Rosa segunda: Le maître du château

¡Hola a todos! Aquí Coco, quien no va a repetir esa frase en todos los capítulos, pues esta obra se subirá completa en una sola entrega, y no quiero ser repetitiva XD Pero creo que se me ha ocurrido la forma perfecta de compensar eso *u* Redoble de tambores:

¡Vamos a jugar cocotrivia! ^3^

Chi cheñol ^u^ Veremos qué tanto recuerdan de mis historias y llenaremos este espacio con dulces recuerdos y memorias *u* Al inicio de cada episodio, les haré una pregunta sobre algunas de las historias de mi perfil pasado para que la contesten. Quien acierte la mayor cantidad de respuestas correctas, ¡recibirá un fabuloso premio secreto de mi parte! ¿Qué dicen? ¿Se animan a intentarlo? <3 Entonces...

¡PREGUNTA!: En mi obra El Bibliotecario, ¿Cuál es el sabor favorito de Meliodas y Elizabeth como pareja? Vamos, es fácil °3^ Los dejo con la deliciosa duda, y nos vemos en unos minutos para más. 

***

Baltra se sentía agonizar mientras avanzaba por el camino de tierra en dirección a su hogar. ¿Qué les diría a sus hijas?, ¿qué le diría a Elizabeth? Quedarían destrozadas al oír la noticia, y no solo eso. Conocía demasiado bien a su niña pequeña, tan noble, dulce y valiente. Si ella se enteraba de la verdad, iría a morir por él sin dudarlo. Una brisa sopló en su cara, y al percibir el suave aroma a pay de manzana en él, supo que había llegado. Vio la humilde cabaña de madera y paja, la huerta con flores y frutas, y vio a su Elizabeth, que había abierto la ventana para airear la cocina.

No. Definitivamente no les diría nada, pretendería que todos esos obsequios son lo que había sobrevivido de su vieja fortuna, y regresaría en tres días a cumplir la promesa con la bestia y morir en sus garras.

*

—Oh papá, son hermosos. No tenías que haberte traído tantos vestidos, con uno bastaba.

—Y al final me has traído tanto el arma como la joya. En serio, no era necesario. —Baltra veía con alegría cómo sus hijas disfrutaban de todos los tesoros del castillo, y cuando al fin llegó el turno de que su hija menor se acercara, por poco se delata al permitir que las lágrimas asomaran a sus ojos.

—¿Papá? ¿Estás bien?

—S... sí Eli. Es que... encontré la rosa que me habías pedido. Simplemente estoy muy emocionado, porque cuando la veas, te darás cuenta de que es igual de bella que tú... y que tu mamá. —Las tres hermanas prestaron toda su atención al oír esto, y cuando Baltra sacó la flor de su saco, soltaron grandes suspiros de admiración y alegría.

—¡Oh papá, es hermosa! —Y efectivamente, tanto que incluso él se asombró de nuevo. A pesar de que llevaba ya muchas horas desde que la tomó, estaba fresca y fuerte como recién cortada, el botón había abierto completamente, y su aroma era tan fuerte que inundaba toda la habitación. Elizabeth la tomó entre sus delicados dedos, y por un segundo su padre pensó que en verdad merecía la pena morir por esa belleza.

—Bueno niñas, ¿qué tal un poco de té? Elizabeth, ¿por qué no le traes a tu viejo una rebanada de ese maravilloso pay que estabas cocinando?

—Claro papá, ¡enseguida lo traigo! —El hombre quedó enternecido viendo como sus hijas charlaban y reían, y cuando la más joven desapareció por la puerta, se sintió más seguro que nunca de haber tomado la decisión correcta.

*

Elizabeth estaba teniendo un sueño muy extraño. En él, se encontraba perdida en un bosque escuchando a los lobos aullar en la distancia. De repente, ya no estaba en el bosque, sino en medio de un enorme y siniestro salón de baile, tan oscuro que prácticamente no podía distinguirse nada. Entonces una criatura aparecía ante ella, y aunque la falta de luz le impedía entender que era lo que estaba viendo, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.

Solo se percibían partes: unos labios suaves y ligeramente rosados, un mechón de cabello rubio, un destello color verde en la mirada... y la silueta de un cuerpo hermoso y fuerte. Se ruborizó al admirar la belleza de esa figura masculina, pero cuando estaba armándose de valor para avanzar y tratar de ver quien era, el sueño se tornó en pesadilla y la dejó temblando de miedo. Garras. Colmillos. Manchas negras como la peste. Y por último, la figura de una hermosa mujer de cabello negro y ojos ámbar. Despertó sudando en su cama, y aunque nada parecía haber cambiado en su cuarto, ella podía percibir que algo terrible estaba por suceder.

Cálmate Elizabeth, solo fue una tonta pesadilla. Solo eso, una pesadilla...

Pero la peliplateada no podía lograba quitarse el sueño de encima, la imagen de unos intensos ojos negros que la miraban como si fueran a devorarla. Respiro profundamente tratando de calmarse, de convencerse a sí misma que eso no era real; decidió bajar a la cocina por un vaso de agua para calmar los nervios... y entonces escuchó las voces.

—¿No hay otra forma?

Eran Baltra y su hermana Margaret, apenas visibles a la luz de las velas. Su padre estaba sentado, encorvado sobre la mesa mientras ocultaba su rostro en las manos. Su hermana estaba de pie detrás de él, consolándolo. Era obvio que ambos habían estado llorando.

—Deberíamos ser capaces de pagarle con algo más, lo que sea. Prométele que devolveremos todos sus tesoros y que le daremos otros a cambio. —Baltra respiró temblorosamente y se sentó lo más derecho que pudo tratando de calmarse.

—No hija, esa criatura no conoce el perdón ni la piedad. Es un monstruo, y no necesita más razones que esa para matar. Por robarle una rosa, debo volver con él antes de tres días y dejar que me mate, o vendrá para matarnos a todos. Es obvio cuál es la elección correcta.

—Pero papá... mencionaste que había otra alternativa. ¿Qué cosa te pidió la bestia en vez de tu vida? —Se hizo un largo silencio entre ellos, pero Elizabeth supo la respuesta antes de oírla.

—Quiere la vida de la persona que pidió la rosa. La vida de Eli —Margaret se cubrió la boca para no gritar por la sorpresa, y entonces se unió a los sollozos de su padre—. ¿Te das cuenta de porqué no tengo opción? En tres días marcharé al bosque oscuro para cumplir la promesa que hice con la bestia del castillo, y no hay más que hablar. Por favor, no le cuentes esto a tus hermanas hasta que me haya ido.

Elizabeth regresó silenciosamente hasta su cuarto, y ahí, en la paz de su hogar, tomó la decisión que habría de cambiar su vida.

*

Ese día transcurrió como los otros. Las chicas habían cumplido con sus tareas, el padre había hecho sus cuentas, y con la excepción de que Margaret súbitamente parecía odiar los vestidos, todo fue de lo más normal para la familia. La pequeña Eli se esforzó por cocinar la merienda favorita de su padre, y cuando todos se disponían a ir a dormir, Baltra fue sorprendido por un sonoro beso en la mejilla por parte de su hija pequeña.

—Te amo Papi, ¿lo sabes verdad?

—Si hija, y lo siento con todo el corazón. —El viejo sonrió mientras veía a la chica subir las escaleras, y más seguro que nunca de su decisión, se fue a dormir su última noche. Solo que esta resultó no ser la última. Al amanecer, ella se había ido.

—¡Elizabeeeeeth! —Pero su hijita ya no estaba. Había escapado cuando la luna estaba alta, tomó su caballo y la rosa que le había costado la vida, y corrió a cumplir la promesa de su padre. Fue a entregarse a morir en manos de la bestia.

*

Elizabeth sabía que era el destino el que la estaba llevando hacia las fauces del demonio. Apenas entró al bosque, un viento frío sopló sobre su piel y las tinieblas se cernieron sobre ella. El caballo parecía saber el camino, y a cada paso que daba, todo a su alrededor se volvía más y más silencioso, como si hasta los árboles tuvieran miedo de despertar algo maligno.

Se fue adentrando cada vez más a la parte salvaje de aquel lugar, y al oír aullar los lobos, casi se desmaya de miedo. Pero no era en sus garras donde debía morir. La oscuridad se hizo más y más densa, el caballo iba más y más rápido, y cuando finalmente se detuvo... la albina se dio cuenta de que ya no estaba en el bosque. Había llegado al castillo.

Temblaba de frío y de miedo, estaba al borde de las lágrimas. Sin embargo, al ver de nuevo la rosa roja en sus manos y saber que con eso salvaba a su padre, su corazón se calmó y bajó de su montura para adentrarse en aquel lugar.

—Ho... ¿hola? ¿Hay alguien ahí? —Sus tacones hicieron eco sobre el camino de mármol, y al llegar a la altura del arbusto de donde la rosa había sido arrancada, de pronto una gran ira nació de ella. Si estaba destinada a morir, no lo haría humillada como un animal acorralado. Respiro de nuevo, sacó el pecho, y levantó la flor sobre su cabeza para mostrársela a quien quiera que fuese su verdugo—. ¡Amo, aquí está la rosa que mi padre te robó! ¡Él es inocente, y he venido aquí a ocupar su lugar! ¡Toma mi vida y liquidemos esta deuda!

Una ventisca gélida pasó por encima de ella, llenándole el pelo y la capa con copos de nieve, pero además de eso... nadie respondió. Dispuesta a no rendirse y acabar con el asunto lo más rápido posible, la albina levantó las orillas de su vestido y siguió caminando hasta la entrada. No necesitó tocar para que le abrieran. Repitió su saludo sin respuesta, y cuando llegó al centro de aquella enorme estancia, las puertas se cerraron dejándola atrapada en la oscuridad.

Claro, ¿por qué no? El monstruo prefiere comerme dentro de su casa, afuera debe hacer demasiado frío como para celebrar su banquete a gusto —El silencio se extendió, pesado como una mortaja, y aunque a cada segundo estaba más y más ansiosa, se obligó a sí misma a controlar sus nervios—. Lo está prolongado para aterrorizarme, para que sufra más y suplique por mi vida. Bueno, no le daré ese placer.

Lo que la joven no sabía era que ya estaba siendo observada. Oculto en las tinieblas, el amo del castillo decidía si ella iba a vivir o no. La respuesta le pareció obvia. Al menos de lejos, la chica parecía la víctima perfecta. Cuando decidió acercarse para mirarla más profundamente, se quedó de piedra y abrió los ojos con sorpresa.

La joven no solo era bonita, ¡era la definición de belleza! Su pelo plateado estaba revuelto por la ventisca, sus mejillas, rojas por el frío, y el azul de sus ojos podía compararse al glaciar más puro de los mares del norte. Lo único que la afeaba era esa expresión retadora en su cara. Aunque claro, él se la quitaría sometiéndola por completo a su voluntad.

—¿Tú eres la ladrona de la rosa? —Elizabeth sintió un escalofrío al oír la voz a sus espaldas, y a pesar de todo el valor que había reunido en su camino hasta ahí, al final, no tuvo el suficiente para voltearse y encarar al monstruo.

—Sí amo, esa soy yo. —Le pareció escuchar un sonido que tal vez era su risa, pero no tuvo tiempo para averiguarlo, pues sintió como se le acercaba lentamente hasta quedar solo unos pasos atrás de ella.

—Entonces, ¿vienes aquí a entregarme tu vida? —La peliplateada podía percibirlo a sus espaldas, sintió su sonrisa cínica sin necesidad de verle la cara. Su voz no era lo que esperaba, pero definitivamente no se parecía a la de una bestia. De hecho era una voz hermosa, y claramente le pertenecía a un hombre. Cualquier tranquilidad que eso le hubiera dado se desvaneció cuando sintió como él tomaba un mechón de su cabello y se lo llevaba a la nariz para olerlo. El gesto le puso la piel de gallina, aunque no supo decir si para bien o para mal.

—Una vida por otra, eso fue lo que solicitaste, ¿no amo? —De nuevo se escuchó su risa, aunque esta vez, fue mucho más malvada y profunda.

—Así es, eso es justo lo que pedí. ¿Vas a complacerme pequeña? —La peliplateada tragó saliva con dificultad, pero cuando volvió a hablar, la única palabra que soltó la dijo con toda firmeza.

—Sí. —Hubo otro largo momento de silencio, un momento de reflexión... y el monstruo decidió que definitivamente le gustaba esa mujer.

—Trato hecho. —Entonces, la cosa más extraordinaria del mundo pasó.

Elizabeth se vio asaltada por las ardientes manos de su verdugo, quien comenzó a tocar su cuerpo como nadie lo había hecho jamás. Sintió como enterraba la nariz en su pelo, inhalando con fuerza su aroma mientras soltaba algo entre gemido y gruñido. Deslizó sus dedos por su cuello, sus pechos, su cintura y caderas. Lamió la orilla de su oreja, pero ella estaba demasiado asustada como para gritar. Terminó con un abrazo tan fuerte como para dejarla sin aliento, y cuando se separó, el monstruo alzó el vuelo con un aleteo tan fuerte que la hizo caer al piso.

—¡Te espero mañana en el gran comedor cuando se oculte el sol! ¡Eres mi prisionera, y si no cumples mi voluntad, voy a matarte y llevarle el cadáver a tu padre! ¡¿Te quedó claro?! —Pero Elizabeth ya no tuvo que contestar. Él se había ido, dejándola sola en la oscuridad, llorando ante la cruel condena que había caído sobre ella.

***

Que miedo, que oscuro... que sexy *u* Desde el inicio esta historia tiene algunas de las cosas que más me gustan del melizabeth, fufufu.

Y ahora, un dato curioso sobre este capítulo: ¿sabían que este cuento tiene un tema de polémica porque se acusa a Bella de sufrir síndrome de Estocolmo? :0 Esto es cuando una persona secuestrada desarrolla sentimientos afectivos por su secuestrador, pero si bien no es mi intención romantizar la violencia o el secuestro, debo admitir que algunas de las versiones más oscuras del cuento podrían encajar en ese perfil.

Yo defiendo que no es así, pues Bella (y Eli en este caso) después permanecieron en el castillo por su voluntad, se opusieron a la violencia de sus captores, y además, descubrieron que ellos también eran prisioneros. Pero cada opinión es respetable UwU Por ahora, mejor concentrémonos en disfrutar esta historia, y para revivir otra de mis antiguas frases clásicas: voten, comenten, disfruten <3 

Nos vemos en dos segundos... 

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