Capítulo 5. Origen
El amarillo del Sol que se filtraba por entre las hojas de los árboles estaba tornando a un anaranjado a medida que se adentraba la tarde. Aunque la luz no era la misma, la actividad animal seguía dotando de vida al bosque. Aquellos días pasados en los que las tormentas de nieve azotaban las ramas quedaban ya muy atrás.
Lir se llevó un mechón de pelo tras la oreja. Su capucha estaba bajada, mostrando la cruz roja que, como una herida candente, estaba estampada en su frente.
La chica vivía con demasiado dolor. Bain sabía que su cuerpo de hielo la hacía sufrir, y aunque este obviamente debía poseer algún tipo de magia (porque no se rompía en pedazos y, además, era bastante fuerte, a juzgar por el duelo que habían tenido), la había visto abrazarse sobre sí misma cuando se sentaba al fuego, mientras se mordía los labios para tratar de ignorar el dolor.
Ella trataba de ser resistente, cuando el hielo no lo era.
Algo parecido le pasaba en los ojos. Lir tendía a entrecerrarlos cuando miraba al cielo, como si la claridad pudiera herirla, aunque eso no impedía que la luz se colara en ellos, causando esos preciosos reflejos.
¿Por qué le había pasado todo eso a ella? ¿Por ser hija del Rey?
¿O por ser el propio Rey?
No pudo pensar en una respuesta, porque la chica volvió a tomar una palabra.
—Con un monarca enmascarado, el pueblo se creyó una mentira, y también yo. Goberné como me indicaban los consejeros: nunca se llevaban a cabo mis designios, porque se suponía que yo era joven e inexperta. Alistair tuvo mucho que ver con esto.
—¿Entonces cuál era tu papel como Rey?
—Poco, en realidad. Apenas aparecía en los actos públicos; servía solo para firmar los papeles que ellos me traían. ¿Qué iba a hacer, Bain? Mi padre murió de improviso, y yo no había sido apenas educada para reinar. Al menos me enseñaron a manejar armas, como método de defensa personal, lo cual me vino muy bien después, en el bosque.
—Eras bastante buena con eso. Parecías un caballero del Reino con la espada en aquel duelo.
—No creas, tú eres más diestro con la espada que yo. Pero estabas casi congelado, y no podías hacer mucho en aquellas condiciones, ¿recuerdas? Tenía una ventaja impresionante.
—Ah.
Eso no lo había pensado.
—En fin, continúo. Un día, toda la calma en la que vivía se torció. Los consejeros me hicieron firmar una ley que los beneficiaba a ellos y a sus familias, pero era perjudicial para el pueblo. No recuerdo bien qué era; algo relacionado con el vasallaje de los campesinos.
—Eso me suena —comentó Bain—. Antes de entrar a formar parte del gremio de caballeros, vivía con mi familia en el campo. Estábamos obligados a entregar la mitad de nuestras cosechas a la corona. ¿Tú sabes lo que son la mitad de las cosechas del campo? Con lo que queda no puedes sobrevivir al invierno.
—En aquel entonces no lo sabía, Bain. No era consciente del daño que estaba haciendo. Tenía quince años, y solo firmaba un papel. Creo que Alistair, a pesar de ser un consejero y salir indirectamente beneficiado de la reforma, pues si no recuerdo mal la comida iba para ellos, se dio cuenta de que esa medida no era buena. Creo que quiso anularla, y pidió una contrarreforma, pero yo me negué a firmarla. No me acuerdo bien.
—¿Por qué dijiste que no?
—Creo que había visto las protestas con la ley, y no quería empeorar las cosas firmando nuevos decretos sobre ese tema. Como ves, no tenía ni idea.
—¿Y qué pasó entonces?
—Pues Alistair se lo tomó muy mal. Quiso vengarse, por decirlo así. Tal vez buscaba ser Rey, cosa que consiguió, según me has comentado tú. O puede que solo lo hiciera por un Reino más justo. El caso es que, aunque no tenía permitido decir el gran secreto del Rey Lir, un día, mientras yo estaba entrenando disfrazada de paisana normal, habló con un grupo de caballeros del gremio.
—¿De los míos?
—Sí.
—¿Y qué les contó?
—Que yo era la Bruja del Hielo, la asesina del Rey Heulyn. Como tenía los ojos tan raros y mis en mis piernas saltaba a la vista que algo no era normal, le creyeron. ¿Cómo no creer a un consejero?
Bain agachó la cabeza.
—Pero nuestro vasallaje es al Rey.
—No sé cómo estaban las cosas antes, imagino que Alistair habrá concentrado todo el poder en él, pero cuando yo reinaba los consejeros tenían muchísima influencia.
—¿Entonces qué ocurrió?
—Que me atraparon y me marcaron con la cruz de los condenados, y después me encerraron para guillotinarme. Por fortuna, uno de los antiguos consejeros, que se había encariñado conmigo, me liberó a escondidas, y logré huir. Sin embargo, al huir por las calles, percibí que el pueblo estaba molesto y furioso, y exigía a gritos mi cabeza. Recuerdo el terror, el miedo a que alguien me reconociera. No volví jamás a la ciudad, puesto que allí encontraría la muerte.
—No puedo creerlo. El Rey Alistair es ahora un hombre bueno y justo. Jamás haría algo así.
—Pues lo hizo, probablemente porque quería poner fin a mi caótico mandato en el que yo solo era una marioneta de otros consejeros. Entiendo que sea un héroe para el pueblo, y comprendo que los primeros años de su reinado estén siendo mejores. A veces pienso que hizo lo que tenía que hacer.
Bain, sorprendido, la miró.
—No digas eso.
—No puedo negarlo. El sistema conmigo no funcionaba.
—Pero, y el pueblo, ¿qué? ¿No tenías gente que te apoyara?
—Bueno, eso tendrías que saberlo tú. Si tuviste una familia campesina, seguro que viviste todas las revueltas y el cambio de monarca.
—Yo llegué a la capital un año después de que Alistair fuera coronado. Apenas había oído hablar del anterior Rey, solo sabía que había muerto en condiciones desconocidas.
—Claro; como había escapado, no tenían la certeza de que hubiera muerto. Pero había que explicarle al pueblo de alguna manera que el gobernante ya no estaba.
Bain asintió.
—Mira, ahora que lo pienso, si hubiera sabido todo lo que sé ahora, probablemente Alistair no me hubiera mandado esta misión.
—Tenías que ir a buscar a la Bruja del Hielo, ¿no?
—Claro. Al principio pensé que eras tú. Por los ojos, y todo eso.
—Ya. Suele pasar.
—Por eso intenté matarte.
—Pues gracias.
—De nada.
—¡Un momento! ¿Me ibas a matar... por ser la Bruja de Hielo?
—Pues... Sí.
Lir negó con la cabeza.
—¿Por qué querrías tú matar a la Bruja de Hielo?
—Yo solo cumplía órdenes.
—¿Órdenes... del Rey? ¿De Alistair? ¿Y para qué querría Alistair que la Bruja de Hielo estuviese...?
De pronto, la chica cayó en la cuenta.
La Bruja de Hielo. La mujer que le había hecho la operación, la que se había llevado el alma de su padre. La que subyugaba a los monstruos del norte.
La única enemiga que podría tener Alistair.
Lir tomó en aquel entonces una decisión, y se dispuso a recoger sus cosas.
—¡Eh! —se extrañó Bain—. ¿Adónde vas?
—Él es inteligente. Puede enterarse de que sigo viva, de que estoy aquí, y querrá matarme.
—Eh, no va a hacerlo. ¿Cómo se va a enterar de que estás aquí?
—Puede preguntar al anciano cazador. Y puede enviar un montón de caballeros para que me busquen y me encuen...
Lir se quedó pálida.
—¿Qué pasa? —preguntó Bain, desesperado.
—Si envía a muchos soldados a por mí. ¿Por qué le ordena a uno solo matar a la bruja, cuando ella es más poderosa que yo?
Lo miró con sospecha. No podía ser.
—Me has mentido. Tú no la buscabas a ella. Desde el primer momento, tú venías a matarme a mí.
Su tono de voz era seco y cortante. El caballero sintió que se le encogía el corazón.
—¿Qué? ¡No! Esto es un malentendido. Yo estaré siguiendo órdenes, pero sé muy bien cuáles son. Y yo no tenía que matarte a ti —se arrodilló, a los pies de Lir, con la cabeza gacha.
—Tal vez puede ser esa la estrategia, Bain.
Él suspiró, pero no dijo nada.
—Mira, si tienes que ir a buscar a la Bruja del Hielo, vete. Márchate. ¡Huye de aquí! Haz caso a tu Rey.
Él alzó la cabeza.
—¡Sí, hazlo! Fingiré que nunca nos hemos visto. Pero te aseguro que huiré aún más, porque todos me queréis matar. Buscaré algún sitio seguro hacia el oeste, hacia el mar. Solo pido seguir viviendo. La muerte se llevó a mis padres muy pronto, y ellos no querrían que a mí me pasara lo mismo.
Bain, arrodillado, tomó la mano de Lir.
—¿Qué haces? —preguntó esta, fría.
—No voy a ir al norte. Yo, Bain, hijo del campo y la espada, integrante del gremio de caballeros al servicio de Alistair, niego mi procedencia y juro vasallaje a Lir de Savalia. Ella es, desde el día de hoy, mi Rey.
La chica, muda, contempló cómo él se rendía a sus plantas. Tomó la espada bastarda, la sacó del carcaj y la colocó en el hombro del chico.
—Yo te nombro caballero, por mi reinado perdido. Que la hegemonía del hielo te siga allí donde vayas.
Le tendió la espada.
—Toma, puedes quedártela.
Bain ni se acordaba del arma ya. La tomó con las manos temblorosas y se puso en pie.
—Pero que sea tu Rey no implica nada. Voy a irme de este bosque.
—Lir —El caballero tragó saliva—. Vamos a volver a la capital. Los dos. Vamos a hablar con Alistair. Conseguiremos que el pueblo vea quién eres realmente. Conseguirás volver a reinar.
—No puedo volver a mi pasado —suspiró ella—. Tenemos que caminar hacia el futuro. Y mi futuro no está con Alistair, sino lejos de él.
—¿Cómo puedes decir eso? Si ese hombre te arruinó la vida como dices, deberías volver y mostrarles a todos que...
—Bain, Alistair fue cruel conmigo... Pero quería lo mejor para los demás. Lo que es injusto para una persona puede ser justo para el resto. Yo lo único que quería era no morir, poder seguir viviendo... Y, si vuelvo, tendré que renunciar a ello.
—¿Entonces lo has perdonado?
—¿Se puede vivir sin perdonar, Bain? Si estuviera aquí planeando una venganza o algo parecido, ya estaría muerta por dentro. No puedo permitir que me pase eso. Lo mejor es que aceptar lo que ha ocurrido y empezar nueva vida. Eso fue lo que traté de hacer, viniendo al bosque... Y por eso partiré hacia el oeste, y no descansaré hasta encontrar un sitio seguro, un lugar donde pueda respirar profundamente y dar las gracias por poder hacerlo.
—Te acompañaré.
—¿Perdón?
—Alistair se enfadará si ve que no he cumplido con la misión, si ve que no traigo conmigo ningún cadáver. Y, si se entera de que estás aquí, puede mandar caballeros a buscarte por todo el mundo. Yo tampoco puedo volver, así que voy a ir contigo, a buscar un nuevo mundo, una nueva vida.
—Pero, Bain, ¿y qué pasa con tu familia? ¿No tienes amigos y compañeros en el gremio? ¿No dejas personas importantes atrás, personas que te quieren? No puedes darles la espalda, no puedes huir. Yo sí, porque ya no me queda nadie. Pero tú... Tu futuro no está conmigo, está en la capital.
El caballero no supo qué decir. Lir siempre tenía razón.
—Bain, sal del bosque y ve a buscar a la Bruja de Hielo. Avísala del problema de Alistair, pídele paciencia. Convéncela de que el Rey está muerto, pero Lir está viva y no debe morir. Dile que huyo, que huyo de todo lo malo que me persigue y ando buscando una vida nueva. Y, sobre todo, dile que ya la he perdonado. Diles a todos que no les guardo rencor.
Lir sonrió, y le tendió su capa azul.
—Este atuendo está impregnado de magia lo suficientemente poderosa como para mantenerte a salvo. Fue un regalo que la Bruja me hizo hace ya mucho tiempo. Quiero que lo tengas; yo ya no lo necesito, pero tú sí. No permitas que te hagan daño. Busca a la hechicera, o ve a la capital. Haz lo que desees. Y, si no quieres nada de esto, regresa a casa, con tu familia. No hay nada más importante, y yo lo perdí. Las nuevas vidas pueden empezar cuando estás rodeado de los tuyos.
Lir se dio la vuelta y empezó a caminar, siguiendo el arroyo. No dijo nada más. Bain la siguió con la mirada hasta que su cuerpo se perdió entre los árboles, hacia el lugar donde se ponía el sol. La primavera la envolvía de forma mágica, y enseguida desapareció de su vista.
Bain se acercó a su caballo, que estaba comiendo flores nuevas como si nada hubiera pasado. Se puso la capa, acarició su espada, tomó las riendas y se montó, dispuesto a abandonar el bosque.
Miró alrededor. La naturaleza había renacido. Los verdes y dorados se mezclaban. Ya no quedaba ni rastro del blanco de la nieve.
Pensó en lo mucho que iba a echar de menos a Lir. Reflexionó sobre la belleza que había descubierto en ella, sobre cómo lo antinatural de pronto se había vuelto hermoso. Ojalá volviera a verla otra vez.
Pero de momento no. Iba rumbo al futuro, a su destino.
No sabía cuál era, pero sabía que, hiciera lo que hiciera, todo iba a salir bien.
Porque tenía la bendición del Rey.
*****
Y... ¡Aquí se acaba el libro!
¡Adióóóóóós!
*Se va*
*Vuelve*
En fin, ¿qué os ha parecido?
¿Apoyáis las decisiones de Lir y Bain?
¿Qué creéis que pasará en sus vidas a partir de ahora?
Yo no lo sé, porque la historia ha terminado. Sin embargo, he preparado algunos cuantos extras. Me gustaría que os quedáiais un poquito más con Lir y Bain, antes de que paséis página y os adentréis en otro mundo diferente.
¡Gracias por haberle dado a mi historia una oportunidad! Os quiero mucho, :)
Con cariño, Callie Cangrejo.
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