la antorcha que daría fin a la evidencia de la existencia del Rey. El soldado se la entregó, ella la colocó con sumo cuidado y calma en los leños. El fuego se extendió de inmediato, quemando a toda prisa la ropa de Alaric y su piel. Su cabello crepitaba al unísono de los leños. Celia, aunque sentía el fuego muy cerca, no hizo por alejarse, siendo el consejero quien se acercó y la guio llevándola un poco hacia atrás.

La corona del Rey reposaba sobre una almohadilla dorada, en las manos de un General.

—¡He aquí el traidor! —gritó un hombre.

Todos se giraron hacia quien gritó.

Dos soldados traían, tomado por los brazos, a un hombre sin camisa, su piel lucia azul por el frío y temblaba; a penas se movía. Una capucha cubría su rostro, e iba con sus manos atadas hacia atrás. Elinar se acercó de prisa a sus soldados.

—Lo hemos alcanzado, General, estuvo a punto de llegar a la torre donde estaban los vigías de Góbera.

—¡Muerte al traidor! —gritó alguien en alguna fila.

—¡Sí, muerte al traidor!

Gritó el resto de los soldados de Alasia, sin percatarse que el que había gritado primero, era uno de los soldados de Elinar, para provocar un revuelo e incitarlos a exigir "justicia".

Celia se acercó un poco al hombre, no estaba segura, pero algo en ese prisionero le parecía familiar.

—Yo, Príncipe y futuro Rey de Góbera —sentencio a este hombre a muerte por decapitación —proclamó Elinar.

—Góbera a asesinado a nuestro Rey, ¿no te convierte eso en un traidor? —habló con firmeza un Soldado de Élite—. ¿Qué te hace creer que nosotros creeremos en ti? Podemos aplastarte justo ahora.

Elinar le dio una mirada a Celia.

—Silencio —ordenó la Reina—, el Príncipe Elinar, ha estado ayudando a su Reina a intentar salvar al Príncipe, ¡su Príncipe Theódore!, ¡mi hijo!... De las manos del Rey Báron. Él está de nuestro lado, y él es quién nos ayudará a entrar a Góbera para tomar lo que debió ser mío.

El prisionero levantó la cabeza e intentó hablar, se jaloneó varias veces de las manos de quienes lo sujetaban con firmeza. Intentaba gritar, pero también iba amordazado. Un soldado lo golpeó en el estómago. Él se dobló por el dolor.

—Es el mejor momento para vengar a su Rey, Su Majestad Celia, o, ¿qué mejor momento habría, sino ahora?, justo cuando mi tío, el Rey Alaric está siendo incinerado.

—¿Su tío? —se escucharon murmullos.

—Sí —confirmó el General, yo soy el hijo de Báron, sobrino de su Reina y sucesor al trono de Góbera por derecho. Es por eso que me atrevo a dar todo el apoyo a Alasia, y me comprometo a mantener la alianza que mi padre rompió.

» Liberaré a mi primo, el Príncipe Theódore. Y ahora, doy todo el poder a la Reina sobre este hombre que nos ha traicionado, asesinando al Rey e intentando huir para dar sobre aviso al Rey Báron, y provocar que ataque a nuestro ejército.

» La venganza es suya, mi Reina —dijo extendiéndole su espada.

Celia la tomó con manos temblorosas. ¿Cuál era el plan en todo esto? ¿Qué intentaba lograr Elinar al seguir con su engaño de que Theódore seguía encerrado en los calabozos de Góbera? Ella no lograba descifrarlo.

—Traigan el tronco —ordenó uno de los soldados que sostenía al "traidor".

Dos soldados aparecieron, cargando un tronco de aproximadamente cuarenta centímetros de diámetro y lo colocaron en el suelo, frente a Elinar. Uno de los soldados empujó al traidor, haciéndolo avanzar. Elinar se movió para darles lugar a que lo situaran frente al tronco, donde él estaba parado.

El soldado le golpeó con una patada en las corvas, haciéndolo arrodillarse. El prisionero emitió gemidos desesperados bajo la mordaza, intentaba gritar, suplicando. Elinar lo tomó de la nuca y lo obligó a inclinarse, azotando su cabeza sobre la superficie plana del tronco.

Lo sostuvo ahí, y le subió un poco la capucha, tan solo para dejar su cuello expuesto. El prisionero se agitó de un lado a otro y lanzaba angustiantes gritos ahogados. Elinar le dedicó una mirada a Celia y le sonrió de una manera escalofriante...

Celia no estaba segura. Sostuvo la espada con ambas manos y esta vibró ante su temblor.

—Su Majestad —dijo Elinar—, seguiremos su ejemplo contra las fuerzas de Góbera para liberar a Theódore.

Celia sabía que Elinar nombraba a su hijo como advertencia de que, si no hacía lo que le estaba diciendo, el Príncipe moriría. El prisionero lloraba. Elinar se inclinó hacia él...

—Si dejas de moverte, juro que dejaré que vivas —le dijo al oído, en un susurro.

El hombre, con el temor hasta el cielo, tuvo esperanza de que así fuera. Elinar dejó de sostenerle la cabeza y él se quedó quieto. El silencio se sintió eterno sin saber si de verdad lo dejaría libre. Elinar miró a Celia y le hizo una seña con la mano, dándole paso a situarse junto al prisionero. Ella se movió hacia delante con pasos tardos. Nunca había tenido que levantar la espada contra nadie, muchas veces disfrutó ver una ejecución, pero ahora se daba cuenta de que no era lo mismo contemplar la muerte como si estuviera en un circo, a ser ella quien cometiera el asesinato. Incluso, alguna vez se sintió orgullosa de que Bartha creyera que ella había asesinado a su padre, el Rey Bernabé, pero ella estaba muy lejos de ser una asesina.

No se atrevía, no directamente. Y la única vez que lo hizo, había sido un trabajo para la Guardia Real de Élite, manipulándolos por medio de un mandato escrito. Robó de la mano moribunda de su padre, su anillo real, con el que firmaba sus decretos, y falsificando uno, se lo dio a sus más allegados guardias, diciéndoles que por orden del Rey Leoric, debían asesinar al bastardo del Príncipe Báron y a su amante. Ella había descubierto a Benjamín visitando continuamente una aldea, y la curiosidad la llevó a encontrarse con la sorpresa de que ahí, habitaba Aleya. Y así se llevó a cabo la orden y su venganza.

Estaba a punto de dejar caer la espada, pero no tenía el valor de ejecutar al hombre.

—Mi Reina —dijo Elinar levantando una ceja.

—Su Majestad —interfirió el Consejero Real. Le pareció que sucedía algo extraño entre ellos dos.

Elinar suspiró y volvió a dirigirle una mirada exasperada a Celia. Ella, armándose de valor, sin dejar que ni su instinto ni su mente la guiaran, dejó con fuerza caer el filo de la espada contra el cuello del traidor. De un tajo separó la cabeza del torso. El cuerpo se quedó moviendo espasmódicamente por unos segundos mientras que la cabeza, envuelta en la manta, rodó algunos centímetros.

Celia se quedó inmóvil, un tanto encorvada, con las rodillas flexionadas y la espada apuntando al frente. El Consejero Real suspiró, casi con lástima al ser testigo de lo mucho que le había costado a la Reina llevar a cabo la ejecución.

Elinar se veía orgulloso. Un soldado se acercó a ella y le quitó con calma la espada, de la cual, cayeron algunas gotas de sangre que tiñeron la nieve de rojo.

—Lleven a Su Majestad a sus aposentos, asegúrense de que descanse —ordenó Elinar.

Lea, que estaba atrás observando angustiada, se apresuró a sostener a Celia, y la dirigió con cuidado hasta su tienda.

—Nuestra Reina ha tomado venganza, es un ejemplo a seguir, con valentía iremos al frente para liberar a nuestro Príncipe Theódore. Prepárense para marchar...

Un grito de batalla se escuchó al Unísono. Elinar se sorprendió de haber logrado aquella reacción en el ejército.

Más allá de las primeras filas, los soldados no estaban enterados de lo que sucedía al frente, pero Elinar se encargó de enviar a sus soldados para ponerlos al tanto de todas las noticias, manipulando a su antojo la información.

—El Rey ha caído a manos de Góbera. El Príncipe ha caído a manos de Báron, y la Princesa Regente Bartha, ha sido asesinada. —Eran las nuevas para el ejército—. El Príncipe Elinar es ahora el único en la línea de sucesión de Alasia, y futuro Rey también de Góbera. Él nos abrirá las puertas del reino para tomar nuestra venganza.

—Lleven el cuerpo del traidor a la tienda de la Reina —ordenó Elinar en un susurro a su soldado.

Los mismos que lo habían llevado, levantaron el torso y la cabeza, los llevarían a tirar al bosque para que los animales se comieran los restos, esto, según la orden que había dado el General en voz alta, para que aún en su muerte, no lograra encontrar descanso, asegurando, que no era merecedor de ser enterrado.

Elinar fue detrás de ellos y, ordenó que, esperaran a que él sacara a la Reina de sus aposentos, y después, colocaran el cuerpo dentro.

—Su Majestad —mencionó en cuanto entró.

Celia estaba sentada en su cama, con la mirada perdida.

Lea estaba a su lado, le sobaba los hombros intentando que saliera de su trance.

—La Reina no está en condiciones —dijo con voz molesta.

—Sal de aquí —Elinar solicitó.

—Yo no obedezco a sus órdenes —contestó Lea, de forma rebelde y continuó consolando a su Reina.

Elinar, aún con el odio hacia ella, quemándole las entrañas, por haber asesinado a su hijo años atrás; ahogándolo en el arroyo, se asomó a fuera de la tienda y con una seña, hizo que dos de sus soldados entraran.

—Llévensela de aquí, y diviértanse —dijo al tiempo en que llevó sus manos hacia su espalda y se irguió orgulloso.

—¿Qué? —Lea se puso pálida—. ¡Su Majestad! —Sacudió a Celia—. ¡No lo permita, Su Majestad!

Pero Celia ni siquiera la miró.

Los dos soldados, emocionados por aquel permiso, se acercaron a ella, sonriendo, aproximándose como buitres a la carne podrida. La tomaron por la fuerza y se la llevaron a rastras. Lea se resistía, gritaba y maldecía al General.

—¿Dónde está mi hijo? —dijo Celia, aún perdida.

—Lo verás pronto, sin embargo, hay otra cosa que necesito que hagas.

—¡¿A qué diablos estás jugando?! —gritó levantándose de la cama.

—Te juro, que en cuanto termines lo que quiero que hagas, te dejaré ver a tu hijo.

—No voy a hacer nada más hasta que vea a Theódore.

—Estoy seguro de que no querrás que devuelva al Príncipe a la montaña, así que ahora mismo saldrás ante el ejército y abdicarás del trono.

—¿Estás demente? Nunca haría eso, además es Theódore el siguiente en la sucesión. Yo no podría... —se quedó callada, por fin lo pudo comprender...

Si Theódore no estaba en posición de asumir el trono, ella era la que debía tomarlo. Pero, si abdicaba, el siguiente sería Elinar, el ser ella la Reina de Alasia, eso convertía a su familia, directa e indirecta, en sucesores.

—Ya lo entendiste —dijo él, con orgullo, al notar la expresión de la Reina—. No solo soy el sucesor de Góbera, sino también de Alasia, así que, si quieres ver de nuevo a tu hijo, vas a cederme todo el poder sobre este ejército, y me darás la corona.

—No, no haré una cosa como esa. Yo lideraré a mi ejército y tomaré el trono de Góbera.

Elinar carcajeó.

—Ni siquiera pudiste ejecutar a un desconocido sin que tus manos temblaran, ¿crees que serás capaz de tomar el trono, derramando sangre con tus propias manos? Y no una cualquiera, sino la de tu propio hermano.

Celia lo pensó.

—Dime una cosa —agregó el General—, ¿quién crees que asesinó a la Princesa de Alasia?

—¿Fuiste tú? —Celia preguntó, consternada. Sospechaba que aquella interrogante no era por casualidad.

—Eso sería una confesión. Pero, estoy seguro de que eres bastante inteligente y sabes la respuesta a esa pregunta.

—¿Cómo?... ¿Por qué? —preguntó por inercia ante su propio desconcierto, que, aunque ya había comprendido el propósito del General, de ser él quien tomara el trono, había algo más bajo toda esa intensión que no lograba deshilar.

—¿Te gustaría ver el rostro del maldito que asesinó al Rey Alaric?

—Ambos sabemos quién fue.

—Sí, pero tú ejecutaste a un hombre, ¿no te gustaría ver el rostro de ese inocente que decapitaste para salvar la vida de tu hijo? Eso te servirá mucho, para que de una vez puedas entender si serás capaz de liderar este ejército contra tu hermano.

» ¡Entren! —ordenó.

Los soldados inmediatamente entraron cargando el cuerpo y lo arrojaron junto a Celia y luego aventaron la cabeza.

Ella se quedó ahí congelada, sin saber que debía hacer. Un soldado se apresuró a agacharse para quitarle la capucha a la cabeza, pero no llegó a hacerlo, Elinar lo detuvo.

—Antes, ven conmigo. —Estiró su mano hacia Celia—. Es hora de mi coronación.

—He dicho que no lo haré.

—Bien, "tú tienes la vida de tu hijo en tus manos". Lleven al Príncipe Theódore de nuevo a la montaña —ordenó.

—¡No! —se apresuró Celia a decir, temerosa—. Te entregaré la corona, solo déjame verlo.

—Después de que me hayas entregado el poder.

No dijo más, se dio media vuelta y salió de la tienda. Celia, sin más opción, le siguió. Dio un paso por encima del cuerpo del traidor, salvándolo.

Al llegar al punto donde se había cremado el cuerpo del Rey, estaban todos los soldados de élite reunidos.

—Su Majestad —saludó el Consejero—. ¿Se encuentra bien? —preguntó al verla tan nerviosa y angustiada.

El resto hizo una reverencia hacia ella.

—Una terrible noticia ha llegado —Elinar levantó la voz—, y debido a ella, Su Majestad, la Reina, no está en condiciones para llevar sobre sus hombros tan pesada carga de guiar al ejército a la batalla.

—Un mensajero de Alasia ha llegado esta mañana.

Estiró su brazo, un soldado se acercó entregándole un pergamino. Celia se confundió aún más, era el mismo que Elinar había sugerido quemar.

—Un comunicado tan terrible —continuó—, ¿quién se atrevería a llevar a cabo tan cruel acto? ¡No lo sé! Sin embargo, la noticia es cierta, el emisario llegó gravemente herido y después de honorablemente cumplir con su deber, su vida expiró —mintió.

Él lo había asesinado para impedir que dijera cualquier cosa que pudiera llevar a conocer la identidad de quién había asesinado a Bartha, y evitó que el pergamino se quemara para ser él quien diera la noticia, justo en aquel momento en que lo estaba haciendo. Y así quedar como un héroe ante las fuerzas Alasianas.

—En esta carta —continuó—, se expresa la terrible pérdida de nuestra amada Princesa Bartha. Un cruel acto y traición que no pasaré por alto. ¡Han asesinado a vuestro Rey! ¡Y ahora, a vuestra Princesa!

Celia no entendía, su confusión la atormentaba. Hubo más revuelo por la trágica noticia.

—No obstante —siguió Elinar—, Góbera no se ha quedado sin hacer nada más. Un guardia, leal a mí, que mantenía relación aún con mi padre, esta misma tarde ha venido con el más despiadado anuncio... El Rey Báron... —fingió no poder continuar, cambió falsamente su semblante serio a uno indignado—... ha ejecutado a todas las fuerzas de Alasia que mantenía cautivos, no conforme con ello, ¡ha decapitado a vuestro Príncipe Theódore! ¡Una clara invocación a la guerra!

Celia le miró aterrada. Se dejó caer. ¿Era una amenaza cumplida? ¿O solo lo decía para obtener la lealtad del ejercito? Y no solo eso, sino que era un plan perfecto para llevarlo al trono.

—Su Majestad —Elinar se agachó ante Celia, le acarició un brazo y luego le dio un ligero apretón, fingiendo consolarla.

—Dime que no le hiciste nada a mi hijo —suplicó llorando, pero en voz baja.

—Juro por mi vida que yo no lo he tocado —le susurró con una apariencia segura, fingiendo bondad.

Aunque aquella afirmación no le quitó del todo el miedo, le tranquilizó y se apresuró a cumplir lo que Elinar quería que hiciera. Ya había comprobado de lo que sería capaz y no estaba dispuesta a seguir arriesgando a su hijo solo por el poder de una corona.

Elinar le ayudó a levantarse. El consejero se acercó a ella, quería hablarle, preguntarle que estaba sucediendo. Sospechaba de Elinar, pero no se atrevía a hacer ninguna cosa que la Reina no le ordenara, es decir, a actuar por su cuenta.

—Trae ahora mismo la corona —dijo Celia entre sollozos.

—¿Qué piensa hacer, Su Majestad?

—Lo necesario para vengar la muerte de nuestro Rey.

—Por favor, no haga algo precipitado, tengamos una reunión a solas.

—¡Trae la corona, ahora! —repitió empleando un tono molesto.

—Sí, Su Alteza —contestó y lanzó un suspiro.

El Consejero se acercó a su mozo y le ordenó ir por la corona. El joven no demoró en regresar y se la entregó. Él, tomó la almohadilla con ambas manos y haciendo una reverencia, se la presentó a Celia.

—¡Este día será registrado en la historia! Los escritos contaran del glorioso día en que el Príncipe Einar ascendió al trono de Alasia, llevando el reino a la victoria contra el asesino de su Rey, y de sus príncipes.

» Hoy, yo la Reina Celia de Alasia, abdico del trono y se lo entrego al Príncipe Elinar. Todo el ejército ahora estará bajo su mando. —Tomó con cuidado la corona y se dirigió hacia el General.

Elinar se agachó un poco para que Celia pudiera alcanzarlo.

—¡Larga vida al Rey! —dijo la Reina, poniendo la corona que pertenecía a Alaric, en la cabeza del General Elinar.

Él se irguió, con el rostro lleno de maldad; ¡una mueca maliciosa se dibujó en su sonrisa! Su pecho se hinchó rebosante de orgullo al contemplar que había logrado su plan.

Con pesar, el Consejero gritó la misma frase que Celia, e hizo una reverencia.

—¡Larga vida al Rey! ¡Larga vida al Rey! ¡Larga vida al Rey! —gritaron todos al unísono y se inclinaron ante él.

Celia también hizo una ligera reverencia.

Elinar la miró con arrogancia y desprecio.

En las filas traseras, en el campamento donde todos descansaban, comían y bebían, no se alcanzaba a escuchar que estaba sucediendo lejos de ellos, pero, Elinar, encargándose de nuevo de hacerlo pregonar, envió a varios soldados a hacer que, en su representación, juraran lealtad al nuevo Rey. 

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