Capítulo 14: Un trato
Tiemblo como un papel en medio de un huracán mientras me dirijo al vestuario. Me dejé llenar la cabeza por mis amigos, que insistían en que tengo que darle una oportunidad al nene.
La verdad es que me mata la curiosidad y también tengo que admitir que una parte de mi cuerpo quiere un poco de acción. Espero cinco minutos antes de tocar la puerta del lugar en el que supuestamente me está esperando Alejandro solo para asegurarme de que todo esté vacío y ya no haya nadie que pueda verme infiltrándome en el vestuario de los hombres.
Estoy a punto de golpear los nudillos contra la madera hasta que se abre de golpe y el actor aparece esbozando una sonrisa divertida.
—Por un momento pensé que no ibas a venir —dice—. Así que agradezco que me hayas dado la oportunidad. —Me hace un gesto para que entre, cosa que hago con duda, y cierra la puerta detrás de mí, ¡con llave!
Mierda, de repente tengo claustrofobia y muchas ganas de pedir ayuda. Creo que nota mi expresión de terror, ya que estalla en carcajadas. Se sienta sobre un sillón y me mira como si estuviera viendo el mejor espectáculo de su vida.
—No te voy a comer, Maru —pronuncia relamiéndose los labios—. Al menos, no por ahora.
Toca el espacio vacío a su lado para que me siente junto a él y suspiro mientras me acerco. Esta situación es un poco incómoda, sobre todo para mí, ya que parece que él la está pasando de maravilla. Se muerde el labio inferior mientras inspecciona mi cuerpo sin ningún tipo de disimulo y me remuevo con nerviosismo en el asiento, tratando de que la falda del vestido llegue lo más abajo posible, aunque en un intento de acomodarme bajo un poco más mi escote. Suelto un insulto por lo bajo y vuelvo a acomodarme la prenda con rapidez.
—Bueno... ¿entonces? —expreso con tono impaciente rompiendo el silencio.
—Quiero proponerte un trato —manifiesta. Arqueo las cejas.
—Un trato —repito con tono afirmativo. Asiente con la cabeza y entrecierro los ojos. No sé porqué, pero siento que no me va a gustar mucho la idea—. Te escucho.
Se aclara la voz y acomoda el cuello de su camisa antes de ponerse de pie. Agradezco que al menos está vestido y no me esperó semidesnudo como pensé que iba a hacerlo.
—Bien... —Vuelve a carraspear y bufo por tanto suspenso—. ¿Te acordás de que te dije que tus escenas sexuales son un asco?
—Sí, no hace falta que me lo recuerdes —comento poniendo los ojos en blanco.
—Estuve hablando con David y él piensa lo mismo. Creemos que le podemos dar un enfoque más erótico a esta película, va a ser un éxito. Así que me ofrezco a ayudarte a escribir las escenas y a cambio te dejo tranquila, voy a dejar de seducirte.
Estallo en carcajadas y aplaudo por la excelente broma, pero al notar que está más serio que nunca me calmo y lo observo con expresión interrogante.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunto.
—Sí, de verdad, te voy a ayudar a reescribir las escenas.
—No —replico tajante poniéndome de pie—. Primero, mi coguionista es Barbie. Segundo, es una historia de romance, no quiero que se convierta en Cincuenta sombras ni tampoco quiero que tenga contenido explícito. Todo ya está escrito, los actores no pueden aprenderse algo nuevo tan rápido. Te recuerdo que me llamaron para modificar solo algunas escenas, entre esas, no involucraban las de sexo. Y las grabaciones terminan en una semana, yo no me voy a arriesgar a que mi trabajo se venga abajo solo porque un par de hombres prefieren que la historia se convierta en algo erótico. Además, el director no me dijo nada sobre esto.
—Marisa...
—¡Es mi trabajo! —lo interrumpo.
—El target femenino pide cosas con un tinte más subido de tono.
—No me importa, yo formo parte del target femenino a la que le gustan las novelas rosas, tiernas y con hombres dulces que respetan a la mujer —comento con un nudo en la garganta—. Yo no me meto con tu trabajo, vos no te metas con el mío —agrego antes de abrir la puerta y salir.
Él me sigue y me agarra del brazo, pero me sacudo para que me suelte y lo enfrento. Mierda, es mucho más alto y el doble de tamaño que yo, pero no le tengo miedo.
—Yo tenía razón, sos un nene caprichoso —expreso con tono seguro y desafiante.
Entonces, esboza una media sonrisa que me deja un poco descolocada, pensé que se iba a enojar, pero está conteniendo una risa con todas sus fuerzas. Frunzo el ceño y me cruzo de brazos esperando a que hable, que tire esas indirectas seductoras de siempre, pero en un rápido movimiento me agarra de la cintura y me aplasta entre la pared y su cuerpo. Mi corazón se dispara y busco la manera de mostrarme indiferente.
—Me encanta que me digas eso —murmura rozando sus labios contra mi mejilla—. Quisiera que me grites que soy un nene en la cama, aunque estoy seguro de que ahí poco te va a importar que sea chiquito, porque vas a estar ocupada con algo grande.
Me guiña un ojo y no puedo evitar ponerme nerviosa a causa de su cercanía. El calor me llega hasta las orejas y estoy segura de que se pusieron rojas. Respiro hondo y sigo manteniendo mi semblante serio.
—Eso no va a pasar, porque no pienso acostarme con vos —digo.
Una tos nos llama la atención y me encuentro con la atenta mirada de Abel. ¡La que me faltaba!
—¿Vieron a Roxana? —cuestiona. Ambos negamos con la cabeza y pone una mala cara—. Me imaginé, sigan en lo suyo —agrega antes de alejarse sin dejar de mirarme.
—Ups —manifiesta. Le doy un empujón para que se mueva y salgo corriendo detrás de mi ex, como si tuviera que darle explicaciones—. ¿Para qué vas? Está buscando a su prometida —comenta Alejandro haciéndome detener en seco. Sentí como si me hubiese clavado un puñal por la espalda.
Su prometida. Es cierto, no tengo porqué perseguirlo, probablemente ni siquiera le importó verme pegada al rubio. De todos modos, siento como si mi propio cuerpo me impulsara y mis pies se mueven sin la orden de mi cerebro. Dejo atrás a Alejandro, que se queda riendo por lo bajo, y sigo los pasos de Abel hasta que lo diviso apoyado contra una pared, gruñendo de frustración y mirando su teléfono. Luego levanta la vista y cruza sus ojos con los míos.
—Roxana se fue hace como una hora —murmura encogiéndose de hombros.
—Ah... yo estaba en una reunión de trabajo —expreso. Esboza una sonrisa incrédula y arquea las cejas asintiendo.
—Claro, eso parecía —responde con tono irónico. Mete las manos en sus bolsillos y se balancea sobre sus pies—. ¿Vas a hacer algo mañana? —cuestiona para romper el hielo. Suelto una risotada fingida.
—Mi amigo vuelve a Buenos Aires, Bárbara vuelve con el papá de su bebé... así que no, no hago nada. Igual ya me acostumbré, hace años que no festejo el día de San Valentín —replico abrazando mi propio cuerpo. Suspira y se rasca el cuello.
—Podés estar conmigo y Roxana —ofrece. Lo miro como si estuviera loco—. Bueno, ella no festeja nunca esto así que es un día normal para nosotros.
—Prefiero cortarme las venas antes que pasar el día de los enamorados con ustedes —comento arrugando la nariz. Resopla y se encoge de hombros.
—Nosotros la pasábamos bien, ¿no? —manifiesta de pronto con tono pensativo.
Recuerdo todos los catorce de febrero que pasamos juntos, uno mejor que el otro. El último fue el mejor, fuimos a un parque de atracciones, nos divertimos muchísimo, pero se puso a llover, nos empapamos y tuvimos que volver a casa. No llegamos a secarnos, en cuanto nos desnudamos para cambiarnos la ropa, terminamos el día en la cama. Con él la pasaba tan bien...
No solo en esta fecha especial, para nosotros, todos los días estaban hechos para amarnos.
Sé que él está pensando lo mismo que yo, porque sus ojos negros se iluminan y traga saliva.
—Sí, la pasábamos bien —termino contestando—. Creo que voy a quedarme en casa escribiendo, vine para trabajar, así que estoy haciendo eso. Nos vemos... en unos días.
Me alejo, pero en dos zancadas vuelve a acercarse a mí, esta vez es él quien me acorrala contra la pared. ¿Por qué a los hombres les gusta tanto hacer esto?
—Quiero volver a esa fecha —susurra acariciando la piel desnuda de mis brazos. Cierro los ojos, su roce me provoca mil sensaciones por todo mi cuerpo y sé que con él no voy a poder resistirme—. En cuanto desapareciste de mi vida me di cuenta de que no te disfruté lo suficiente, todos los días pienso en lo mucho que me gustaría tener un control del tiempo y retroceder hasta cuando estábamos juntos.
—Abel, por favor, esto no está bien...
—Hagamos un trato —me interrumpe. Ja, que ironía. ¿Acaso también va a aparecer el diablo para hacer un trato conmigo el día de hoy?—. Una noche, solo una noche, y no nos vemos nunca más.
Me quedo sopesando la respuesta mirando sus ojos negros, brillantes e ilusionados para que acepte. Sigo viendo en él a ese chico de veintiún años que me volvía loca y, sin ninguna duda, todavía provoca cosas en mí.
—Una noche solo para hablar de lo que pasó, como si fuéramos viejos amigos —agrega. Contengo las ganas de reír, eso no se lo cree ni él, pero le voy a dar el beneficio de la duda.
—Bien —respondo, y al instante me arrepiento de decirlo en voz alta. Su sonrisa se amplía y mis piernas se vuelven gelatina—. Una noche, solo para hablar, y cerramos el ciclo.
—Trato —contesta estirando la mano para estrecharla con la mía.
—Trato —repito aceptando el gesto como si estuviéramos sellando un pacto.
Creo que esa noche no va a cerrar nada, más bien, siento que va a volver a disparar aquello que teníamos guardado bien profundo.
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