Capítulo 37: Ayuda para impedir la boda
Después del almuerzo, Abel está notablemente nervioso. Pongo mi mano sobre su rodilla para que deje de mover su pierna, pero no para. Cruzo una mirada con Eduardo, quien se encoge de hombros.
—¿Tenés miedo de que el cura se dé cuenta de que tuviste sexo con otra mujer el mismo día que te vas a casar? —le pregunta. Abro los ojos a más no poder y Abel se ríe negando con la cabeza—. ¿Te vas a confesar antes de entrar a la iglesia?
—Me confesé hace como una semana, se supone que no debería haber pecado —replica el interpelado—. Pero siempre hay un diablo con cara de inocente dando vueltas —agrega mirándome de reojo.
—Definitivamente, te vas a ir al infierno si te casas, esa es otra razón más por la que tenés que rechazar a Roxana —expreso. Ambos vuelven a reír y yo suspiro, la verdad es que esto me parece demasiado triste. Abel mira su reloj y hace una mueca antes de ponerse de pie.
—Tengo que irme, mi papá me está esperando en casa, tengo que prepararme —anuncia. Lo acompaño hasta la puerta y nos quedamos mirando por un instante—. Nos vemos en un rato.
—Abel, dejala ya mismo —le digo—. Ella es un poco malvada, pero tampoco se merece la humillación de dejarla en el altar... bah, si es que pensás hacerle eso.
—Lo voy a hacer, mi amor, te lo prometo. No puedo volver a perderte.
—Espero.
Suspira y me da un beso en la frente antes de irse. Yo cierro la puerta con lentitud y me apoyo contra esta sin parar de pensar, ¿cómo es que llegué hasta este punto? Estoy deseando al hombre de otra mujer, que en teoría es más mío que de ella, pero aún así se siente horrible.
—Te dije que tenías que seguir las reglas de Dua Lipa —comenta Eduardo observando mi expresión. Me río de manera sarcástica—. Si no estás segura de lo que estás haciendo, es porque sabés que está mal —agrega arqueando una ceja. Bufo y niego con la cabeza.
—Siento que está mal, pero al mismo tiempo estoy segura de que quiero estar con él. Lo amo y dejarlo ir esta vez me haría sentir peor que lo que hice hace nueve años.
Me dedica una mirada cargada de comprensión y me da un abrazo.
—Entonces, mi amor, luchá por él. Si no se anima a hablar, vas a ser vos la que tenga que impedirlo, porque quizás Abel no se siente seguro, quizás tiene miedo de que vuelvas a irte y al final se quede sin el pan y sin la torta.
Puede ser que tenga razón. Es probable que Abel sienta que voy a volver a dejarlo y por eso tampoco sabe si dejar a Roxana o no. ¿Estaré siendo egoísta pensando en que es él quien debe luchar?, ¿por qué no lucho yo si fui la primera en meter la pata?
—Te amo, amigo, siempre tenés las palabras justas —respondo.
—¡Es que soy torero y me juego la vida por ti! —exclama antes de ponerse a bailar como Chayanne. Suelto una carcajada—. Ay, estoy obsesionado con esa canción.
—Me di cuenta —replico sin dejar de reír—. Entonces, ¿hablaste con el señor de la cafetería? —cuestiono recordando que él lo iba a llamar para ponerse de acuerdo en impedir la boda.
—Sí, pero me dijo que está con diarrea y no va a poder ir —contesta arrugando la nariz—. Todo está en tus manos, bebé. Y hablando de bebés... —Me acaricia la panza y pongo los ojos en blanco—. ¿Qué? Tengo poder para percibir embarazos, solo con que me digan si acabó adentro o no, ya puedo hacer un test de embarazo espiritual gratis. Ni siquiera me hace falta que tengas síntomas.
—¡Estás loco! —grito sin poder parar de reír—. En fin, vayamos a prepararnos para esa maldita boda.
—Tengo un regalo para vos —suelta buscando una bolsa debajo del sillón—. Te va a quedar divino, estoy seguro.
Lo observo con sorpresa y abro el regalo con cuidado. Debajo del envoltorio hay un vestido blanco, con perlas, pegado al cuerpo. Llega hasta encima de mis rodillas y tiene un escote muy delicado en forma de corazón, junto a dos tacones bajos del mismo color.
—Edu... ¿Esto es para que use ahora? —quiero saber abriendo los ojos de par en par. Hace una mueca inocente y asiente con la cabeza—. ¡Sos hijo del demonio! ¿Sabés que usar blanco en una boda es como querer opacar a la novia?
—Obviamente que lo sé, por eso mismo te lo compré. Sé que vas a estar mucho más hermosa que la mismísima actriz. Además, si tenés suerte, vas a ser vos la que se termine casando.
—Nunca se me hubiera ocurrido —pronuncio sonriendo.
—¿Te lo vas a poner o no? Gasté mis últimos ahorros en vos, zorra, más te vale que lo uses.
Me río y hago un sonido afirmativo antes de volver a abrazarlo en modo de agradecimiento. Roxana me va a odiar más que antes, pero me da igual, este vestido está precioso.
Nos pasamos la tarde entera produciéndonos, me peina y me maquilla —lo hace mejor que yo— y luego él queda listo con su traje color verde lima, al cual le da un toque con una flor colorida en el bolsillo del saco.
—Todos se ponen pañuelos, yo me pongo flores —dice encogiéndose de hombros.
—Y te queda perfecto —contesto.
—¿Estás lista? —me pregunta. Niego con la cabeza y suelta una carcajada—. No importa, ya vámonos.
—Creo que me voy a desmayar...
—Síntoma de embarazo.
—Ja, tonto, no tendría síntomas tan rápido —replico. Guardo el celular, billetera y llaves en un pequeño bolso y le tomo la mano mientras salimos.
Él no puede evitar reír al ver que me cuesta bajar las escaleras porque las piernas me están temblando de los nervios. Solo me agarra más fuerte, pero el hecho de que esté a las carcajadas no me da mucha confianza de que me va a sostener. Al final, llegamos sanos y salvos al primer piso y resoplo al ver que el día está hermoso. ¿No podía llover al menos? Como para darle un toque más triste y dramático. Al entrar al auto, reviso mis mensajes para saber si Abel me envió algo, pero nada.
No creo que la deje, ya estoy resignada. Básicamente, estoy yendo a ver cómo pierdo el poco de orgullo que me queda.
Eduardo trata de animarme mientras conduce hasta el lugar con su charla, bromas y música, pero no lo logra. Ya estoy demasiado enfrascada en mis propios pensamientos y apenas puedo concentrarme en lo que dice, así que se queda en silencio, dejándome en mi mundo.
—¡Ah! ¡Pensé que se casaban en una iglesia! —exclama cuando llegamos al sitio. Es un jardín al aire libre, decorado con telas y guirnaldas blancas, las sillas están ubicadas en filas y con flores, así que se señala su bolsillo—. Estoy acorde a la ocasión —manifiesta guiñándome un ojo. Hago un sonido afirmativo y le sonrío.
Miro alrededor y me encuentro con bastante gente, que ya se están sirviendo del catering.
—Qué muertos de hambre —digo acercándome a la mesa y me robo una porción de tarta de frutilla, Eduardo suelta una carcajada. Veo por encima de su hombro y me escondo detrás de él al distinguir a los padres de Abel—. Me deben odiar —murmuro.
—Ja, que se acostumbren, van a ser tus suegros de nuevo —responde con la boca llena de galletitas.
Aunque intenté esconderme de ellos por cualquier medio posible, me encontraron en el medio de la gente. Lo peor de todo es que soy la única vestida de blanco, por lo que todos los invitados me miran con expresión de disgusto. Y mi acompañante también llama la atención de una manera increíble con su traje, por lo que somos bastante fáciles de encontrar.
—Escuchamos que una mujer vino con un vestido del mismo tono que la novia, y nos preguntamos quién podría hacer eso, quién querría robarle protagonismo a Roxana... Y nos imaginamos que podías ser vos —comenta la mamá de Abel arrugando la nariz. Siempre me sorprendió el parecido con su hijo—. No entiendo qué hacés acá.
—Bueno, la mismísima Roxana me invitó, así que... ¿por qué no iba a venir? —digo encogiéndome de hombros.
—No tenés ni idea de lo que Abel sufrió cuando te fuiste —contesta.
—Yo también sufrí. —Nos quedamos mirando y al final suspira.
—Marisa, necesito hablar con vos a solas —expresa mi exsuegro con seriedad. Trago saliva, ese hombre siempre me dio miedo. Asiento con la cabeza y me hace un gesto para que lo acompañe hasta detrás de un árbol, pero su mujer también lo sigue y levanta la mano—. Dije a solas —repite.
Su mujer pone los ojos en blanco y vuelve a alejarse.
—Abel me dijo que no quiere casarse —me dice el hombre en cuanto confirma que no hay nadie cerca—. Sé que se quieren, pero piensen en Roxana, pobre chica... Debo admitir que no me cae tan bien como vos en su momento, pero no se merece esto.
—No voy echarle toda la culpa a ella porque sé que la decisión de dejar a Abel sin explicaciones fue mía, pero ella me dijo que fue una de las causantes de nuestra separación, y no es tan buena como parece. Me chantajeó con los derechos de mis obras y me amenazó para que me alejara de Abel —expreso cruzándome de brazos—. ¿Usted sabe por qué dejé a su hijo?
—La verdad, nunca me contó la historia completa.
—Le cuento. Yo llegué al departamento y me lo encontré con otra mujer. —Arquea las cejas—. Me fui llorando, como nunca me buscó, pensé que realmente había sido él y, cuando llegué a Buenos Aires, me dijo que jamás podría haberme hecho eso, yo no le creí. Es más, tenía dudas, hasta que Roxana me dijo que era ella la que estaba en la cama y que era cierto que estaba con el hijo del portero. Que se encontró con Abel para decirle la verdad porque le dolía haber roto una pareja, pero que al final se enamoró y nunca le pudo decir. Yo la entiendo, no enamorarse de Abel es imposible, pero su encuentro no fue una coincidencia. —Me quedo en silencio esperando su respuesta, pero solo se queda pensando—. Yo amo a su hijo, y según él también me ama, aunque no estoy segura de que va a poder dejar a Roxana.
—¿En serio lo amás? ¿No es algún tipo de celos porque está con otra mujer? —me pregunta con tono dudoso.
—De verdad, Jaime, lo amo. Nunca dejé de hacerlo, él es el amor de mi vida —contesto mirándolo a los ojos. Entonces resopla y asiente lentamente con la cabeza.
—En ese caso, supongo que voy a poder ayudar —agrega. Me dedica una media sonrisa y me da un abrazo que me deja un poco descolocada.
No sé qué le habrá dicho Abel, pero eso hizo que su padre quiera que terminemos juntos. No dice nada más, solo se aleja a paso rápido.
Mi amigo aparece en mi campo de visión, hablando y riendo con alguien muy conocido. Es el barman que anoche me dio su número, ¿lo contrataron para servir las bebidas? Me acerco a ellos y noto que Mauricio no tiene pinta de estar trabajando. En cuanto me ve, amplía su sonrisa, pero se pone serio de repente.
—¡Ay, no puede ser! —exclama. Supongo que debe ser por el vestido, así que abro la boca para defenderme—. Por favor, decime que la boda que querés impedir y que me comentaste anoche es esta —agrega.
—Eh... ¿Por qué? —cuestiono algo confundida, aunque abro los ojos al entender todo—. ¡Sos el amante de Roxana!
—¡No! —replica en un grito y haciendo una mueca de asco—. Soy su hermano.
Mierda, le conté todos mis planes a un desconocido y resulta que es familiar de la loca. Cruzo una mirada de preocupación con mi amigo.
—¿Y por qué querés que impida la boda? —interrogo con voz temblorosa.
—Porque la maldita hizo que mi novia me deje, no la soporto, y creo que Abel es demasiado buen tipo para una bruja.
—¿Cómo? —inquiere Eduardo relamiéndose los labios. Le encantan los chismes.
—Eso, que parece que le gusta andar separando parejas metiéndose en la cama de otras casas —contesta—. Anoche me lo contaste borracha, pero quiero saber si es verdad toda la historia, esa de que encontraste a tu novio con otra mujer y resulta que no era él.
Me atraganto con mi propia saliva a causa de la sorpresa. No puede ser, ¿hace esas cosas a propósito? ¿Le gusta separar a las personas?
—Sí, es cierto —afirmo—. Y tu hermana me dijo que fue ella...
—Cuenten conmigo para impedir esto —me interrumpe apretando su mandíbula con odio—. Ayuda no les va a faltar, en este lugar, nadie soporta a Roxana.
—Tomen asiento, por favor, ya va a empezar la ceremonia —nos dice la organizadora dedicándonos una sonrisa amable.
Bueno, ya tengo dos a mi favor. Ahora solo queda esperar a que esa ayuda realmente llegue.
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