22. Sangre en el trono


Elinar estaba parado al frente de a Alaric, mientras, él caminaba directo hacia ellos. Celia estaba junto al General, con las manos plegadas a su abdomen, se le notaba ansiosa. Alaric, al verla en ese estado, apretó el paso avanzando sobre el angosto camino que habían despejado de nieve para su llegada.

—Mi Rey —dijo Celia.

No alcanzó a hacer la reverencia en su totalidad, Alaric la sujetó con fuerza entre sus brazos, aliviado por al fin poder ver qué se encontraba a salvo. Ella se quebró y comenzó a llorar, estaba angustiada, su hijo, había pasado toda la noche lejos de ella, en tortura por el frío clima. Y no sabía si aún seguía vivo, o cuánto estaría sufriendo. Pero Alaric, no tenía idea de aquello, él seguía creyendo que se encontraba en los calabozos de Góbera.

—Mi amor... —La acurrucó más en su pecho—. Ya no debes preocuparte, estoy aquí.

—Ese maldito tiene a nuestro Príncipe —dijo sin revelar que se refería a Elinar.

—Yo iré por él, eso lo juro. —Se separó de ella para limpiarle sus lágrimas.

Miró a Elinar.

—Su Majestad. —El General se irguió, sin hacerle una reverencia.

Él lo notó, pero no llegó a decir nada respecto a esa actitud, tomando por más importante el solucionar liberar a su hijo.

—¿Tú eres aquel Príncipe... bastardo, que desea una alianza con Alasia?

Elinar sonrió, fue una sonrisa dolida, un tanto burlona. Intentó ocultar que aquella palabra provocaba estragos en su orgullo.

—Ese, es un tema que no podemos tocar a la ligera y mucho menos aquí afuera donde hay demasiados... oídos. —Miró a su alrededor hacia a todos aquellos soldados que estaban formados detrás de Alaric—. Ya que todo su ejército, Su Majestad, se está instalando, será mejor que entre y se cubra del frío. El sol está por salir y se sentirá mejor. Ya hemos preparado una tienda para su comodidad. —Estiró su brazo apuntando hacia la dirección donde a unos metros se encontraba una grande tienda con una apariencia lujosa. La cual en realidad era suya.

Celia, comprendiendo la mirada inquisidora que le dirigió Elinar, haló con sutileza el brazo del Rey para guiarlo hasta la tienda.

—Quiero que me expliquen ahora todo el plan —solicitó el Rey una vez que entró—. Quiero saber qué es lo que en verdad pretenden.

—Permítame que podamos servir el desayuno y con calma le informaremos de todo. Tenemos todo el día para preparar los detalles.

Hizo una seña a un soldado y él, asintiendo, salió de la tienda. Casi de inmediato ingresaron varias jovencitas, guiadas por una mujer mayor que ellas; con el servicio del desayuno y prepararon la mesa. Alaric tomó asiento después de la invitación de Elinar, y Celia se sentó junto a él. Por consiguiente, Elinar se sentó frente a los dos.

—¿Y cómo pretenden que entremos a Góbera sin que se den cuenta? —preguntó Alaric.

—Yo entraré primero, Su Majestad —respondió Elinar después de tomarle a su té—. Llevaré conmigo a la Reina, para que, de primer intento, pueda hablar con Báron. Yo me encargaré de solicitar una audiencia, él es mi padre y no me negará el darle una oportunidad de llegar a un acuerdo. Y, si eso no sucede, les daré paso libre ante las puertas del palacio para que puedan liberar a mi querido... primo, el Príncipe Theódore.

—Tú no te preocupes por nada —Celia lo tranquilizó—, nosotros nos encargaremos de todo. —Lo tomó del antebrazo.

—Yo estaré esperando para darte todo mi apoyo, pero creo que sería aún mejor si también me presento ante el Rey para solicitar la liberación de mi hijo.

—No —dijo Elinar—, usted es muy importante como para entregarlo de inmediato al Rey. Él podría apresarnos si se entera que hemos solicitado su ayuda y que ha venido con un ejército. Podría considerarlo una traición.

—Bien, entonces esperaré.

—Ahora voy a retirarme, con el permiso de Sus Majestades. Iré a preparar la solicitud de audiencia, la haré llegar por medio de uno de mis soldados, no obstante, me gustaría que no lo mencionen a nadie, alguien podría intentar detenerlo. Es mejor tener precaución, no sabemos si haya un traidor en nuestras filas.

—¿Traidores? ¿En mi ejército? ¡No lo creo!...

—Mi Rey —dijo Celia, apretando ligeramente el antebrazo de Alaric—, creo que debemos escuchar al General, es muy inteligente y sabe muy bien lo que hace.

—De acuerdo. —La miró a los ojos al posar su mano sobre la de ella.

—Bien, me retiro, sigan disfrutando del desayuno. —Les sonrió al levantarse de la mesa.

Celia y Alaric asintieron.

El Rey sujetó la barbilla de su amada Reina y la besó con ternura. Ella, con un gesto asqueado, le correspondió, separándose casi de inmediato.

—Me temo, mi Rey, que debo hablar un par de cosas con el General y Príncipe Elinar, volveré de inmediato. Solicitaré que ya retiren el desayuno para que Su Majestad pueda descansar.

—Gracias, mi Reina. —Le dio otro beso.

Ella sonrió y se levantó, sujetando su vestido para no tropezar en la mesa. Y después de hacerle una seña a la mujer que estaba parada en la entrada, salió de la tienda. La doncella de inmediato llamó a sus compañeras para que retiraran el servicio, y dejaron descansar al Rey, a solas.

Celia llegó a los nuevos aposentos de Elinar...

—Ya lo hice —dijo al abrir la cortina de la entrada y entró—. Ya hice todo lo que me dijiste. Ahora, trae a mi hijo.

Elinar estaba de espaldas, observaba el mapa que había llevado consigo de su anterior tienda.

—Aún falta una cosa.

—No... no juegues conmigo, no haré nada más hasta que traigas a mi hijo de regreso, quiero ver qué esté bien. Quiero confirmar qué él sigue con vida.

—Bien, te prometo que lo traeré con vida hasta aquí, en unas horas. Mis hombres ya están en camino de regreso. Tendrás aquí a tu hijo en muy poco tiempo.

—¿Y qué le dirás al Rey? Estamos a una semana de distancia de Góbera. ¿Cómo vas a explicarle qué ha sucedido cuando llegue en unas horas? ¡Tu plan no tiene lógica! ¿Qué le diré yo cuando me pregunte que ha pasado?

—Tú no tienes de qué preocuparte. Pero, así como yo he cumplido con traer a tu hijo de regreso, tú tendrás que hacer por mí una última cosita, algo muy insignificante. —Caminó hacia ella y le tomó la mejilla.

—¿Qué es? —preguntó desconfiada.

—Solo tienes que gritar...


Una semana antes

Bartha se sentía devastada, deseaba poder detener a su hermano, no obstante, el ejército marchaba con estruendo. Cuando Alaric avanzó al frente del batallón para liderar, ella lo perdió de vista y se sintió aún más en penumbras. Regresó al castillo, escoltada por sus caballeros. Y durante el día, se llevó a cabo la sucesión de regencia.

Entendía todos los procesos y protocolos reales, sin embargo, nunca los había tenido que poner en práctica, y eso la abrumaba. Temía cometer un grave error, pero cuidando cada paso, se dedicó a supervisar los asuntos del reino, asegurándose de que todo estuviera en orden.

A medida que el sol comenzó a caer, después de haber tomado el trono y solucionado los asuntos pendientes, sintió la necesidad de un momento de paz.

—Por favor, déjenme por un momento —pidió a sus damas y guardias—. Quiero estar a solas unos instantes en la capilla, sin interrupciones.

Su compañía hizo una reverencia y se alejaron, dejándola sola. Ella se dispuso a ir a orar; necesitaba desahogarse y rezar con fervor por la protección de su hermano. Suplicar por que la carga de la responsabilidad dejara de pesar tanto sobre sus hombros, y pedir fuerza para no flaquear.

La iglesia era un lugar sagrado y respetado por todos en el castillo, nadie osaría interrumpirla allí. Bartha se dirigió al salón, el lugar era tranquilo, y las velas iluminaban suavemente las paredes de piedra. Se arrodilló ante el altar, en busca de consuelo y fuerzas para los días venideros. Cerró los ojos y juntó sus manos...

—Disculpa —mencionó una mujer vestida de blanco, dirigiéndose a su compañera enfermera—. ¿Dónde está el soldado que llegó de Góbera?

—No lo sé, desde que llegué ya no estaba, seguramente se ha marchado con el ejército.

La mujer se cruzó de brazos y se quedó mirando en dirección a la camilla vacía, analizando el estado de aquel hombre, que, aunque no se le veía herido, se encontraba bastante débil.

Sin embargo, el soldado de Góbera, había fingido un estado decadente para alargar su estadía, pues tenía una misión más. Y aprovechando que todos en el palacio estaban ocupados por la nueva regencia, de semblantes preocupados y distraídos por la guerra en la que se había embarcado el reino, anduvo sigilosamente por todo el castillo, ubicando y conociendo salidas para saber por dónde le era mejor y más fácil huir.

Cuando el sol estaba cayendo, vio como las damas de compañía de la Princesa Regente y los soldados de su guardia, se alejaban de ella, y Bartha se adentraba sola en la iglesia, y sin duda, supo que era el momento de cumplir con su orden. Al llegar al templo, encontró la puerta entreabierta. Con sigilo, entró y se posó justo atrás de Bartha, y levantó su espada...

Bartha sintió la presencia y se giró rápidamente, y antes de que pudiera defenderse, el hombre dejó que el filo de la espada cayera sobre ella. Bartha, al ver en una fracción de segundo la espada cayendo, levantó los brazos para cubrirse, pero esa cruel arma le arrebató los dedos y abrió su pecho a su paso. Se quedó un momento ahí, hincada, observando con horror sus manos mutiladas. Su sangre empapaba el suelo; escapando rápidamente de su cuerpo, salió por su nariz y boca, y cayó sin vida hacia un lado.

El hombre buscó los dedos de la Princesa y encontró lo que buscaba: el anillo real. Lo sacó y lo guardó rápidamente después de tirar el dedo. Envainó su espada y huyó de prisa hacia los establos reales, donde habían resguardado su caballo.

Montó rápidamente y, sin nada que lo detuviera, debido a que habían dejado las puertas del castillo abiertas para que los súbditos de Alasia pudieran resguardarse del frío libremente, regresó a Góbera.

­ —¡Mi Reina! —Una mujer entró a la tienda de Elinar, interrumpiendo su charla con Celia.

Elinar soltó con lentitud la mejilla de Celia. Ella miró hacia la puerta, la sirvienta miraba a Elinar con sorpresa y él a ella con un semblante serio. La mujer volvió su rostro hacia su Reina y corrió hasta ella, se echó a sus pies y besó su vestido.

­—Lea, ¿cómo has llegado?

—Su Majestad la Princesa Bartha, me ha permitido venir a mi Reina.

—¿Cuál es tu relación con esta mujer? —preguntó Elinar—. Y será mejor que lo digas todo.

Celia, que estaba enterada de todo lo que había sucedido con Lea en Góbera, no logró descifrar por qué Elinar tenía interés por la relación entre ellas dos.

«Años atrás, Celia había colocado en Góbera a un soldado de Alasia como espía. Y después, por medio de ese soldado, había infiltrado a Lea, su más hermosa y joven doncella, como sirvienta para seducir a Báron.

Ella debía tener un hijo de él para convertirlo en Rey y ella convertirse en Reina. Y así, después de asesinar a Báron, Celia podría tomar el trono, pues Lea, siendo la Reina Regente, se lo entregaría. Pero supo que su plan había fracasado cuando Lea regresó a Alasia después de quitarle la vida a su hijo. La doncella le contó que el niño era el hijo de un soldado, que el Rey la había engañado».

—Es mi doncella —contestó Celia.

—¿Desde cuándo? —preguntó, con la sospecha y la sensación de que ahí había algo más.

—Señor... —El soldado que había jurado su lealtad a Elinar entró.

—¿Qué deseas? —preguntó y se giró hacia el hombre.

—La misión especial ha sido cumplida. El soldado regresó sin contratiempos. Sin embargo, se aproxima un jinete con el estandarte de Alasia, llegará en una hora aproximadamente,

—Bien. —Volteó hacia Celia—. Mi dulce Reina, ¿podrías por favor permitirme una reunión a solas con mi soldado?

—Por supuesto —Celia asintió de mala gana y salió de la tienda.

—¿Y el anillo? —preguntó Elinar en cuanto se aseguró de la salida de Celia y Lea.

—Aquí está. —Extendió su mano.

En su palma reposaba un anillo ensangrentado, en forma de una rosa de color negro con diminutos diamantes, idéntico al collar de Theódore y al anillo que Celia solía portar.

—Bien. Es hora de actuar. Toma este rollo, envíalo con tu soldado menos valioso, a la tienda del Rey. Ya sabes que hacer.

—Sí, Su Majestad.

El soldado obedeció y salió para hacer lo que Elinar ordenó. Le entregó la carta a un joven soldado, que para él, era demasiado molesto, y le dio las indicaciones. El joven tomó el rollo y se dirigió a la tienda del Rey, pero antes que él, entró Elinar.

—Su Majestad —Elinar saludó.

El Rey estaba cómodamente sentado en un sillón aterciopelado de rojo. Y Celia, a su izquierda, parada junto a la mesa de madera donde antes Elinar observaba su mapa.

—Dime, General, ¿cuándo partirán para la audiencia con Báron?

—Justo ahora, Su Majestad. Deja que pase el mensajero —levantó la voz para que el guardia dejara pasar al joven soldado.

El muchacho llevaba en sus manos el pergamino. Elinar se puso a un lado del Rey para dejar que el joven se pusiera enfrente y le mostrara la carta.

—Acércate más, muchacho, déjame ver el escrito —solicitó Alaric, reacomodándose en el asiento.

Elinar le lanzó una mirada a Celia, ella comprendió.

—Mi Rey —dijo de inmediato—. Este es un tema que sin duda debe ser muy bien cuidado, le sugiero que solicite a los guardias que nos dejen a solas.

—Por supuesto, mi Reina. Aléjense —gritó—, que nadie nos interrumpa—. Acércate —le ordenó de nuevo al muchacho.

—Sí, Su Majestad. —El joven mensajero se acercó a penas a un paso de Alaric y estiró su brazo...

A la vez, el Rey se estiró para tomar el rollo, pero se quedó inmóvil, con el pergamino en la mano y sus ojos se abrieron con horror... Tosió involuntariamente al sentir en su garganta un espeso y caliente líquido, ahogándole; la sangre brotó de su boca, salpicando tanto en el rollo como en la mano del soldado... Elinar acababa de clavar un cuchillo en su cuello, aprovechando su vulnerabilidad.

El soldado se percató de ello y se aterró. Tembló al contemplar la sangre del Rey en su mano que seguía estirada, sujetando de un extremo el mensaje. Tenía los ojos tan abiertos como el mismo Rey.

—Toma el rollo y corre, llévalo a Góbera —Elinar dio la orden.

—¿Qué? —el joven apenas logró pronunciar. No comprendía que acababa de suceder.

—Corre... —repitió, con un semblante frío.

El muchacho reaccionó y haló el pergamino de la mano del Rey que se aferraba al otro extremo y salió corriendo.

Celia que se había quedado pasmada y sin habla, miraba a Elinar con ojos perturbados.

—¿Qué...? No... —no lograba hilar más palabras.

—Grita... ¡Grita! —Elinar levantó la voz.

Celia recordó lo que le había pedido minutos antes, esa última cosa pequeña e insignificante: gritar.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —lo hizo, y no solo porque Elinar lo había pedido, en verdad estaba aterrada.

—Di que el joven lo hizo. —Elinar sacó el cuchillo del cuello de Alaric y lo limpió.

Celia seguía gritando y se acercó de prisa al cuerpo muerto del Rey, quien había quedado un tanto inclinado hacia delante. Su sangre espesa y oscura escurría por su cuello empapando su pecho.

—¡No!... ¡No...! ¡Ayuda!... —Ella continuaba gritando y llorando. Quería, pero no podía tocar a Alaric.

Elinar salió a la puerta de la Tienda y fingió desespero y enoj0 al ver venir a los guardias rápidamente, guiados por el escandaloso llamado de Celia.

—¡Han asesinado al Rey! —gritó—. Vayan por el mensajero, es un traidor, asesínenlo —dijo apuntando en dirección hacia donde había salido corriendo el joven.

El consejero y los guardias reales llegaron de inmediato y entraron de prisa para confirmar, con horror, la muerte del Rey Alaric.

Lea llegó corriendo, se había quedado en la tienda destinada a las doncellas de servidumbre. Se detuvo y miró con miedo a Elinar, solo por un momento y luego pasó a su lado de prisa para socorrer a su Reina.

—¡Han asesinado al Rey! —se escuchó la voz de alarma.

Una trompeta sonó anunciando la desgracia.

Los soldados de Góbera, estando al tanto de aquel plan, fingieron seguir al joven mensajero, y evitaron a toda costa, que la guardia del Rey también fuese tras él para evitar que ellos lo asesinaran. 

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