Capítulo 12

Año 1.512, julio – 508 años antes


Aquellas cinco semanas de encierro en la habitación del conde Donato Marino fueron las más terribles de toda su vida. Consciente de que el tiempo corría en su contra, Caeli había intentado escapar en tres ocasiones. La primera de ellas había sido a las pocas horas de haber sido encerrada, aprovechando que una de las sirvientas había entrado para dejarle la bandeja con la cena. Caeli había esperado tras la puerta, armada con un jarrón, y tras estrellarlo con todas sus fuerzas contra su cabeza, había salido a la carrera, logrando alcanzar el patio. Por desgracia, su huida no había pasado de aquel punto. Los guardias la habían encontrado, y tras recordarle su deber y amenazarla con matarla la próxima vez que lo intentase, la habían devuelto a la habitación. Unas horas después, decepcionado, el conde Donato la había ido a ver para pedirle una oportunidad y paciencia.

Una paciencia que Caeli no tenía.

La segunda huida se había dado una semana después, tras varios intentos sin éxito. Empleando para ello uno de los dientes de un tenedor especialmente endeble, la joven había forzado la cerradura, logrando escapar de la habitación en mitad de la noche. En aquella ocasión, Caeli había huido a la iglesia, donde había suplicado ayuda al sacerdote. Lamentablemente, pocas horas después sería el propio padre Piero quien la entregaría al conde, prometiéndole que era lo mejor para ella y, ya de paso, librándose del peor de los castigos por volver a ayudarla a escapar. Después de lo de Turín y la amenaza con prender fuego a la iglesia con él dentro, había aprendido la lección.

El regreso fue más complicado que el anterior. Los guardias arrastraron a Caeli por todo el castillo, ignorando sus gritos, hasta la habitación de Donato, donde el conde ya la esperaba. Y estaba furioso. Muy furioso. Atrás quedaba su amabilidad y su corrección. Llegado a aquel punto, ya no le pedía comprensión, sino obediencia. Le gritó con todas sus fuerzas, amenazándola con castigarla en caso de que no cumpliese con su deber, y ordenó que no la alimentasen durante el siguiente día. Con suerte, entraría en razón.

Obviamente, no lo consiguió.

El último intento fue el peor de todos. Desesperada al ver que la espera llegaba a su fin, esperó a la tercera noche de la cuarta semana, un día especialmente lluvioso, para abrir la ventana y descolgarse por la pared. La altura era importante, un segundo piso, pero tal era su desesperación que incluso así lo intentó. Se aferró a los salientes del muro y centímetro a centímetro fue descendiendo. A tres metros del suelo, la lluvia en la piedra hizo que sus manos resbalasen y cayó sobre unos arbustos. Por suerte no se hizo nada grave, solo unos cuantos golpes y cortes. Corrió hasta el establo, cogió uno de los caballos y escapó.

Caeli cabalgó durante toda la noche sin rumbo fijo. Sus únicos dos lugares seguros, la iglesia y Turín, le habían dado la espalda, por lo que no sabía qué hacer. Simplemente quería huir, pero no sabía a dónde. Así pues, se adentró en uno de los caminos, sin saber que se dirigía hacia Roma, y pasó toda la noche al galope, hasta que las fuerzas abandonaron al caballo y tuvieron que hacer un alto.

Logró permanecer escondida cinco días. Cinco largas y duras jornadas en las que, conocedora de que la estaban buscando, trató de pasar desapercibida. Se ocultó en las posadas, en las granjas y entre los árboles. Evitaba viajar de día, concentrando sus esfuerzos en la noche. Sin embargo, los caminos eran peligrosos para una chica, y más una de su edad, por lo que no tardó en acabar ocultándose en una granja en ruinas, aterrada ante lo que le aguardaba fuera.

A pesar de sus esfuerzos, al sexto día la encontraron. Alguien confesó su posición a los hombres del conde y la trajeron de regreso al castillo en contra de su voluntad. Aquel último intento había sido en el que había pasado más tiempo fuera y el miedo se había apoderado de Donato. Creía que la había perdido... creía que podría haberle pasado algo. El Conde se lo echó en cara, le recriminó que lo tratase con tanta injusticia y culminó su castigo golpeándola por primera vez. Le dio una única bofetada que no solo la hirió físicamente, sino que también rompió parte de su espíritu.

Caeli comprendió entonces que estaba condenada a quedarse allí. Que hiciera lo que hiciera, no podría escapar de su destino.

Que estaba sola y aquel era su fin.

Una semana después, contrajo matrimonio con el conde Donato Marino en una ceremonia por todo lo alto a la que todo Macello estaba invitada. El padre Piero los unió ante los ojos de Dios, bajo la atenta mirada del Duque de Turín, entre otras personalidades, y sus destinos quedaron unidos hasta que la Muerte los separase.



Año 2.020, noviembre – 508 años después



Tras visitar la Catedral de Turín en busca de un buen lugar donde instalarse, Créssida decidió que necesitaba un lugar algo más tranquilo. Tal era el volumen de visitas continuas que recibía el sagrado templo del Señor del Mal que no lo consideraba una opción viable. Por suerte, en la ciudad había otras tantas iglesias, todas ellas de menor tamaño y lo suficientemente lejos de la fortaleza como para no sentirse controlada, así que no tardó en elegir una en las afueras. Expulsó al sacerdote satanista que la dirigía, trasladó el poco equipaje que tenía y se instaló en ella, iniciando así una nueva etapa.

Su nuevo hogar era pequeño y acogedor, situado entre dos galerías comerciales que eclipsaban por completo el santuario con sus escaparates y ostentosos letreros. La fachada era de piedra negra, con varias gárgolas situadas en la balconada del segundo piso cuyas bocas abiertas expulsaban agua los días de tormenta. A través de sus ventanas no incidía apenas la luz, por lo que su interior era lúgubre, perfecto para ella. La planta inferior respondía a lo que cabría esperar de una iglesia, con bancos para los feligreses, estatuas y grandes cuadros del tododeroso Señor del Mal, y un altar de ónice. Incluso había una pequeña capilla para confesiones. La planta superior, en cambio, era totalmente diferente. Preparada para ser habitada, contaba con una pequeña habitación, un salón, un baño, una cocina y un espacioso balcón desde donde disfrutar del movimiento diario de una de las calles más comerciales de la ciudad.

Por último, la iglesia tenía una azotea a la que se accedía a través de una escalera de mano. Una pequeña y delicada zona soleada en la que, por mucho que el antiguo párroco había intentado exterminarlo, crecía un bello jardín floral donde cientos de flores de colores llenaban de luz aquel lugar maldito.

Un pequeño paraíso en mitad de la urbe en el que Créssida creyó encontrar un lugar perfecto donde esconderse del resto del mundo.

—¿Qué te parece? Es bonito, ¿eh? —exclamó la bruja, agachada junto a un macizo de margaritas blancas—. Hay espacio suficiente para que plante mis hierbas y especias.

—Es un asco —replicó Abadón, saltando de su hombro para lanzarse sobre las flores y revolcarse en ellas—. ¿De veras tenemos que quedarnos aquí?

—Siempre puedes volver a la fortaleza con Axael y el perturbado de su dueño, nadie te lo impide. Puede que hasta te hagas su amigo.

—Ya, claro... mejor bruja conocida que psicópata por conocer.

Pasaron el resto de la jornada preparando la iglesia a su gusto. Mientras que Abadón deambulaba por los alrededores, inspeccionando la zona, ella se encargó de preparar el ritual para poder abrir la puerta al Infierno en caso de necesidad. Además, sembró las primeras semillas de su propio huerto de especias, iluminó la planta superior con velas e incluso trazó los sellos de protección que había aprendido de boca del mismísimo Hades. No los había utilizado nunca, pues siempre se había sentido segura en Normandía, pero dadas las circunstancias prefirió no arriesgar. Después de lo que había visto en la fortaleza, ya no sabía qué pensar.

Así pues, pasó todo el día preparando su nuevo hogar hasta que, caída la noche, cerró las puertas para evitar visitas inapropiadas, se encerró en su habitación y preparó el ritual para contactar con el resto de las brujas. Llevaba todo el día preguntándose qué les iba a decir y cómo iba a plantearles lo que había visto, y aunque en varias ocasiones creía haber dado con la clave, no acababa de sentirse del todo cómoda.

Era demasiado extraño... demasiado inquietante.

Se descalzó, tomó asiento en la esquina del cuadrado que le correspondía y cerró los ojos. En la oscuridad de la noche las velas empezaron a brillar en su mente, llamando a sus hermanas. Beltaine, Arianne y Lucil. Beltaine, Arianne y Lucil.

Beltaine, Arianne y Lucil...

Y las tres brujas acudieron a su llamada.

—Me alegro de veros, hermanas —saludó Créssida con sinceridad—. Sé que he tardado en contactar con vosotras, pero han sido días extraños.

—Y tan extraños —la secundó Lucil con acritud—. Hay quien dice que te han visto cerca del Reino de los Muertos... que incluso rozaste la verja con la punta de los dedos. ¿Es eso cierto?

Tan directa como de costumbre, la bruja de Bucarest no le dio tiempo para inventarse alguna excusa. Tal era su red de contactos y espías que resultaba casi imposible mentirle.

—Digamos que se me han complicado mucho las cosas, es cierto —admitió para desagrado de sus compañeras—. Sigo en Turín, el Señor Oscuro ha puesto a uno de sus aprendices como sucesor de Eva y la relación con él es compleja. Digamos que es un provocador nato.

—¿Y te sorprende? —La bruja rumana sacudió la cabeza—. Buscará tu perdición hasta que comprenda que no tiene nada que hacer, ya lo sabes.

—Soy consciente, sí... —Créssida desvió la mirada hacia las otras dos brujas—. La cuestión es que tuvimos un inicio complicado, pero creo que puedo controlarlo.

—Tendrás que hacerlo, tu vida depende de ello —sentenció Arianne con frialdad—. Pero dudo mucho que sea para hablarnos de ese aprendiz por lo que nos has convocado. ¿Has sabido algo nuevo del asesinato de Eva?

Beltaine se cubrió la boca para disimular un agudo grito de sobresalto. Parecía especialmente nerviosa aquella noche. Más de lo normal, incluso.

—Tengo novedades, sí. Anoche estuve inspeccionando el resto de los cuerpos petrificados que dejaron los asesinos. No contamos con un testigo visual, pero sí con una dotada que sintió parte de lo que sucedió. —Créssida se encogió de hombros—. Al parecer, además de marido e intento de hija, Eva tenía también una aprendiz.

—¿De veras? —Lucil puso los ojos en blanco.

—¿Por qué será que no me sorprende? —preguntó Arianne—. El amor es una de las enfermedades más graves a las que una bruja puede enfrentarse. Una vez te contagias, estás prácticamente condenada.

—Lo es, sí —la secundó Créssida—. Sea como sea, su aprendiz pudo percibir parte de lo que sucedía en la planta superior, mientras acababan con la vida de los inocentes que encontraron a su paso, y ha podido confirmarme que había al menos dos mujeres. Y lo que es aún más importante, asegura que no todos los hombres transformados en piedra están muertos.

Aquella noticia logró sembrar la inquietud entre las presentes.

—¿A qué te refieres con que no están muertos? —preguntó Beltaine con su desagradable voz, rompiendo su silencio—. ¿Lo has notado tú también?

Créssida negó con la cabeza, categórica.

—Yo solo vi estatuas y simbología arcana grabada en los brazos de algunas víctimas.

Las brujas se miraron entre sí con una mezcla de sorpresa e inquietud.

—¿Qué tipo de símbolos? —quiso saber Lucil, frunciendo el ceño—. ¿Eran símbolos de demonología?

—Si lo fueran no nos habría llamado —sentenció Arianne con acidez—. Ni tan siquiera sabes el significado, ¿verdad, Créssida?

Una vez más, la bruja no tuvo más remedio que negar.

—No los conozco. Los he copiado: trataré de descubrir su significado, pero dudo que encuentre nada. Creo que responden a otro tipo de magia... y antes de que digáis nada, debéis escuchar el motivo. Sé que nosotras mismas nos encargamos de limitar la brujería, que purgamos todos los credos y brujas que actuaban bajo las órdenes de otros dioses, pero lo que he visto pone en evidencia que se nos escapó uno... o lo que es aún peor, que ha nacido uno nuevo.

—¿Insinúas que hay una nueva cábala? —preguntó Beltaine con horror—. ¡Eso es terrible!

—Además de imposible —se apresuró a asegurar Lucil—. No hay ningún otro dios libre al que ninguna bruja pueda servir, y mucho menos ha nacido ninguno. Los dioses no nacen de un día para otro. ¿Qué clase de absurdez es esa? —Puso los ojos en blanco—. En definitiva, sin dioses no hay magia, así que debe tratarse de otra cosa. Otro tipo de práctica.

Arianne secundó sus palabras con un rápido asentimiento de cabeza. La posibilidad de que hubiese nacido un nuevo culto le resultaba totalmente imposible dadas las circunstancias actuales. Sin embargo, Créssida, que sabía más que ellas al respecto, no lo veía del todo inviable.

—Escuchadme, la historia no acaba ahí —prosiguió la bruja—. La aprendiz de Eva me dijo que por las noches oía algo, que pasaba algo con los cuerpos, así que bajé a comprobarlo con mis propios ojos. ¡Y sorpresa! No mentía: vi algo. Vi algo que... —Negó con la cabeza—. Sinceramente, aún no logro darle una explicación clara, pero juraría que eran ninfas. Ninfas cuidando de las estatuas, asegurándoles que en cuanto todo llegase a su fin, volverían a ser libres.

Y antes de que las brujas pudiesen mostrar abiertamente su incredulidad, Créssida les enseñó lo que ella misma había visto. Compartió con ellas sus recuerdos, dotando de vida la escena de la noche anterior al proyectarla en sus mentes, y durante los pocos segundos que duró su visualización, todas quedaron en silencio, totalmente desconcertadas.

Jamás habían visto nada como aquello.

Después empezaron a hablar nerviosamente, atropellándose las unas a las otras.

—Eh, eh, calma —les pidió Créssida, viendo el alboroto reinante—. Calma, no perdamos la cabeza. Son ninfas, ¿estamos de acuerdo?

—¿Calma? ¿Pides calma? —Lucil sacudió la cabeza—. ¡Hablamos de un nuevo tipo de magia, Créssida! De brujas capaces de convocar ninfas... de brujería natural. ¡Yo misma acabé con todas esas sucias wiccas! ¡Las hice hervir en su propia sangre! ¡Y ahora... ahora me estás demostrando que al menos queda una con vida! ¿¡Cómo voy a estar tranquila!?

—Dos, para ser más exactos —corrigió Arianne—. La aprendiz de Eva dijo que al menos eran dos... y sí, es evidente que no es brujería de sangre. ¿Es posible que algún Celestial haya despertado?

Créssida confirmó lo que anteriormente le había confiado el propio Mael, que los dioses conocidos seguían plácidamente dormidos en la cámara de Hades, ciegos a todo lo que estaba sucediendo en el mundo. También confirmó que, en apariencia, no había escapado ningún Titán, ni ningún otro ser Celestial alrededor del cual se pudiese generar una nueva Cábala.

Todo apuntaba a que un nuevo dios había nacido, que los tiempos de paz del reinado de Hades entraban en una nueva etapa, y debían estar preparadas. Más que nunca, debían protegerse las unas a las otras.

—Van a ir a por nosotras —murmuró Beltaine con terror, entrelazando las manos sobre el pecho—. Si ha caído Eva, iremos cayendo una tras otra... y yo voy a ser la primera, lo sé. Lo presiento. Hace días que sueño con un ciervo. Un ciervo que me mira desde la lejanía... que me atormenta con sus ojos rojos. —Respiró hondo—. Creía que era producto de mi mente, que me estaba obsesionando, pero ahora empiezo a creer que es cierto. Empiezo a...

—No dejes que el miedo te condicione —le advirtió Arianne con determinación—. Tu mente puede ser tu peor enemiga.

—Coincido con Arianne, Beltaine —la secundó Créssida—. Te estás sugestionando. De todos modos, si no te sientes segura, ve una temporada al Inframundo, allí estarás protegida. No voy a negar lo evidente, la existencia de una nueva cábala de magia nos deja en una muy mala posición, pero no debemos dejarnos llevar por el pánico. Lo prioritario ahora es localizar a esas brujas y comprender quiénes son.

—Ya, bueno, ¿y cómo pretendes hacer eso? —inquirió Lucil con amargura—. Solo Eva las ha visto y está muerta. ¿Cuál es tu plan entonces?

Créssida respiró hondo antes de responder. Llevaba todo el día reflexionando al respecto, preguntándose si no habría otras opciones, pero había llegado a la conclusión de que no. De que, si realmente quería descubrir la verdad cuanto antes, iba a tener que arriesgar, y solo había una forma de hacerlo. Una forma casi tan trágica como efectiva.

Les dedicó una sonrisa amarga.

—Mi plan es simple: le preguntaré a Eva.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top