Capítulo 32: Cinco mil dólares

Creo que lloré tanto que podría haber superado el agua de un río. La emoción de haber terminado de grabar la película —¡mí película!— no me la saca nadie. Sobre todo, teniendo en cuenta que, quizás, el final feliz que le di a esta historia también podría ser el mío.

—Bueno, Marisa, no te olvides de que esta noche vamos a cenar para festejar que terminamos la filmación —dice David a mi lado—. Podés ir con tu amigo.

—¡Muchas gracias! —exclamo. Estoy tan feliz que hasta me olvidé que lo odio, incluso olvidé el rencor que le tengo a Alejandro, y lo abrazo fuerte.

Eduardo se acerca a mí con una ceja arqueada y me da una palmada en la espalda.

—Es hora de hablarle de su inminente pobreza —murmura en mi oído.

Cierto, tengo que chantajearlo con que sé que sus padres no tienen un peso, para que me ayude a impedir la boda de Abel. Cuando noto que Roxana se va, vuelvo a acercarme al rubio. Aún no le dije nada, ni le demostré, que sé que me robó los papeles, espero tomarlo por sorpresa.

—Preciosa, ¿qué pasa? —me pregunta al notar que me acerco a él—. ¿Ya te contó Roxanita?

Mierda, ya lo sabe. Suelta una carcajada al ver mi expresión y suspira encogiéndose de hombros.

—Perdón por robarte, te lo debería haber dicho, pero es que intenté apropiarme de los derechos de una buena manera, ofreciéndome a ayudarte en el guion, pero no quisiste. De todos modos, esa maldita me sacó los papeles antes de que le hiciera una copia. —Se me queda mirando y arquea las cejas—. ¿No vas a decir nada?

—La verdad... no sé qué decirte. Me siento decepcionada; aunque lo debería haber supuesto de alguien como vos —contesto.

—¿De alguien como yo? —repite. Hago un sonido afirmativo.

—El típico al que no le importa nada más que sí mismo, sos un egoísta.

—¡Te di placer! —exclama. Suelto una carcajada sarcástica.

—¡Y después hablaste de mi ex! —replico. Él bufa y tira su cabello hacia atrás. Mi amigo se acerca a nosotros para acallar nuestros gritos y se cruza de brazos mirando a Alejandro con mala cara.

—Mirá, chiquito —comienza a decir—, lastimaste a mi amiga. Y si no querés quedarte pobre y comiendo sobras de restaurante, te tengo una propuesta muy jugosa, no vas a poder negarte.

—Te escucho.

—Mañana vas a tener que interrumpir la boda de Roxana y Abel —expresamos los dos a la vez. El actor nos mira como si estuviéramos locos.

—¡Ni loco! Prefiero ser pobre, no voy a hacerle un favor a ustedes, ¿qué recibo yo a cambio? —interroga.

—Cinco mil dólares —contesta Eduardo con seriedad. Me atraganto con mi propia saliva.

—Es poco —manifiesta Alejandro. Esta vez nosotros somos los que lo miramos como si estuviera mal de la cabeza.

—Mejor dámelos a mí y yo me opongo —comento. Él se ríe y asiente con la cabeza.

—Verdad, mejor ni me gasto en dárselos a este tipo, se nota que el egoísmo está demasiado dentro de él y ni aunque lo rescatemos de ese pozo profundo va a fijarse en los demás —agrega mi amigo suspirando con pesadez—. Bueno, amiguito, quizás en unos años te vuelva a ver pidiendo limosnas...

Comenzamos a salir del estudio, aunque me cuesta bastante. Todavía están desarmando la escenografía y mis ganas de llorar vuelven. Esta va a ser la última vez que vea esto, quizás nunca más voy a poder participar en películas. Si mi historia no tiene éxito, es poco probable que vuelvan a elegir alguno de mis guiones.

—¡Esperen! —exclama el rubio corriendo detrás de nosotros—. Está bien, voy a aceptar la propuesta, pero primero quiero que sepan algo sobre mí —agrega.

Lo invitamos a tomar un café, se lo ve bastante nervioso. Se refriega las manos todo el tiempo, se aclara la voz, tira su pelo hacia atrás reiteradas veces y no deja de bufar.

—¡Ya! ¿Nos vas a decir que te pasa? —quiere saber Eduardo con poca paciencia. Nos sentamos en un rincón con nuestras bebidas y Alejandro asiente.

—La verdad, siendo sincero, es que tengo miedo de meterme en un lío. Necesito el dinero porque tengo una hija y quiero comprarle algo, traerla a casa, pero...

—¿¡Qué!? —lo interrumpo—. ¿¡Tenés una hija!?

—Sí, tuve una nena cuando era un adolescente tonto que no se cuidaba, la tuve a los dieciocho, pero me separé de la madre cuando teníamos veinte y desde ahí ya no la pude ver ni tener más.

—¿No ves a tu hija hace como ocho años? —inquiere mi acompañante con expresión de pena.

—Algo así, la veo por videollamada y por lo menos me dice papá, pero no la tengo conmigo ni los fines de semana. No tengo ni la mitad de la tenencia, mis padres prácticamente están en bancarrota por mi culpa, porque yo les pedí para el abogado y este me estafó... me da vergüenza decirlo, pero lo acepto: soy un perdedor —expresa.

Eduardo y yo nos miramos sin saber qué hacer, si creerle o no. Si bien se muestra bastante triste, el tipo es un actor y puede estar mintiéndonos.

—¿Podemos ver una foto de tu hija? —cuestiono con interés.

Saca el celular y nos muestra a una pequeña niña rubia con trenzas. Sí, es muy parecida a él.

—Y esta es de cuando nació —continúa cambiando a una foto de él con un bebé. Resopla y vuelve a guardar su teléfono—. En fin... ¿qué es lo que quieren que haga?

—¿Vos sabés por qué Roxana te sacó los papeles? —decido interrogar.

—Me dijo que era porque son amigas y que no iba a permitir que te robe —responde—. ¿Cuál es el problema?

—¡Que es una maldita loca! No es mi amiga, solo te los sacó porque pensó que podía chantajearme para que me aleje de su novio —explico. Él se ríe con incredulidad.

—Esa mujer es una caja de sorpresas. ¿Y vos no te vas a alejar de él? —Niego con la cabeza—. Por eso me estás pidiendo que impida su boda —afirma. Asiento y se tira hacia atrás con un suspiro—. No creo que pueda hacer nada, Marisa. Es que Abel es muy tonto y aunque entre a impedirlo, va a aceptar igual.

—Él no es tonto —digo con tono molesto—. Si no lo vas a hacer, decilo desde ahora. Ya vamos a encontrar a alguien que quiera ganar cinco mil dólares solo entrando a una iglesia y diciendo "yo me opongo".

—Yo lo puedo hacer —comenta un hombre que está en la mesa de al lado.

—¡Métase en lo suyo! —exclama mi amigo. Suelto una risa y le hago un gesto para que no diga nada. Miro a ese tipo, tiene como cincuenta años, pero me da igual.

—¿De verdad se animaría a impedir un casamiento? —le pregunto. Él asiente y la mujer que tiene enfrente ríe por lo bajo.

—Hasta gratis lo haría si usted me dijera que es por una buena causa —responde.

—¡Trato! —grita Eduardo—. Es por una muy buena causa.

No puedo creer que estemos haciendo negocios con un desconocido, creo que ni Alejandro se lo esperaba, ya que tiene los ojos bien abiertos y la taza de café a medio camino. Le doy los datos al desconocido —como si eso no fuera peligroso— y le dice a mi amigo que mañana por la mañana lo va a llamar para arreglar el asunto.

—¿Y mis cinco mil dólares? —inquiere el actor.

—¡Los perdiste por dar tantas vueltas! —manifiesta mi acompañante—. Bueno, Maru, vamos a casa. Nos tenemos que preparar para la fiesta...

Terminamos nuestras infusiones y nos despedimos, aunque seguro que Alejandro también va ir a la cena de esta noche.

Cuando salimos de la cafetería, observo a mi amigo con curiosidad y caminamos agarrados del brazo.

—¿En serio tenés cinco mil dólares? —quiero saber. Se ríe a carcajadas y niega con la cabeza.

—Ya sé que me visto con elegancia, pero... ¿me ves cara de tener tanta plata ahorrada? —contesta entre risas. Sonrío y le señalo su camiseta rota.

—Te vestís con una gran elegancia —murmuro soltando una risita—. ¿Entonces por qué lo intentabas convencer a Alejandro de esa manera?

—¡Bah! No lo conozco mucho, pero sabía que no iba a aceptar, solo quería saber qué decía. ¿Vos le creés eso de que tiene una hija?

—No mucho, la verdad, pero es muy parecida a él. ¿Por qué mentiría?

—Para dar lástima, tenía que inventar alguna excusa creíble del porqué te robó el libreto y los derechos, mi amor.

Continuamos caminando en silencio y mi amigo me tira hacia un centro comercial.

—¿Qué comprarías si tuvieras cinco mil dólares? —me pregunta mientras caminamos viendo vidrieras. Hago una mueca pensativa.

—En realidad, eso no alcanza ni para comprar un auto cero kilómetros. Quizás me haría una liposucción y un par de cirugías para no envejecer —replico—. ¿Y vos?

—Compraría a Zac Efron y lo haría mi esclavo sexual —dice con convicción. No puedo aguantar y estallo en carcajadas, pero me detengo en seco—. ¿Qué pasa?

Le señalo con la cabeza la escena que estoy viendo y hace una mueca de disgusto. Abel está viendo celulares en una tienda de electrónica mientras Roxana está colgada de sus hombros. Si bien su novio tiene expresión de hastío, ella no deja de acariciarlo y darle besos. Me da ganas de vomitar.

—¿Los interrumpimos? —me pregunta con tono travieso. Niego con la cabeza.

—No hace falta, en la cena voy a demostrarle quién es la verdadera mujer de Abel —contesto viendo un vestido super sexy. Mi amigo sabe en lo que estoy pensando y me guiña un ojo.

—Cambio de opinión, no quiero a Zac Efron. Pagaría cinco mil dólares por ver la cara de esa rubia esta noche, lo bueno es que voy a verlo gratis.

Nos reímos de manera cómplice y entro al comercio para comprarme ese vestido.

Esa tipa se va a arrepentir de haberme sacado a mi hombre con una mentira y de haberme extorsionado con esos papeles truchos. 

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¡Hola! ¿Cómo están? 

Quiero agradecerles por leer mi historia, amo mucho sus comentarios <3 

También paso a invitarlos a que me sigan en TikTok si quieren, estoy como my.cherry.bomb y si hacen algún video recomendando esta historia o algo así me etiquetan y hago dúo, si se animan jajaja a veces estoy aburrida y subo cosas por allá.

Nos leemos en el próximo capítulo ;)

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