Capítulo 7: Segundo encuentro

Algunos días pasaron, sin que hubieran noticias acerca del gato o de la temible sheriff. Yoali se desesperaba cada vez más, mientras el tiempo transcurría. No solo su nueva programación le impedía dejar las instalaciones del hospital, sino que además, debía aprender a usar sus prótesis nuevas y la recuperación se le antojaba bastante lenta, pese a los reiterados elogios del personal médico sobre su progreso.

Para este punto, no podía negar dos cosas, la primera era que, efectivamente, estas nuevas piernas tenían un mejor control cerebro- estímulo. La sensación era muy similar a usar unas reales, y de haber tenido un mejor tono muscular, habría podido salir de rehabilitación en tan solo una semana, pero no era el caso. Habían demasiados misterios detrás de lo que había sucedido con él, tras el fracaso de su última misión. No solo se trataba de estar a cientos de kilómetros, léjos del último lugar en el cual había perdido la conciencia. Sino el hecho de que su cuerpo se sentía entumido y más débil de lo habitual.

Lo que lo llevaba a su segundo punto: por más que le hubiera gustado negarlo, todo indicaba que la gata le había dicho la verdad. Todos los periódicos electrónicos que podía solicitar por medio de un dispositivo holográfico adherido a su cama, marcaban la misma fecha: septiembre del 2038. Cualquier pantalla que mirara, ya fuera en su cuarto, ya fuera en rehabilitación, o en los relojes táctiles de los doctores o las enfermeras, marcaba lo mismo: septiembre del 2038.

Estaba claro, las palabras de la gata no iban en broma, toparse con la realidad de que había perdido 15 años de su vida útil, por muy joven y conservado que su cuerpo se encontrara, le hacían sentir irreal, como un fantasma que deambula entre las paredes de un lugar desconocido.

Los días de la semana pasaban monótonos, el acceso que le daban a la red era por demás inexistente fuera del periódico y el canal de noticias, por lo que con bastante facilidad, se vió forzado a enfrentar a un enemigo invisible: El aburrimiento, cosa curiosa pues como una máquina, estaba acostumbrado a recibir información de manera constante, pero ahora, parecía encerrado en una pecera.

Limitado a una instrospección prácticamente forzada, el soldado se preguntaba si eso era parte de ser un humano, o tan sólo era un efecto de un cerebro tan peculiar como el suyo.

Estaba seguro, de que se habría perdido por completo, en la monotonía del tiempo y el espacio, de no ser por un suceso curioso, que se venía repitiendo desde hacía algunas noches, y es que durante las madrugadas, sentía que un animal pequeño le rondaba el cuerpo, pero cada vez que se despertaba para escanear el lugar, éste aparecía vacío...incluso cuando hacía uso de su visión infrarroja. Puede que alguna vez hubiese detectado al menos un ápice de lo que podría haber sido una criatura bípeda, pero al acercarse un poco más, esta desapareció, quizás debido a un error en su programa, que ya había presentado varios para ese momento.

En medio de su soledad, Yoali soltó un profundo suspiro, se levantó de la cama y comenzó a caminar por su pequeña habitación. Sus pasos aún eran algo lentos, pero seguros, y de todas maneras la desesperación no cesaba. Se dirigió al baño, y una vez estuvo frente al lavabo, se miró al espejo. Otra cosa, que le hacía notar el paso del tiempo era su cabello, que pese a ser considerablemente corto, cada día, se llenaba de un nudo nuevo. El problema crecía y crecía y él no podía hacer nada al respecto, sus manos eran demasiado grandes para deshacerlos y la sensación de no verse completamente pulcro le daba un escozor extraño, un sentimiento de deshonra y suciedad que no lo dejaba tranquilo, lo peor de todo era no saber de dónde provenía exactamente aquello...una parte de él lo atribuía a los sueños sin sentido que se repetían en su cabeza cada noche.

Al principio, solo se trataba del mismo examen, cuyo contenido no podía leer ni entender, por más que recordara palabras escritas en él, por más que hubiesen estado en su idioma, era como intentar descifrar una hoja a través de la neblina. Aún así, la sensación era la misma: sudor, temblores involuntarios, una opresión en el pecho.

Sin embargo, hacía dos noches, el sueño había cambiado. Ahora estaba en medio de un campo abierto, el sol le laceraba la piel, el sudor le corría a chorros por la ropa, y su cuerpo se veía diferente, más pequeño y flacucho, como el de un saltamontes. No sabía por qué, pero tenía la certeza de que no había comido en días, sentía un profundo hueco en el estómago, que le dolía con cada pisada que daba. Pero lo peor de todo era el calor, las profundas quemaduras sobre su piel desnuda y huesuda. En algún punto de la carrera, él, junto a sus otros compañeros, llegaban a unas barras de salto, que más que barras eran un conjunto de troncos apilados, sujetados con enormes tornillos de metal y tiras de cuero.

Era en ese momento, que un hombre alto y tremendamente musculado, les gritaba una serie de maldiciones, mezcladas con órdenes, obligándolos a subir las estructuras, que se apilaban una encima de la otra como una suerte de escaleras que era necesario trepar con la destreza de un mono. Algunos de los reclutas, los más altos y con mayor carne en los huesos, podían hacerlo con cierta dificultad, pero él en particular, estaba tan cansado, tan desfallecido, que no era capaz de subir el primer obstáculo. Sus brazos temblaban como gelatinas y el oxígeno se negaba a ingresar a sus pulmones, cada vez que hacia fuerza para tratar de subir el saco de huesos que tenía por cuerpo.

-¡Levanta tu patético culo pulga estúpida!, ¡muy bien pulga estúpida!, ¡no hagas ningún pinche intento por subir ese puto tronco!- la voz de su superior se burlaba a gritos de él.

Y claro que dolía, pero no dolía tanto la humillación, sino sus desesperados esfuerzos por seguir adelante, el entendimiento de que su cuerpo no podía más con el esfuerzo físico, de que su piel no soportaba como la rugosidad del tronco le sangraba y arrancaba pedazos de si mismo, y por sobre todo, los abrazadores rayos del sol, la sofocación, el puto calor quemándole las entrañas.

Aún sudoroso por el recuerdo de un sueño tan vívido, abrió las llaves del lavabo y se mojó el rostro con desesperación. Incluso hizo un esfuerzo por beber a bocajarros del agua corriente. Eso había sido sólo una construcción de su subconsciente, no era real, no podía ser real; sin embargo su cuerpo reaccionaba como si aún se encontrara en esa construcción imaginaria.

Cerró las llaves, limpió el espejo empañado del baño y se pasó una mano por el cabello, luego se obligó a mirarse en el espejo. Su cuerpo y su cara estaban ahí, era un hombre robusto y fuerte. Sí, sus músculos no eran tan grandes como solían serlo, pero no era un diminuto y huesudo saltamontes. Él era un organismo cibernético, no podía haber sido más joven en ningún momento. Yoali suspiró y acercó su cara al reflejo.

-No es real, eso no fué real- se repitió a si mismo.

Sin embargo, no pudo evitar comparar aquel sentimiento de cansancio e inutilidad con su condición actual. Acostumbrarse a esas piernas lo hacía sentirse un imbécil, y aún sentía algo de sofocación debido al sueño...o al menos eso fué lo que creyó, hasta que el olor a humo lo hizo reaccionar y los gritos ahogados en la distancia, lo llevaron a actuar de inmediato. Ni siquiera estaba pensando en lo que estaba haciendo, simplemente se dirigió hacia la puerta de su cuarto e hizo girar la perilla de su puerta con tanta fuerza que la rompió. Una vez afuera, corrió por los pasillos de la clínica, presa de la adrenalina y años de entrenamiento en acción inmediata, hasta toparse con el origen del humo. La escena que se encontró delante era desastrosa.

Las llamaradas tapaban la entrada principal del lugar, cubriendo todo el edificio como una enorme chimenea, negándole la salida a todos los que se encontraban atrapados con él.
En la distancia, el doctor Torres intentaba accionar un extintor sin mucho éxito, mientras un grupo de pacientes desesperados, intentaban subir las escaleras.

Sin mayores miramientos, el soldado corrió a cortarles el paso, sabiendo que aquello era una acción suicida.

-¡Vamos!,¡todos ustedes bajen la escalera, ahora!- les gritó con un tono de voz tan fuerte, que las nueve personas que ya iban por la mitad de las escaleras, no tuvieron otra opción que girarse a escucharlo. Aprovechando los segundos de atención, prosiguió.

-¡El humo va a sofocarlos a todos si continuan subiendo, vengan conmigo si quieren vivir!- les insistió, ya tomando a al menos dos personas por el torso y obligándolas a desistir de su intento por refugiarse en el segundo piso.

Ver su determinación y la manera en la cual parecía saber lo que estaba haciendo, terminó por convencer a los demás, quienes hicieron lo propio. La mayoría de aquellas personas eran gente de edad avanzada, mujeres embarazadas y niños, pero afortunadamente, había un camillero, y una enfermera joven entre ellos. Yoali tomó a dos de los niños que ya comenzaban a toser por la falta de oxígeno, los puso en sus brazos y les dió instrucciones.

-¡Avancen por el pasillo hasta la tercer habitación, los seguiré por detrás!- los apresuró. Ambos asintieron y comenzaron a liderar a la multitud, mientras el soldado les repetía con vehemencia- ¡avancen ya, ya, ya!

Asustados y presos de la desesperación, las personas no chistaron en seguir sus instrucciones. Era una situación peligrosa para todos, él sabía de sobra que si no contaban con un guía, nadie saldría de ahí con vida. Siguió a la gente como les había indicado, y mientras tanto observó cómo el médico intentaba hacer funcionar el extintor.

-¿Qué sucede?- preguntó en el acto, esperando que la razón de su retraso, fuese su incapacidad para quitar el seguro.

-¡Está atascado, es el segundo extintor que intento!- le respondió el doctor con desesperación.

Yoali maldijo por lo bajo y observó el incendio de nueva cuenta. El rojo fulgor de las llamas ya se había comido la recepción entera. Quedarse ahí esperando a que el aparato funcionara ya no estaba a discusión, por lo que le arrebató el extintor de las manos y lo arrojó al piso.

-¡Ya no tenemos tiempo para esto doctor!- le espetó, obligándolo a girarse y empujándolo por la espalda para seguir a los demás.
-¡Este fuego nos va a tragar a todos si no actuamos ahora!- continuó, al tiempo que cerraba cada puerta detrás de ellos para retrasar a las llamas.

Yoali se enfocó en incorporar al grupo, a cada persona que se encontraba gritando, corriendo o suplicando por el camino. En poco tiempo, al menos veinte personas ya se encontraban aglomeradas en su habitación. Entre ellos dos policías, que afortunadamente, ya le estaban dando instrucciones a los demás para cortar cualquier trozo o prenda de ropa que pudieran encontrar. Así, el tomó la oportunidad para seleccionar a dos enfermeros que parecían ser los más calmados de entre el resto.

-¡Ustedes dos, quiero que tomen los retazos y comiencen a empaparlos con el agua de las llaves!- les gritó. Ellos parecieron temblar ante la ferocidad de su tono, pero entendieron las instrucciones y corrieron al baño.

Fue en ese momento que una de las oficiales se acercó a él.
-Usted es el soldado, ¿cierto?

Yoali asintió brevemente, esperando que aquella interrupción no tomara más de dos segundos.

-Bien, necesitamos guiar esto de manera eficiente, mi compañero y yo nos encargaremos de los civiles. Usted es fuerte, lo vi cargar dos personas como sacos de frijol en las manos hace rato. Necesitamos abrir el ventanal de la habitación, no creo que la doctora Atzi pueda hacerlo por su cuenta- dijo la mujer mientras observaba como aquella médico, hacía esfuerzos infructuosos por desatascarla.

-Bien, lo dejo a su cargo oficial- Yoali asintió al ver que la mujer se devolvía al grupo y continuaba gritando instrucciones.

-¡Necesitamos hacer esto rápido y en conjunto, formen una fila y vayan pasando los trapos hacia los enfermeros!

Tomaron un par de gritos e instrucciones de la mujer para hacer a la gente reaccionar. Fué inevitable que algunos niños y mujeres rompieran a llorar, pero la mayor parte del conjunto comprendió que el tiempo les jugaba en contra. En poco tiempo, casi todos tenían algo amarrado a la cara, y ya se encontraban al nivel del suelo, para evitar respirar los gases tóxicos que el fuego emanaba desde la distancia.

Mientras tanto, Yoali ya se encontraba amarrándose una funda de almohada en la mano derecha, en lo que la doctora hacía infructuosos intentos por abrir el ventanal. La puerta de cristal estaba atascada, y la mujer comenzaba a perder los estribos, agitando las manijas y lanzando su cuerpo contra el marco de madera que la sostenía.
Yoali intentó apartar a la doctora tomándola del hombro.

-¡No!, ¡si no la abro vamos a morir!- farfulló la mujer con el pulso temblándole de rabia e impotencia.

Él tuvo que apartar a la doctora con un poco más de fuerza de la que le habría gustado. La presión y el calor de las llamas eran cada vez más fuertes y un minuto de desesperación, equivalía a un minuto menos de oxígeno. Ahora necesitaban más eficacia y menos pérdida de tiempo.

-¡Lo siento doctora, pero necesito romperla, por favor cúbrase los ojos!- le espetó con rapidez, mientras quebraba el vidrio con su puño y forzaba la cerradura por fuera.

Esto le permitió abrir el ventanal de par en par, de manera que la gente no saliera más lastimada al pasar por un arco de vidrios rotos.
La sensación de aire fresco, entrando a la habitación hizo que todos se tranquilizaran un poco. Sin embargo, el humo ya había comenzado a cobrarles factura. Un sentimiento de desesperación empezó a invadirlo, al ver que uno de los dos únicos oficiales ayudándolo, yacía inconsciente, junto con un par de niños en el piso de la habitación.

El tiempo se le escapaba de las manos, por lo que no le quedó de otra más que comenzar a arrojar a las personas a través de la ventana. Era una fortuna que el piso se encontrara a una distancia relativamente corta desde ahí, necesitaba salvar la mayor cantidad de vidas posible.

Pero pese a que, tanto la oficial, como el doctor Torres, siguieran lo suficientemente despiertos como para apoyarlo. La cruda realidad era, que tenían muy pocas manos para sacar a un grupo de personas tan grande. Sólo habían logrado rescatar a cinco de ellos y el humo ya comenzaba a ocasionarle estragos. El soldado sabía que no podría permanecer funcional por mucho tiempo, aún así, se obligó a tomar entre sus manos, el cuerpo de una de las mujeres embarazadas y entregársela al doctor Torres con delicadeza y rapidez. Después volvió su vista, observando a quince personas más sobre el piso. La impotencia le reptaba por el pecho, pero de todas maneras tomó a un niño cuyos ojos ya estaban cerrados y la respiración ya le era irregular y entre sus brazos, lo volvió a pasar, pero esta vez, no fueron las manos de la oficial, ni las del doctor Torres las que lo recibieron, sino un par de delicadas manos envueltas en vendas.

La confusión lo obligó a alzar la vista, y la cosa con la que se encontró, le heló la sangre. A aquel inocente chiquillo, lo sostenía un ser forrado en color negro, con una máscara de jaguar sobre su cabeza, cuya expresión desencajada y cargada de una violencia salvaje, permanecía congelada ante él. Por entre las rejillas de las sinuosas formas de los ojos, el brillo violeta de su iris lo escaneaba como a un insecto. Una niebla del mismo color, salía de los orificios de la nariz, como si se tratara del aliento de las propias fauces del Mictlán.

El terror que aquella visión le dejó, apenas y podía describirse. Su cuerpo permaneció impávido, congelado en el tiempo por un par de segundos, que a él se le hicieron eternos. En medio del caos, el humo y el fuego, eso, era la última cosa que esperaba ver antes de que le llegara la hora.

Pero ver al pequeño a la merced de esa cosa, lo devolvió al presente, tenía que actuar, tenía que salvarlo. Así que, ignorando todo sentido de preservación propia, intentó arrebatárselo. No obstante, aquel demonio-jaguar lo esquivó con una facilidad casi teatral, y sin mayores miramientos, se lo llevó, desapareciendo entre el velo de la noche.

Yoali quiso correr detrás de él, cualquier cosa podría sucederle a ese niño si no se lo quitaba de las manos. Sin embargo, había dos cosas que se lo impedían. Por un lado, aquella gata le había jodido la existencia al re programarlo y darle la orden de permanecer en esa clínica pese a cualquier costo, incluso si él hubiese querido, no podía irse; y por el otro, estaba la gente que áun permanecía en aquella habitación. Por mucho que le doliera, tenía que priorizar a los demás sobre la vida de otros.

Viendo tomada su decisión, hizo acopio por tomar a una persona más, pero en aquel momento, la criatura regresó, ignorando por completo la presencia del soldado y plantándose con parsimoniosa gracia en medio de aquel escenario demencial, solo para recitar una serie de palabras en susurro, provenientes de un lenguaje melódico y extraño que no podía entenderse. De la nada, más voces inconexas, que salían de todos y de ningún lugar a la vez, comenzaron a unirse, haciendo que las llamas cambiaran y mutaran de forma y de color, adoptando el tono morado que aún fulguraba en los ojos de la cosa o persona detrás de la máscara.

El soldado no entendía nada de lo que estaba sucediendo, apenas y tenía aire en sus pulmones y la situación se ponía cada vez peor.

El humo que se cernía como una pesada y asfixiante manta sobre todos los involucrados, comenzó a esconderse dentro de las fosas nasales de la máscara. Sin embargo, las llamas, ahora moradas, habían crecido de tamaño y eran controladas a voluntad por el extraño, el cual parecía comenzar a marcharse, dejando a Yoali a su suerte.

Pese a todo, él le sostuvo la mirada. Había algo en sus ojos que no coincidía con la situación, un ápice de duda, como si "eso" no terminara de decidir si quería que las llamas lo consumieran, o prefería volver y arrancarle la vida del pecho por su cuenta. De todas maneras, ya no importaba, él comenzaba a cerrar los ojos, estaba a segundos de morir. De un momento a otro, un calor insoportable rodeó su cuerpo. Aún así, una fuerza interna lo obligó a permanecer despierto, él moriría si, pero si iba a hacerlo, enfrentaría sus últimos momentos con un grito de guerra en la boca, luchando hasta el final.

Lo curioso fué, que el grito no se extinguió entre el rojo vivo del desastre, sino que resonó con fuerza, entre la silenciosa quietud de la noche...de hecho, su cuerpo tampoco se extinguió, sólo se sentía incómodamente caliente. Las llamas moradas aún lo rodeaban, pero no parecían quemarlo...Por lo que, tras unos minutos más de esperar un final que no parecía llegar, se detuvo un momento a analizar su entorno por segunda vez. Se encontró a si mismo, no sólo vivo y respirando, sino también encerrado en una estructura esférica, compuesta de llamas incandescentes, la cual parecía moverse a una velocidad considerable, y parada junto a él, estaba la criatura-jaguar, con los pies flotando en medio del fuego.

Él se preguntó si el extraño traje que llevaba aquel desconocido estaba hecho de algún material altamente resistente al fuego, no tenía sentido que aquella cosa a su lado, estuviese en medio del infierno sin salir herida....sin embargo, al ver sus propias ropas, rápidamente descartó la opción al comprender que las llamas que debían quemarle la piel, ahora le protegían.

-¿Qué... qué está pasando aquí?- preguntó, estaba desesperado por una respuesta, tenía que saber, no podía quedarse en esa situación sin entender.

Pero el extraño se quedó completamente callado, su vista sólo estaba enfocada al frente, estaba más al pendiente de controlar aquella esfera ardiente, que de cualquier otra cosa en su entorno.

El soldado no se rindió, había vidas en riesgo que necesitaban de su ayuda urgentemente.
-¿qué le hiciste a esas personas?- gritó

Pero la criatura no respondió, en lugar de eso, rompió la esfera, haciendo que las llamas se disolvieran lo suficiente como para abrir una salida, y antes de que él pudiera amenazar o protestar algo más, una fuerte patada lo obligó a caer de bruces sobre el suelo.

-¡Cállate y no te atrevas a moverte de este sitio!- respondió la persona detrás del atuendo de jaguar.

Comoquiera que hubiese sonado su voz, la máscara parecía modificar su tono, haciéndolo reverberar como un gruñido entre la quietud del ambiente.

El soldado se paró de un salto sobre si mismo, e intentó alcanzarlo de nueva cuenta, sacarle la verdad a golpes si era necesario, pero con la velocidad de un chasquido, las llamas cubrieron la esfera de nueva cuenta, escondiendo el temible rostro del felino detrás de ellas, y elevándose en el aire como un globo, para desaparecer entre las copas de los árboles.

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