Capítulo 33: Un bebé

—En este momento estoy sufriendo por no ser hetero —dice Eduardo en cuanto me ve salir del baño.

—Y yo sufro porque no sos hetero —replico al ver que tiene un traje negro que le queda perfecto. Incluso se peinó, y eso es muy raro en él.

Nos reímos y suspiro. Quizás el vestido es demasiado provocador, no estoy acostumbrada a que todas las miradas caigan sobre mí y no sé si voy a sentirme cómoda. Me miro al espejo, es un vestido rojo, que a mi parecer expone bastante mis muslos, la espalda descubierta y un escote en V profundo que no deja nada a la imaginación. Mi amigo ata mi cabello en un rodete alto y me ayuda a ponerme un collar, casualmente, el primero que me regaló Abel, que tiene un dije de dos corazones.

—No sé porqué conservaste esto después de tantos años —comenta.

—Porque es hermoso y no pensaba tirarlo, es de mis favoritos —expreso encogiéndome de hombros—. ¿Me pinto los labios o no?

—¡Nah! Si igual se te va a borrar en cuanto tomes agua —replica esbozando una sonrisa—. Además, no dejas huella si alguien te agarra a escondidas. —Sube y baja sus cejas de manera sugerente.

—No creo que se anime a eso —murmuro—. Yo creo que me estoy ilusionando demasiado, Edu, me parece que no la va a dejar.

Él toma mis manos y me mira a los ojos.

—No sos segundo plato de nadie, si no la deja es porque no te ama o porque es un idiota que desea ser infeliz por el resto de su vida. No te preocupes, disfrutemos la fiesta. ¡Es por tu película! —manifiesta dándome fuerzas. Sonrío y asiento con la cabeza.

—Es cierto, tengo que disfrutar este gran logro. ¿Nos ponemos borrachos?

—¡Yo sí! Vos no, amor, sé que sos capaz de hacer locuras cuando te pasas de copas. —Suelta una carcajada y le doy un golpe juguetón—. Vamos.

Para calmar mis nervios mientras nos dirigimos al restaurante, pongo algo de música y vamos cantando Miley Cyrus a todo lo que da, sin importar quedarnos sin voz. Incluso los conductores de los autos que nos pasan por al lado nos miran como si estuviéramos locos.

—Deberíamos haber sido cantantes —dice él en cuanto estaciona en el lugar y apaga el estéreo.

—Definitivamente —contesto con tono divertido.

Antes de entrar, bajo mi vestido por enésima vez y rezo para no caerme, no estoy acostumbrada a usar tacones, no sé ni para qué me los puse. Agarro del brazo a mi amigo e intento caminar con elegancia mientras él se ríe de mi torpeza. En la mesa ya están casi todos, solo falta David, Alejandro y... Abel. ¡La que me faltaba! Que me haya producido tanto por nada. De todos modos, al lado de Roxana hay una silla vacía, y ella me mira de arriba abajo antes de dedicarme una sonrisa falsa. Claramente se nota que está molesta, quizás porque se dio cuenta de que me arreglé para su futuro marido.

Varios productores y algunos otros actores se me quedan mirando con la boca abierta a medida que los voy saludando. Llega el director y pareciera aprobarme con sus ojos, luego Alejandro, que me dedica una sonrisa seductora y, por último, aparece Abel. Él tiene puesto un traje azul marino que le queda perfecto, hasta corbata se puso. Mira a su novia con una mueca parecida a una sonrisa, pero en cuanto me ve a mí, esta se agranda y sus ojos se iluminan. Hasta me dan ganas de llorar.

—Hola, Maru —dice dándome un beso en la mejilla.

Saluda a mi amigo con un apretón de manos y se sienta en la silla vacía que está a mi lado. Roxana arquea las cejas y le señala el lugar que le guardó, aunque es David quien lo ocupa rápidamente. La rubia pone mala cara y bufa.

—Perdón, Roxana, pensé que estaba ocupada —le dice Abel. La nombrada rueda los ojos y solo toma el contenido de su copa de un sorbo.

—Tiene pinta de que te va a asesinar —murmura Eduardo en mi oído. No puedo evitar reír por lo bajo.

Dos mozos se acercan a nuestra larga mesa para darnos las cartas y volver a llenar las copas vacías. La verdad es que me siento como una famosa rodeada de tanta gente importante, en un restaurante tan fino. Siento como si no perteneciera a este mundo y al mismo tiempo creo que es lo mejor que puede pasarme en la vida.

Mi amigo saca su teléfono para tomarse algunas fotos, también filma un video para enviarle a Milo, y se pega a mí para incluirme en sus selfies. Luego le hace un gesto a Abel para que también sonría junto a nosotros, pero Roxana aparece detrás.

—Saquemos una los cuatro juntos, si Abel es mi acompañante —dice.

—Pero es nuestro amigo, vos no sos amiga ni lo vas a ser —contesta Eduardo con tono desafiante—. Y qué feo decirle acompañante a tu novio, quedó como si fuera un accesorio.

La actriz hace una mueca burlona, se sienta sobre las piernas de Abel y empieza a darle besos en su mejilla. Hago de cuenta que no me interesa, pero la verdad es que siento un nudo en la garganta. Yo debería estar haciendo eso. Este suspira y se aclara la voz antes de hablar.

—Ro, es un lugar elegante, no podemos estar haciendo estas cosas —murmura.

—Hicimos peores cosas en lugares más elegantes —replica ella con tono de reproche—. ¿Cuál es la diferencia?

—Hay mucha gente, me siento incómodo —contesta Abel aflojándose el nudo de la corbata.

—Okay, me voy a mi silla entonces. Creo que no querés muestras de amor hoy... —Se pone de pie—. Qué casualidad —agrega mirándome de reojo con expresión despectiva. Me contengo de levantar el dedo del medio.

—Perdón por eso —me dice él por lo bajo.

—No te preocupes —respondo—. No estaba prestando mucha atención.

Me mira con interés y toca rápidamente el dije de mi cadenita.

—¿Es el que yo te regalé? —quiere saber, esbozando una pequeña sonrisa. Asiento con la cabeza—. Recuerdo cuando lo compré. Lo vi y pensé en nosotros, dos corazones unidos e imposibles de separar. Me alegra que lo hayas conservado.

—Tengo que admitir que a pesar de todo y lo mucho que te odié en su momento, todavía tengo todo lo que me diste —digo.

—¿Lo mucho que me odiaste? —repite—. Auch.

—Fui una tonta.

—Y yo un idiota.

Aprieta mi pierna por debajo de la mesa y el calor que emana su piel me recorre por todo el cuerpo.

Todos hacemos nuestros respectivos pedidos y seguimos tomando mientras esperamos la comida. Ya varios van por su cuarta copa de vino y apenas empieza la noche.

—Yo solo puedo tomar agua porque tengo que manejar —se queja Eduardo. Suelto una carcajada.

—¡Tomá un poquito! ¿Desde cuándo decís eso? Cuando salimos a bailar tomas todo y manejas igual —expreso.

—Solo lo dije para recibir tu aceptación —responde riendo, y se sirve un poco de vino tinto—. Chin, chin.

Chocamos nuestras copas y nos miramos con complicidad.

—¿Cómo te estás preparando para la boda? —le pregunta una chica a Roxana, volviendo a captar mi atención.

—¡Ay, estoy tan nerviosa! ¿Pueden creer que me caso? ¡Mañana me caso! —exclama en voz alta para que la escuche, y lo peor es que me mira directamente—. Estoy súper preparada, no veo la hora. En veinticuatro horas ya voy a estar en mi fiesta de casamiento, espero verlos a todos ahí. ¿Y vos, amor? ¿No estás nervioso? —inquiere mirando a Abel.

—Sí, bastante —es lo único que dice antes de mirar su teléfono. La chica contiene un insulto y continúa hablando con la otra en voz baja.

Se produce un silencio bastante tenso en la mesa, ya que todos esperaban una respuesta un poco más contenta de parte del novio.

Alejandro me mira con una sonrisa traviesa y se rasca la barbilla sin apartar sus ojos de mí. Yo también le sostengo la mirada. Abre la boca y la vuelve a cerrar, como si estuviera sopesando decir algo que no se anima.

—Yo no voy a ir a la boda —dice al final—. Voy a ir directamente a la fiesta, después de que hayan dado el sí porque nadie los interrumpió.

Mi ex levanta la vista y lo observa con curiosidad, mientras Roxana me dedica una mirada que me da miedo. Me remuevo en el asiento con algo de incomodidad y lo pateo a Alejandro por debajo de la mesa, aunque no parece importarle mucho porque me guiña un ojo.

—Bueno, ojalá que en esa fiesta haya mucho, mucho vino para la novia —expresa Eduardo, pero le doy un pisotón. Se queja en voz baja.

—Para la esposa, querrás decir —lo corrige la actriz con obviedad. Mi amigo suelta una risa.

—Nunca dije qué novia —agrega él, mirándome de reojo.

Estoy dispuesta a volver a pisarlo, cuando los mozos nos interrumpen con nuestros respectivos platos y todos aplauden como si fuera un acto escolar. El dueño del restaurante se acerca a nuestra mesa para hablar con David y de paso felicitarnos y desearnos éxitos.

—Las bebidas van por cuenta de la casa —comenta antes de irse.

—¡Yupi! —exclama mi amigo y arqueo las cejas en su dirección.

—¿No era que ibas a tomar solo agua? —interrogo con tono divertido.

—Puedo pasar a buscar el auto mañana —contesta encogiéndose de hombros.

—O los llevo yo y me quedo a dormir con ustedes —dice Abel de repente. Me atraganto con lo que estoy tomando y Roxana lo mira con mala cara de nuevo—. Se supone que no puedo ver a la novia el día de la boda —agrega devolviéndole la mirada.

—¿Y por qué no te quedás en la casa de algún amigo tuyo? —quiere saber ella.

—Porque todos tienen hijos y no quiero molestarlos —replica.

—Problemas en el paraíso —susurra Eduardo soltando una risa cargada de maldad. Definitivamente, tengo el mejor amigo del planeta entero.

—¿Y ustedes piensan tener bebés pronto? —quiere saber David. El rubio continúa mirándome con expresión burlona, como si supiera que esa pregunta me está metiendo el dedo en la llaga.

—No, creo que primero tenemos que disfrutar los primeros años de casados —manifiesta la mujer, aunque su novio hace un sonido de indignación.

—Bueno, yo sí quiero tener hijos pronto —expresa, y vuelve a apretar mi pierna.

A Eduardo se le escapa el vino por la nariz y me río mientras le doy palmadas en la espalda. La verdad es que me ayudó a distraerme, ya que lo que dijo junto con ese gesto, provocó que me ilusionara un poco y eso no es buena idea.

Comenzamos a comer y si bien todos están hablando de una manera muy animada, yo me siento un poco nerviosa. Abel está demostrando que no le gusta mucho la idea de casarse, y si Roxana se da cuenta de que estuve con él en este mismo instante, va a hacer un escándalo y no quiero eso ya que es la fiesta de mi película. Suspiro y revuelvo los fideos con expresión pensativa, ni siquiera tengo hambre. ¿Por qué me siento tan rara? ¡Debería estar feliz!

—¿Estás bien? —me pregunta mi ex. Hago un gesto afirmativo y lo miro por un instante—. ¿Estás cansada?

—Un poco, será porque anoche un maldito no me dejó dormir —respondo esbozando una media sonrisa. Él se ríe por lo bajo e inclina la cabeza en dirección a los baños—. ¿Quién va primero?

Me señala y asiento de manera casi imperceptible. Le aviso a Eduardo que me voy al baño y que intente cubrirme para que Roxana no se dé cuenta y abre los ojos con sorpresa.

—¿Estás loca? —inquiere con los dientes apretados—. ¿Qué pasa si los descubre? —Me encojo de hombros—. ¡Ay, Maru! Bueno, si la bruja llega a sospechar, voy a sorprenderla con mis dotes de baile.

Le doy un beso en la mejilla y me levanto para salir disparada al baño. Más obvia no puedo ser, no sirvo para disimular. Me quedo en el medio del pasillo, detrás de un muro que separa el salón de los tocadores, no sé si entrar al de hombres o al de mujeres, pero mientras estoy en ese dilema, Abel aparece detrás de mí y en un rápido movimiento me toma de la cintura, me da media vuelta para apoyarme contra la pared y cubre mi boca con la suya en un beso desesperado. ¡Ni siquiera estamos bien escondidos!

—No aguantaba más —murmura acariciando mi mejilla—. Estás hermosa, mi amor.

Sus palabras hacen que mi estómago cosquillee y mi corazón incremente sus latidos a un nivel extremo.

—Yo no aguanto más que tu novia me refriegue en la cara que se va a casar con vos —expreso sin pensarlo. Él suspira y se cruza de brazos, observándome con seriedad.

—Eso no va a pasar, pero todavía no lo sabe... —Bufa y se aclara la voz—. No hablemos de esto, por favor, es tu fiesta y deberías estar disfrutando, no pensando en eso.

—Lo sé, es solo que me gustaría estar disfrutando con vos y no estar haciendo de cuenta que no significas nada para mí —contesto con tristeza. Me da un beso en la frente.

—¿Sabés qué? ¡A la mierda todo! Vamos a demostrar que nos queremos igual, no me importa Roxana —dice con seguridad—. Bueno, no sé si demostrar todo tan abiertamente, pero podríamos dejar ver que nos queremos como amigos y ex que somos.

No puedo evitar poner los ojos en blanco y él toma mi barbilla para que no desvíe la vista.

—Te amo, aguantemos esto unas horas más —me pide con ojitos de perrito mojado. Lo peor es que sabe cómo convencerme, ¿no tengo dignidad?—. Esta noche voy a dormir con vos —continúa apretándome un poco más contra su cuerpo.

—¿Seguro que vamos a dormir? —quiero saber arqueando una ceja.

—Quizás cuando salga el sol —replica volviendo a besarme—. Y creo que tampoco vamos a dejar dormir a Eduardo.

Nos reímos y se me queda viendo con expresión curiosa.

—¿Tomaste la pastilla? —interroga.

¡La había olvidado! Cuando llegué a casa me fui a bañar y luego me preparé para venir acá, y mientras hablaba con mi amigo estaba súper distraída. Mierda. Él nota mi expresión y hace una mueca que no logro descifrar.

—No la tomes —comenta al final—. No la tomes, tengamos un bebé.

Al principio no caigo en lo que dice, ¿está bien de la cabeza? Creo que yo también tengo un problema mental, ya que termino asintiendo. Sonríe ampliamente y de una manera tan dulce que me ablanda el corazón. Podría estar loca, pero tener un hijo con este hombre es todo lo que soñé, ¿por qué no aceptar?

Solo espero que mañana no se eche atrás. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top