Capítulo 29: Reencuentro
Vuelvo a subir a mi piso con las mejillas empapadas. Fui una estúpida, tengo que admitirlo, y lo sigo siendo. Creo que soy la estúpida número uno en el mundo.
Miro la mesa llena de platos sucios, dos copas vacías, el televisor prendido y su aroma dando vueltas en el ambiente. Se me cierra la garganta y bufo, no puedo evitar sollozar otra vez.
Entonces, como una maldita señal, veo que olvidó su chaqueta sobre el sillón. Se fue tan rápido a causa de nuestra pelea que ni siquiera la recordó, o la dejó a propósito. Sea lo que sea, voy a aprovechar para encontrarlo. No puedo quedarme así, sino va a pensar que sigo siendo la misma cobarde que hace nueve años atrás y esta vez sé que tengo que ir detrás de él.
Seco mis lágrimas e inspiro hondo, tratando de tranquilizar mi respiración. Tengo que encontrarlo, probablemente se fue a su casa, no puede estar en otro lado... ¿Y si está Roxana? ¡A la mierda!
Agarro el abrigo y vuelvo a bajar corriendo. Recuerdo dónde vivía, así que espero a que pase algún taxi, pero nada. Ni siquiera pasa algún transporte público que me lleve, así que decido ir caminando. Voy a tardar media hora y llegar hecha un asco, pero no me importa. Necesito hablar con él, no puedo quedarme con el sabor amargo de la pelea que acabamos de tener y que, para colmo, terminó con una propuesta fallida.
Mientras camino, un viento horrible se levanta y unas nubes amenazantes se acumulan sobre mí. La que me faltaba, una tormenta de verano. Apuro el paso y rezo para llegar sana a su departamento, ya que me toca pasar por una zona un poco oscura.
Salgo de ahí casi corriendo, con los truenos haciéndose eco de mis pisadas. No hay ni un alma en la calle, ni siquiera un perro que me haga sentir protegida. Tras veinte minutos, llego a su edificio. No sé si tiemblo por el miedo, la ansiedad, emoción o el frío, pero inspiro para tomar fuerzas y toco el timbre de su piso. Nadie responde, así que supongo que no está acá, pero también sé que Roxana tampoco. Vuelvo a tocar de manera insistente, pero sigue sin responder. Gruño de frustración y la puerta se abre, el tipo de seguridad me mira con interés e intento recuperar la calma.
—¿Busca a alguien? —inquiere mirando su reloj—. Ya deben estar todos durmiendo.
—Busco a Abel Valle, vive en el piso diez...
—¡Ah, sí, Abel! Llegó hace unos quince minutos, pero dudo que quiera responder, se lo veía bastante amargado —contesta.
—Déjeme subir, tengo que darle esto —expreso mostrándole lo que tengo en la mano.
—¿Y usted quién es? —pregunta mirándome de arriba abajo.
—Su ex —replico—. Es una larga historia, ¿puedo subir o no?
Al ver que no responde, le doy un empujón y salgo corriendo hasta el ascensor. Pongo el diez y el cubículo se cierra un segundo antes de que el tipo me alcance. Llego a su puerta con la respiración agitada, debo tener los ojos como un mapache ya que tengo el delineador corrido por haber llorado y ni siquiera me dediqué a retocarlo. Me da igual, solo vengo a hablar por un instante y probablemente voy a volver a llorar.
Toco con los nudillos.
—Abel, soy yo, abrí la puerta... —digo con voz fuerte.
Apoyo la oreja para ver si logro escuchar algo, pero nada. No se escucha ni un grillo. Chasqueo la lengua y mis lágrimas vuelven a amenazar, llegué tarde. Doy media vuelta con resignación, algún día volveré a verlo o me adueño de su campera, pero de repente escucho el sonido de la cerradura.
Me giro esperando a Roxana, aunque solo veo a Abel con expresión confundida, sin camiseta y un pantalón de pijama color gris. Qué vista...
—¿Maru? —murmura—. ¿Qué pasó? Me estaba quedando dormido.
—Vine a traerte esto —comento avergonzada, ahora me parece demasiado ridículo el venir hasta acá. Él se iba a dormir como si no le importara nada, mientras yo no iba a poder pegar un ojo en toda la noche. Soy tonta.
—Ah, gracias —contesta agarrando su abrigo—. ¿Querés pasar?
—¿No está tu mujer? —cuestiono con tono burlón. Resopla y niega con la cabeza.
—Se queda a dormir en lo de una amiga —dice—. Pasá.
—No, igual ya me voy.
—Marisa, no viniste corriendo a las dos de la madrugada solo para traerme esto. Te conozco y te ordeno que pases —agrega con tono serio.
Miro al suelo y le hago caso. Tampoco quiero enojarlo más de lo que está. Cierra la puerta detrás de él en cuanto entro a su casa.
Miro el rostro de mi acompañante por un momento. Tiene sus labios húmedos, sus ojos brillantes y cansados. Su piel se ve tan suave, y su boca entreabierta rellena y tan apetitosa... ¿Qué mal haría si lo besara? Roxana no es mi amiga y no le debo nada.
Bueno, me salvó de Alejandro... ¿O quizás lo hicieron en conjunto? Es que tengo tantas dudas. ¿Qué me diría Eduardo?
Abel chasquea sus dedos frente a mi rostro y me mira con diversión.
—¿Qué pasa? —inquiero con timidez.
—Te quedaste tildada —replica sonriendo. Tira un mechón de mi pelo hacia atrás y su mano se desliza por mi mejilla, baja hasta mi cuello y la lleva hasta mi nuca, donde hace pequeños masajes en círculo con sus dedos. Mi corazón late con tanta fuerza que siento que se me va a salir del cuerpo, espero que no se esté dando cuenta de eso. Se aleja y se cruza de brazos—. ¿Me venís a decir algo más?
¿Por dónde empiezo? Intento tomar coraje, con ese único gesto que acaba de hacer ya me sacó de mis cabales, me siento tonta y capaz de hacer cualquier cosa. Me siento mal por haber perdido nueve años de relación y también siento mucho odio hacia Roxana por no haberle dicho la verdad y haberlo conquistado con mentiras. Además, todavía tenía novio mientras intentaba seducirlo. Muy mal, maldita rubia. Es más mi enemiga que otra cosa, así que...
—¿Maru, estás ahí? —me devuelve Abel a la tierra. Esbozo una sonrisa y asiento.
—¿Te acordás cuál era tu canción favorita? —pregunto.
—The scientist de Coldplay —contesta sin dudar—. Lo es hasta el día de hoy, ¿por qué?
—¿Viste que en el video todo vuelve marcha atrás, como si nada hubiera pasado? —Asiente con la cabeza y noto que su mirada se ensombrece—. Quisiera hacer eso, con esto —agrego mostrándole el anillo—. Me gustaría que este diamante tuviera algún poder que nos permitiera viajar al pasado y pasar por todas esas escenas eliminadas, reescribir los diálogos, cambiar los hechos.
—Lamentablemente la vida no es un guión, Maru —responde con tono apagado—. Solo te llevé eso porque te pertenece. Seguir teniéndolo sería un método de tortura.
—Te vas a casar —digo con tono afirmativo.
—¿Tengo alguna otra opción? —inquiere—. Ni siquiera me creés, perdiste toda la confianza en mí y eso es imposible de remontar.
—Para vos, ¿ella es una buena mujer?
—Sí, es buena, pero no es la mujer que deseo —replica mirándome a los ojos—. La quiero, eso sí, supongo que algún día podré amarla, pero nunca como te amé, ni como te amo.
—Abel... —susurro con la garganta cerrada.
—Dejemos esto así, Maru. No somos valientes, vos no vas a impedir nada y yo no voy a poder decirle que no a una chica que no tiene nada que ver con nosotros y que no merece salir lastimada —me interrumpe.
Si supieras... Lástima que esas palabras no salen de mi boca.
Nos quedamos mirando en silencio, callando lo que nuestros corazones gritan.
—Quiero mostrarte algo —dice un momento después poniéndose una camiseta. Abre la puerta y lo sigo por los pasillos del edificio, subimos unos dos pisos de escaleras hasta llegar a la terraza—. Uy, está lloviznando —expresa.
Me cruzo de brazos para soportar el frío y me acerca a su cuerpo para transmitirme calor. Me dirige hasta el centro y señala a lo lejos. Desde esta altura tiene una vista magnífica de la ciudad y probablemente de las estrellas, lástima que el clima no está colaborando.
—Me gusta venir acá cuando quiero pensar un poco —manifiesta. Lo miro con atención y suspiro—. Puedo ver la ciudad entera y cada lugar que me recuerda a vos. Por ejemplo, allá se ve la antena del lugar donde nos dimos nuestro primer beso. Por allá, la torre donde comimos y donde me ayudaste a superar el miedo a las alturas. Un poco más a la izquierda se ve el edificio donde vivíamos, está lejos, pero desde acá se siente cerca. Desde que volviste que no paro de mirarlo, deseando estar ahí, con vos.
Su mirada se desvía a mis labios para luego volver a mis ojos. El cielo se ilumina por un instante y doy un brinco del susto.
—Somos un pararrayo acá —comento. Suelta una carcajada y no puedo evitar acariciarlo. Se ve hermoso esta noche. Cierra los ojos al sentirme y toma mi mano libre.
La lluvia se incrementa. Mis latidos se aceleran, las palmas de mis manos sudan y mi estómago cosquillea. Ya no puedo seguir reprimiéndolo más, no aguanto. De un salto, me cuelgo de sus hombros y lo atraigo hacia mí para darle un beso cargado de pasión. Al principio parece sorprendido, lo que me recuerda que esto está muy mal. Me alejo rápidamente con expresión avergonzada.
—Perdón —murmuro—. No debería...
Se acerca a paso rápido, me toma de la cintura y me interrumpe volviendo a besarme con más intensidad. Mis piernas se vuelven gelatina y mis latidos resuenan en mis oídos. El agua nos empapa, pero no nos importa, nada puede separarnos ahora.
Volvemos a bajar, esta vez por el ascensor, sin decir nada, solo besándonos. Volvemos a su piso y no me opongo cuando me toma de las piernas para que las enrede alrededor de su cintura y me apoya contra la pared sin dejar de besarme.
Se separa un instante y me mira como si estuviera en un estado de trance, casi sin parpadear, solo se centra en mis ojos y en mis labios. Rozo nuestras narices mientras acaricio su abdomen por debajo de su camiseta. Está más trabajado que antes, está bastante marcado y deslizo mis dedos por el relieve de sus abdominales. Siento que mi cuerpo se estremece y no contengo las ganas que tengo de comérmelo a besos.
—Me estás torturando —susurra contra mis labios—. Sos una diosa, estás hermosa, me volvés loco... Te extrañaba tanto.
La tela, ahora mojada, comienza a molestarme tanto como a él, quien en un arranque de desesperación rompe mi camisa para pasar directo a mis pechos, los cuales besa y masajea con delicadeza. Besa mi cuello, mis labios y todo rastro de piel libre que encuentra. Me deposita en el suelo y me empuja hasta el sillón.
Meto mi mano por dentro de su pantalón, noto que no trae calzoncillo y muerdo mi labio inferior mientras recorro la longitud de su miembro completamente erecto con suavidad. Cierra los ojos y suelta un pequeño gemido que me eriza la piel. Tiene tantas ganas contenidas como yo.
Termino de acortar la distancia entre nosotros y vuelvo a saborear sus labios. Me aprieta como si quisiera que nos fundiéramos en uno solo, su lengua invade mi boca y roza la mía como si fuera una lucha. Es un beso cargado de pasión, de añoranza, lleno de ternura y melancolía al mismo tiempo. Y sexual, muy sexual, un beso como hace mucho no me daban y probablemente a él tampoco.
Nuestros cuerpos se reconocen, no paramos de tocarnos y él no duda un segundo en terminar de sacarme el pantalón, pasa sus dedos sobre la tela de encaje y me excita por completo.
No tenemos que hablar, simplemente terminamos de sacarnos la prenda que cubre nuestras intimidades con rapidez y no tardamos ni un segundo más, bastante esperamos. Se sienta, mirándome con los ojos oscuros y las pupilas dilatadas, demostrándome todo su deseo, y yo subo sobre él. Me acomodo con las rodillas a cada lado de su cuerpo, siento su erección en mi centro y bajo con suavidad hasta sentirlo por completo en mi interior. Suelto un suspiro y comienzo a moverme con lentitud, disfrutando la increíble sensación de tenerlo dentro de mí. Lo necesitaba tanto. Nadie jamás me llenó como él, nunca pudieron superar el placer que sentía y que esta noche estoy a punto de revivir. Abel es único, es mi complemento, es mi mejor amigo y mi amante...
Nos movemos en una sincronía perfecta, nos conocemos demasiado ya que cuando estábamos juntos nos la pasábamos en la cama y sabemos lo que nos gusta, pero ahora tenemos más experiencia, así que nos soltamos cada vez más hasta tal punto que no puedo parar de gemir a los gritos, como nunca hice en mi vida, y eso solo lo emociona más.
Solo sus besos logran acallarme, pero es difícil besarnos mientras nos movemos como desaforados. Rodamos hasta caer en la alfombra y hacemos el amor entre risas y más besos, entre respiraciones entrecortadas, gemidos y caricias.
Tras unas rápidas embestidas más, me deshago por completo en sus brazos a la vez que siento su pulso dentro de mí. El orgasmo me domina de pies a cabeza, transportándome a otro mundo por un par de segundos que desearía que fueran eternos.
Los besos de mi acompañante me devuelven a la tierra y exhala con fuerza mientras apoya su frente sobre la mía.
—Esta noche quiero que seas solo mío —susurro. Me acaricia y asiente con la cabeza antes de volver a besarme.
—Para siempre —responde.
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Holaaa, falta poquito para el final.
Gracias por leer!!
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