Capítulo 15

Las tierras de Ghatanothoa estaban totalmente desiertas. Mientras avanzaban en la oscuridad, Créssida se preguntaba qué habría sido de las almas allí atrapadas. Se decía que había ciertas culturas que creían en la reencarnación, pero siempre lo había considerado un engaño. La gente no resucitaba en otros cuerpos ni en otras almas: simplemente quedaban atrapados el resto de la eternidad en el Infierno. Maravilloso.

No obstante, a pesar de sus creencias, no ver ni rastro de ningún espíritu le resultaba sospechoso. Siempre cabía la posibilidad de su dios los hubiese devorado para alimentarse, pero dudaba que Cancerbero lo permitiese. Le gustaba que hubiese paz en su territorio.

Tardaron más de una hora en dejar atrás las ruinas y adentrarse en un bosque de pinos. Allí el aire olía a naturaleza, pero también a humo y a sangre. A caza. Cientos de almas se agrupaban en partidas de caza para perseguir por el resto de la eternidad a sus presas. Caballeros montados a lomos de caballos esqueléticos, arqueros con flechas de fuego, guerreras de caras pintadas vestidas con pieles... una auténtica mezcla de culturas y escenas que convertían aquel bello y tranquilo lugar en una zona de conflicto entre la naturaleza y el hombre.

Perfecto para pasar desapercibidos.

Demasiado concentrados en sus propios quehaceres, las pocas almas con las que se cruzaban no percibían su presencia. Créssida sospechaba que ni tan siquiera los podían ver, pues en el fondo estaban en planos existenciales distintos, pero prefería no jugársela. Hasta donde sabía, había guardianes por todo el Infierno que velaban por la estabilidad de sus clientes, y quería evitar un encuentro con ellos a toda costa. La realidad, sin embargo, era que, aunque ella no era consciente de ello, era imposible que los vieran. Mael se había encargado de ello. Mientras se mantuviesen unidos por la mano, ambos quedarían ocultos a ojo de cualquiera tras un velo de invisibilidad que él mismo había creado con uno de sus "trucos de magia".

—¿Te imaginas pasarte el resto de tu vida persiguiendo a un jabalí blanco? —preguntó el Duque mientras pasaban a cierta distancia de un claro donde un grupo de cazadores asaba a su presa en una hoguera. Brindaban con cuernos de cerveza y gritaban de puro júbilo—. Que cada día despiertes y se repita lo mismo. Coge tu arco, llena el carcaj, monta en tu caballo y a cabalgar. Una y otra vez... una y otra vez... el resto de la eternidad... Me aburro de solo pensarlo.

Se detuvieron para contemplar la escena. Las almas derrochaban una felicidad extraña. Parecían totalmente desatados, extasiados, pero sus expresiones eran vacías, como si en el fondo no fuesen del todo conscientes de lo que hacían. Como si todo fuera un sueño.

—Prefiero imaginar una muerte algo más interesante, la verdad —respondió ella, tirando de su mano para que siguiesen avanzando—. Quizás cuidando de mi jardín en la Catedral de las Rosas, o recorriendo caminos a lomos de Abadón. Algo interesante.

—¿La Catedral de las Rosas? —preguntó él—. ¿A la que prendí fuego?

Para sorpresa de Mael, la bruja frunció el ceño.

—La misma, sí.

—¿Y te planteas el resto de tu vida ahí? ¿En serio? ¡Vaya, pensaba que era un lugar cualquiera! Un escondite temporal, por así decirlo. ¿Tan importante era para ti?

Créssida respondió señalándose los ojos. En aquel entonces aquel gesto no tenía sentido, pero sí más allá del Reino de la Muerte, donde su mirada siempre era diferente a la del resto.

—Cuando tus padres murieron, Hades pretendió que me quedase en Turín, ocupando su lugar como duquesa. Al negarme, me castigó para que fuese donde fuese, siempre me sintiese una extranjera. Para que sintiera que nunca estaba en mi hogar. —Dejó escapar un suspiro—. En la Vieja Europa la gente como yo despierta suspicacias, y no solo por ser lo que soy. Me ven como una forastera, como una intrusa, y me rechazan. Por suerte, nunca he necesitado la compañía de otros. Sola me basta. Y volviendo a tu pregunta, sí, la Catedral de las Rosas era importante para mí. Era mi hogar desde hacía mucho tiempo: el único sitio en el que me sentía como en casa. —Se encogió de hombros—. Así que gracias, ha sido todo un detalle por tu parte destruirla.

Una sombra cruzó el rostro del aprendiz, que rápidamente volvió la mirada al frente, tratando de ocultar su malestar.

—De haberlo sabido no lo habría hecho —respondió, y no mentía—. Pero decías que te ofrecieron ocupar el lugar de mis padres... ¿por qué no aceptaste? Tú eres de Turín, ¿no?

—Sí, soy de la zona, pero después de lo que pasó con Caeli preferí irme. Aquel lugar me traía malos recuerdos. —Respiró hondo—. En fin, sea como sea, espero que al menos en mi muerte pueda recuperar la Catedral de las Rosas. En cuanto acabe en Turín, intentaré reconstruirla.

Las sombras de las dos aves se proyectaron en el suelo, interrumpiendo la conversación. Ambos volvieron la mirada al cielo oscuro y las vieron descender en picado. Axael recuperó su forma de adolescente, con alguna que otra pluma en el pelo, mientras que Abadón se mantuvo como cuervo, encontrando en el hombro de su señora el lugar perfecto en el que descansar.

—La hemos localizado —anunció Axael sin demasiado ímpetu—. Está en el Valle de las Brujas, junto al resto de las tuyas. Parece aún confusa, pero...

—¿Con el resto de las brujas? —replicó Créssida con horror.

Y aunque Mael no lo percibió, la bruja sintió una profunda opresión en el pecho al imaginar volver a ver el alma de todas aquellas hermanas a las que había traicionado.

Cerró los ojos, tratando de asimilar la noticia.

—Me temo que sí, bruja —confirmó Abadón—, parece que se unen en la muerte. ¡Estoy convencido de que van a montar una auténtica fiesta cuando te vean aparecer! O eso, o te arrancan la piel a tiras, una de dos.

—Nos acercaremos el máximo posible para que puedas hacer ese ritual de llamada —sentenció Mael—. Con suerte, no te verán.

La bruja asintió, pero no parecía muy convencida. El volver a estar tan cerca de sus antiguas compañeras la incomodaba enormemente. Siempre había tratado de eludir el sentimiento de culpabilidad, fingiendo que la excusa del trabajo era suficiente para silenciar su conciencia, pero en realidad era solo un engaño. Créssida sabía que había actuado mal, que las había traicionado, y era cuestión de tiempo que recibiese el castigo por ello.

Los pensamientos empezaron a enturbiarle la mente. Por alguna extraña razón, se sentía especialmente vulnerable en aquel lugar, como si su armadura de bruja ya no protegiese como siempre. Hablaba con demasiada libertad y estaba nerviosa. Estaba preocupada...

Volvía a ser demasiado humana.

Molesta consigo misma, ordenó a Abadón que se transformase en montura y empezó a galopar, tratando de dejar atrás todos aquellos pensamientos.

El Valle de las Brujas estaba a dos horas de viaje a través del bosque de pinos. Recorrieron toda la zona a gran velocidad, encontrándose a otros tantos grupos de cazadores en plena carrera tras un grupo de alces, y siguieron hasta alcanzar la pradera que conectaba con una zona especialmente tranquila donde aguardaba un molino de viento. Atravesaron la alfombra de césped que lo rodeaba, una estampa de lo más idílica, y siguieron adelante, hasta descender una empinada cuesta al final de la cual empezaba una carretera de tierra negra. A partir de aquel punto les aguardaban varios kilómetros de camino monótono sin paisaje alguno, donde espectros atrapados en carromatos recorrían senderos infinitos.

—¿Qué prefieres, caza o carretera infinita? —preguntó Mael, retomando la conversación—. Al menos en el carro puedes tumbarte un rato.

—Mejor ni respondo —dijo ella.

Siguieron el camino durante largo rato, aprovechando la estabilidad de sendero para que las monturas pudiesen descansar un poco reduciendo la velocidad. Estaban haciendo un auténtico esfuerzo. Una hora después, alcanzado el puente de madera que conectaba con un bosque de espinos, iniciaron el descenso hasta el Valle de las Brujas: una zona especialmente sombría en la que, repartidas en distintas casas de piedra y torres en forma de aguja, las almas de las antiguas compañeras de Créssida se enfrentaban a la eternidad rodeada de sus mascotas, sus huertos y sus hermanas.

Más que suficiente para ser felices.

Se detuvieron en lo alto del valle para contemplar la zona desde la distancia. La naturaleza alrededor de las casas era de un intenso color azul, lo que contrastaba notablemente con el rojo sangre de sus muros. Las ventanas tenían forma de pica, con cristales tintados de colores, y las chimeneas se retorcían sobre los tejados de piedra grisácea, como si fueran garras rasgando el cielo. La naturaleza era extraña, con árboles de tamaños inusuales y enredaderas llenas de espinas cubriendo las torres; una mezcla de contrastes que convertía a aquel lugar en un extraño paraje en el que pasar el resto de la eternidad.

Un lugar en el que a Créssida no le habría importado vivir. Lástima de que todas la odiasen.

—Hay una cripta abandonada no muy lejos de aquí, cerca de un jardín de lilas —comentó Abadón—. Podría ser un buen sitio.

—¿Está vacía?

El guardián asintió.

—Llena de cuervos, eso sí, pero nada de brujas.

Encontraron la cripta en el corazón de un bello jardín de estatuas en honor a las primeras brujas. Era un lugar muy bello, con fuegos fatuos levitando entre las flores y cientos de cuervos revoloteando en círculo el cielo. Un paraíso construido en honor a las primeras de su estirpe, cuyos recuerdos quedarían plasmados para la eternidad en aquellas estatuas. Era una lástima que sus almas hubiesen sido devoradas por los dioses en otros tiempos, de lo contrario su presencia allí seguramente habría ayudado a Créssida. Ellas eran conocedoras de la importancia de mantenerse fieles a la causa. Lamentablemente, de ellas ya no quedaba nada más allá del recuerdo, por lo que Créssida se sintió especialmente sola al adentrarse en la cripta y descubrir en su interior sus nombres grabados en la piedra. Los leyó todos, pronunciando sus nombres con respeto, y guardó un minuto de silencio. Seguidamente, sacó su tiza negra, se arrodilló en el suelo y empezó a grabar los círculos para el ritual de llamada.

—¿Necesitas que saque a esta gentuza de aquí? —le preguntó Abadón en apenas un susurro—. Los puedo sacar si quieres.

—Tranquilo.

Grabadas las runas y los símbolos de poder necesarios para alimentar el ritual, trazó un amplio triángulo a su alrededor. Guardó la tiza, pidió a Mael que se descalzase y se situaron en los vértices. En el tercero había tan solo una vela. Cerraron los ojos.

La bruja empezó a recitar el ritual... y se convirtieron en uno con la oscuridad.

Una oscuridad en la que la vela se encendió al captar la esencia de Eva. La bruja pronunció su nombre varias veces, tratando de reclamar su atención, de hacerse oír por encima de los vientos de la muerte, y tras unos minutos de incesantes intentos, logró al fin que la llama de empezase a fluctuar.

Los ojos de Eva surgieron entre el fuego. Unos ojos ciegos y confusos que miraban a cuanto les rodeaba con una mezcla de miedo y de inquietud.

De duda.

—Eva... —murmuró Créssida al reconocerla.

Y entonces Eva la vio. La bruja conectó con su mirada y, en un arrebato de pánico, corrió hasta su compañera, atravesando la llama para abalanzarse sobre ella. Créssida sintió un cuerpo caer sobre el suyo, y al abrir los ojos descubrió que una versión juvenil de Eva la estaba abrazando. Parecía una niña asustada.

La envolvió con sus brazos, sin llegar a comprender qué estaba pasando, y hundió el rostro en su cabello. Ya no olía como antes, pero era ella. Seguía siendo ella.

—¡Créssida! —exclamó Eva, apretando su rostro contra el suyo para plantarle un sonoro beso en la mejilla—. ¡Créssida, que alivio! No quería verte tan pronto, te lo juro, pero en el fondo me alegro de que hayas llegado. Aquí es todo tan raro... tan, tan extraño... y las brujas dicen cosas tan extrañas... —Negó con la cabeza—. Dicen cosas horribles de ti.

—¿De mí? —Créssida tragó saliva—. Bueno...

—¿Quién te ha matado? Han sido ellas, ¿verdad? ¡Sabía que no iba a ser la única! ¡Esto es una maldita cuenta atrás! ¿El resto lo sabe? ¿Arianne, Lucil, Beltaine...?

Antes de que la conversación pudiese ir a más, Mael decidió intervenir. Se acercó a las brujas, las cuales estaban tiradas en el suelo, la una encima de la otra, y apoyó la mano sobre el hombro de Eva. Un simple roce con el que consiguió no solo que la bruja chillase sobresaltada, sino que también comprendiese que algo extraño estaba pasando.

Algo que su mente tardó uno segundos en comprender.

Miró a uno, después a la otra, se apartó de Créssida y, ya desde la distancia, creyó entender la verdad. Se tapó la boca con las manos en un gesto tan infantil como sincero. Estaba perpleja.

—¡Pero estás viva! —exclamó—. ¡Estás...!

—Estoy viva, sí —confirmó Créssida, poniéndose en pie—. Sé que no tiene mucho sentido, pero...

—¡Si Hades se entera te matará! —le interrumpió con horror—. ¡Tienes que irte, Créssida! ¡Vete de inmediato! ¡Hay guardianes! ¡Hay...! —Sacudió la cabeza—. ¿¡Pero cómo lo has conseguido!? ¿Cómo es posible que...? ¿Y tú...? —Miró de reojo a Mael—. Tu cara me suena... espera un momento... tú...

Créssida le tapó la boca para que no siguiese hablando. Fijó la mirada en sus ojos, obligándola a que se la mantuviese, y pronunció lentamente la palabra "calma".

—Calma, ¿de acuerdo? Calma —le ordenó Créssida, endureciendo el tono—. Sé que no debería estar aquí, y sí, ese de ahí es el aprendiz del Maestro Oscuro. Mael, se llama, y es tu nuevo sustituto.

Eva le miró de reojo, pero solo durante un segundo. Rápidamente centró la atención en su compañera. Esperó a que ella le apartase la mano de la boca para poder susurrar.

—Se parece mucho a...

—Es su hijo.

—¿¡Su hijo!? —Eva abrió mucho los ojos—. ¿¡De veras!?

Créssida asintió.

—Vaya, es... es... —Sacudió la cabeza, sin saber qué decir—. Es inesperado como poco... pero Créssida, si no has muerto, ¿qué haces aquí?

—He venido por ti —respondió la bruja, cogiendo sus manos—. Por tu muerte, Eva. Temo que tu asesina vaya tras el resto de las brujas, y después de lo que has dicho...

—Va a por vosotras —sentenció Eva con pesar—. Yo he sido la primera, pero va a ir a por todas, Créssida. Aparecieron de noche en el castillo, sin previo aviso... eran mujeres extrañas, todas ellas con los ojos totalmente rojos y marcas rituales en el cuerpo. Tuve un mal presentimiento cunado llegaron, pero no tuve tiempo para reaccionar. Para cuando quise hacerlo, una de ellas ya estaba en mi despacho, con un cuchillo en la mano. Se abalanzó a por mí. Forcejeamos y logré quitármela de encima, pero entonces algo pasó. No recuerdo exactamente qué, pero fue como si algo me sujetase de los brazos... como si hubiese espíritus a mi alrededor. Y no eran de los nuestros, te lo aseguro. Ordené que me soltaran, pero respondieron con risitas... risitas infantiles. Eran como niños. —Negó con la cabeza—. Entonces esa mujer se abalanzó sobre mí y me clavó el cuchillo en la garganta. Fue... fue muy doloroso, pero por increíble que parezca, no me mató al instante. Me sujetó y me dejó en el suelo con cuidado. Seguidamente se arrodilló a mi lado para y empezó a susurrarme una plegaria en un idioma desconocido... Creo que me lanzó una maldición, al instante me estaba congelando por dentro. Y no era el frío de la muerte, Créssida, te lo aseguro. Era diferente. Era...

—Te transformó en piedra —confesó, logrando con ello que Eva abriese mucho los ojos.

—¿En piedra! ¡Pues claro! ¡Sabía que tenía que ser algo así! —Eva sacudió la cabeza—. Son brujas, Créssida. Un tipo de brujas diferentes. Esa mujer... sus ojos se han quedado grabados en mi memoria. Los tenía totalmente rojos, pero creo que era porque estaba convocando sus poderes. Era alta, esbelta... con el pelo largo y castaño, con ondas. Era muy bella... y tenía muchas marcas en el cuerpo. Marcas extrañas, tribales. Además, tenía pendientes en la cara, en la nariz, en la boca... toda ella era muy rara.

—¿Dijo algún nombre? ¿Te dijo algo?

Eva negó con amargura. Los recuerdos de lo sucedido eran cada vez más difusos. Era como si, más que días, hubiesen pasado años.

—No... al principio creí que la había enviado Hades. Yo... bueno... —Bajó la mirada—. Al final yo no estaba siendo la bruja que debía ser, Créssida. Cometí muchos errores... me equivoqué, pero ahora estoy casi segura de que no servían a nuestro Señor. Eran diferentes.

—¿Y por qué dices que van a ir a por el resto de las brujas? —preguntó Mael, rompiendo su silencio—. Lo has dicho muy convencida. ¿Dijo algo al respecto?

—No fue necesario que lo dijera: lo sé. —Eva apoyó la mano sobre la mejilla de Créssida, en un gesto de cariño, y asintió con tristeza—. Sabes que te estoy esperando, pero tampoco tengas prisa. Cuida de las nuestras... protégelas, y si no lo consigues, no temas, estaré aquí.

—Aquí donde todas me odian.

La bruja depositó un beso sobre su frente, logrando con ello que una lágrima de tristeza rodase por la mejilla de Créssida. Las dos amigas se abrazaron, plenamente conscientes de que aquella iba a ser la última vez que se vieran hasta que la muerte las uniese, y se despidieron.

—No permitas que desaparezcamos —le suplicó—. No lo permitas, Créssida. No nos lo merecemos.

—Haré que lo paguen caro —aseguró ella—. Te lo juro.

Se dieron un último abrazo que Eva aprovechó para susurrarle algo al oído y abandonó el lugar con rapidez. Ya a solas, Créssida se tomó unos segundos para secarse las lágrimas y asimilar todo lo que había escuchado. Lamentablemente, no tuvo tiempo para más: tenían que volver antes de que les descubriesen.



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