24. Vuela conmigo


Phoebe emergió de su magia apareciendo dentro de la cueva de dragón.

—¿Hola? ¿Estás aquí?

Observó los cuerpos putrefactos que seguían ahí. ¡Estoy harto de comer peces! Escuchó la voz en su mente. El dragón aún no se percataba de su presencia.

—¿Hola? —volvió a gritar.

Hizo un movimiento con su mano e hizo desaparecer los cuerpos descompuestos, tanto el del caballo, como los de los tres dragones, y caminó adentrándose más. Los cristales seguían brillando y adornando el techo, la fuente de peces seguía fluyendo. Giró un poco a su izquierda y vio al dragón.

Él dormía cómodamente, echado en el suelo, su respiración era pausada, pero resonaba fuerte. Phoebe se dio cuenta de que más de la mitad de la montaña de oro ya no estaba y se preguntó qué había sucedido con él. Se sentó cerca de la mejilla del dragón; en el espacio que quedaba entre su hocico y su brazo extendido hacia delante y se recargó en su bíceps, contemplándolo.

El dragón despertó al sentir el tacto en su brazo.

Su ojo izquierdo se movió hacia ella y levantó la cabeza, girándola un poco y con cuidado para evitar tocarla, pero verla con claridad.

—Hola. —Phoebe le sonrió—. ¿Qué soñabas?

—Hija de la Luna —saludó el dragón.

—¿Ya no te apetecen más peces?

El dragón volvió a recostar su cabeza.

—Estoy satisfecho de ellos.

—Bueno, ¿y por qué no sales de aquí a cazar algunos bocadillos? Podría ir contigo —sugirió.

—¿Qué haces aquí, hija de la Luna?

—No es que me disguste, pero tampoco me agrada mucho que me sigas llamando así, puedes llamarme Phoebe. —Levantó sus rodillas y recargó en ellas sus brazos y por consiguiente su barbilla. ¿Cuál es el tuyo?

—No tengo uno...

—¿Tú mamá no te puso uno...? —Cerró de inmediato los labios al saber que su pregunta fue imprudente—. La mía tampoco tuvo oportunidad de ponerme uno —dijo, sintiéndose identificada con él—. ¿Tienes hambre? ¿Con qué te diviertes aquí a dentro? —le preguntó, imaginándose lo horrible que sería estar ahí solo, pensó en su propio aburrimiento encerrada en la habitación del castillo—. Dime... ¿Qué te gustaría comer?

No entendía por qué de pronto sentía tanta curiosidad por saber más de él.

—Haces demasiadas preguntas, hija de... Phoebe.

—¿Te gustaría comer algo en particular?

—Déjame dormir.

—¿Y qué tal...? —preguntó, analizando que era lo que podría gustarle comer, y se recargó de nuevo en él.

El dragón bufó un poco, un tanto desinteresado por tanta pregunta y se volteó al lado contrario de ella, pero no movió su brazo para no desacomodarla.

Phoebe, recordando lo que él le había contado, acerca de que su madre solía llevarle ciervos, lanzó magia hacia enfrente... El dragón se giró de inmediato al escuchar el bramido de un venado. Era uno muy robusto, con grandes y ramosas astas. Se levantó de inmediato, movido por las ansias casi hipnóticas de probar la jugosa carne del animal. Ni siquiera se dio cuenta cuando Phoebe casi cayó de espaldas cuando él le arrebató el brazo en el cual estaba recargada.

Phoebe se levantó cuando vio que el dragón se agazapó como un gato, preparado para dar un salto. Se quedó quieta esperando ver la cacería. El dragón de pronto saltó de una forma graciosa, casi inexperta. El venado, con un ágil salto, lo esquivó, su pecho subía y bajaba con rapidez, asustado. El dragón volvió a correr hacia él y comenzaron una carrera desordenada por toda la cueva.

Corría cómicamente, saltaba y de vez en cuando se elevaba unos centímetros batiendo con rapidez sus alas, pero caía nuevamente, sus intentos de volar eran más bien pequeños brincos descoordinados.

Phoebe apenas podía contener la risa.

El venado bramaba y saltaba muy alto, evadiendo al dragón casi como si danzara brincando de un lado a otro.

De pronto corrió hacia la salida de la cueva en una carrera desenfrenada y el dragón tras él a toda prisa. Fue muy tarde cuando se dio cuenta de que el venado saltó al acantilado. Él intentó frenar, pero resbaló, su cara de angustia no podía ser más evidente mientras giraba para poder detenerse con sus garras, y rugió sintiendo el pavor de caer.

Phoebe que iba siguiéndolos, fue testigo de aquella escena tan fuera de lugar. En su mente, pudo escuchar un grito humano junto con el rugido que lanzó el dragón y que resonó dentro y fuera de la cueva. Él quedó con medio cuerpo colgando al borde del acantilado, halándose desesperadamente con sus garras hacia arriba.

—No... sabes volar... —confirmó Phoebe, entendiendo lo que sucedía, estaba parada enfrente, pero lejos de él.

—¡Ayúdame! —suplicó el dragón, desesperado mientras luchaba por no caer.

Phoebe se obligó a salir de su estupor y se apresuró a envolver al dragón con su magia para transportarlo al interior de la cueva. Tan pronto como él apareció detrás de ella, se giró para verlo. El pobre dragón lucía pálido y en verdad aterrorizado.

—No... sabes... volar —repitió ella, entre pausas—. ¿Por qué no sabes volar? ¡Eres un dragón! —dijo sin poder creerlo.

Él, miró hacia otro lado, avergonzado.

—No hubo tiempo de aprender... Sabes bien que... mi madre... Ella se fue antes de poder enseñarme.

A Phoebe se le entristeció el semblante.

—¡Como lo siento!

—Me siento tan avergonzado...

—No, por favor no, no debes... Déjame ayudarte, yo voy a enseñarte.

—¿Cómo vas a enseñarme?, solo eres una humana.

—Soy más que eso, y ambos lo sabemos. No temas, yo voy a atraparte cuando estés a punto de caer. ¡Lo prometo!... ¿Tampoco sabes cazar?

Él suspiró.

—No, tampoco sé hacerlo.

—Salgamos de esta cueva y aprendamos a volar —dijo convencida.

—¿Cómo se supone que saldré, si no puedo volar?

—¡Así!... —Hizo un ademán.

Aparecieron al pie de la montaña después de haber sido envueltos en magia. El dragón sintió el frío de la nieve en sus patas y las levantó de una a la vez para despejarlas de la nieve.

Phoebe, al haber ido a la cueva desde su habitación donde se mantenía cálida, no había llevado abrigo y se abrazó a sí misma al sentir el gélido ambiente. En la cueva también había estado cómoda debido a las continuas llamaradas que el dragón mantenía vivas alrededor.

Desplegó una ligera capa de magia que se echó encima pasándola por los hombros, y en cuanto tocó su cuerpo, se convirtió en una capa roja con bordados azules y violetas. Y enseguida, sobre sus manos hizo aparecer unos guantes.

—Bien, debemos comenzar...

—¿Cómo pretendes que lo hagamos?

Phoebe miró a su alrededor, con las manos sobre sus caderas y analizando el entorno.

—Mira, por aquí, sígueme... —Caminó hacia un conjunto de rocas más altas que ella.

Sus pies se hundían en la nieve y el dragón dejaba enormes huellas a su paso.

—Sube a esa roca —dijo Phoebe apuntando hacia la más alta—. Está de la mitad de tu tamaño, seguro puedes escalarla fácilmente.

—Claro que puedo. —La trepó con facilidad, enterrando sus uñas sobre ella para no resbalar y se situó en la cima.

—Bien, extiende tus alas y... ¡salta! —dijo levantando sus brazos y dando un pequeño brinco.

El dragón le dedicó una mirada rara.

—No, será vergonzoso si me veré como te has visto ahora.

Phoebe se cruzó de brazos.

—¿Quieres aprender o no?

Él no contestó, se reacomodó en su sitio y extendió sus alas. Phoebe se apartó un poco y extendió sus manos, lista para ayudarle si lo necesitara. Él dio un salto, aterrizó rápidamente sin necesidad de batir sus alas. Phoebe se quedó con las manos extendidas y con su cuerpo lleno de la nieve que el peso del dragón levantó.

Abrió los ojos y se sacudió el rostro.

—Tenías que esperar a que contara tres.

—Eso aumentaría más mi tensión, ¿qué no lo sabes?

—Bien, probemos más alto.

—¡No! Seguiré con esta altura.

—Ni siquiera es suficiente para que puedas aletear.

—Lo haré de nuevo. —Subió rápidamente a la roca.

Saltó otra vez. Volvió a aterrizar sin mucho esfuerzo. Volvió a subir y a saltar, y regresó de nuevo a la cima de la roca. Phoebe lo contemplaba, más que un dragón parecía un niño berrinchudo.

—Suficiente, es suficiente, no estás logrando nada. Vamos más arriba.

—Estoy bien aquí. —Saltó

En pleno aire, Phoebe lanzó su magia envolviéndose junto con él y aparecieron en la cima de una roca que sobresalía hacia adelante ubicada a la mitad de la montaña. El viento frío los golpeó de inmediato.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con miedo, su voz tembló y todo su cuerpo.

—Tienes que aprender.

—Estás loca... Voy a morir.

—No, no lo harás. No temas, estoy contigo, hagámoslo juntos. También saltaré. —Le tocó su pata, dándole confianza.

Él, no supo por qué, pero confió. Se sintió seguro.

Phoebe dio dos pasos hacia atrás, quedando al borde, el viento que sopló, le levantó el cabello. Le miró a los ojos y sonrió.

—Atrápame... —dijo y se lanzó de espaldas.

—¡No! —gritó él, sin alcanzar a comprender que había pasado.

Sin pensarlo más, temiendo que ella resultara herida, se lanzó hacia abajo de picada. Por el terror que sentía, sus alas no respondían a su orden, comenzó a batirlas erráticamente mientras caía revoloteando. Su visión se fijó en un punto: Phoebe iba cayendo frente a él. Con la idea en mente de alcanzarla, cerró sus alas y se dejó ir de lleno. Estaba a punto de alcanzarla y extendió sus alas para poder posicionarse rápidamente de manera en que pudiera sujetar a Phoebe entre sus garras. Pero justo al tiempo en que logró agarrarla, el suelo apareció en su campo de visión, en un segundo se giró para evitar caer con todo su peso encima de Phoebe y la protegió entre su pecho al encoger sus patas. El golpe fue demasiado duro, rebotó entre la nieve haciéndola esparcirse, y resbaló por varios metros hasta chocar con las rocas.

Un quejido escapó de su garganta cuando se detuvo por completo, un tanto molido por el golpe. Su corazón estaba a punto de estallar por el miedo y la adrenalina. Abrió sus garras, pero Phoebe no estaba ahí. Se levantó de golpe, buscándola a los alrededores, temiendo haberla soltado en último momento.

—¿Estas bien? —gritó ella.

Él buscó por todos lados, con la vista, hasta que cayó en cuenta de que la voz venía desde arriba. Volteó y ahí estaba ella, justo parada en la cima de aquella roca de donde había saltado.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Enseñándote a volar —gritó.

—¡Estás loca! Pude haber muerto... —Estaba molesto, indignado.

—Descuida —dijo Phoebe de pronto, ya enfrente de él, apareciendo después de su nube de magia.

—No más lecciones —dijo molesto, se dio la vuelta y reparó en que no podía caminar, tenía una pata lastimada.

Phoebe lo notó y le curó al lanzar su magia hacia su herida. Él, al dejar de sentir la molestia, levantó su pata y la movió, comprobando que estaba curado.

—Subamos de nuevo.

—No.

—¿Estás molesto?

—Pusiste en riesgo tu vida y la mía en el proceso —dijo, levantando la voz al voltearse hacia ella.

—Una vez, la mujer que me cuidaba, me aventó de la cama para enseñarme a bajar de ella. Yo era muy pequeña, ni siquiera sé cómo es que lo recuerdo.

—Solo porque alguien te lastimó no significa que debes lastimar a otros.

—Me tomó de nuevo y me devolvió a la cama, y cuando estaba por aventarme, el miedo que sentí me hizo sujetarme con fuerza a la cobija. Me empujó de nuevo, sin embargo, me aferré tanto a la cama, que di un giro y resbalé, pero no caí. Y entonces comprendí que de esa manera podía bajar.

—Es una historia triste, y lamento que te haya pasado, pero eso no es una excusa para hacerme lanzar del precipicio.

—Me lancé primero. No te dejaría solo, pero no me dio tiempo quedarme en el aire, estaba por estrellarme en el suelo, mi confianza flaqueó, creí que no llegarías a tiempo. Lo siento.

—Intentemos de nuevo —dijo, calmado.

—¿De verdad?

—Pero esta vez, saltemos juntos.

—Sí —dijo convencida y sintiéndose culpable de haber empleado un método terrible para enseñarle.

Nuevamente aparecieron arriba, pero esta vez, en la cima de la montaña. El viento revoloteó el cabello de Phoebe.

—¿Estás listo?

—Lo estoy.

—Estoy segura de que debiste nacer con un instinto de vuelo, encuéntralo y síguelo, te debe ser algo natural. Yo creo en ti, sé que puedes hacerlo. —Se posicionó de nuevo en el borde, miró al vacío y después al dragón.

Él se acercó a la orilla, ambos asintieron y al mismo tiempo, se lanzaron. En plena caída sus miradas se encontraron, seguras y relajadas, confiando el uno en el otro. Estaban por llegar al suelo. Phoebe extendió su mano hacia él, y una suave luz de magia envolvió sus alas, invitándole a levantarlas.

Con su otra mano, invocó corrientes de aire cálidas que fluyeron alrededor de sus cuerpos, manteniéndolos suspendidos en el aire.

El dragón abrió sus alas y después de batirlas un par de veces, las dejó quietas y, comenzó a planear. Phoebe, confiando en que él podía lograrlo, dejó que su magia, la que sujetaba las alas del dragón, se desvaneciera lentamente. Él continuó planeando entre las corrientes de aire que ella había creado. Miró a Phoebe que flotaba a su lado y sintió un impulso instintivo de situarse abajo de ella.

Phoebe, relajándose, se dejó llevar por el momento, y dejó de flotar para aterrizar en el lomo del dragón. Quedó de rodillas y se sujetó de los picos que sobresalían de su cuerpo. Al notarlo más confiado, eliminó las corrientes que producía su magia. Él voló bajo una corriente de aire natural que parecía guiarlos con intención.

Phoebe sonrió.

—¡Lo estás logrando! ¡Estamos volando! —gritó, su voz tenía una mezcla de euforia y emoción.

Juntos, ascendieron más alto. Observaron encantados desde lo alto el hermoso paisaje nevado. Phoebe podía sentir el calor que emanaba del cuerpo del dragón. Una forma de evitar que se congelaran arriba. Incluso, pudo ver el fuego dorado que incendiaba y hacía brillar su interior.

—Gracias por confiar en mí —dijo conmovida y se abrazó al cuello del dragón.

Finalmente, descendieron hacia la cueva. El aterrizaje fue sumamente agitado. Era su primer intento después de haber logrado volar. Al poner un pie en la entrada de su nido, tropezó y cayó de bruces, quedando extendido en el suelo, con el cuello en una posición un tanto dolorosa. Phoebe salió disparada y rodó varios metros por el suelo, hacia el interior.

Los copos de nieve que llevaban encima revolotearon, esparciéndose dentro de la cueva por la sacudida y otros tantos más, entraron, agitados por el viento que soplaba.

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