Rosa sexta: Les loups
¡PREGUNTA! (esta va a ser más difícil *u*): En mi obra Letras y Sexo, ¿Cuál es el aroma favorito de alcohol desinfectante de Meliodas? Pequeña pista: no es frambuesa, fufufu. Por otro lado... ¡en este capítulo comienza la redención de la bestia y el amor de la bella! Sigamos leyendo para saber más...
***
Estarossa entró a la taberna del pueblo con su presa aún a la espalda y una pose de cazador victorioso tan irresistible que todas las chicas del lugar suspiraron. Sus muchos admiradores le ayudaron quitándole el majestuoso jabalí de los hombros, sus oídos se llenaron de halagos y vítores por su talento, y no pasó mucho hasta que le ofrecieron una enorme jarra rebosante de cerveza. Pero pese a todo esto, era evidente que el joven se sentía decaído y malhumorado. Al notarlo, una de sus mayores fanáticas, que creía ser su mejor amiga, se le acercó para consolarlo.
—Vamos, vamos Ross, ¿por qué te ves tan decaído? ¿El jabalí no era la presa a la cual estabas apuntando? ¿Tenías algo más grande en mente? —Los ojos negros del peliplateado se centraron un segundo en la rubia generándole a esta un escalofrío de placer, pero a los dos segundos, lo que él le devolvió fue una sonrisa irónica en el rostro. Porque en cierto modo, había dado en el blanco.
La presa a la que él había estado apuntando ahora se hallaba fuera de la vista, y no había sabido nada de ella en varios días. La hermosa Elizabeth, que había ido ocupando cada vez más sus pensamientos, no aparecía por ninguna parte. Al principio, Estarossa creyó que simplemente era muy tímida, y que sus hazañas recientes la tenían tan abrumada que no se atrevía a hablarle. Después, pensó que tal vez se le estaba escondiendo, o evitándolo, y eso solo lo motivó a buscarla con más ahínco. Pero después de una semana de rastrearla sin éxito, y de los misteriosos rumores que corrían alrededor de su familia, y la sensación de que algo sospechoso estaba pasando lo abrumaba justo cuando menos se lo esperaba, causándole ese extraño humor tan impropio de él.
La deseaba. Deseaba a la albina como un lobo a su presa, como un hombre enamorado a la doncella elegida, y a pesar de que ella nunca había dado muestras de corresponder a sus sentimientos, él estaba convencido de que era solo cuestión de tiempo hasta que cayera a sus pies. Después de todo, ¿qué chica del pueblo se le resistía? No había mujer en kilómetros a la redonda que no mataría por estar en el lugar de la ojiazul, y la prueba la tenía justo enfrente, ya que el escote de Jelamet prácticamente estaba pegado a sus narices mientras ella se inclinaba coqueta sobre él.
—El jabalí está bien querida, es solo que me gustaría que cierta persona estuviera aquí para admirarlo. —Al decir esto, fue el turno de la rubia para poner cara de pocos amigos y fruncir el ceño.
—No puede ser, ¿aún estás interesado por la insulsa hija de aquel campesino? Pero si es tan aburrida...
—Y taimada. —respondió una chica de cabello oscuro y trenza.
—Y lenta —remató su gemela rubia—. ¿Dónde estará ahora? Nadie la ha visto en un tiempo.
—Tal vez vino una bruja y la convirtió en el ratón de biblioteca que tanto parece. —El trío de amigas soltó a reír a todo pulmón mientras seguían con la broma.
—Tal vez su familia la encerró en el ático para que nadie se de cuenta de lo rara que es. —Las carcajadas de ellas comenzaron a llamar la atención, y la última en añadir algo fue, por supuesto, Jelamet.
—Tal vez se perdió en el bosque por ir leyendo mientras caminaba y la atrapó una horrible bestia. Espero que la devore. —Por supuesto, todas aquellas ideas resultaban tan absurdas que, incluso pese a su mal humor, Estarossa acabó riendo. No tenía porque preocuparse, ella aparecería en cualquier momento. Más relajado, atrajo a la rubia a sus piernas para sentarla en su regazo y con la mano libre se puso a beber su cerveza. Ninguno podía saber que, por ridícula que pareciera, la idea de la última chica era la que más se aproximaba a la realidad.
*
Era un sueño solamente. Sin embargo, se sentía tan real. Elizabeth veía claramente aquella sonrisa de dientes blancos, los destellos dorados de su pelo, el brillo verde en sus ojos. Pero sencillamente no podía enfocar la mirada para averiguar quién era. A continuación, el sueño cambiaba, y se veía bailando en brazos de un demonio. Sus garras se le clavaban en la cadera, las marcas negras de su piel la sofocaban, y sus ojos eran tan oscuros que sentía como si al mirarlos le fueran a absorber el alma. Toda la noche oscilo de una versión a otra, un sueño seguido de una pesadilla que se volvía sueño nuevamente. Pero justo cuando creía que el rizo del tiempo se había vuelto eterno en su mente, escuchó una voz a lo lejos que rompió el ritmo y le permitió una ruta de escape. Ella ya había escuchado esas voces antes.
—¿En serio tienes que irte? —El rubiecito que decía aquello al fondo del vestíbulo no debía tener más de doce años.
—Me temo que sí, alteza. Debo completar mi formación mágica en otro sitio, pero no te preocupes. Tarde o temprano regresaré, y cuando eso pase, me encantará ser la maga de tu corte. Sé que cuando vuelva serás un gran rey.
—Y tú la mejor hechicera de todos los tiempos.
—Obviamente. A ver si me reconoces cuando vuelva.
—Claro que lo haré. —Los amigos se sonrieron antes de separar definitivamente sus caminos, pero por alguna razón, Elizabeth presentía que esa promesa no se cumpliría.
Y entonces se despertó.
La peliplateada abrió sus ojos lentamente cuando la agradable luz del sol llegó hasta las cortinas blancas de su cama de dosel. Se quedó ahí, quieta entre mullidas almohadas, hasta que fue súbitamente golpeada por los recuerdos de la noche anterior. Oh, el baile con el amo... no, la tortura con ese... ese... ¡hombre! No se atrevió a insultarlo diciendo otra cosa, hasta que luego pensó que, en realidad, quizás no era un hombre de verdad. Pero tampoco se atrevía a llamarlo bestia o monstruo. Al menos ya no, no después de escuchar el cuento de Gowther la noche anterior. Y lo que había soñado... ¿en verdad cabía la posibilidad de que aquel hermoso niño fuera él?
Los detalles eran neblinosos, pero una cosa era clara: el amo, los sirvientes y el castillo mismo, todos estaban hechizados bajo la misma maldición. Nada ni nadie era lo que parecía, y si él no rompía el hechizo pronto, algo terrible iba a suceder.
—Bueno, ¿y eso a mi qué? —Pese a que Elizabeth era una persona muy bondadosa y su inclinación natural era a ayudar siempre, se dio cuenta de que, en ese momento, estaba tan furiosa con su carcelero que no le importaba que estuviera sufriendo una maldición—. Seguramente se la merece, y si pretende que yo le solucione lo que sea que necesita para romperla, no pienso... —Pero le faltó furia para terminar de decir esa oración.
No, no podía ser indiferente y darle la espalda a todo. No ahora que sabía que había víctimas inocentes involucradas. El señor Ban, King, Gowther, y puede que muchos más. Sin embargo, los recuerdos de su cena volvieron inoportunamente para arruinar su intento de calmarse, y estrujó sus almohadas como si también lo hiciera con él. La había gritado. La había insultado mostrándole todos esos tesoros, como si así pudiera comprar su simpatía. ¡Y luego se le había echado encima! Aún recordaba aquellas manos sobre su cuello, y aunque en su momento sintió verdadero terror, se dio cuenta de que, una vez mirándolo, ya no había nada que temer. Era simple y sencillamente un mocoso malcriado, que siempre quería hacer las cosas a su manera, y que pensaba obligar a los demás a hacer su voluntad a punta de rabietas y mal genio. Y entonces recordó lo otro. Le había ordenado no comer y encerrarse en su habitación. Una ola gigantesca de rebeldía y temeridad la inundó, y ya estaba por armar un plan para ejecutar su venganza, cuando de pronto escuchó un extraño ruido que la hizo congelarse en su lugar.
—¿Qui... quién es? —El ruidito continuó, una especie de "fru fru" que andaba por el aire, y cuando por segunda vez se aclaró la garganta para preguntar, el sonido se detuvo en el acto—. ¿Quién anda ahí?
—Bonjour mademoiselle.
—¡Kyaaaa!
—Oh, lo lamento mucho. Pensé que estaba dormida y solo quería limpiar un poco antes de que se despertara. —La dulce voz que soltó aquella disculpa salía nada más y nada menos que de un plumero, y a Elizabeth le costó casi un minuto entender que lo que tenía ante ella debía ser en realidad una chica, y no un instrumento de limpieza.
—¿Qui... quién eres?
—Un placer conocerla señorita —El blanco utensilio de limpieza descendió como flotando hasta quedar frente a ella sobre el edredón, e hizo lo que probablemente era una reverencia—, me llamo Elaine, y a partir de ahora, seré su nueva compañía de cámara.
—Mu... muchas gracias, es un gusto. Esto... disculpa pero, ¿porqué estás aquí? ¿Dónde están los señores Ban y King? —La sonrisa del pequeño utensilio vaciló un segundo, y al momento siguiente adoptó un gesto amable y profesional.
—Me temo que ellos no podrán hacerle compañía hoy, querida huésped, pero no se preocupe, que nosotras...
—¿Dónde están? —dijo la albina, un poco más bruscamente de lo que deseaba. Pero al ver la expresión culpable de su nueva amiga, supo que no se había equivocado en preguntar—. Déjame adivinar, ¿tratando de calmar al "amo"?, ¿o tal vez intentando convencerlo de que no me mate de hambre antes de que pueda decirme en qué consiste su misteriosa maldición?
De haber podido, Elaine probablemente habría palidecido, y aunque eso hacía sentir a la peliplateada culpable e ingrata, esos nuevos sentimientos solo fueron leña para que ella se estuviera más y más enojada. Viendo venir una tormenta a la que ya estaba acostumbrada, la hábil sirvienta sonrió otra vez y le dio una respuesta con la que sin duda ella volvería a estar contenta.
—Bueno, si tiene que saber, deben estarlo regañando por la forma tan poco caballerosa en que se portó anoche con usted. En cuanto a lo de comer...
—Yo me haré cargo de eso querida —Tomando parte de la conversación, un misterioso carrito de comida se fue deslizando hasta quedar a su lado en la cama, presentando a su nueva compañía de ese día—. Bonjour. Mi nombre es Gelda, y será un placer servirle en cuanto a alimentos se refiera. —A Elizabeth le costó un poco menos tiempo entender que la voz que le hablaba esta vez salía de la tetera, y cualquier duda de aceptar su amable oferta quedó de lado cuando un sonoro quejido salió de su estómago.
—Mu... muchas gracias señorita, pero no quisiera meterlas en problemas.
—¿Hm? ¿A qué se refiere? —Elizabeth volvió a sentir la molestia de su enojo una vez más, pero esta vez trató de calmarse.
—El amo dijo que no podía comer nada hasta que él lo autorizara. —El dibujo de la bella mujer rubia que había sobre la porcelana volteo los ojos hacia arriba, y sonrió mientras los cubiertos se levantaban solos y mágicamente le preparaban un delicioso desayuno con bocadillos, fruta fresca y té.
—Bueno, usted no tiene que preocuparse por esas tonterías. En realidad no lo estamos desobedeciendo. El dijo "no comer nada", pero no habló del desayuno, almuerzo, merienda y cena —La albina no pudo evitar reírse de la forma tan descarada en la que Gelda se burlaba de las órdenes del amo, y le agradeció de corazón, segura de que haría una buena amiga en una persona tan discretamente rebelde—. Eso es. Come bien linda, yo no dejaré que nadie se muera de hambre mientras siga siendo la encargada en el castillo.
—Muchísimas gracias —La ojiazul apenas dijo nada más mientras devoraba su delicioso desayuno, pero aunque sus nuevas compañeras estaban haciendo un notorio esfuerzo por complacerla y platicar con ella, el cosquilleo de la ira seguía hirviendo en el fondo de su estómago. Cuando terminó de comer, no pudo evitar hacer la pregunta con la que sabía que terminaría por odiar más al rubio—. Esto... no quiero ser grosera ni nada pero... ¿qué hay de la orden de dejarme encerrada todo el día aquí?, ¿en verdad piensa tenerme como a un pájaro en jaula de oro? —Y efectivamente, las dos sirvientas se mostraron realmente incómodas al oír aquello, pero la rebeldía ya había encendido en el pecho de Elizabeth, así que se levantó de un salto, dispuesta a desobedecer a aquel tirano.
—¡Espère mademoiselle! ¿A dónde va?
—Yo... esto... Ban y King me habían prometido un recorrido por el castillo. Creo que iré a buscarlos para...
—¡No! Es decir... no hace falta —Elaine flotaba ante sus ojos señalando a una esquina de la habitación, y lo que vio hizo que efectivamente Elizabeth se detuviera. Una larga fila de libros la esperaba, a lado de una cesta con cosas para tejer, un montonal de cajitas que parecían juegos, y un estante lleno de zapatos lujosos cuya utilidad no veía ella en ese momento—. ¡Mire! Aquí está todo lo que necesita para hacer su estancia lo más entretenida posible, y podemos traerle además cualquier cosa que nos pida —Las sirvientas se relajaron mucho al ver el brillo en los ojos de la albina mientras deslizaba los dedos por la tapa de los libros, y como al momento siguiente estaba tomando unos zapatos, Elaine decidió que era momento de presentar a la última compañía—. Esos son para probarlos con sus nuevos vestidos.
—¿Vestidos?
—¡Sí! Tiene a la mejor modista y sastre a su servicio. Señorita Diane... —Un incómodo silencio se instaló entre las tres, pero si la aludida estaba en la habitación, no dio señales de haberla oído—. ¿Diane?, ¡Diane! —El plumero flotante parecía estar hablando con el ropero, y aunque Elizabeth por poco se ríe al ver eso, se quedó de piedra al oír que quien reía era el enorme y blanco mueble—. Ahí estás querida. Despierta, nuestra invitada requiere tus servicios.
—¡Con mucho placer! —dijo la gigantesca dama, que a continuación abrió sus puertas, soltando un mar de tela, lazos y joyas. Y también, un par de polillas—. Oh diosas, ¡qué vergüenza! Lo siento mucho linda, déjame presentarme mejor. Mi nombre es Diane, y me encantará vestirte de aquí en adelante y para todas las citas que tengas con el amo.
—¡Yo no quiero vestirme para él! —El grito tomó fuera de lugar la euforia del ropero, pero aunque ella se quedó atónita por un momento, la gentil tetera tomó la palabra para rectificar el error.
—Tienes razón querida, una dama debe vestirse para sentirse cómoda consigo misma, lo que piensen los hombres y los halagos vienen después de eso.
—Oh, lo siento mucho estimada huésped, no quería insultarla, yo solo... —La aludida soltó un largo suspiro de resignación, miró a sus nuevas compañeras, y decidió que no podía hacerles el desaire y además tratar de hacer algo que las pusiera en peligro. Se obligó a dejar su revancha para luego, le sonrió a las tres, y retomó de nuevo el inicio de su relación.
—Por favor, llámenme Elizabeth a secas. Esto... ¿estaban por explicarme para qué eran todos estos zapatos? —Los mágicos objetos hicieron idénticas expresiones de alivio y alegría, y aunque Elizabeth no había abandonado del todo sus intenciones, dedicó toda la tarde a conocer mejor a las que, desde ese momento, serían sus amigas y confidentes.
*
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, por fin los hospitalarios objetos mágicos detuvieron sus atenciones. Elizabeth sentía que se había probado tantos vestidos como para abrir una casa de modas, había probado todas las cosas para picar que le trajo Gelda, y cuando a Elaine ya no se le ocurrió ninguna forma de tentarla a jugar con lo que le trajo, la albina les pidió amablemente que la dejaran sola un rato para leer. Todas mostraron un evidente alivio, ya que la ropero estaba que se caía de sueño, la tetera quería ir a preparar la cena, y Elaine se moría por ir a ver a Ban. Sin embargo, apenas la dejaron sola, el ánimo de la peliplateada se cayó al suelo y pareció reflejarse en las nubes negras que se veían en la ventana.
No podía concentrarse. Sencillamente no podía estar en paz. Por cómoda y agradable que fuera su habitación, estaba tan desesperada por salir que ni siquiera la lectura pudo distraerla de ese pensamiento. Ya no tenía nada que ver con la venganza. Quería su libertad, quería saber más sobre el hechizo del castillo... y quería hablar con él.
Así es.
Pese a que en la mañana ella sentía odiarlo, y aún estaba furiosa por lo que le hizo, Elizabeth había decidido que no se ocultaría más ni dejaría que la sometiera a través del miedo. Ella no estaba segura del papel que tenía en romper el hechizo que pendía sobre todos, pero si en verdad él no iba a matarla, si de verdad necesitaba su ayuda... era indispensable que se encontraran de nuevo para hablar honestamente. Asegurándose de que Diane seguía profundamente dormida y de que no había moros en la costa, la albina abrió la puerta de la habitación y se enfrentó a la densa oscuridad del interior del castillo.
Dio un paso al frente, luego otro, y antes de darse cuenta, avanzaba por los pasillos escuchando el eco de sus pasos y temblando con una vela en la mano. Pero más que de miedo, lo que la embargaba era una nueva emoción.
—¿Y si el niño rubio de mis visiones es él? ¿Y si al ayudarlo, ayudo también a los demás? ¿Y si... no es tan malo como parece? —Por absurdo que sonara lo último, algo en su corazón le decía que estaba en lo cierto, y pese al miedo y confusión que sentía en ese momento, de algún modo logró llegar. Llegó a la zona prohibida del ala oeste.
Avanzó por las sombrías escaleras, levantando el polvo por donde pasaba, y sintiendo un extraño frío que le calaba en los huesos y la adormecía. Las paredes de ese lugar eran de un tono gris casi blanco, y a ella le dio la sensación de estar entrando en una fría cúpula de hielo. Dejó que su intuición la llevara, de alguna forma sintiendo la presencia de él; del hombre o monstruo del cual no sabía si era huésped o prisionera. Sentía que estaba entrando en la boca del lobo, y aún así, una misteriosa excitación la recorría. Llegó hasta unas enormes puertas con aldabas que simulaban la cabeza de un dragón, y alzó su mano para llamar tres veces a la puerta.
—¿A... amo? ¿Amo, está ahí? —Pero nadie respondió. Volvió a tocar, esta vez con más fuerza, y al hacerlo la puerta se abrió con un espeluznante chirrido. Ella se sentía como hipnotizada, avanzando hacia un lugar desconocido, pero cuyo destino estaba enlazado con el de ella. Al entrar por poco se muere de susto, ya que vio unos intensos ojos verdes que se le clavaban y la dejaban petrificada por su intensidad. Volvió a respirar cuando se dio cuenta de que era una pintura.
Una hermosa dama llevaba a un niño en brazos que era idéntico a ella, pero aunque su expresión era gentil y dulce, también había una especie de tono suplicante que casi le rompió el corazón. La albina siguió caminando, sintiendo como si aquella mirada la siguiera, y al reparar en el siguiente objeto quedó incluso más embelesada que antes. Era una escultura de un apuesto joven de unos dieciséis años, con los ojos cerrados, labios entreabiertos y porte de príncipe. Parecía dormido, pero no podía confundirse. La peliplateada sabía que era solo piedra, y aunque le dio la sensación de que había contemplado ese rostro antes, la albina decidió que debía continuar.
—Amo... —dijo casi en un susurro—. ¿Amo, estás ahí? —Siguió adentrándose a lo que obviamente era la habitación de su anfitrión, y le sorprendió lo intensamente triste que parecía el lugar. Sin calor, sin color, solo un sobrio espacio donde poder dormir y conversar consigo mismo. Elizabeth deslizó los dedos por la suave cama oculta en un rincón, preguntándose si alguna vez aquel lugar había sido compartido por alguien, y cuando se dio cuenta del rumbo que estaba tomando sus pensamientos, se giró bruscamente con las mejillas encendidas y la vela temblando en la mano—. ¿Pero qué me pasa?, esto no es propio de mí, yo...
Pero toda palabra había muerto en sus labios y toda emoción quedó transformada en una fascinación absoluta. En un espacio circular antes del balcón, rodeada por una cúpula de cristal y roja como la sangre contrastando contra el cielo oscuro, había una única rosa parada sobre un pedestal.
—Es... hermosa... —Elizabeth siguió avanzando, caminando hacia el frágil objeto, y cuando por fin llegó ante ella, no se pudo resistir a retirar la cúpula que la protegía. Acercó lentamente la mano, trató de acariciarla delicadamente con la yema del dedo... y entonces, todo se hizo trizas.
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOO!!! —Cayendo sobre ella con las enormes alas negras desplegadas, y con una expresión de furia digna de un demonio, el amo entró por el balcón y la derribó al piso mientras soltaba un grito aterrador—. ¡ESTÚPIDA! ¡¿QUÉ ES LO QUE TRATAS DE HACER?! ¿ACASO QUIERES MATARNOS A TODOS? ¡FUEEEERAAAAAAAAAA!
Ella apenas podía respirar, el terror inundó cada poro de su piel, y la visión de aquellas marcas malditas le heló la sangre hasta sentir que se convertía en agujas. Se levantó como pudo, andando casi a ciegas en el tenebroso lugar, y el cuanto llegó a la escaleras, ella también soltó un grito espeluznante.
—¡No puedo!, ¡no puedo hacerlo!
Ya nada le importaba, ni la amenaza de muerte, ni la tormenta de nieve que comenzaba afuera, ni sus deseos de ayudar, ni la esperanza de encontrar en él algo más que una bestia. La única cosa que tenía sentido para ella en ese momento era huir, y todo lo demás se volvió borroso. Fragmentos de la última vez que vio a su familia brillaron en sus ojos mientras salía por las grandes puertas del castillo en dirección a los establos. Los ecos lejanos de las voces de sus nuevos amigos zumbaban mezclados con los relinchos de su caballo mientras montaba y salía a todo galope. El frío se le clavaba en la piel como dientes, pero ella ni siquiera pensó en volver por una capa o un abrigo. Lo único que quería era salir de ahí cuanto antes, sin reparar en que la maldición del terror absoluto era la que estaba obrando su magia en ella.
No pasó mucho hasta que se internó completamente en el bosque, y cuando lo hizo, lo primero que oyó provocó que el terror se incrementara hasta un punto que parecía humanamente imposible. Comenzó a escuchar aullidos de lobos.
—¡Vamos! —Ella espoleó al caballo para que este fuera más rápido, pero la ventisca alrededor se les clavaba en los ojos a ambos, y antes de darse cuenta, se vieron rodeados por una manada de las bestias más feroces que jamás habían pisado aquel sitio encantado. No parecían lobos normales. Eran la encarnación del miedo y la maldad. ¿Tal vez demonios? Ya no importaba saberlo, pues lo único cierto era que, en ese momento, Elizabeth estaba a punto de ser devorada. Su caballo se encabritó, la derribó sobre la nieve mientras trataba de huir inútilmente, y cuando la joven soltó un último grito y decidió perder toda esperanza, se cubrió con las manos esperando sentir los colmillos en su carne.
Pero la mordida no llegó. En cambio, un espantoso rugido se escuchó en medio de los gruñidos de esas bestias, y justo a tiempo para defenderla, el amo del castillo descendió desde los cielos con sus alas desplegadas.
—¡ELIZABEEEEETH!
Lo siguiente ella lo presenció como estar en medio de una espantosa pesadilla. Irreal. Sangrienta. Los colmillos destinados a ella se clavaban en la carne negra y blanca del amo, quien devolvía los golpes usando la materia oscura que en ese momento despedía su cuerpo. El hechizo hacía que la visión de esas manchas la llenara de horror y sin embargo, al mismo tiempo... la albina pensó que no había criatura más hermosa en el mundo. El color rojo de la sangre manchó la nieve mientras las bestias caían una a una, y para cuando la manada emprendió la retirada, había más de una docena de lobos muertos en el piso. Y el amo estaba muy herido.
Su brazo sangraba mientras Elizabeth contemplaba su amplia espalda y su cabello rubio ondeando al viento, y cuando se dio la vuelta, por un instante fue como si el tiempo se detuviera. Se miraron a los ojos larga, intensamente, sin decir nada ni acercarse el uno al otro. Luego él abrió los labios, y justo antes de desmayarse... ella vio con toda claridad como sus iris negros pasaban mostrar un impactante color verde. Lo vio caer como en cámara lenta, dejando caer sus párpados al mismo tiempo que su cuerpo, y cuando lo vio tendido en el hielo, ella supo que había llegado el momento de elegir.
Podía huir y dejarlo ahí. Nadie se lo reprocharía, esa sería probablemente su única posibilidad de escapar, el caballo estaba esperando tras ella. Sin embargo, fue incapaz de moverse.
—Me salvó la vida... —susurró mientras se acercaba al rubio lentamente—. Acaba de salvarme la vida, y ha arriesgado la suya para hacerlo. —El líquido rojo corría libremente por el suelo, y cuando este alcanzó la suela de sus zapatos, ella por fin tomó una decisión.
Iba a salvarlo también.
Arrodillada en el piso para evaluar los daños, vio como su brazo estaba en un ángulo extraño y su cabello se desparramaba sobre sus ojos. Elizabeth hizo su mejor esfuerzo para ponerlo boca arriba y acostarlo en su regazo, y tras arrancar un buen pedazo de tela de su vestido para envolver la herida, llamó a su montura y acarició su hocico mientras se echaba el peso de su salvador a los hombros. Logró cargarlo el tiempo suficiente para subirlo al caballo, y aunque aún temblaba de frío y miedo, su corazón se había vuelto luminoso y cálido. Echó a andar por donde había venido, de regreso al castillo.
***
Y ahora, un dato curioso sobre este capítulo: ¿sabían que consideré seriamente darle a Meliodas una apariencia grotesca para su papel de bestia? Y para eso pensaba usar una imagen bastante más fiel al canon de lo que creen *u*
Los que hayan leído el manga y puesto atención a los primeros capítulos del anime habrán notado una cierta sombra extraña tras la silueta de Meliodas. Algunos piensan que solo era para ejemplificar su tremendo poder, otros piensan que tal vez es cómo se vería su forma indura, pero en mi caso, pensé que sería la coraza ideal de monstruo para envolver al príncipe y ocultarlo. Al final, decidí cambiar esto por una maldición que hacía que sus marcas oscuras reflejaran los mayores temores de quienes lo miraran. ¿Qué opinan?, ¿a ustedes que propuesta les gusta más? Nos vemos en unos minutos para más...
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