19. Planes


Phoebe estaba sentada en el suelo, agotada. Braco recargaba, inclinado, sus manos sobre sus piernas. La destreza de la joven, con la espada, lo tenía asombrado. La doncella, en tan poco tiempo se había formado al nivel de Braco en conocimientos de batalla.

El frío se sentía para ellos como una fresca brisa ante el acalorado entrenamiento.

Soldara seguía entrenando con Dhobo. El acercamiento durante los días se había hecho estrecho entre los dos, sin embargo, él se mantenía al margen, pero Soldara que conocía sus sentimientos al percibir por su poder lo que él sentía, se sonrojaba cada vez que, por los movimientos del entrenamiento, quedaban a escasos centímetros de sus rostros.

Terminaron el entrenamiento y se acercaron a Braco y a Phoebe. A la vez, Indira llegó hasta ellos con una canasta de frutas y agua, para ayudarles a qué se hidrataran.

Soldara miró a Braco al percibir en él, una inmensa emoción de amor, que segundos después se transformó en culpa. El rostro de Braco solo reflejó indiferencia cuando desvío la mirada de Indira. Pero aquel sentimiento formó un nombre en la percepción de Soldara...

Él tomó una fruta y se retiró sin decir palabra. Soldara lo siguió con la mirada y luego la posó en Indira, que también lo miraba marcharse e inmediatamente Soldara sintió su tristeza. La doncella se dio cuenta de que la joven la miraba y le regaló una sonrisa. Phoebe, ajena a aquella situación, bromeaba con Dhobo entre risas mientras disfrutaban de saborear las frutas.

—Los veré después —dijo Soldara, depositando de nuevo en la canasta la fruta que había tomado.

—Claro —respondió Indira.

Phoebe y Dhobo seguían entretenidos en su charla.

Soldara corrió por un pasillo y se detuvo cuando vio a Braco recargado sobre el muro, comiendo su durazno, y con una apariencia pensativa.

—Hola —lo saludó al acercarse.

—Hola. —Braco le acarició la cabeza y le revoloteó el cabello con cariño.

—¿Por qué no te acercas a ella?

—¿De quién hablamos?

—¡Sabes de quién! No puedes ocultarme tus sentimientos. Sentí tu emoción al verla llegar, pero por alguna razón, se tornó en culpa, ¿por qué?

—Tú no sabes nada de estas cosas. —Tocó con cariño la punta de la nariz de Soldara con su dedo índice.

—Sé lo suficiente de sentimientos, los percibo todo el tiempo. Pero, tu culpa lleva un nombre... Braco, ella ya no está, han pasado casi dieciocho años desde que ella se fue.

Braco se separó de la pared, con pesar, dispuesto a marcharse.

—No, no te vayas. —Soldara lo alcanzó del brazo—. Habla conmigo. Yo también la extraño, cada día que pasa es una tortura, ella era todo lo que me quedaba.

—No pude salvarla... —dijo sin mirarla.

—Lo sé, no estaba en tus manos, la situación te sobrepasaba, no podías hacer nada. Sé lo que sentías por ella, lo sentía cada vez que la veías, sentía tu anhelo por rescatarla de esta prisión.

Él se giró para verla. Soldara soltó su brazo.

—No tengo derecho a ser feliz, no pude salvarla como se lo prometí y mi castigo debe ser que sea infeliz, tanto como sea posible.

—¿Impuesto por quién? ¿Por ti mismo? Pues te equivocas, tú mereces ser feliz. Esa culpa que llevas todo el tiempo es... No tienes que llevarla. Amaste una vez y fue trágico, y crees que le debes tu sufrimiento a Artea, pero no es así, ella era una buena persona y te aseguro que, si ella pudiera venir y decirte que hiciste un gran trabajo, lo haría. Porque sí has hecho un gran trabajo con nosotras, nos cuidaste y ayudaste siempre. Así que, estoy segura de que no te culpa de nada.

Braco asintió.

—¿De qué hablan, chicos? —Phoebe llegó preguntando con apariencia despreocupada y animada.

—Decía que eres una excelente guerrera —mintió Braco.

—Por supuesto, y haré pedazos a todos los soldados de Alasia... —De pronto guardó silencio y bajó su rostro, que perdió alegría. Recordó que aquello era real y no un juego, que su destino estaba fijado, que iría a una guerra en lugar del Príncipe.

El silencio incómodo reinó por varios segundos.

—Vamos, niñas, vayan a descansar... —Braco dijo en tono suave.

Las dos jóvenes se tomaron de la mano y caminaron en dirección a sus aposentos. El silencio de sus pasos acompañaba sus pensamientos perturbados. Braco las contempló a sus espaldas y sintió el corazón angustiado; en su mente buscaba con ahínco una solución para sacarlas de ese lugar y evitarles un destino que ni él mismo podía ni quería imaginar.

Cuando estaban por cruzar por la puerta de la sala, donde el Rey solía reunirse a planear sus estrategias con su guardia real, de pronto, interceptando su paso accidentalmente, salió el Príncipe. Los tres se miraron de frente. Él miró primero a Soldara y enseguida a Phoebe, la escudriñó detenidamente, analizando aquel parecido que poseía con él. Las dos jóvenes al sentirse observadas hicieron una ligera reverencia.

—Ya pueden retirarse —dijo de pronto, dirigiéndose a los soldados con los que había estado en aquella habitación.

—Sí, Su Majestad —contestó Benjamín; el consejero.

Las dos doncellas miraron hacia la puerta donde varios soldados y sus generales se disponían a salir.

—Pasen, por favor. —Reagan extendió su brazo invitándolas a pasar, una vez habían salido todos los miembros de su guardia.

Ellas ingresaron y Reagan cerró la puerta detrás de sí. El silencio siguió por un par de segundos. Él seguía mirando a las dos jóvenes con aire preocupado. Se recargó, casi sentándose sobre la mesa de guerra y cruzó un brazo a la altura de sus costillas, se tocó la barbilla con su otra mano, y recargó su codo sobre su antebrazo, parecía estar analizando alguna cosa.

—¿Vas a decir algo o...? —Phoebe se cansó de esperar.

—¿Mi madre te dio a luz y te regaló o algo así?

—Algo así...

—¿Qué? —Reagan no esperaba una respuesta a su pregunta sarcástica.

—Lo siento, Su Majestad —Soldara dijo al tiempo en que le dio un codazo a Phoebe—. No quiso decir eso.

—Entiendo, es que, es muy... interesante el gran parecido que tienes a mí... En fin, he notado su empeño en aprender el arte de la espada, pero, no estarán pensando que en verdad dejaré que ocupes mi lugar, ¿cierto? —Se recargó con ambas manos sobre la mesa

—¿Qué dice? —Soldara sintió un ápice de admiración hacia él.

—Entrenen todo lo que les indiquen, pero, no serán ustedes quienes peleen esta batalla, no les corresponde, y no dejaré que mi padre me humille de esta manera... Y, sobre todo, porque tú no lo mereces.

—¿Qué dices? ¿Cómo que no lo merezco? ¿Crees que soy inferior a ti y una cualquiera para ocupar el lugar del Príncipe? —Phoebe se sintió ofendida.

Soldara observó con atención a Reagan, podía sentir su sencillez y su calidez hacia ellas dos.

—No me malinterpretes, no es lo que quise decir. —Sonrió divertido al ver el enfado de la joven—. Nadie merece ser usado como el Rey pretende hacerlo, ninguna persona debería dar su vida por alguien más, no si no es por amor.

—Ah —contestó Phoebe con calma.

—¿Puede ayudarnos a huir? —preguntó Soldara con la esperanza de poder salir del castillo con la ayuda de él.

—Me temo que no será posible, mi padre las mantiene vigiladas todo el tiempo, no podrán irse del castillo, pero les prometo que encontraré la manera de que salgan de este lío.

—Bien, gracias. Yo... estaba angustiada... No dejaré que se lleven a una guerra a mi hermana. —Soldara tomó de la mano a Phoebe.

—Te prometo que tampoco dejaré que eso suceda. Ahora, pueden retirarse. Las buscaré en cuanto tenga una solución.

Ellas lo miraron con agradecimiento y se dispusieron a marcharse.

—Ah... Si hay algo que ustedes sepan y que yo debería saber, no duden en decirme, creeré, sea lo que sea.

—¿Respecto a qué? —preguntó Phoebe.

—A ti.

Ella lo miró, sus ganas de decirle que quizá ellos eran hermanos, se le salían por los ojos. Soldara le dio un ligero tirón del brazo para que salieran de ahí. Ella, arrepintiéndose de sus deseos de contárselo, siguió a su hermana sin decir nada, pues habían acordado que no hablar del tema de su descubrimiento con nadie más, y ahora, mucho menos confirmarlo con Braco para no causarle más angustias, era lo mejor.

Celia estaba furiosa, se sentía irreal aquello que Elinar le había confesado. No sabía a qué se había referido con "unigénito". Se tocaba las manos y como siempre, su anillo lo giraba entre su dedo cada vez que estaba angustiada, pero esta ocasión, se dio cuenta de que su reliquia no estaba. Miró su mano, pero en ese momento, no le pareció demasiado importante en comparación a lo que había descubierto.

Sacudió su cabeza negando el hecho, no podía creerlo, no. Seguía rodeando su dedo sintiendo la ausencia de su anillo.

Ella esperaba hacer a Elinar su aliado y convencerlo de que le ayudara a armar un plan para convencer a su esposo de declararle la guerra a Báron, antes de que él hiciera algún movimiento en su contra y así arrebatarle el trono.

Por esa razón había confesado el asesinato que cometió en contra de la primera mujer de su hermano. Quería demostrarle que ella podía hacer mucho más, sin embargo, no esperaba aquella reacción por parte del General y mucho menos saber que él era el fruto del amorío de Báron con Aleya.

—¿Qué demonios! —se dijo al caer en cuenta de que, si aquello era verdad, había estado jugando sexualmente con su sobrino—. ¡Dios! No puede ser cierto, pero si no lo es, ¿cómo sabría él lo que pasó... Claro, aparte de que yo se lo dije, pero, ¡demonios! Ya no sé qué pensar. —Se tocó la frente y caminaba de un lado a otro.

—¿Qué es lo que te sucede, madre? —Theódore cruzó una pierna al sentarse en un cómodo sillón negro aterciopelado.

—¡Maldición, guarda silencio! —Lo miró exasperada—. Eres tan irritable. No entiendo por qué diablos dijiste que yo había estado planeando todo este tiempo quitarle el trono a Báron. ¡Debías guardar silencio!

—Lo siento, madre, me asusté y no sabía qué hacer.

—Eres un cobarde, igual que tu padre, por eso el maldito reino no prospera.

—Madre, tú eres quien siempre ha guiado a mi padre, él sin ti, no sabe qué debe hacer.

» Solo que sabes bien que es en esto en lo único que no te apoyaría, porque Góbera es mucho más poderoso que Alasia. Fuera de eso, hace cada cosa que tú le dices.

—Ya cállate.

—Bien, me callaré, pero no me culpes después si mi padre se entera. Querrá venir a disculparse con Báron y te hará arrodillarte ante él y a mí también, sino es que él mismo lo hace.

—No, no hará nada de eso, conseguiré que el ejército me ayude a quitar a Báron de mi trono...

—Aquí estoy, General. —Un soldado ingresó a la tienda de Elinar.

—Bien. ¿Cuál es tu reporte?

—He enviado al mensajero que solicitó. Le di suficiente oro para que no se detenga, y compre cuántos caballos necesite para cabalgar día y noche.

—Bien, así podrá abandonar a los caballos que no soporten el cansancio.

—Es correcto, Señor.

—¡Cuánto tardará en llegar?

—Sin detenerse, como se le ordenó, a todo galope llegará en dos días a Alasia. Pero dígame, Señor, ¿qué es lo que dice ese mensaje tan urgente?

—Es un mensaje que la reina Celia ha enviado a su esposo el Rey. En ella le solicita que venga hasta aquí, y le ayude a liberar a su hijo de la prisión de Góbera, donde el Rey Báron lo ha metido.

—Pero, eso no ha sucedido, Señor, ¿cuál es el plan en todo esto?

—Tú, ¿me eres leal? —preguntó mientras repasaba con sus dedos el filo de un cuchillo.

—Sin duda, Señor.

—Entonces, serás mi consejero cuando suba al trono.

—¿Qué es lo que dice? —preguntó desconcertado.

—Yo, soy el hijo del Rey Báron, unigénito real y heredero de la corona. Eres el primero en saberlo, mi padre ha ocultado el hecho simplemente para revelarlo en el momento en que necesite tener más poder y en estos tiempos de guerra, ese momento llegará pronto.

—Su Majestad. Juro que toda mi lealtad es suya y mi corazón.

El hombre, guiado por su ambición, no quiso poner en duda la palabra del General. Y sin detenerse a considerar que aquello podría ser una mentira y traición a la corona, puso su puño sobre su pecho y se arrodilló sobre una rodilla ante Elinar, al tiempo en que recitaba su juramento.

—Levántate... Haré que el Rey de Alasia venga hasta aquí, y después, tomaré su corona y me presentaré ante Báron, llevando ante él a la asesina de la que debía ser su Reina.

—Le ayudaré en todo lo que necesite, Príncipe Elinar.

—¿Por qué has tomado tal decisión? —Báron preguntó a Herea.

Ella, hacía un descomunal esfuerzo por soportar estar cerca de él.

—Solo deseo alejarme un poco de todo esto. Veo soldados por doquier, preparándose para una guerra, y aunque mi hijo no será quien vaya, estoy preocupada por él, no estoy segura de que se quede sin hacer nada.

—Yo me encargaré de que no salga de aquí, no debes preocuparte. —Acarició la mejilla de la Reina.

—Iré al castillo de campo, ahí me sentiré segura y más tranquila. Envía un mensajero cuando estén por ir a Alasia, para que pueda reunirme contigo y despedirme, y desear con toda mi alma... «¡qué mueras!», que regreses a salvo.

—Estaré bien, ellos son cucarachas ante mi ejército, no podrán hacer nada, ni siquiera nos verán llegar y los aplastaremos como lo que son. Tomaré ese trono y será nuestro todo su reino.

—Bien, me marcho pronto. —Dio media vuelta y se retiró de aquella habitación donde había dejado toda su juventud y dignidad, en los brazos del hombre que ahora, sin los efectos de la poción, odiaba a muerte. Encontró a Reagan por el pasillo; el joven daba órdenes de dejar marchar a las personas que habían llevado al castillo. Una guerra se aproximaba, y aunque la batalla sería en otro reino, él no permitiría que esas personas se quedaran ahí.

Algo en su interior le decía que el castillo también corría peligro; sentía una sombra sobre ellos, y quería mantener a su gente a salvo. Quería darles su libertad, que comenzaran de nuevo, y a cada uno les obsequiaría una pequeña talega con algunas monedas de oro para que pudieran encontrar un hogar. Incluso, estaba dejando marcharse a la mayoría de la servidumbre, dejando solo a los más necesarios.

Herea lo miró con orgullo, se acercó, colocándose a su lado con una pose elegante, y se irguió.

—Madre —saludó sin quitar la vista de sus súbditos.

—Mi pequeño Príncipe —dijo con cariño, y así como él, ella tampoco le miró—, debo irme del palacio para ponerme a salvo. Haces un gran trabajo, serás un gran Rey algún día, y estas personas te amarán.

Observaba a todas las personas que estaban reunidas, en filas, en el patio. Desde ese pasillo, podía verlas mientras se preparaban, bien abrigadas, para irse en medio de aquella tormenta de nieve.

—Odio como son tratados por mi padre, cuando sepa que los estoy liberando, va a enfurecer. No soportaba verlos andar como sirvientes del castillo. Y aunque se les dio un techo, comida y un salario, seguían siendo prisioneros.

—No temas, ese hombre enfurece por todo. Haz lo que tu corazón te dicte. Ven al castillo de campo cuando lo desees, así podremos esperar noticias juntos de lo que sucede en la guerra. Estaré esperando tu llegada.

—Gracias, madre, iré... Pero ahora, antes de que te vayas, quiero... preguntarte... acerca de esa joven...

—Reagan. —Báron caminaba con altivez hacia su hijo.

—Su Majestad. —Reagan reverenció a su padre al girarse para verlo, pero se irguió de inmediato.

Internamente se preparó para recibir la reprensión severa que seguramente seguiría. No era que él le tuviera miedo, pues estaba dispuesto a enfrentarlo con tal de defender a su gente, pero debía tener cuidado, pues el Rey era conocido por su crueldad y no perdonaba los errores ni siquiera los de su propio hijo.

—Tengo que irme, cariño. —Herea posó su mano en el hombro del Príncipe.

—Iré a visitarte pronto. —Depositó un beso en la mejilla de su madre y la miró marcharse, sin volverse de nuevo hacia Báron.

—¿Cuáles son los planes de guerra? —preguntó Báron con cierta quietud al llegar a su lado. Se paró erguido y sujetó su propia mano por atrás de su espalda, mirando también a su Reina marcharse.

El Príncipe se quedó un poco confundido ante la pasiva actitud del Rey. Esperaba que reaccionara de una manera explosiva al ver que permitía que los prisioneros a quienes Elinar había capturado, argumentando que eran brujas y hechiceros, se fueran sin más, y con ellos, parte de su oro. No obstante, Báron tenía una actitud diferente, un tanto tranquila, preocupada, pero a la vez, poseía una apariencia resignada.

—Vayamos a la sala de guerra, te mostraré todo el plan.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top