Capítulo 2: Expectativas destruidas
Lo lleva a rastras con mucho pesar. No solo tiene la fuerza de una chica de 19 años atrapada en un cuerpo flaco que no pasa los 1,60 metros, sino que además se siente cansada por su hechizo. Hacía tiempo que no le devolvía la vida a alguien o no recordaba que le hacía gastar tanta energía.
El bosque es peligroso para dejarlo tirado y por eso se esfuerza al arrastrarlo. Reza para atraer a algún hombre temerario que quiera ayudarla, pero eso no es posible hasta que está a unos metros de su hogar y apenas puede mover las piernas. Odia su debilidad física, pero le gusta el atractivo que pueden captar esa clase de hombres, posibles leñadores, que de inmediato se enfocan en su belleza.
—Caballeros, ¿me harían el honor de cargar a mi compañero hasta casa?
—A cambio...
—Soy toda suya, caballeros.
Ambos hombres se observan y asienten. No les importa en lo absoluto la muchacha más que para probarla y a ella le da lo mismo, ha vivido tanto que no le interesa.
Cuando esos hombres se retiran de su morada, satisfecho con el cuerpo apenas maduro de Agnes, ella se sienta en la cama y refuerza el hechizo que impide que cualquier persona entre. No puede permitirse que ellos caigan en la tentación de buscarla cuantas veces quieran. La han dejado aún más agotada de lo que ya estaba.
—¿Cómo será vivir como una humana real? —se pregunta mientras su cuerpo se desploma contra la cama.
Luego de esa duda, mira al suelo y agradece que aquel tipo siga durmiendo con su frazada. Le sería avergonzante hablar de eso ahora mismo. Incluso su boca se ha cansado. Todo el cuerpo no reacciona.
Sabe que será secundario, que no por eso morirá ni por la cantidad de sangre que brota de su entrepierna. Sabe perfectamente que esta sanará y que el dolor durará un minuto, pero no hay forma de que ella muera. No se dañará durante mucho tiempo ni caerá en la locura. Está sana, resguardada bajo su propio hechizo.
¿Por qué pensó que era buena idea entregarle a ese dios desconocido su corazón para que se lo diera al que fuera más indicado y así morir? Podría haber sido más perspicaz y aceptar el ciclo de la vida, sin aferrarse al amar como había hecho su hermana. Pero quería creer que ella sí podría encontrar el amor antes de partir. Patética una y mil veces.
Se odia cada vez que se recuerda como la niña caprichosa que no sabía apreciar nada y siempre necesitaba de más. Se tendría que haber muerto hace tiempo ya, pero su tontería de los diecinueve le trae una eternidad envidiable para el que no ha vivido más de 50 años. Y su juventud no es una virtud muy bonita. Los hombres no suelen quererla como novia, no, ella es mejor para algo casual.
Lógica absurda, pero para cientos de ellos tiene sentido. Y al menos se alegra de que le hagan atrocidades a ella y no a cualquier otra mujer. Piensa que si se enganchan de su piel, ninguna otra le gustará tanto. Desea que así sea para sentir que, aunque la mayoría le teme, le está haciendo un bien a las personas.
Descansa los ojos ante las barbaridades de cosas que se le pasan por la cabeza y los abre muy ligeramente al oír un ruido, como si una puerta se hubiera abierto, pero cree que no puede hacer nada al respecto. Su cuerpo necesita estar en reposo cuando se expone a esfuerzos gigantescos.
Odia vivir con la sensibilidad, pero eso es peor cuando no tiene la adrenalina de nada. No piensa que alguien la va a matar, no cree llegar a enamorarse y duda de que una sola persona se parezca a su amante pasado: Gerardo, el que ha muerto a los 53 años, hace un siglo ya. Él fue la experiencia más cercana al amor que tuvo, el único que hizo latir su inútil corazón, pero como todos: era mortal. Tenía que morir y no permitirle a ella amarlo por completo.
Llegado a este punto, se prohibía encariñarse o se condenaba a hacerlo. Había hecho amigas, algunas se habían alejado por los rumores y otras simplemente desaparecieron. Estuvo para todos los funerales posibles, lloró como una magdalena e igualmente no se le cree capaz de amar lo suficiente como para morir. Está sola, abandonada por el destino y por la simple idea de que no hay nadie de sus linaje esperándola, creciendo o lo que sea. Tenía madre, padre y hermana, no más. Su hermana murió a una corta edad y ella es infértil. Sería anormal que pudiera tener hijos con ese cuerpo suyo que no tiene cualidades humanas reales.
Es artificialmente humana, una creación sobrenatural.
Ya no sabe cómo sentirse, si la tristeza es real, si la mentira no está escondida bajo sus manos sufrientes.
Tan solo quiere desfallecer antes de que el cúmulo de pensamientos invada su cabeza, pero nunca encuentra la tranquilidad, razón suficiente para que se levante ante el mínimo ruido proveniente de su baño.
Acaban de cerrar su ducha y hay pasos de aquí para allá. "¿Ya se ha levantado ese hombre? Dios, sí que es ruidoso. Pero es joven, debe estar en sus 20s, no puedo culparlo. Les gusta el escándalo y yo ya estoy harta de ello" piensa mientras intenta agudizar la vista.
Se levanta con dificultad y suelta un largo suspiro antes de estirar su cuerpo. Nunca sabe cuándo va a funcionar con normalidad, pero a veces simplemente reacciona bien. No hay lógica, así que no se mata preguntándose nada. Ya no tiene ni la mínima intención de hacerse una simple idea del por qué.
—Veo que estás energizado —confiesa cuando lo ve saliendo de la ducha con todo el cabello corto y negruzco mojado.
Pero antes de que pueda responderle, ella lo observa de arriba abajo y se sorprende de lo que ve: lleva la bata de su difunto amante, Gerardo.
Siente una puntada al corazón y se acerca sin importar que su ropa sea casi escasa para la vista de ese joven. Y, sin saber por qué su cuerpo extraña tanto, se aferrar a él con los dos brazos, no exactamente por amor, sino para poder sentir que lo está abrazando de nuevo, que abraza a su amado, aquel que realmente no amó.
Lo recuerda a la perfección: tenía un cuerpo igual que el de este joven cuando se conocieron y sus manos se reposaban de la misma manera en su cabello que nunca ha crecido. El aroma a valle estaba impregnado en esa bata que ahora solo cargaba una especie de olor metálico, a sangre.
Niega con la cabeza. Nunca pensó en cuánto le dolería la perdida de Gerardo, en el simple hecho de haberlo visto fallecer por "causas naturales". La única cosa que le recordaba su aroma acaba de desaparecer. Su hechizo se rompió por ese imprudente hombre.
—No te permití en ningún momento que usaras esta bata —dice con el tono más suave posible, pero se le nota el dolor en la expresión.
—Lo siento, señorita... La lavaré.
—No tiene sentido, perdió su esencia.
—¿De qué habla?
Se queda en silencio. Claro, él no tiene la culpa, es un tipo de una tribu que aprendió a tomar las cosas sin pedir permiso. Al menos no es un enfermo de la agresividad, porque de lo contrario tendría que matarlo.
Parece comprensivo a juzgar de sus ojos marrones que se achican al verla y no parece ni mínimamente interesado en su figura semi-desnuda. Es un respetuoso que no se suele encontrar y... no puede echarlo, corre el riesgo de volver a ser buscado por los Psyi. Así que solo suspira y pasa sus manos por detrás del cuello de ese hombre. Luego verá qué hacer con él, pero por ahora se lo quedará en casa.
—¿Cuál es tu nombre? —dice entre la cercanía y nota los nervios de aquel. Es humano, claro que no puede ser del todo respetuoso.
—Tristán Ixlen —menciona con sus ojos incómodamente fijos en los de ella, como si temiera bajar la vista.
—Tristán, eres muy alto, ni siquiera puedo terminar de alzar los pies.
—Sí, suelen decírmelo.
—Así que eres un coqueto.
—No lo soy.
—¿Y por qué conoces el idioma mundano?
—Porque soy mundano.
Ladea la cabeza ante la extrañez de su pregunta y Agnes no puede evitar soltarlo de repente. ¿Cómo puede ser? Ella lo hechizó para que olvidara a su tribu, no para que se inventara una realidad en la que es mundano y tiene contacto con la gente común. Jamás había sufrido por un problema similar. ¿Acaso ha sido tan ambigua a la hora de escoger sus palabras?
—¿Acaso usted no es humana también?
—Soy una bruja, ¿no escuchaste nunca de mí?
—Nunca, pero parece simpática. Ayer me salvó de una tribu.
No le gusta hacerles una condena no deseada a las personas, pero al notar la admiración de esos ojos y cómo su sonrisa se amplía, siente que no hizo el mal.
Quizás es lo que el destino esperaba para un chico tan inocente y por eso mismo puede respirar con calma, protegido en un hogar donde nadie podrá dañarlo. Su deseo de protección viene del parecido que le ve con su amante, a quien salvó de esa misma tribu con tan solo mostrar su presencia; ellos la ven como una diosa poco bondadosa, es un mal presagio su aparición.
Es una tontería para un ser inmortal, pero la simple idea de que ese chico tan inquieto sea la reencarnación de Gerardo, le sana el dolor de no tener más su recuerdo.
—Bueno, en fin, acostúmbrate a mi poca ropa. Siento mucho calor todo el tiempo.
—Tengo cierta familiaridad con la poca ropa —confiesa entre risas.
Tristán tiene vagos recuerdos sensoriales como el poco uso de ropa o el gusto por el olor cítrico que desprende Agnes, provocando que la retenga con suavidad para olerla. Su esencia no ha cambiado, razón suficiente de la preocupación de aquella mujer, quien conoce demasiado bien a la tribu con la que ha lidiado de pequeña. Durante mucho tiempo estuvo obsesionada con ella, razón suficiente para darle un nuevo motivo de vida: reeducar a ese hombre para que tenga las herramientas necesarias cuando salga del hogar.
La mesa del comedor está llena de hojas y no es muy grande, así que organiza todo de una manera que puedan estudiar con calma todos estos temas que debe tocar con delicadeza, ya que no será fácil decirle que es de esa tribu de la que le quiere enseñar. Aunque él parece tomárselo bastante bien, ya que mira con curiosidad para todos lados y nota el detalle hasta en las lámparas. Es como un niño pequeño en un cuerpo grande.
Un cierto sentimiento maternal la invade ante la simple idea de sentarlo en una mesa y explicarle todo. Pero las expectativas la llevan a la ruina, porque ese tipo es demasiado hiperactivo y no puede dejar de hacer sonidos insoportables cada cinco segundos. Es un milagro que no le haya arrancado la cabeza aún.
—¡Eres de la puta tribu Psyi, así que te callas o te mando con ellos así como estas para que te destrocen! —grita harta del sonido poco melodioso que sale de su boca sin sentido alguno.
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