Capítulo 3. Enigma

Aunque solo habían pasado unos pocos días desde que la nieve se había derretido, el musgo ya cubría los troncos de los árboles, y el suelo del bosque estaba repleto de pequeñas y efímeras flores blancas. Los pájaros cantaban, había nidos dispersos en las ramas altas con algunos huevos depositados en ellos, y los rayos de sol se colaban entre las hojas nuevas de color verde brillante que empezaban a salir.

Lir y Bain habían estado recorriendo el bosque durante toda la mañana, y ahora se encontraban descansando frente a uno de los arroyos en el que ya corría el agua fresca, entre trozos de hielo a medio derretir que habían descendido de lo más alto de la montaña.

Ella, con la capucha puesta como siempre y el rostro serio e imperturbable, estaba reparando una de sus faltriqueras, sentada en una gran piedra en la orilla. Había estado fabricando flechas antes, que había guardado en un carcaj nuevo, pues se negaba a devolver la espada bastarda a su compañero.

Él se había sentado en la hierba recién brotada, y la miraba con una sonrisa neutra. Pese a lo difícil que era moverse por el bosque con una armadura, había rehusado a quitársela, porque no tenía ropa de muda, aunque Lir se quejaba de lo lento que era, y de lo mucho que se distraían él y Escarcha, su corcel. Eran un estorbo. Hacían ruido, no la dejaban cazar, y tampoco sabían nada del funcionamiento del bosque. Espantaban a los conejos que se iban atreviendo a salir de su madriguera, a los pocos pájaros que ya cruzaban el cielo, y además estaban siempre hambrientos, cansados o sedientos. Además, no tenía ropa de muda como Lir.

Para ella había sido una lástima vivir la llegada de la primavera con tal compañía. Al menos su acompañante dejaba que ella cazara, mientras él preparaba el fuego para poder cocinar. Probar los platos del caballero había sido una buena experiencia, aunque no le hacía mucha gracia descubrir que, en el fondo, añoraba a los seres humanos.

Maldijo por lo bajo al pincharse con la aguja. Bain levantó la mirada, pasó al lado de Escarcha, que bebía apaciblemente, y se sentó al lado de la chica. Los rayos del sol incidían sobre la cara de Lir de una manera casi mágica. El caballero observó sus facciones con cautela.

Aunque estaba tapada con la capucha, podía ver sus ojos almendrados del color del hielo, que atravesaban de vez en cuando la maleza, alertas. Pequeños fulgores brillaban dentro, como si algo estuviera en continuo movimiento dentro de ella, pero a la vez estático, apagado, adolorido.

Su pelo castaño oscuro le caía en mechones desiguales sobre los hombros, y se notaba que su piel estaba curtida por la vida al aire libre. Tenía las manos y los brazos llenos de cicatrices y heridas vendadas con alguna planta medicinal de hojas largas; también tenía una lesión en un dedo, tal vez se lo había torcido y se lo había curado mal. Lir estaba delgada, no debía de haber comido mucho este invierno. Sin embargo, era extrañamente hermosa. Había algo en ella, algo bonito, que Bain no había visto nunca en nadie.

Suspiró y se acercó más a ella.

Era evidente que lo del Rey era una broma, ¿no? El monarca actual se llamaba Alistair, y había sido coronado hacía poco tiempo, tras la muerte en condiciones muy extrañas del anterior, de nombre Lir. Bain, que había entrado a formar parte en el gremio de caballeros más o menos por la fecha en que Alistair fue coronado, no había conocido al otro Rey.

—¿Es fácil vivir en el bosque? —preguntó el caballero, para entablar conversación.

Aunque llevaba ya unos días en compañía de la chica, no habían hablado mucho. Ella era de pocas palabras, y él no quería molestar.

—No —contestó Lir, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Por qué haces preguntas si conoces la respuesta?

—Es que tú te desenvuelves bien por aquí. Conoces el terreno, dominas las armas. Parece como si llevaras viviendo aquí toda tu vida.

Ella se encogió de hombros.

—Un anciano cazador me enseñó todo lo que tenía que saber.

—Entonces, ¿no has nacido en el bosque? —Bain fingió sorpresa—. Porque lo parece.

—No. —Lir parecía apenada—. Hace dos años que estoy aquí.

—Entonces, ¿provienes del Reino?

Un destello peligroso cruzó los ojos de la chica.

—No quiero hablar de esto ahora, Bain.

Un silencio amenazó con instaurarse entre ambos, hasta que él se aproximó para mirarla.

—Pues yo necesito que hables de esto conmigo. No sé quién eres ni de dónde vienes, y no pareces necesitar ayuda, pero está claro que tienes algo que contar, algo que te duele o te atemoriza, o ambas cosas.

Lir lo miró con detenimiento. Bain se había quitado el yelmo, y los rayos de sol acariciaban su pelo rubio, que parecía aún más claro, al igual que sus ojos ocres. Sus labios eran finos, y un puñado de pecas salpicaba su rostro joven. Parecía rondar los veinte años, y no era excesivamente guapo para su gusto. Su cara era muy similar a la del habitante promedio del reino; a Lir le sonaba haber visto a gente parecida.

—No eres nadie para saber.

—No, claro, como no soy el Rey... —dijo él, ya desesperado.

Lir lo fulminó con la mirada.

—No, no lo eres.

Bain suspiró.

—¿Sabes quién es Alistair de Gerardia?

Ella lo miró, mordiéndose el labio.

—Sí —dijo, tensa.

—Él es el Rey, no tú —informó Bain.

Lir frunció el ceño.

—En el fondo no me sorprende, después de todo...

Su respuesta desconcertó al caballero.

—¿Qué quieres decir con eso?

Ella resopló y dejó de trabajar en su faltriquera.

—Te lo explicaré cuando tú me digas qué diantres haces aquí, y entonces ya veré si puedo matarte o si, por el contrario, tendré que echarte a patadas de mi territorio.

El caballero se puso pálido. ¿A qué venía ese comportamiento? Tenía que haber dicho algo malo, pero ¿qué?

—¿Así que todavía quieres... matarme?

—Sí —interrumpió ella—. Venga, que no tengo todo el día.

Él inspiró hondo.

—Soy un caballero de la corte de Alistair. El nuevo Rey me ha ordenado que cruce el bosque para llegar a las Tierras del Hielo.

No se sorprendió mucho cuando la espada de Lir volvió a apuntar a su cuello. Ya había asumido que pasaría algo así.

—¿Qué ibas a hacer allí? —preguntó ella, con aparente calma.

—Me había ordenado que buscase a una mujer. A una tal... Bruja del Hielo.

Lir apretó los dientes.

—¿Y tú sabes quién es ella?

—Pues no, pero...

—¿Y por qué te metes en cosas que no sabes?

Bain se levantó de golpe.

—Perdona, pero yo tengo un trabajo. Soy caballero. Y soy vasallo del Rey. Tengo órdenes que cumplir, y no me puedo plantear cuestionarlas, ¿sabes?

Lir alzó una ceja. Su espada se enganchaba en la cota de malla que cubría el cuello de él.

—¿Acaso no tienes un mínimo concepto de lo que es el deber? ¿O el honor? —cuestionó el soldado—. ¿Acaso no sabes lo que es tener una responsabilidad?

Ella apretó aún más la espada. Bain alargó el brazo hacia su mano, desviando al fin el arma. Lir se quedó mirando con rabia y tristeza cómo esta caía en el arroyo. Debido a su peso, el agua no podía arrastrarla, pero poco a poco iba limpiándola de toda suciedad y resto de sangre animal.

—Sí que lo sé —dijo, con la voz rota.

—¿Entonces?

Ella tragó saliva.

—Voy a contarte una historia, Bain. Tú decides si es un cuento o si es la verdad.

*****

Cuando hay un cuento dentro de otro cuento.

Bueno, vamos ampliando nuestro elenco de personajes. ¿Alistair? ¿La Bruja del Hielo? ¿Quién es esa gente?

¡Ya vamos por la mitad de la historia! Como es un cuento corto, solo nos quedan dos capítulos más, aunque el último es el doble de largo.

Me diréis: ¿cómo se va a acabar esto ya si no ha hecho más que empezar? Lol. Pues esperad y lo sabréis (:

¡Anda, me despido! Hasta la próxima, <3.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top