Capítulo 40: Borrón y cuenta nueva
No puedo creer que ya pasaron las dos semanas, aunque sentí que fue toda una vida.
Una parte de mí no ve la hora de volver a casa, y la otra tiene ganas de encadenarse a la silla y esperar a Abel, aunque dudo mucho de que venga ya que ni siquiera fue capaz de enviarme un mensaje.
Debe estar en la luna de miel con la bruja.
Sacudo la cabeza, tratando de que eso no me influya, es hora de hacer borrón y cuenta nueva, ya demasiado tiempo sufrí por él.
Eduardo me observa sin dejar de reír desde el marco de la puerta, ya que estoy saltando sobre la valija para tratar de cerrarla, tal como cuando vine. Lo peor es que ahora parece mucho más difícil, como si también estuviera guardando los recuerdos.
—Tengo miedo de que esa cosa explote y me saque un ojo —comenta esbozando una sonrisa mientras se acerca para ayudarme—. Yo traje un bolso y está casi vacío, pongamos algunas cosas ahí.
Hago un sonido afirmativo, no tengo dudas de que el cierre pueda reventar y toda la ropa termine tirada por las escaleras. Mientras sacamos algunas prendas de mi valija, el anillo que me dio Abel cae y rueda hasta mis pies como si tuviera un imán a mi cuerpo.
—Esta cosa tiene vida propia —expreso metiéndolo en mi bolsillo, tratando de sonar con normalidad para que no se note el nudo que se formó en mi garganta.
—Ja, ¿por qué no lo tiras a la basura? —interroga mi amigo arqueando una ceja. Hago una mueca de disgusto.
—No creo que sea una buena idea.
—Peor es llevarlo con vos, te va a recordar toda la vida que pudiste haberte casado con quien creías tu alma gemela y al final eligió a otra...
—Amo que seas sincero, pero a veces duelen tus palabras —manifiesto. Suspira y levanta sus manos a modo de disculpa.
—Es mi manera de hacerte entender y abrirte los ojos para que no sufras más —contesta—, pero está bien, llevalo. Al fin y al cabo, es un regalo que te hizo.
—Ya voy a ver qué hago con eso, pero no quiero dejarlo acá —digo. Él asiente de manera comprensiva y toma mi mano.
—Entonces, ¿estás lista para volver a casa? —quiere saber. Respiro hondo y hago un gesto afirmativo.
Sigo sosteniendo lo que dije hace un momento, una parte de mí quiere quedarse, ir a buscar a Abel, pedirle explicaciones... pero si eso no lo hice hace nueve años, ¿por qué debería hacerlo ahora?
Eduardo me ayuda a bajar la valija y le doy un último vistazo al departamento. Debo admitir que voy a extrañar este lugar, porque dudo que alguna vez vuelva. En la entrada, le devuelvo las llaves a Patricio, quien me mira con expresión de lástima, tal como cuando llegué.
—¿Ya se va, señorita Marisa? —cuestiona.
—Por suerte —replico con tono indiferente—. Bueno, espero que le vaya bien —agrego antes de salir sin mirar atrás.
Mi amigo ya me está esperando en el auto, así que subo sin pensarlo y le pido que arranque rápido así no me arrepiento de irme. Él se ríe por lo bajo y me hace caso.
Tenemos unas cinco horas de viaje, así que decido dormir un rato. Es temprano y prácticamente no dormí nada a causa de los nervios, así que el movimiento suave del coche me da sueño. Me reclino un poco más en el asiento y cierro los ojos, en cuestión de minutos me duermo.
Despierto de nuevo debido a los gritos desaforados de Eduardo, que puso música y está cantando No hace falta de Cristian Castro a todo pulmón. Veo que dormí unas dos horas, así que es hora del almuerzo.
Estamos en plena ruta, casi no hay autos y la temperatura es ideal. Supongo que es lo único bueno que puede pasarme.
—¿No hay ningún lugar para parar y comer? —quiero saber al sentir que mi panza hace ruido. Niega con la cabeza.
—No, acabo de pasar una estación de servicio y era la última. Como estabas dormida, no quise despertarte, así que comí yo solo —comenta. Lo miro con indignación y suelta una carcajada—. Mentira, compré unos sándwiches, están en una bolsa en el asiento de atrás. ¡Tu mirada de asesina porque tenés hambre me da miedo!
Le saco la lengua de manera burlona y me estiro para agarrar la comida, con la casualidad de que el anillo de Abel vuelve a aparecer. Frunzo el ceño. Yo estoy segura de que lo guardé en el bolsillo de mi valija, y está cerrada. ¿Esa cosa está embrujada o qué?
—¿Viste un fantasma? —me pregunta Eduardo al notarme pálida. Niego con la cabeza y le muestro el anillo.
—¿Ya te dije que esa cosa tiene vida propia? —interrogo. Se ríe.
—Eso fue mi culpa, te robé algo de plata, revisé los bolsillos y sin querer me olvidé de guardarlo. ¿No querés tirarlo por la ventanilla?
Chasqueo la lengua y, como no sé dónde dejarlo, me lo pongo. Al fin y al cabo, es un accesorio. Mi acompañante me mira con desaprobación, pero no dice nada. Estoy a punto de decir algo, cuando mi teléfono suena. Cruzo una mirada con Eduardo, quizás el poder del anillo atrajo a quien estaba pensando. ¿Será él?
Atiendo sin mirar la pantalla, y cuando escucho la voz de mi mamá, me decepciono un poco.
—¿Cuánto te falta para llegar? —me pregunta con ansiedad.
—Eh... como dos o tres horas —replico con tono aburrido—. ¿Por qué? ¿Me extrañas?
—Ja, ja, lo extraño más a Eduardo —contesta con diversión, haciéndome reír—. Es para saber si aguanto, sé que me tenés que dar muchas explicaciones...
Me alejo el celular de la oreja y tapo el micrófono con la mano.
—¿Ya le anduviste chusmeando a mi mamá todo lo que pasó? —le pregunto a mi mejor amigo, que me dedica una mueca de ignorancia y se encoge de hombros.
—Yo no le dije nada —responde volviendo a mirar al frente. Suspiro y vuelvo a hablar.
—Bueno, no sé qué explicaciones querés, pero te recomiendo que me esperes con café y galletas —manifiesto. Ella se ríe desde el otro lado de la línea y noto que asiente.
—¡Qué clase de hija críe! —exclama antes de colgar. Me quedo viendo el celular con expresión atónita. ¿Qué le pasa?
—Creo que mi mamá sabe todo y no sé cómo —comento. Eduardo suelta una carcajada.
—Debe ser esa especie de sexto sentido que las madres tienen —dice—. Juro que esta vez no dije nada.
Decido no responder. Si no fue él, entonces es que alguien consiguió el número de mi mamá y le contó todo lo sucedido en la boda de Abel, y eso sería muy malo ya que podrían haberle dicho cosas que no son ciertas.
—¿Podés cambiar esa canción? —interrogo con irritación al notar que está escuchando Que lloro de Sin banderas.
—¡Nunca me sentí tan solo, como cuando ayer, de pronto lo entendí mientras callaba! ¡La vida me dijo a gritos que nunca te tuve y nunca te perdí! —grita al ritmo de la música—. ¿Cómo voy a sacar este tema? ¡Es un clásico de mis viajes y me inspira a manejar! No puedo cambiarla, te la aguantas.
Bufo y me pongo a jugar de manera inconsciente con el anillo. Recuerdo que estaba a punto de comer, pero con lo que me dijo mi madre, el hambre se me fue. ¿Quién pudo haber hablado con ella? Además, la música solo me causa un nudo en la garganta que no me deja ni respirar.
—Que ya lo entendí, que no eres para mí... ¡Y lloro! —aúlla Eduardo. Trato de reír, pero al final me sale un sollozo.
Mi amigo me mira de reojo mientras baja el volumen y me codea.
—Quiero que vuelva mi Maru —murmura—. La que canta conmigo a los gritos, que sonríe incluso en momentos difíciles y a la que siempre pide consejos, pero nunca los sigue. Necesito que hagas borrón y cuenta nueva en este mismo momento.
—Ja. ¿Cómo pretendes que me olvide de todo si estás escuchando música romántica y triste, la cual solo me hace pensar en él?
—Puse esta música para que lo superes desde ahora, te conozco y sé que no vas a volver a escuchar baladas románticas hasta dentro de tres años. —Suspira—. Maru, el primer paso para borrar todo tu pasado, es tirar ese anillo.
Hago una mueca de disgusto, pero tiene razón. Es hora de hacer el borrón y cuenta nueva.
Me saco la alianza y la tiro por la ventana, con la desgracia de que el viento la vuelve a hacer entrar por la ventanilla de atrás, la cual también está abierta.
—Pero qué carajos —masculla—. Esa cosa no te va a dejar en paz.
—Bueno, dejalo ahí. Cuando lleguemos a casa la tiro a la basura —manifiesto. Me dedica una mirada cargada de incredulidad.
—Te voy a obligar a hacerlo, Marisa, ¿me escuchaste? Ahora secate esas malditas lágrimas y cantá conmigo, voy a poner la lista antidepresión.
Con eso se refiere a que va a poner Chayanne durante todo el recorrido. Y así es, las dos horas restantes de viaje, se la pasa con los clásicos de dicho cantante. Suspiro de alivio cuando apaga la música, la verdad es que ya tenía los oídos cansados, sobre todo de escuchar sus falsetes mal hechos. Además, como reconozco el barrio, ya sé que estamos cerca de mi casa y eso también me hace sentir bastante tranquila.
—¿Te llevo directo a lo de tus padres o primero querés ir a tu departamento? —me pregunta.
—Me da igual, cualquier lugar que tenga baño —expreso. Él se ríe y toma el camino hacia la casa de mi familia, aunque dobla de manera precipitada justo antes de llegar. Frunzo el ceño—. Era en esa cuadra —comento. Él hace un gesto de nerviosismo y niega con la cabeza.
—Me arrepentí, vamos a tu departamento así te cambias y nos vamos a pasear durante... mucho tiempo.
—¿Por qué?
—No es buena idea ir a lo de tus padres, es que ni siquiera sabemos si están —replica.
—No importa, tengo las llaves de la casa —digo. Él se muerde el labio inferior de manera ansiosa y entrecierro los ojos—. ¿Qué pasa? —No contesta—. Eduardo, da la vuelta ahora o me tiro del auto en movimiento.
—No harías eso. Además, las puertas no se abren mientras el auto está andando. —Lo miro mal—. Está bien, pero no me hago responsable de nada.
En cuanto vuelve a girar por la calle correspondiente, veo el motivo por el que se desvió. El coche de Abel está estacionado justo en la entrada.
Tengo ganas de decirle que siga, no sé si estoy preparada para verlo y escuchar lo que me va a decir, pero creo que lo mejor es enfrentarlo. Es la única manera en la que puedo empezar de cero.
Mi amigo deja su coche detrás del de mi ex y bajamos al mismo tiempo. Ni siquiera aviso que llegué, solo busco las llaves y entro como si la casa fuera mía. Eduardo me sigue con pasos sigilosos y escucho risas a medida que me voy acercando al comedor, pero no veo a Abel por ningún lado, solo a mis padres charlando. Se callan en cuanto me ven.
—¿Acaso vieron un fantasma? —inquiero arqueando una ceja. Ambos se ríen y se acercan a mí para abrazarme con fuerza al mismo tiempo.
—Hija, antes de que digas algo, seguro reconociste el auto de afuera. Él no está acá, se fue para tu departamento —manifiesta mi papá—. Pensamos que primero ibas a ir para allá...
—¿Por qué le dieron la dirección de casa? —quiero saber con tono molesto—. ¿Él habló con ustedes y les dijo todo lo que pasó? ¡No me interesa hablar con él!
—Marisa, tenés que escucharlo, nos contó todo y merece que le des una oportunidad para que se explique —responde mamá.
—Maru, acordate de que dijiste que esta vez ibas a dejarlo que te dé una excusa válida —agrega Eduardo detrás de mí, pero en cuanto lo miro para que no diga nada se hace el tonto y hace de cuenta que está mirando cuadros.
—Está bien, tienen razón, voy a dejar que me explique lo que pasó, pero primero voy a ir al baño —les respondo antes de salir corriendo al pequeño cuarto.
Me preparo frente al espejo para tratar de verme indiferente, quiero que Abel me vea como una mujer fuerte por la que tenga que pelear, y estando despeinada, con cara de sueño y los ojos rojos dando a entender que no paré de llorar, me veo como una flacucha débil, así que me mojo un poco la cara, me peino y respiro hondo para tomar fuerzas.
—En fin —comento saliendo del baño, cortando el cuchicheo que los tres están haciendo—. Me voy.
—¿Te acompaño? —pregunta Eduardo. Hago un gesto negativo.
—Lo tengo que enfrentar sola —respondo tratando de sonar firme.
No sé para qué dije eso, mientras camino hasta mi departamento, que son cuatro cuadras desde la casa de mis padres, siento que se me hace eterno y no estoy preparada para estar a solas con él, soy muy fácil de convencer.
Cuando llego a mi edificio, subo las escaleras, llego hasta mi piso y me encuentro a Abel durmiendo contra la puerta. Se ve bastante pacífico, como si no tuviera preocupaciones, y me doy cuenta de que todavía tiene puesto el traje de su casamiento.
Me aclaro la voz y hago ruido con las llaves, provocando que se despierte y se pone de pie de un salto.
—Maru —susurra. Le hago caso omiso, no quiero verlo a los ojos, así que mientras abro y entro a mi casa le doy la espalda y él me sigue sin dudarlo—. Necesito que hablemos.
—Habla ahora o calla para siempre —digo con tono irónico.
—Vine porque no quería cometer el mismo error que hace nueve años —manifiesta sin desaprovechar la oportunidad que le estoy dando—. No quiero ser el mismo idiota que se torturó durante años pensando qué podría haber pasado si yo venía a buscarte. En cuanto te fuiste del casamiento quise venir corriendo para acá para decirte lo que pasó, pero tuve problemas, Roxana me detuvo y me contó toda la verdad sobre que no nos conocimos por casualidad... ¿Por qué no me lo dijiste?
—No me ibas a creer —replico con indiferencia—. Ibas a pensar que estaba mintiendo solo para que la dejes o algo así. Además, le correspondía a ella contártelo.
—Te creí lo de la amenaza, ¿cómo no iba a creer en eso? —interroga en voz baja. Me quedo en silencio y él continúa—. En fin, me lo contó todo pensando en que iba a darle una oportunidad, pero no. Fui sincero, y le dije que no la amo y que nunca la voy a amar como te amo a vos. Y que me perdone, pero que nunca te pude olvidar.
—Ya te escuché, te podés ir —lo interrumpo.
—Todavía no voy ni por la mitad de lo que quiero decirte —dice con irritación—. Comprendo que estés enojada conmigo, pero hay una razón por la que tardé en hablar en el casamiento —agrega buscando algo en su bolsillo.
Saca un bollo de papel y lo abre con las manos temblorosas. Me cruzo de brazos en un intento de darme seguridad a mí misma, sigo con la intención de no mirarlo a los ojos aunque se me está haciendo imposible.
—Escribí esto para decirlo, por eso tardé en salir —expresa—. Además, ¿no te diste cuenta de que el silencio fue demasiado largo? Mi papá le pidió al juez ese pequeño favor que le debía, y se quedó esperando a que yo hablara, pero necesitaba verte y...
—Me dijiste que no podías dejarla haciendo un gesto con la cabeza —digo.
—Te hice un gesto negativo para pedirte que no te vayas, sabía que iba a tardar un poco en hablar, estaba mirando a mi familia y sabía que iban a decepcionarse demasiado, solo estaba tomando coraje y estaba muy nervioso...
Prefiero no creerle, porque si realmente es así, me siento como una tonta. Se aclara la garganta y empieza a leer lo que ese papel arrugado tiene escrito.
—Hace nueve años tomé la peor decisión de mi vida, que fue no perseguir mis sueños —comienza. Con esa simple frase siento que mi corazón late con más fuerza y mis ojos se llenan de lágrimas—. Más bien, a la mujer de mis sueños. Ella me entendía, era mi compañera, mi amiga, mi amante, mi inspiración y lo mejor que me había pasado en la vida, y la amaba como a nadie. Desapareció un día, en un segundo, y no la busqué por idiota. Me sentía triste, pero enojado porque no me dejó ni siquiera defenderme. Por mucho tiempo pensé que no la necesitaba...
»Pero un día volvió, y me di cuenta de que era la razón de mi existir, que la necesitaba como al aire para respirar. Me revivió, me hizo recordar quién soy realmente y me volvió a poner el mundo patas para arriba. Y ese amor que tanto había luchado por enterrar, resurgió con más fuerza que nunca. Pido disculpas a todos los presentes y a mi prometida por hacerle creer que algún día podría amarla, pero la verdad es que no puedo imaginarme una vida con otra persona que no sea Marisa.
Levanta la mirada y se la sostengo por un instante. Es increíble lo que puede provocarme en el cuerpo solo con sus ojos café, brillantes y tan dulces. Desvío la vista hacia el suelo, porque trato de mantener mi postura firme con respecto a parecer fuerte.
Él chasquea la lengua y tira el papel.
—¿Te acordás cuando fuiste a mi departamento y me dijiste que te gustaría volver al tiempo atrás para arreglar todo como la canción de Coldplay? —pregunta. Asiento con la cabeza—. Eso quisiera hacer ahora mismo. Pasaron nueve años desde que nos separamos, crecimos, cambiamos, maduramos, pero nos seguimos amando con la misma intensidad, ¿o no?
—Yo te amo más que antes —confieso en voz baja. Él esboza una media sonrisa y sé que está luchando para no acariciarme.
—No hace falta que me des una respuesta ahora, pero podemos hacer borrón y cuenta nueva, empezar de cero, olvidar todo el pasado y volver a partir desde donde lo dejamos. Podemos volver a conocernos, descubrir en qué cambiamos y ver si esto que sentimos es amor verdadero o si solo extrañamos lo que éramos.
Eso me da un poco de miedo. Sería una desilusión descubrir que en realidad solo nos estábamos mintiendo a nosotros mismos, pero creo que es lo mejor que podríamos hacer.
—Yo quiero arriesgarme, Maru —agrega—. Voy a dejar todo lo que armé en Buenos Aires, voy a venir a vivir acá y empezar todo otra vez, pero no pienso perderte de nuevo. Solo dame la oportunidad de demostrar que fui un estúpido siempre, pero que aprendo de mis errores y que no voy a volver a cometerlos. Por eso estoy acá, porque quiero armar mi futuro con vos y recuperar todo el tiempo que perdimos porque no fui capaz de afrontarlo antes.
—Abel, admito que no iba a darte la oportunidad de hablar, pero eso sería como repetir la historia. Y tenés razón, maduramos y, como adultos, tenemos la capacidad de enmendar nuestros errores del pasado, por eso te estoy escuchando, pero no sé qué decir —manifiesto.
—Solo hace falta que respondas si podemos volver a intentarlo. Ya soy libre, no tengo compromiso y estoy seguro de lo que quiero —afirma—. Pensá con tranquilidad, tenés tiempo, podés darme la respuesta en unos días. Yo voy a volver a Buenos Aires para terminar lo que estaba haciendo, como renunciar al trabajo y esas cosas...
—¿Si te digo que no? —pregunto.
—Bueno, voy a sentirme muy triste —contesta con expresión pensativa—, pero, al fin y al cabo, también necesito hacerle un cambio a mi vida. Y ese trabajo no me gusta.
—¿Hasta cuándo tengo tiempo de responder?
—Maru, yo te esperaría toda la vida —murmura.
—¿Entonces tengo toda la vida para pensarlo? —interrogo. Él ríe.
—Podés responderme hasta después de muerta, cuando nos encontremos en el más allá. —No puedo evitar sonreír, pero no digo nada. Él solo suspira y me mira—. En fin, creo que ya dije todo, así que me voy. —Me da un beso inesperado en la frente—. Te amo —pronuncia antes de irse.
Me quedo mirando el espacio vacío como una tonta. Agarro el papel que dejó tirado y lo leo. Era cierto todo lo que estaba leyendo, la letra se ve tan temblorosa que se nota que escribió a las apuradas y con nervios, y al final hay un párrafo que no dijo.
Maru, tengo que admitir que no estaba preparado para que vuelvas, pero agradezco que lo hicieras. Me abriste los ojos y me demostraste lo que es el amor, y sería muy afortunado de pasar el resto de mi vida junto a vos. ¿Me das la oportunidad?
Después de pensarlo por un momento, salgo corriendo a buscarlo. Por suerte no está tan lejos, lo encuentro a medio camino.
—¡Abel! —lo llamo, haciendo que se detenga de golpe. Él gira de inmediato para mirarme y arquea las cejas mientras me acerco con paso rápido—. Si bien tengo un poco de miedo, tengo que decir que también quiero arriesgarme y me parece correcto que nos tomemos nuestro tiempo para conocernos otra vez.
—¿Entonces aceptás? —interroga empezando a sonreír y acortando la distancia entre nosotros. Asiento con la cabeza.
—Hagamos borrón y cuenta nueva, juntos —comento.
—Juntos —repite.
Acerca su boca a la mía y nos besamos con lentitud, saboreándonos. No sé si hice bien o mal en darle otra oportunidad, pero prefiero descubrirlo y no quedarme con la duda como la primera vez.
Además, la idea de que nos volvamos a conocer me parece bastante tentadora.
Quizás, en un futuro, termine contando cómo la boda de "mi" ex se terminó convirtiendo en una boda "con" mi ex. Por ahora, solo quiero disfrutar que todo está en su lugar y que, pase lo que pase, sé que voy a tener una familia, un mejor amigo con quien llorar y un amor que nunca voy a olvidar.
FIN.
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