Capítulo 5: Cucaracha

La gente de escenografía me mira con los ojos entrecerrados mientras vuelven a acomodar todo. Me ofrecí a ayudar, pero solo me dijeron que me mantenga lejos de ellos y de todo lo que puede caerse. Al parecer, ahora soy una especie de mufa en el estudio.

Quisiera ser una cucaracha para poder irme corriendo o volando de cualquier lado en cualquier momento. La gente me temería, a otros les daría asco, pero tendrían muy pocas probabilidades de pisarme. En cambio, siendo una persona, en este mismísimo momento me están mirando con asco y pueden pisotearme en cualquier momento, porque este no es mi lugar y tengo que pagar derecho de piso.

Me aclaro la voz y me acerco con paso seguro a esos chicos semidesnudos que me grabaron mientras me caía. Me miran con una media sonrisa socarrona y los observo con una mueca desafiante.

—Les pido por favor y amablemente que borren ese video de sus celulares —expreso esbozando una sonrisa de labios apretados. Se ríen.

—Sí, doña, ya mismo —replica uno de los muchachos con tono irónico, un rubio de ojos verdes que seguramente se cree el líder de la manada.

—Doña será tu abuela —respondo cruzándome de brazos y enfrentándolo.

Su mirada brilla con expresión altiva y también cruza sus brazos, enderezándose. Es mucho más alto que yo, me saca por lo menos una cabeza. Y la verdad es que ahora me siento como una cucaracha indefensa que no puede correr hacia ningún lado, que sabe que la detectaron y que si se mueve es una perdición.

—¿Quién sos y por qué estás acá? —me pregunta.

—Soy la guionista y estoy acá porque me necesitan para seguir con la película. Sin mí no son nada. Ustedes todavía no grabaron su escena y si quiero, puedo borrar su parte y nunca van a aparecer —contesto. Borra esa estúpida sonrisa y traga saliva.

Creo que ahora es él quien se transformó en el bicho, y acaba de ser aplastado por la punta de un tacón. Golpe bajo a su frágil masculinidad.

—Bien, vamos a borrar ese video —es lo único que dice sacando su celular, haciendo un gesto a los demás chicos para que también lo hagan, cosa que siguen de mala gana.

—Gracias.

Doy media vuelta, con la frente en alto, pero me toma de la muñeca y me atrae hacia él, estrellándome contra su pecho duro y bien formado.

—¿Cómo te llamás? —inquiere. Hago una mueca pensativa y me encojo de hombros. La verdad es que me olvidé porque su cuerpo nubló mis pensamientos por un instante—. O me decís tu nombre o te sigo diciendo doña.

Suelto una carcajada y asiento soltándome de su agarre. ¿Cuántos años tiene? Eduardo diría que es puro colágeno, yo diría que es un nene que piensa que puede llevarse el mundo por delante y conseguir lo que quiere solo con su sonrisa.

—Me llamo Marisa —termino confesando—. Y ahora, si me disculpás, tengo que ir a trabajar.

Esta vez me alejo sin inconveniente, con la dignidad y el autoestima más alto que nunca.

—Ojo con Alejandro —dice Roxana apareciendo de la nada. Arqueo las cejas—. Ese chico es un poco... bueno, digámosle mujeriego. Se lanza enseguida y le gustan los desafíos.

—Me di cuenta —contesto—, pero no me provoca nada. Es solo un nene.

Suelta una risa y hace un sonido afirmativo con la cabeza mirando al tal Alejandro de reojo.

—Tiene veintiséis. Muy nene no es, pero le llevo diez años y es una gran diferencia. —Frunzo el ceño y hace una mueca de culpa—. No le digas a Abel que estamos mirando a hombres en el trabajo, por favor —agrega riendo—. No quiero que se ponga celoso, que él no tiene nada que envidiarles.

—Tranquila que no voy a decirle nada, además, es normal mirar —digo.

Aunque si yo estuviera con él, no estaría mirando a nadie más. Si sigue siendo tan amoroso, atento, dulce y hermoso como lo era cuando estaba conmigo, ni un par de ojitos verdes ni un pack de abdominales me llamarían la atención.

—¡Te invito a cenar hoy! —exclama con una sonrisa de oreja a oreja, volviendo a captar mi interés—. Así podemos conocernos un poco más y pasamos una linda noche, ¿no?

—Eh, bueno, voy a ver. La verdad es que no creo poder... —comienzo a decir, pero me interrumpe con un chistido.

—No acepto un no como respuesta. Le voy a decir a Abel que te pase a buscar a las ocho, ¿te parece?

—Está bien. Me voy con las chicas de producción que me necesitan —agrego.

Levanta el dedo pulgar y suelto un bufido cuando me alejo. ¿Por qué nunca puedo decir que no a cosas que no quiero hacer? Como cuando me paran en la calle vendiéndome medias y condimentos y termino comprándoles por no poder decir que no a su insistencia.

—¡Maru! —Escucho una voz femenina que me llama a lo lejos.

Al girarme hacia ella, ya la tengo pegada a mí y se tira a mis brazos para abrazarme con fuerza. En cuanto logro mirar su rostro, suelto un jadeo de sorpresa.

—¡Barbie!

Mi mejor amiga de la universidad me observa con sus ojos negros bien abiertos, como si estuviera viendo una aparición fantasmal. Toca mi rostro para saber si soy real y yo hago lo mismo con ella. Su pelo, el cual solía usar corto, ahora está largo hasta su cintura. Mantiene su color castaño natural y al mirarla por completo noto su vientre abultado como una pelota.

—¡No lo puedo creer! —comento soltando una risa incrédula.

—Ajá, ni lo digas —replica sabiendo a qué me refiero. Antes era la primera en decir que nunca tendría hijos. Acaricia su panza mientras suspira y se sienta en un banco—. Tengo ocho meses, siento que voy a explotar en cualquier momento.

—¿Qué es? —quiero saber.

—Un bebé, o quizás un monstruo porque me da unas patadas de muerte —dice con sarcasmo. Hago una mueca burlona y sonríe—. Es una nena, se va a llamar Sofía.

—Me encanta ese nombre —opino sentándome a su lado.

—Por suerte lo elegí yo sola. El padre se asustó y desapareció cuando estaba de cinco meses —agrega con una sonrisa que parece llena de rencor—. En fin, es algo de lo que no me gusta hablar mucho. ¿Tenés el guión?

Asiento mientras saco el libreto de mi mochila y ella hace lo mismo. Nos pasamos un buen rato editando lo necesario, mientras los actores comienzan a rodar las escenas ya listas. Entonces, Bárbara me mira de reojo.

—La forma en la que se conocieron los personajes principales me hace acordar a algo —comenta—. ¿Así te encontraste con Abel la primera vez que se vieron, no?

—Ajá.

—¿Ya conocés a Roxana? —quiere saber. Hago un sonido afirmativo—. Es una buena chica, y hacen linda pareja.

—Lo sé, no puedo contradecir eso. Además, lo dejé hace nueve años, tampoco me imaginaba volver y encontrarlo soltero o esperándome sentado —contesto—. Es obvio que iba a olvidarse de mí.

Suelta una carcajada y me da unas palmadas en la espalda.

—Sí, claro... —Pone los ojos en blanco y me guiña un ojo—. Quizás te haya superado, pero olvidarte, jamás, mi amiga.

Hago una mueca de incredulidad y echo un vistazo a mi alrededor. Alejandro me observa desde lejos y evito su mirada, me incomoda muchísimo. Quizás no debería haberlo enfrentado.

—¡Cucaracha! —exclama Roxana de repente, corriendo y sacudiéndose el pelo.

Todos comienzan a moverse, intentando pisarla, pero el bicho se pone a volar de una pared a otra y no puedo evitar reír cuando desaparece por las rejillas de una ventilación. 

Yo tenía razón, puede ser asqueroso ser una cucaracha, pero siempre se terminan saliendo con la suya. 

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