Un Te Amo.
Después de partir en mi águila, sentí un nudo en el pecho que me oprimía el alma. No podía creer, o mejor dicho, no podía aceptar la crueldad de Jungkook. Sus actos despiadados resonaban en mi mente, cada uno más atroz que el anterior. Sin embargo, ahora soy también el consorte de este reino, y no puedo permitir que su tiranía y maldad triunfen. Si deseo que mi hijo tenga un futuro, debo actuar con valentía y determinación. La sombra de Jungkook no puede oscurecer el destino de todos. Debo luchar, no solo por mí, sino por todos aquellos que anhelan la paz y el cambio.
Pasaron algunos días y me di cuenta de que estaba encinta. Tantos malestares no podían ser casualidad. Escondido en aquella cueva, sentía una mezcla de miedo y esperanza. Miraba a mi pequeño Jin, de poco más de dos meses, durmiendo plácidamente. Tendríamos que esperar un poco más, ocultos en las sombras, hasta que fuera seguro salir.
Cada día que pasaba, la vida dentro de mí crecía, dándome fuerzas para enfrentar el futuro incierto. Diariamente me escabullo entre la multitud, escuchando en el pueblo la situación de Jungkook. Todos decían que no había ser más despiadado que él, y todos le temían. Por eso, lo que llegaba a escuchar eran prácticamente susurros de terror. La sombra de su tiranía se extendía por todo el reino, pero yo había encontrado una manera de proteger a mis hijos y a nuestro pueblo de su crueldad: ¡matando a Jungkook!.
Mi señor, el consorte está solo en la cueva del oeste. Vimos su águila. ¿Qué desea que hagamos?
-¡Nada! Que nadie se le acerque a Jimin. Pero preparen mi caballo, tenemos un gato que cazar.
Luego de subir a mi caballo, cabalgué sin descanso. Al llegar, vi a Yoongi junto a sus dos hijos, protegiéndolos con su cuerpo. Habían salido valientemente a darme la cara, sus ojos perdidos en el odio y la desesperación.
-Me encontraste, Jungkook -dije al verlo con su mirada fría y rostro indescifrable, desmontando su caballo con una gracia letal, sus ojos oscuros fijos en mí. Cada paso que daba resonaba en el silencio de la cueva, aumentando la sensación de inminente peligro. Yo, con el ceño fruncido y los puños apretados, me preparaba para lo peor.
-No hay lugar en este reino donde puedas esconderte de mí -dijo Jungkook, su voz tan fría como su mirada. -Tu resistencia es inútil-.
-Sé que en ti no existe la misericordia, pero te ruego que me mates a mí primero, antes que a mis hijos. Sé que contra ti no tengo oportunidad alguna -dije, mi voz quebrándose por la desesperación.
Jungkook me miró con una frialdad implacable, sus ojos oscuros reflejaban una crueldad sin límites. El silencio que siguió fue ensordecedor; cada segundo que pasaba aumentaba la tensión en el aire. Mientras yo, con los ojos llenos de lágrimas, abrazaba a sus hijos con fuerza, como si pudiera protegerlos de lo inevitable.
-Sí, voy a matarte, Yoongi, pero dejaré que tus hijos vivan. Ellos están libres de oscuridad.
Con lágrimas en los ojos, me arrodillé y supliqué: -Si eso es cierto, entonces agradezco que los dejes vivir. Mis gemelos se llaman Suyim y Sullim. Por favor, aunque no te ruego que les des riquezas, no permitas que sufran como los niños huérfanos-. Jungkook no respondió, pero no dejaba de verme con una expresión indescifrable; la esperanza y el miedo se entrelazaron en mi corazón, esperando que, por una vez, la misericordia pudiera tocar el alma pérdida de Jungkook.
-¡Apresúrate, hagamos esto de una vez por todas! -dije seriamente, esperando a que Yoongi se despidiera de sus hijos.
Vi a Jungkook y luego miré a mis bebés. Pronto tendrían cuatro meses. Con lágrimas en los ojos, los besé y los bendije, sintiendo el peso de cada segundo que pasaba. Los entregué al secretario que acompañaba a Jungkook, mi corazón rompiéndose con cada paso. Me puse de rodillas y cerré los ojos, esperando mi final.
Podía escuchar mi propia respiración, entrecortada por el miedo y la tristeza. El silencio ensordecedor, el tiempo que parecía detenerse mientras esperaba el golpe final. La imagen de mis hijos, Suyim y Sullim, se grabó en mi mente, dándome fuerzas para enfrentar lo inevitable.
Empuñé mi espada y, al desenvainarla, la hoja de metal hizo un sonido agudo, como cortando el aire. Con un solo corte, pasé a Yoongi a una mejor vida. La sangre brotó rápidamente, y su cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo.
Tomé a los bebés de Yoongi, sintiendo la misma sensación que sentí cuando tuve a Jin en mis brazos por primera vez. Con determinación, emprendí el viaje en solitario hacia el Reino de la Luz.
Al llegar, entregué a los gemelos a las autoridades del reino, asegurándome de que estarían a salvo. Les dije que ambos padres habían muerto naturalmente por una plaga, para que nunca tuvieran que cargar con la oscuridad en sus corazones. Mientras me alejaba, una mezcla de tristeza y alivio me invadió, sabiendo que había hecho lo correcto para asegurarles un futuro lleno de luz.
Ha pasado mucho tiempo, unos ocho meses para ser exactos, y Jimin no ha regresado al palacio. Cada día me acerco todo lo que puedo y lo observo a la distancia sin que él lo note. Su vientre está muy abultado y sé que es mi hijo. Espero pacientemente que dé a luz para traer a los herederos al palacio.
-"Perdone, mi señor, que entre tan abruptamente al salón, pero de la cueva donde se ubica el consorte se escuchan gritos," dijo el mensajero, con el rostro pálido y la voz temblorosa.
¡El momento ha llegado! Sin perder tiempo, me dirigí hacia la cueva, con la determinación de recuperar a los herederos.
Mientras las fuertes contracciones me obligaban a pujar, vi el rostro de Jungkook entrando con facilidad en la cueva. Con el dolor y la desesperación reflejados en mi voz, le pregunté: -¿Qué haces aquí? ¡Vete! ¡Aléjate de mi bebé!
Jungkook avanzó lentamente, su mirada fija en mí, mientras el eco de mis gritos resonaban en las paredes de la cueva. Ya no era solo preocuparme por dar a luz; cada segundo que pasaba aumentaba mi angustia. Sé que debo proteger a mis hijos a toda costa, incluso si eso significaba enfrentar a Jungkook en mi estado más vulnerable.
-He venido por mis herederos. Me pertenecen -dije con una voz firme y autoritaria.
-¡No! Tú negaste a Jin y ahora lo quieres, ¿para qué? ¿Para volverlo como tú? -respondí entre sollozos.
-Eso no te incumbe. Lo que haga o deje de hacer con ellos es mi asunto. Yo soy el emperador y padre de ambos.
Agarré la cama de piedra con fuerza, sintiendo el dolor de las contracciones intensificarse. En medio de un grito desgarrador, finalmente nació mi hermoso bebé. Lo tomé entre mis piernas y, a simple vista, era muy parecido a Jin, solo que tenía poco cabello. Las lágrimas de alivio y amor llenaron mis ojos mientras sostenía a mi hijo recién nacido, protegiéndolo de la mirada implacable de Jungkook.
-Despídete de ambos, Jimin.
-¡No, no, Jungkook! ¡No me quites a mis hijos! -grité, mi voz llena de desesperación y lágrimas.
-Si los quieres, entonces prepárate para matarme y ven por ellos.
-¿Cómo puedo yo tener oportunidad contra ti? Tú, un mercenario sin corazón -dije, mientras las lágrimas comenzaban a salir en abundancia, haciendo temblar la tierra.
-Te lo dije antes, Jimin, con lágrimas no se levanta un imperio -quité al recién nacido de sus brazos y tomé a Jin. -Cuando verdaderamente estés listo para dar todo por estos niños, búscame.
El dolor y la desesperación me invadieron al ver a Jungkook llevarse a mis hijos. Las lágrimas caían sin control, y mi corazón se rompía en mil pedazos. Lo dejé irse, pero luego sequé mis lágrimas, me puse de pie, me bañé y sané con mi águila. Me puse un traje blanco. Ya era de noche, pero esto se acabaría hoy.
Me subí a mi águila, tomando un arco y una flecha. Mientras volábamos, vi que Jungkook estaba por llegar al palacio. Decidí detener su andar, bloqueando el paso del carruaje. Jungkook se bajó del caballo, donde venía solo. Rápidamente, tomé una flecha y ajusté mi arco, apuntando directamente hacia él.
El viento soplaba con fuerza, y el sonido de las alas de mi águila resonaba en el aire. Jungkook me miró con una mezcla de sorpresa y desafío, su mirada fría como siempre. Sabía que este era el momento decisivo. Con el corazón latiendo con fuerza, tensé la cuerda del arco, listo para hacer lo que fuera necesario para proteger a mis hijos.
-Has llegado muy rápido, Jimin. ¿Estás seguro de lo que harás? ¿Acaso tu corazón se ha llenado de oscuridad? hablé bajando del caballo y acercándome a él.
Con el arco aún tensado, lo miré fijamente, sintiendo una mezcla de rabia y desesperación. Sabía que debía actuar con decisión, pero sus palabras resonaban en mi mente, sembrando dudas.
Ya veo, Jimin, que aunque me mires molesto, quisieras evitar esto porque tu corazón sigue tan puro como antes. Pero tú y yo sabemos que la oscuridad que hay en mí es más fuerte, y que si tú no me detienes, esos niños pagarán las consecuencias -" dije acercándome aún más a él.
Con el arco aún tensado, respiré hondo y me preparé para lo que estaba por venir, consciente de que el destino de mis hijos dependía de mi valentía en ese momento crucial-Perdóname, Jungkook, pero primero está la vida de mis hijos." Solté mis dedos de la flecha y esta voló directa a su lado izquierdo.
El sonido de la flecha cortando el aire fue ensordecedor en el silencio que nos rodeaba. Jungkook nunca se movió, dejó que la flecha se clavara en su costado. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, y cayó de rodillas al suelo. El tiempo pareció detenerse mientras yo observaba, mi corazón latiendo con fuerza y mis manos temblando.Sabía que no había vuelta atrás. Había tomado una decisión difícil, pero necesaria, para proteger a mis hijos.
De rodillas y con una sonrisa, extendí mi mano y hablé con dificultad: -Acércate, Jimin.
Me acerqué a él y me puse de rodillas frente a él. Con su traje negro, era imposible ver la sangre que manchaba su costado, pero sí pude ver la sangre que salía de su boca, mojando su mentón. Sus ojos, llenos de una mezcla de dolor y algo que parecía arrepentimiento, se encontraron con los míos.
-No llores, Jimin. No ensucies tus redondas mejillas con lágrimas innecesarias. Ahora te toca hacerte cargo del reino y de los niños, hasta muriendo soy el mejor. Ya no tenía fuerzas, sentía cómo la vida se me escapaba. Me acerqué a sus labios y dejé un corto beso, susurrándole un "te amo".
Yo también te amo- Sus ojos se cerraron lentamente, y su respiración se volvió más suave hasta que finalmente se detuvo.
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