Capítulo 3: ¿Por qué te odias tanto?

Sí, Agnes lleva 300 años en este mundo y está cerca de vivir la Revolución Francesa. Claro que ha hecho un trabajo grandísimo con su paciencia, pero jamás se había cruzado con alguien tan insoportable y mucho menos que la mirara con tanto arrepentimiento.

Suspira al haber notado que dijo todo lo que le iba a enseñar en 3 meses y deja paso al silencio incómodo. Cuando quiere, Tristán sabe callarse y por eso toquetea la mesa de una forma muy cuidadosa. Es fácil de intimidar cuando se trata de una mujer enojada.

Sus ojos marrones que han tomado un color café a la percepción de Agnes, parecen irritados por la reciente información y ni hablar de su expresión baja.

Tiene que hacer algo si no quiere que ese hombre de repente entre en shock.

—A ver, me molesta esos ruidos que haces con la boca.

—¿Esa tribu era parte de mi familia? —surge solo eso de sus labios y su expresión repentinamente tímida.

—Sí. No es algo que me agrade decírtelo así como si nada.

—Wow.

Suelta esa expresión y luego fija su mirada en los libros, como si no entendiera la razón por la que él no forma parte de esa tribu o qué hacía leyendo sobre un lugar al que alguna vez llamó casa. Evidentemente, su sentimentalismo estaba mucho más fuerte que la lógica de que debe aprender para no terminar siendo presa.

Había tomado bajo sus manos a un buen chico, demasiado bueno a juzgar sus tontas preguntas sobre la tribu o la forma en la que ocultaba el dolor de la confusión.

Incluso por la noche, él no demuestra cansancio ante las explicaciones, sino que se sienta en el jardín y cuenta las estrellas. Era un humano, no una bestia como se creen los psyianos.

Agnes respiró con calma con una taza de té en manos y se la pasó a Tristán, quien tiene el olor a la ropa de su ex amante. Quizás por eso se le hace tan cómodo quedarse a su lado, aunque en otros momentos solo se alejaría y mantendría distancia.

—Hay 367 estrellas que brillan delante de nuestros ojos —confiesa como si fuera el dato del año y Agnes solo dice "ajá"—. Hay dos extras, creo que se unieron dos nuevas. Hasta hace no mucho conté 365.

—Como los días del año.

—¡Claro! ¿No es interesante?

"Es aburrido" piensa Agnes mientras trenza su cabello negruzco y ladea la cabeza al mirar a su aprendiz. Sus ojos de tono marrón se iluminan como dos piedras preciosas al hablar de cosas cotidianas, de vida común a la que se ha acostumbrado Agnes. Es solo un humano con una vida corta y hasta pacífica según sus nuevos recuerdos, cualquiera que tenga su positivismo se pondría igual.

—¿No es agradable cómo hace frío aquí a pesar de que estamos en verano? ¿Será al revés en invierno?

—Sí, es al revés.

—Qué mágico, desearía vivir eternamente aquí. Amo el murmullo de la ciudad y a mis hermanos gritones, pero me gusta la paz.

Lo dice como si conociera algo mínimo de esa vida, pero todos sus recuerdos deben ser falsos, implementados de una mente diferente a la suya. Su hechizo es tan fuerte que hasta traslada a la gente hacia una realidad que ella decida crearles y esta vez su ambigüedad lo ha llevado al límite al pobre chico que se cree todo.

Incluso puede que haya cambiado la personalidad de aquel, ya que se nota bastante errante bajo su punto de vista —o es, acaso, que ha olvidado cómo era convivir con un humano—.

—¿Crees que los de la tribu me amarán? —pregunta de una forma rápida, como una duda que le asustaba soltar.

—¿Dijiste algo?

Agnes solo finge no haberlo oído y él hace una sonrisa triste como respuesta.

—No.

Pero la realidad es que Agnes, por muy fría y directa que a veces resultase, le aterra confesarle a ese chico de ojos tristes que esa tribu no lo quiere. Fuera la razón que fuera, ellos lo habían dañado y tenía que hacer lo posible para que no coincidiera con ellos, pero que siguiera haciendo sus actividades como alguien de una tribu haría. Lamentablemente venía encadenado de varios problemas que la tribu traía encima como enfermedades o prohibiciones, razón suficiente para cuidarlo.

La casa, que usualmente se encontraba en silencio o con el chirrido denso de la pava al calentar agua, se empezó a llenar de ruidos diferentes gracias a Tristán: el de la ducha al disparar agua tras el arduo —incluso primitivo— entrenamiento, el de la cama chirriando cuando se tira encima porque quiere molestarla al desacomodarla, del horno echando fuego de manera peligrosa cuando se encarga de cocinar él y de los besos. No besos en la boca, sino en toda la cara excepto los labios. Tristán agradece a Agnes besándole toda la cara de una manera tan ruidosa que hasta los de afuera podrían escuchar.

Es como un perro según las propias palabras de Agnes, que cuando aquel sale para entrenar habla sola. No tiene amigas, ya que no consigue mucha gente que se interese en ella ante los rumores de sus hechizos y peor aún las mujeres. Se ha acostumbrado a la vida solitaria que lleva desde hace tiempo, por lo que salir de la rutina la extraña. En algunos momentos solo quiere que nada se modifique, así sus sentimientos no se ven perjudicados.

Pero es inevitablemente humana. Sufre como cualquiera y por eso medita lo que siente, lo que le preocupa y cómo en cuestión de semanas su ánimo ha pasado por muchas etapas.

Intenta meditar en soledad lo que hará con ese chico, pero él no duda en aparecerse en frente de ella y mirarla con ojos curiosos.

—¿Me ayudas a pintar la máscara? —pregunta mientras la mira de arriba abajo. Ya se ha acostumbrado a su poca vestimenta incluso en invierno.

—¿Eh? Ah, las máscaras eucharistia eulogimeni —murmura para sí misma y luego se levanta de la cama.

—¿Quieres un abrazo? Te ves desanimada.

Es una frase común de Tristán, pero cuando la expresa ladeando la cabeza y con ese rostro de rasgos dulces, compadeciéndose de ella, le recuerda tanto a Gerardo que le pesa el pecho. Usa su ropa, se adapta a sus gustos en la casa y hasta reacciona con amor cuando se trata de su tristeza. ¿Cómo puede ser que no se enamore de él? ¿Por qué es tan patética que ni eso le sale bien? Patética, inútil, tan odiada por sí misma y por todos.

Con razón la gente no la soporta, ni ella misma está cómoda con su esencia y ahora en unos días este chico también se tendrá que ir a hacer su raro ritual. Ya no estará en sus manos.

Todos se escapan de sus manos por mucho que intente retenerlos.

Las lágrimas se desprenden de su rostro y, tras mucho tiempo de no sentirlo, sus piernas se paralizan, haciéndola aterrizar directo al suelo. Tristán no tarda en correr hacia ella y levantarla bruscamente debajo de los brazos.

Y siente dolor en los brazos por primera vez. Siente un dolor intenso, como si la fuerza de Tristán pudiera destrozarla.

—¡Suéltame!

Él toma muy literal su pedido y la tira al suelo. Moretones le saldrán en la piel, lo sabe, pero sentir el dolor en su cuerpo es raro, fuera de lo común, casi tonto. No puede creerlo..., al menos hasta que Tristán se agacha y la observa con inocencia en sus ojos. Solo ahí recuerda que ya ha vivido esto con otros amantes, que pensó que su cuerpo estaba reaccionando y solo era ilusión propia, una broma del ser superior que se burlaba de su hechizo tan irracional.

Solo así sus lágrimas se liberan. Tristán es tan amoroso y cuidadoso que se olvida de lo efímero que será como humano.

—Solo quiero sentir, pero este patético cuerpo no actúa como quisiera —solloza contra el cuerpo de aquel hombre y él no duda en envolverla en sus bazos—. Soy una bruja eterna, no moriré nunca, Tristán.

—Todos tenemos fecha de caducidad.

—Todos menos yo, yo me maldije.

—¿Qué te hiciste?

Pero sus palabras no nacen, porque la vergüenza de que sepa la verdad es más fuerte que su honestidad, así que solo niega con la cabeza y deja sus lágrimas caer. Tiene que alejarse, lo sabe, pero la calidez de Tristán es todo lo que ha buscado este tiempo. Sabe que solo lo tiene porque evitó su muerte y que eso hará que su dios se enoje con él, por no cumplir su ciclo. Le gusta crearse una fantasía cuando su morena piel se cruza con la suya.

—Soy tan patética —solloza ante la debilidad que le trae su corazón.

—¿Por qué te odias tanto? 

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