Capítulo 10
—¿De qué demonios estás hablando?
Una profunda sensación de irrealidad se apoderó de la bruja cuando Mael se encaminó hacia la ventana y apoyó las manos en el alféizar. Ya había visto aquella imagen antes. Muchos años atrás, cuando el anterior Duque de Turín le había mostrado por última vez las estrellas. Él, vestido también de azul, le había sonreído antes de que su mirada se perdiese en el cielo estrellado como en tantas otras ocasiones había hecho.
En aquel entonces, sin embargo, era otra persona y otro momento, pero incluso así creyó verle a él. Creyó viajar en el tiempo y regresar a aquella etapa de oscuridad.
—¿De veras te sorprende? —preguntó Mael, invitándola a que se acercase a la ventana con él. Había espacio para ambos—. Daba por sentado que en el momento en el que te desterró a volver aquí empezarías a sospechar.
—¿Sospechar el qué? —insistió ella, prefiriendo mantener las distancias—. Creía que se movía por puro interés, para que te enseñara y velara por ti, no para corromperme. Como mucho un castigo podía ser un castigo, pero nada más, al fin y al cabo, ¿por qué iba a querer hacerlo? Si quisiera eliminarme, podría hacerlo de un simple plumazo.
—¿Y quién habla de eliminarte, Créssida? Yo he dicho corromper, no asesinarte.
—¿Y acaso no es lo mismo? Sé perfectamente el destino que aguarda a las brujas que se salen del camino: yo era su verdugo.
Mael la miró de reojo con una media sonrisa en los labios. Parecía cansado.
—Tu ejecutabas a las brujas que traicionaban al Maestro Oscuro, no a las que se corrompían. Son conceptos diferentes... conceptos que no dominas por lo que veo. —Negó con la cabeza—. ¿Hace cuánto que no pasas una temporada en el Inframundo, bruja? Las cosas han cambiado ahí abajo. Funcionamos de otra manera. ¿Cómo decirlo? ¿Nos hemos modernizado?
El concepto de modernización logró arrancar una carcajada a Créssida. Era posible, al fin y al cabo las nuevas tecnologías residían en el poder de Hades, pero pensar en el concepto de modernización teniendo en cuenta que el resto de la población aún viajaba a caballo le resultaba irónico. Una burla, incluso.
Su reacción provocó que Mael frunciese el ceño con desagrado.
—Ríe ahora que aún puedes, ¿cuánto crees que tardará en enterarse de lo que me has hecho? ¿Días? ¿Horas? ¿Minutos? —Alzó la mano para señalarse el corazón—. En mis manos está la llave de tu salvación, bruja: en cuanto descubra la verdad ya no habrá corrupción que te salve. Acabará contigo.
—Y, en consecuencia, te arrastrará a ti también a la muerte —replicó ella, dedicándole una gélida sonrisa—. Tu vida está ligada ahora a la mía, y lo sabes.
Lo sabía. Mael había sido consciente de ello desde su regreso de entre los muertos. No sabía exactamente el motivo, pero podía percibir el vínculo invisible que ahora unía su vida a la de la bruja. Era como si, de alguna forma, colgaran de la misma cuerda.
Una carcajada maligna escapó de su garganta ante las palabras de Créssida. No había esperado engañarla fácilmente, no era estúpida, pero le había gustado intentarlo. Había sido de lo más gratificante. No obstante, dado que ambos tenían un nivel de información parecido y que estaban condenados a entenderse, optó por intentar amoldar las circunstancias a sus intereses. Él la necesitaba viva, sí, pero también ella a él.
—¿Vas a contarle a Hades lo que ha pasado? —preguntó Créssida, bajando el tono de voz—. Lo puedo entender, pero deberías tener en cuenta que sigues aquí, así que...
—El que me hayas devuelto la vida no quita que primero me la hayas quitado —replicó él, mirándola de reojo—. Pero es innegable que no nos interesa a ninguno de los dos que el Gran Maestro se entere. Al menos no sin una buena explicación... siempre y cuando no lo sepa ya, claro. Aunque bueno, teniendo en cuenta que estamos vivos, doy por sentado que no.
—O quizás sí lo sepa, pero no le dé demasiada importancia, como a la muerte de Eva. —Esta vez fue la bruja la que sonrió con maldad—. Quizás no le importas tanto como te crees.
Mael puso los ojos en blanco.
—No seas absurda, soy su aprendiz favorito. Llevo toda mi vida a su lado, aprendiendo todas sus lecciones. Si realmente...
—Eso no es del todo correcto —corrigió Créssida—. Llevas tan solo los últimos años de tu vida, el resto lo has pasado encerrado en su cámara. ¿Cuánto tiempo has pasado allí? ¿Cuatrocientos años? ¿Cuatrocientos cincuenta? —Chasqueó la lengua—. Si realmente fueras tan importante, habrías estado a su lado desde el principio.
El aprendiz lanzó un profundo suspiro, sorprendido ante el inesperado giro en la conversación. Probablemente fuese porque la herida aún le estaba afectando y su mente no estaba del todo despierta, pero la bruja le había dado un vuelco a la situación. Ahora era su turno.
Mael se esforzó por sonreír, tratando de aparentar tranquilidad.
—Percibo en tus palabras cierto conocimiento sobre mi persona... ¿debo entender que sabes quién soy?
—Conocí a tu padre en otros tiempos —admitió Créssida, sintiendo una punzada de angustia aguijonear su corazón al recordarlo—. Físicamente sois muy parecidos, aunque tú eres mucho más alto y ancho de espaldas.
—Ventajas de que mi madre fuese una giganta. —Replicó Mael con orgullo—. Vaya, vaya, vaya, qué interesante... así que conociste a Valentino Leone... curioso. ¿Sabías que lo asesinó su consejera? A él, a mi madre y a toda la corte, de hecho. El único superviviente fui yo.
Créssida asintió.
—Lo sabía, por supuesto. Lo conocí poco, pero siempre me pareció un buen hombre. Tuvo un destino cruel, dudo que se lo mereciera.
—Caeli —sentenció Mael con dureza, escupiendo aquel nombre con desprecio—. La mujer que lo mató se llamaba Caeli, y era una bruja. Hades me explicó que era alguien complicado, alguien conflictivo. Le dio la oportunidad de unirse a él cuando era una cría, la iban a quemar en la hoguera por lo visto, pero no salieron las cosas como esperaba. Una vez más, le traicionó... —Negó con la cabeza—. Muy propio de las tuyas. Por cierto, dice que tú la mataste, ¿es cierto?
La bruja respiró hondo, tratando de evitar que los recuerdos de aquella etapa tan oscura le nublasen la razón. Había sido una época cruel en la que había cometido muchas atrocidades. Había quemado iglesias, sacrificado niños y asesinado brujas. Había traicionado a amigos... había hecho demasiado.
Y sí, entre sus víctimas estaba Caeli.
Jamás podría olvidar su expresión antes de hacerla desaparecer para siempre.
—Me encargué de ella, es cierto. ¿Qué te contó Hades?
—Poca cosa, la verdad, que la había enviado con mis padres para que me protegiera y enloqueció. Al parecer estaba enamorada de mi padre, o algo por el estilo. —Se encogió de hombros—. Sinceramente, cuanto menos sepa, mejor. He crecido odiando a esa mujer.
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces —reflexionó Créssida, adentrándose unos pasos en la sala—. Son etapas cerradas. Además, lo importante es el ahora, y en ese ahora estamos tú y yo, aquí, en Turín. Hades desea que sea tu consejera, y aunque no es lo que quiero, no me queda otra alternativa. Eso sí, si a partir de ahora vamos a tener que trabajar juntos, quiero saber a qué te referías exactamente con eso de corromperme.
Mael se acercó a la mesa y abrió el maletín que había sobre la silla. En su interior, entre otros cuadernos y libros, había una carpeta de color gris. El aprendiz la abrió, sacó de su interior la documentación que guardaba y la extendió sobre el colchón de la cama. Se trataba de distintas imágenes del cielo estrellado de altísima resolución tomadas en semanas diferentes.
Las ordenó cronológicamente.
—Veamos cuánto sabes, bruja... ¿qué constelación es ésta?
Le echó un rápido vistazo, sin acercarse demasiado.
—Aries —respondió ella—. La cabeza del carnero.
—Muy bien, es Aries, sí, la constelación del dios Ares. Incontrolable, agresivo, caótico: un auténtico portento. Al Señor Oscuro siempre le cayó bien... hasta cierto punto, claro. —Señaló las imágenes—. Hades lleva años controlando la posición de sus astros. Como imagino que sabes, todas las estrellas se mueven en espiral, pero se mantienen en su posición. En ciertas ocasiones ha habido algunos movimientos que el propio Hades ha ordenado arreglar. Las constelaciones deben mantener su posición real para que su poder se mantenga. Y Aries es una de las más poderosas. Sin embargo, últimamente hemos detectado ciertos desplazamientos artificiales. Alguien está jugando con las estrellas del Señor Oscuro, y eso no le gusta. No le gusta lo más mínimo. Lo considera un desafío incluso.
—¿Alguien mueve las estrellas? —preguntó Créssida con auténtica sorpresa—. Cogió una de las fotografías para verla más de cerca—. Creía que solo estaban al alcance de los dioses.
—Y en teoría, así es —confirmó Mael—. Lo que nos llevó a hacernos la gran pregunta... ¿sería posible que los dioses del Olimpo hubiesen despertado? La respuesta es no: Hades comprobó que siguen plácidamente dormidos en su cárcel de sueños. Nos planteamos la posibilidad de que alguno hubiese podido escapar, pero estaban todos. ¿Entonces? ¿Sería posible que el gran Dios cristiano hubiese regresado de la muerte? —Negó con la cabeza—. Confirmado, tampoco ha sido él. ¿Los titanes, quizás? Para nada, siguen en su destierro en la Luna.
—¿Entonces? Se acaban las opciones.
Al menos las que contaban con dioses en activo. La realidad, sin embargo, iba mucho más allá. Créssida no se lo había planteado hasta entonces, pero ahora que tenía todas las cartas sobre la mesa, entendía que en realidad quedaba una última opción. La opción en mayúsculas que Hades siempre había temido.
—Están naciendo nuevos dioses —comprendió de inmediato, logrando con su reflexión ganarse la aprobación de Mael.
—Efectivamente, todo apunta a que al menos ha nacido un nuevo dios al que no tenemos identificado. Alguien, llamémosle X, que está jugando con Hades, provocándolo con uno de sus juguetes preferidos: las constelaciones. Y de todas las que hay, ha elegido precisamente la de Aries, lo que ha hecho que suenen todas las alarmas. Verás...
Los ojos de Mael se encendieron, repletos de pasión. Se notaba que aquel tema le encantaba. Tenía grandes conocimientos y, lo que era aún más importante, le gustaba. Le apasionaba con toda su alma. Lamentablemente, Créssida no compartía su emoción. Para ella las estrellas no dejaban de ser eso, estrellas, y no tenía ganas de escuchar un largo monólogo al respecto. Estaba demasiado cansada para ello. Otro día, quizás.
Decidió interrumpir.
—Veo que esto va para largo... ¿tiene algo que ver con lo que te he preguntado?
La cara de circunstancias de Mael al alzar su ceja logró hacerla sentir culpable.
—Suena muy interesante, te lo aseguro, pero ahora mismo no tengo fuerzas para escucharlo. Estoy cansada.
—Cansada, ¿eh? —Mael saboreó aquellas palabras con maldad—. Fíjate por dónde... analicemos la situación. Me has apuñalado en el corazón y, como soy un alma caritativa, he decidido no denunciarte a Hades. Es decir, respondo a tu agresión con una sonrisa, con toda la amabilidad que me permite mi conciencia, y tú ni tan siquiera eres capaz de escucharme un rato... eres incapaz de aguantarme el rollo. —Negó con la cabeza—. Me parece muy egoísta por tu parte, la verdad. ¿Cuándo vas a empezar a colaborar?
Ante aquellas palabras, poco se podía decir: tenía razón.
Alzó las manos, vencida.
—Venga, sigue con tu rollo.
—Estupendo... verás que es interesante, te lo aseguro.
—Si tú lo dices...
Mael recuperó la sonrisa.
—Como iba diciendo antes de que me interrumpieras, la constelación de Aries es especialmente importante para Hades. ¿El motivo? El tipo de poder que emana de ella. Bien canalizado, puede convertirse en una de las fuentes de energía más caóticas y destructivas que existen. Sin embargo, no es fácil controlar ese poder. Existen ciertos parámetros, ciertas limitaciones, que nos impiden alcanzarlo. Por suerte, después de años de investigación, hemos encontrado la forma de conseguirlo... la forma de llegar hasta él, y no es fácil, te lo aseguro. Literalmente, se tienen que alinear muchas estrellas. —Mael sacó otras tantas fotografías de su maletín y las dejó sobre la cama. En éstas se mostraban otras constelaciones—. Pero ya sabemos cuáles son, y lo que es más importante, cuándo van a estar preparadas. —Ensanchó la sonrisa—. La cuestión es, ahora que sabemos cómo conseguir esa energía y cómo canalizarla: ¿dónde la vamos a proyectar? ¿Para qué la vamos a utilizar? —La señaló con el dedo índice, acusador—. ¡Ahí entras tú, bruja! Las de tu naturaleza están condenadas a desaparecer, es evidente, pero Hades tiene especial interés en que tu alma sobreviva, así que te ha elegido sujeto experimental. ¡Enhorabuena!
—¿Sujeto experimental? —Parpadeó con incredulidad—. Espera, espera, espera... ¿qué se supone que significa eso?
La sonrisa de Mael se volvió infinita.
—Pues que has sido elegida para convertirte en nuestro conejillo de indias. Si todo sale bien, y más vale que sí, porque ahora me la juego yo también, te convertiremos en el primer ejemplar de una nueva especie. Y no me preguntes cuál, porque no tengo respuesta a ello. Digamos que vamos improvisando. Y si sale mal...
—¿¡Qué!?
Totalmente desconcertada ante la inesperada conexión entre las dos historias, Créssida no supo cómo reaccionar. Sencillamente se quedó mirando fijamente a Mael durante unos segundos, tratando de comprender lo que acababa de decir.
De entender su papel en toda aquella historia.
Después respiró hondo, tratando de mantenerse serena. Empezaba a sentir de nuevo la necesidad de hundir por segunda vez el cuchillo en el corazón del aprendiz, logrando así acabar no solo con aquella maldita sonrisa triunfal, sino también con lo que fuera que iba a ser su vida a partir de aquel punto. Apretó los puños con fuerza, luchando consigo misma, y retrocedió hasta la puerta, prefiriendo mantener las distancias.
No podía prometer no volver a cometer una estupidez.
—Tenemos trabajo por delante, no creas —siguió él—. Hay mucho camino aún por recorrer, pero creo que puedes salir muy beneficiada de todo esto. Eso sí, vas a tener que hacer algunos sacrificios. Las brujas sois demasiado humanas, si realmente queremos mejorarte vamos a tener que destruir esa parte tuya. Corromper tu alma. Para ello llevo cierto tiempo trabajando en distintas opciones, pero creo que si colaboramos, daremos con la clave con mayor facilidad.
—No hablas en serio...
—¡Por supuesto que sí! Esto es una gran oportunidad, créeme. Puede que ahora no lo veas, pero...
La voz de Mael empezó a clavarse en su cerebro como una aguda melodía siniestra. Hablaba, hablaba y hablaba, pero ella no lograba seguirle el discurso. Era demasiado descabellado.
—No, no, no, espera... espera. Espera. —Cogió aire—. ¿Lo estás diciendo en serio? ¿Todo esto va en serio o es una venganza por lo del otro día? Porque si es así...
Mael negó con la cabeza con naturalidad, restándole importancia.
—Oh, vamos, pasa página, bruja. Me has matado una vez, sí, y ha sido inesperado, no te voy a mentir, pero ha pasado y tienes que superarlo. La vida sigue y tenemos muchos planes por delante.
—Pero...
—Nada, nada, nada. —Mael recogió las fotografías de la cama y las guardó en la carpeta—. Hay mucho por hacer y aún necesito un poco de tiempo para acabar de recuperarme. Por hoy ya has tenido suficiente, más adelante seguiremos hablando. Ahora vete. ¡Ah! Por cierto, antes de que salgas, ¿tienes planes de regresar a tu catedral pronto?
La pregunta la dejó más desconcertada aún si cabe.
—¿A la Catedral de las Rosas?
—La misma, sí.
—En cuanto pueda irme de aquí.
—De acuerdo... —Mael cerró la carpeta y se volvió hacia la bruja. La acompañó hasta fuera—. Pues no tengas tanta prisa, ahora mismo está ardiendo. No te guardo rencor por lo de la cuchillada, pero tampoco soy estúpido. —Dichas aquellas palabras, le guiñó el ojo y cerró la puerta, dejándola frente a la puerta totalmente en shock—. Nos vemos.
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