Rosa novena: Que signifie un baiser?

¡PREGUNTA!: En mi obra La princesa y la mendiga, ¿Cuál era el verdadero deseo de la princesa Liz de Danafor? Una pequeña pista: contrario a la mayoría de fanfics (incluyendo algunos de los míos) en esta historia Liz es buena. Tan buena como este capítulo, fufufu, ¡pasen a leer!

***

—Wow... Es que... Wow... —Meliodas sonrió de espaldas a la peliplateada mientras dejaba que el misterioso cosquilleo que se había apoderado de él volviera a burbujear en su pecho. Era la tercera vez de ese día que escuchaba las expresiones de asombro de la chica al otro lado de la habitación, y no solo no se cansaba, sino que cada vez se sentía más contagiado de aquella energía cálida y animada. En verdad, parecía que a su querida huésped le encantaba la biblioteca.

Llevaban varios días investigando el pasado de su familia, el castillo, e incluso la historia del reino, pero a él en realidad no le importaba los pocos avances que habían tenido. Le encantaba ver a la albina leer, pasearse de un lado a otro, y soltar pequeños ruiditos de emoción cuando encontraba un tomo particularmente interesante. El enorme espacio lleno de estanterías rebosantes de libros se había convertido en su lugar favorito del castillo, y como también era el suyo, el amo pensó que estaba bien no darse tanta prisa en descubrir una forma de romper la maldición.

—Meliodas, mira. Este volumen tiene una versión completa de la leyenda de las cinco razas. ¿Sabías que según esta genealogía tu familia podría descender del linaje demoníaco?

—No lo sabía. Aunque supongo que tiene sentido. —Su sonrisa de lado ya no intimidó para nada a la hermosa albina, que en cambio, tuvo que contener una risa por el comentario sarcástico mientras le hacía espacio en la elegante butaca en la cual estaba sentada.

—Escucha: "Tras el final de la guerra santa y la segregación de las cinco razas, cada linaje dio origen a uno de los cinco reinos". Yo no sabía que tu familia fundó este país, es increíble.

—¿Te lo parece? —comentó el rubio, con una sonrisa mucho más sincera y dulce de lo que él mismo se habría sentido capaz. Luego, súbitamente, ambos notaron lo cerca que estaban uno del otro, cómo sus piernas rozaban, y como sus cabezas estaban tan juntas inclinadas sobre ese libro que sus labios prácticamente podían tocarse.

—Esto, muy interesante. Creo que iré a corroborar este dato con el atlas de mapas del continente.

—S... sí... haz eso. —dijo él con la cara completamente roja, para después fingir que se concentraba en los detalles del tratado de paz entre clanes que explicaba el libro. Había vuelto a pasar.

Desde la noche en que ellos dos se habían besado, esos momentos de cercanía e intimidad se estaban haciendo cada vez más frecuentes, aunque siempre venían acompañados de tremendos ataques de timidez por parte de ambos. Pero es que, ¿cómo debían comportarse? Ya no eran prisionera y carcelero, y ninguno parecía querer siquiera tocar el tema, por miedo a insinuar que ella debía irse. Tampoco eran amo y huésped, ya que un beso en la boca definitivamente rompía las barreras de lo que significaba ser cordial. Tal vez su relación era más parecida a la de amigos, personas que se estaban conociendo y que disfrutaban la compañía del otro. Pero tampoco lo eran del todo.

No lo eran, porque cada vez que reinaba un segundo de silencio de más, los ojos de ambos buscaban contacto con los del otro. No podían dejar de mirarse, miraditas discretas para que el otro no se diera cuenta, y después, fingir que seguían muy enfocados en el material de la biblioteca. Pero aquellos pequeños instantes dejaban cargado el aire de una manera extraña; se llenaba de intensidad, como si de pronto alguien hubiera roto en el piso un delicioso perfume de rosas. Meliodas sentía que su corazón latía desbocado en esos momentos, y no estaba seguro de si le gustaba o no. Después de todo, y considerando lo que le había hecho... no tenía muchas esperanzas de que ella sintiera lo mismo.

Por supuesto, él era incapaz de ver que efectivamente así pasaba, y eso hacía que la joven se sintiera incómodamente culpable. ¿Cómo era posible que estuviera desarrollando sentimientos por el hombre que amenazó a su padre?, ¿por la bestia que la había atrapado?, ¿por el legendario monstruo del castillo? Al final, ambos decidieron que era mejor no pensar demasiado en nada de eso, y optaron por simplemente aprender a vivir cerca del otro disfrutando cada momento. El rubio sonrió, pensando en cierto libro especial que seguramente a ella le fascinaría, cuando sintió de nuevo su presencia a su lado haciéndolo saltar del susto.

—¿Necesitas ayuda? —la atenta joven se había dado cuenta de que le estaba costando trabajo dar la vuelta a la página. Aún no se había recuperado completamente del ataque de los lobos, y después del tremendo esfuerzo de cargarla en pleno vuelo cuando literalmente "rompieron el hielo", había tenido que poner su brazo en cabestrillo para permitir que sanara.

—Lo siento. Estaré bien, solo debo acostumbrarme a usar más mi mano derecha. —Una frase simple, una cortesía común. Pero para Elizabeth, aquellas palabras valían oro.

El antes arrogante amo había dicho "lo siento". Una disculpa corta y honesta. Era maravilloso ver cómo se esforzaba conscientemente por ser más atento y seguir las recomendaciones que ella le dio. La forma en la que inclinaba la cabeza, un pestañeo, la suavidad que había ido adquiriendo su expresión. La albina creía que ahora por fin podía ver la bondad escondida en un ser que antes creía malvado, y eso la llenaba, sin saberlo, de las mismas mariposas secretas que él sentía. Se inclinó más sobre su pequeña figura, dio vuelta a la página, y sonrió de una forma tímida y gentil.

—No sabía que eras zurdo. Y yo que creí que tendrías menos problemas por haberte lastimado la mano izquierda.

—Y tanto. Pero no te preocupes, creo que el precio lo vale por lo que gané.

Probablemente él no había sido plenamente consciente de lo que dijo, ya que sus ojos no dejaron la página que leía en ningún momento. Sin embargo, ella sí que había notado las implicaciones de esas palabras, y su corazón latió tan rápido que decidió apartarse en ese instante mientras, sin saberlo, era observada por algunos de los sirvientes de la casa, escondidos tras una de las enormes cortinas de la biblioteca.

—Estos dos van a tardar una eternidad en acostarse, ¿por qué no sólo admiten lo que sienten y ya?

—Tranquilo cabra —dijo el sonriente candelabro—. El amor lleva tiempo.

—Lo dice el tipo que conquistó a mi hermana en una semana.

—Eso es diferente; Elaine y yo somos almas gemelas.

—Y además él no la secuestró, ni amenazó a su familia, ni la hundió en un lago de hielo.

—Buen punto Gowther.

—Pero sigo pensando que deberíamos darles un empujoncito, ¿no creen que con el ambiente correcto y algunas pistas ellos dos podrían llegar más rápido a descubrir los sentimientos del otro?

—No lo sé... Me asusta lo que podría pasar si los empujamos demás.

—¿A qué te refieres?

—King, ¿sí recuerdas que la idea que el amo tenía antes del amor consistía en coger con la mujer que pretendía enamorar? —Un incómodo silencio se instaló, y entonces Ban soltó un sonoro suspiro—. Mademoiselle Elizabeth merece algo mejor que solo una cogida. Además, creo que están desarrollando sentimientos verdaderos por el otro, no sería bueno contaminarlos cuando van tan bien. Déjenlos estar, ya verán cómo en unas semanas ellos solos se darán cuenta que algo pasa ahí.

—Pero Ban... Diane cada vez pasa más tiempo convertida en ropero —Hubo un nuevo silencio, y esta vez, una pesada sombra cayó sobre los corazones de los tres amigos—. Pronto se dormirá definitivamente. Y tú sabes que, si lo hace... bueno, ella...

—Se convertirá en un simple objeto. Tranquilo mon amie, lo sé. Mi Elaine se dio cuenta de que le salieron dos plumas nuevas ayer —De haber podido llorar, tal vez lo hubiera hecho, pero el astuto candelabro era muy valiente; inhaló con fuerza, sacó el pecho, y sonrió con confianza a sus compañeros—. De acuerdo, un pequeño empujón. Pero dejarán que yo me haga cargo idiotas, no quiero que se les pase la mano y lo echen todo a perder. —Luego los tres salieron, dejando a la parejita uno a cada lado de la biblioteca, fingiendo estar absortos en su lectura mientras lanzaban miradas fugaces al otro.

*

La mesa estaba aún más espléndida que de costumbre. El sencillo y fino mantel blanco hacía juego con las fuentes de plata rebosantes de frutillas del bosque, los vasos de cristal tenían leche fresca, el aire olía a pan recién horneado y había una deliciosa avena dulce y caliente servida en porcelana con orilla dorada. Ese desayuno era perfecto, pero había un pequeño detalle que lo hacía extraño: que era un desayuno. Y ellos nunca habían tomado el desayuno juntos.

Elizabeth estaba sentada al otro lado de la enorme mesa del salón comedor, y apenas se atrevía a levantar la vista para mirar a Meliodas. Ambos estaban bañados y vestidos, sus ropas eran sencillas, y habían llegado casi al mismo tiempo a la mesa. Solo que los sirvientes no les habían advertido que tomarían el desayuno juntos. Gelda la tetera simplemente le había dicho a la peliplateada que estaría bien tomar sus alimentos en un lugar "más especial", y Ban le dijo a él que sería bueno hacerlo en el sitio que era "apropiado" para eso. Ahora, uno se encontraba frente al otro, tratando de decidir si tomar una hogaza de pan o no, y sin atreverse a hablar. Ni siquiera sabían si aquello era lo correcto. Tímidamente, de forma lenta y temerosa, cada uno fue sirviéndose lo que quería y tratando de aparentar que aquello estaba perfecto y normal.

Oh, por las diosas —pensó ella con ironía—. Cuando él era malo y me pedía que comiera en silencio sin mirarlo no lo hacía, y ahora que no tengo que obedecerlo, eso es justo lo que estoy haciendo.

Creo que fui grosero... tal vez — pensó él—. Probablemente ella se esté acordando de cuando le robé un beso durante aquella cena. ¿Debería irme? Pero... tengo hambre. —Ambos dieron unos cuantos bocados a su pan y bebieron de sus vasos, pero cuando él dejó caer la cuchara de la avena por tercera vez, ella se levantó de su asiento de golpe y azotó ambas manos en la mesa.

—Muy bien, ¡es suficiente!

—Oye, lo siento ¿si? No soy muy bueno con la derecha, y...

—¿Qué? No, no me refería a eso —Entonces, aquella fantástica criatura hizo algo que dejó a la bestia del castillo completamente impactada: tomó sus platos, atravesó con grandes zancadas el salón comedor, y se sentó justo a su lado, junto al cuenco de avena—. Así está mucho mejor. No entiendo porque debemos ser tan formales y seguir tus viejas reglas. Solo somos tú y yo, no es como si esperamos a comer al gran duque. Anda, déjame ayudarte con tu plato. —Entonces la chica le sirvió una buena ración de avena tan dulce como ella, y tras echar un vistazo a la enorme sonrisa ruborizada del amo, los tres sirvientes salieron de su escondite del comedor en silencio.

*

—¿Qué haces aquí solo?

—¡Nada! —Unos días después, y tras darse cuenta de que no hallarían respuestas sobre la maldición en la biblioteca, ambos comenzaron a sacar libros para leer solo por diversión. Estar juntos leyendo cerca de la chimenea se había convertido en un hábito que los confortaba mucho, y fue por eso que, cuando la albina se dio cuenta de que él había sacado un libro en particular para leerlo solo, no pudo evitar la curiosidad, y lo siguió hasta una parte secreta de su bellísimo jardín helado.

—¿Ginebra y Lancelot?

—Es un libro de caballeros. Con espadas, y guerra, y... cosas.

—Pero es una novela de romance. —Él no contestó. Simplemente se ruborizó hasta las orejas, hizo un mohín con la boca, y se lo extendió inmediatamente mientras miraba a otro lado.

—Si lo querías solo tenías que pedirlo.

—No, no, no es lo que... oye... ¿quieres que lo leamos juntos?

Y así fue como inició una nueva costumbre. Ella le leía en voz alta, él escuchaba atento y en silencio, y era un magnífico público, pues se emocionaba en las escenas correctas, y hacía expresiones tan adorables que la albina apenas podía resistirse a abrazarlo. Cierto día, después de terminar una lectura particularmente emotiva, el plan de los sirvientes de colocarles libros estratégicamente finalmente dio frutos.

—"...se unieron en un abrazo que sería eterno en la memoria de los dioses, y se besaron con una pasión tan grande que nunca se volvería a ver en el cielo o la tierra". —Un largo suspiro, ojos de ensoñación, y sin siquiera ser consciente de ello, Meliodas apoyó la cabeza en el hombro de Elizabeth. Ella se quedó petrificada, con el corazón latiendo a toda velocidad mientras ambos contemplaban cómo los sirvientes salían a jugar en la nieve frente a ellos, y cuando la pobre sintió que no podría soportarlo más, por fin el amo le dijo algunas palabras.

—Tal vez un poco cursi, pero es una versión encantadora del mito griego. Supongo que el amor es mucho más de lo que pensé que era —Más silencio, y cuando ella estaba segura de que se podían escuchar sus latidos, él se levantó y le señaló a las mágicas personas al otro lado del jardín—. ¿Sabías que Ban y Elaine se enamoraron luego de interpretar esa obra de teatro para mi?

—¿En serio?

—Y Gowther y Nadja hicieron el arreglo musical. El pobre King pasó en vela una semana para que saliera bien, y Diane diseñó los vestuarios. Gelda interpretó aquella vez a la diosa del inframundo, y mi hermano Zel... —Entonces, súbitamente guardó silencio, y aquella burbuja de amistad y tranquilidad se rompió para dejar pasar una corriente de aire helado y siniestro.

—Meliodas, ¿dónde está tu hermano? —Él tragó saliva, con los ojos mirando al frente, y una palidez tan repentina que la joven pensó que se iba a desmayar—. ¿Dónde está Nadja? —Más silencio, y esta vez, su semblante se fue haciendo más sombrío conforme se le fruncía el ceño—. ¿Están dormidos? Se lo he escuchado decir a los chicos alguna vez. Mel... ¿qué pasa con las personas que se quedan dormi...?

—¡No es de tu incumbencia! —Por un instante, fue como si el pequeño rubio volviera a ser la bestia aterradora que había conocido, y aunque Elizabeth se encogió de miedo, en realidad, supo que no era ella la que estaba en peligro. Parecía que a su amigo le estuvieran estrujando el corazón. Tras esa expresión iracunda, se veía que estaba sintiendo una profunda desesperación, pero cuando extendió los dedos de sus manos para tratar de tocarlo, él retrocedió aterrado, y salió casi corriendo a encerrarse en su habitación del castillo. Tras unos minutos de vacilación, ella decidió seguirlo.

—¡Lo ven! —Se quejó King a sus colegas—. Les dije que no era buena idea salir al jardín. ¡Ban!, aleja esa vela caliente de mi hermana.

—Pero hermano... —El candelabro soltó al plumero en el acto, y todos los ahí reunidos vieron como la preciosa chica iba tras el amo.

—Ahora si la liamos. No debimos haberles arruinado el ambiente saliendo nosotros también.

—Yo no estoy tan seguro de que haya sido un error, mon amie.

—No justifiques tus perversiones zorro.

—No me refiero a eso... —dijo él en un tono astuto, y todos tuvieron que voltear a verlo para ver si lo comprendían mejor— Después de todo, ella salió a buscarlo, ¿no es así?

*

La habitación de Meliodas era una de las más oscuras del castillo. Sin importar que hubiera descubierto que su amigo tenía una educación privilegiada, gustos finos, y gran inteligencia, su alcoba seguía pareciéndose mucho a la guarida de una bestia, y los cuadros desgarrados de miradas tristes la observaban mientras se desplazaba por ella tratando de encontrarlo. Vio la rosa al otro lado de la cámara, pero ni siquiera le hizo caso, pues estaba interesada en hallar a un ser mucho más valioso. Tras uno de los tapices arruinados, por fin halló otra puerta, y al abrirla, encontró al joven amo sentado en el piso, abrazando sus rodillas y con una expresión de desolación.

—¡¿Qué haces aquí?! —gritó con expresión furiosa.

—Yo solo...

—Que entrometida eres, ¿qué no eres capaz de controlar tu curiosidad? ¡Largo! —eso habría logrado intimidarla, tal vez, de no ser porque parecía que la persona que se lo estaba diciendo se encontraba al borde del llanto.

—Meliodas, no vine por ninguna curiosidad. Solo vine por ti, para saber que estás bien.

—¿Qué te importa?

—¡Me importa mucho! Para comenzar, eres mi mejor amigo; y para terminar, es legítimo que una huésped se preocupe si ve mal a su anfitrión, así que deja de intentar alejarme. —Aquella respuesta fue tan franca y verdadera, que la furia del joven ojiverde no pudo hallar una ruta para volver a salir. Eran mejores amigos. ¿Cuándo es que eso se había vuelto verdad?, ninguno lo sabía, pero tampoco tenían dudas al respecto.

Se entendían mutuamente mejor que nadie que hubieran conocido, y aunque sus personalidades fueran muy distintas, ambos guardaban la marca de calidez en el alma que solo deja la verdadera bondad. Comprendían a la perfección la soledad del otro: ella, el incomprendido ratón de biblioteca del pueblo; él, la leyenda del monstruo que había mantenido a todos alejados. Tenían tantas cosas en común: su pasión por los libros, por descubrir un mundo enorme al que aún no podían ir, su deseo secreto por una libertad que al mismo tiempo les aterraba. Deseaban lo mismo, sentían un anhelo idéntico por cariño y lazos verdaderos, soñaban con aventuras fabulosas... y guardaban esperanza de descubrir qué es lo que significó aquel beso que se dieron sobre el hielo.

Cuando Meliodas se dio cuenta de que ya no podía fingir que ella era no la persona más importante en su vida y finalmente se rindió, soltó un largo suspiro con el que también dejó ir sus cargas, y miró hacia el frente, a una bella estatua de mármol de una persona dormida. Elizabeth también volteo para verlo, y en cuanto pudo distinguir la pieza de entre las sombras, soltó una expresión de sorpresa.

—Pero si eres tú. No sabía que te habían hecho una escultura, es muy bonita.

—No soy yo. Fíjate bien. —Los ojos de la albina se concentraron lo más que pudo en los delicados rasgos de la estatua, y cuando acabo de notar las diferencias... se llevó una mano a la boca horrorizada.

—E... ¿él es...?

—Sí. Es mi hermano menor —El nudo en la garganta de Elizabeth fue haciéndose cada vez más estrecho conforme se iba dando cuenta de lo que significaba, y al ver la figura de una muñeca en otro estante de la habitación con el mismo estilo que Gowther, no tuvo duda de quién se trataba—. Tú querías saber lo que significaba si uno de los sirvientes hechizados se quedaba dormido. Pues bien, esto es: dejan de ser humanos por completo. Se convierten en meros objetos, decoraciones sombrías de este enorme castillo. Es casi como si murieran —Ella fue incapaz de mirar nuevamente a Meliodas a la cara—. Mi hermano fue de los primeros. Él... era demasiado bueno como para resistir la oscuridad que cayó sobre nosotros. Elizabeth, es por eso que quiero romper la maldición —Era la primera vez que iba a decir las siguientes palabras, pero antes de hacerlo, supo que eran completamente ciertas—. No me importa si yo quedo atrapado aquí, pero... ellos no tenían la culpa. Nunca la tuvieron. Por eso... quiero liberarlos. Tal vez ya sea demasiado tarde.

—¡No! Meliodas, no digas eso. Tiene que haber alguna forma. —La había. Pero él sabía que, en cuanto se lo dijera, sus posibilidades de que lo amara libremente terminarían, y su oportunidad de romper el hechizo se haría añicos. En su lugar, inhaló profundo, trató de endurecer su semblante... y falló estrepitosamente cuando un par de gruesas lágrimas se deslizaron por su rostro.

—Creo que fingía no verlo, pero ahora puedo hacerlo con claridad. Elizabeth... soy un monstruo. Sí tengo la culpa de todo esto, sé porque la bruja me hechizó...

—Meliodas...

—Soy terrible. Soy justo lo que tú decías, y aquella mujer prefirió hechizarme antes que permitir que un ser tan retorcido como yo se convirtiera en rey.

—Por favor, no sigas, eso no es lo que...

—Pero es verdad. Me hechizó porque soy un ser vacío, sin alma ni corazón.

—¡Basta! —gritó ella. Y entonces se arrojó al piso a su lado para abrazarlo con fuerza— Tú ya no eres ese ser, ya no más. Encontraremos la forma de romper el hechizo, te lo prometo.

—¿Cómo? —dijo él sin moverse, sin poder siquiera devolverle la mirada—. Creía saber lo que significaba, pero la verdad, no comprendo qué es la amistad, o el amor. Vamos, ni siquiera entiendo lo que significó ese beso entre nosotros. Yo no sé nada, el tiempo se acaba, y...

Puede que ella tampoco supiera lo que significó ese beso... pero eso no le impidió volver a besarlo en ese momento. Sus bocas se unieron en un sello intenso que borró todo otro pensamiento de sus mentes, la albina aprisionó su rostro entre sus manos con fuerza, y antes de que pudieran detener lo que estaba pasando, ambos cerraron los ojos y se dejaron ir. Habían pasado muchos días, habían vivido muchas cosas, habían ido descubriendo a la persona con la que estaban atrapados. Puede que sus primeros dos besos los hubiera dado en medio de un arranque de emociones sombrías y caos, pero ese último fue el primero que se habían dado con verdadera conciencia. Habiendo conocido de verdad al otro. Y comprendido, así fuera solo en una pequeña fracción, lo que besarse en realidad significaba. 

***

La redención es dulce y maravillosa UwU 

Y ahora, un dato curioso sobre este capítulo: ¿sabían que originalmente iba a hacer que esta fuera la "primera vez" de Meliodas y Eli? Al final decidí que no por dos motivos: uno, aunque Zel estuviera dormido, seguía estando ahí; hubiera sido un poco embarazoso, ¿no lo creen? Y dos, quería que, cuando se diera su limoncito, fuera mucho muy especial ^u^ Creo que al final esa fue la mejor elección, fufufu. No se despeguen, que esta bella historia está llegando al clímax. 



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